lunes, 25 de octubre de 2021

1965- LA VÍCTIMA NÚMERO DIEZ – Elio Petri

Hay quien ha dicho con cierta sorna que ver una película italiana de ciencia ficción es el equivalente cinematográfico a comprar un Rolex en un puesto callejero. Con dolorosa frecuencia, el cine de CF italiano, siempre dispuesto a sacar la mayor rentabilidad de un género de popularidad demostrada, se reduce a copias toscas y baratas de otros títulos anteriores y mejores –o, al menos, más famosos-, sobre todo anglosajones.

 

Ese afán de la CF italiana por emular productos provenientes de países angloparlantes se refleja, para empezar, en los repartos. A veces, contrataban actores ingleses en sus horas bajas, ya sean nombres prestigiosos (Michael York, Christopher Lee, Claude Rains) o de segunda fila (Reb Brown, aunque en este caso era un antiguo boxeador nativo de Los Ángeles). También, los protagonistas de esas cintas exhiben nombres genéricos “americanos”, como Bart Fargo, Capitán Alex Hamilton, Comandante Rod Jackson, etc. Y, en tercer lugar, muchos actores y realizadores italianos cambian sus nombres para así tratar de engañar al público internacional: el actor Giacomo Rossi-Stuart se convirtió en “Jack Stuart”; la actriz Ombretta Colli en “Amber Collins”; y los directores Antonio Margheriti, Alfonso Brescia o Mario Bava, respectivamente, en “Anthony Dawson”, “Al Bradley” o “John Foam”.

 

El precio de este intento de emulación, claro está, es renunciar a cualquier identidad nacional en el ámbito de la CF cinematográfica. Cuando ves una película italiana del género, siempre da la sensación de haberlo visto ya todo antes en otros títulos mejor producidos e interpretados. Aunque estos films tienen sus defensores y entre ellos pueden encontrarse directores destacables, en general hay pocos que se atrevan a calificar la ciencia ficción cinematográfica italiana como de gran calidad.

 

Como excepción podríamos rescatar de la quema a “La Víctima Número Diez”, un sardónico ejercicio de estilo sesentero que ha alcanzado su estatus de culto gracias en no poca medida a la participación de dos estrellas muy de moda por entonces: Marcello Mastroianni y Ursula Andress –y al sujetador-ametralladora que ésta portaba en una escena y que es uno de los cúlmenes del estilo camp más desaforado-.

 

En 1965, Marcello Mastroianni ya era una gran estrella. Cuatro años antes había protagonizado el debut como director de Elio Petri, “El Asesino”, que éste describió como la exploración de “una nueva generación de arribistas que carece de cualquier clase de escrúpulo moral”. Un tema que se lleva hasta el absurdo en “La Víctima Número Diez”.

 

En el siglo XXI, con el fin de controlar tanto la población como sus instintos más violentos, se ha creado una forma de asesinato legal conocida como La Gran Cacería, un concurso cuyos participantes alternan el rol de Cazador y de Víctima, proclamándose ganador de cada turno quien mate a su oponente. Un ordenador gigante en Ginebra selecciona un Cazador y una Víctima. El primero sabe a quién debe matar y el segundo recibe sólo una notificación de que alguien va tras él, pero desconoce su identidad. Debe descubrir al Cazador y matarlo antes de ser muerto por él. Si se equivoca de persona, deberá cumplir treinta años de prisión. Si alguien consigue sobrevivir diez turnos, es decir, matar a diez adversarios, obtiene un millón de dólares.

 

En el punto más emocionante de una esas rondas, la aspirante a campeona Caroline Meredich (Ursula Andress) es emparejada en el turno contra Marcello Polletti (Marcello Mastroianni). Éste, de acuerdo a las normas del concurso, sabe que debe vigilar sus espaldas y averiguar quién es su Cazadora para atacar en primer lugar. Los dos contendientes venden el resultado –que creen que va a ser positivo para ellos, claro- a marcas comerciales con el fin de que conviertan el clímax previsiblemente sangriento un anuncio televisivo. Y los dos maniobran e intrigan por la ciudad de Roma tratando de engañar al contrario y llevarlo a su terreno para asestarle el golpe de gracia… Sólo para descubrir que en el curso de la Cacería se han enamorado.

 

“La Víctima Número Diez” es la adaptación de una novela corta de Robert Scheckley titulada “La Séptima Víctima” (1953). Otras adaptaciones cinematográficas de relatos de este infravalorado pero ingenioso autor con gusto por el absurdo son, por ejemplo, el superhéroe de Disney “Condorman” (1981); la francesa “El Precio del Peligro” (1983) –que aborda temas similares a la película que ahora nos ocupa, sobre un concurso televisivo en el que la gente es cazada por dinero-; o “Freejack: Sin Identidad” (1992), una fantasía de viajes en el tiempo y robo de cuerpos. En este caso, la razón tras la adición de tres “víctimas” más al título probablemente quiera evitar la confusión con el thriller de brujería dirigido por Val Lewton en 1943 y que llevaba casualmente el mismo título que la narración de Scheckley. El propio Sheckley utilizaría luego el título "La Décima Víctima" para una secuela de su primer libro.

 

En cuanto a Elio Petri, no se trata de uno de esos directores especializados en exploitation de géneros. A menudo polémico y criticado, desde que se dio a conocer a comienzos de los sesenta del pasado siglo, siempre aspiró a utilizar la ficción para desafiar las convenciones sociales y políticas de su país y época. Su título más celebrado fue el thriller policiaco “Investigación sobre un Ciudadano Libre de Toda Sospecha” (1970), ganador nada menos que del Oscar al Mejor Film Extranjero de ese año. “Un Lugar Tranquilo en el Campo” (1968), fantasía terrorífica de ambientación rural, ganó el Oso de Berlín y es otro de sus films más representativos.

 

El argumento de “La Víctima Número Diez” se concentra básicamente en los diversos problemas financieros y femeninos que acosan a Marcello y los forzados intentos de Caroline por engatusarlo y atraerlo al Templo de Venus, donde su equipo rodará su asesinato. Y la verdad es que nada de todo ello resulta ser demasiado interesante. Sólo en su último cuarto, la película cobra algo de vida al aflorar la duda sobre quién está engañando de verdad a quién y si de verdad hay algo de amor en la relación entre los dos adversarios. La dirección de Petri también deja que desear: parece incapaz de mantener un ritmo constante o un tono coherente, con momentos donde la acción se ralentiza de forma injustificada.

 

Tampoco mejora las cosas la interpretación de ambos actores. Andress, que nunca me ha parecido una gran actriz, sin brillar demasiado más allá de su despampanante físico, realiza un trabajo más convincente que un Mastroianni inverosímilmente teñido de rubio y aire aburrido en todas las escenas, probablemente decepcionado por la indecisión del guión respecto a su personaje: en un momento, parece un engreído, al siguiente iracundo, después seductor…

 

En el caso de ver por primera vez esta película sin saber que se produjo en 1965, a los cinco minutos queda claro. Toda la cinta tiene una estética pop que inmediatamente remite a los sesenta por muy futurista que pretenda ser: el vestuario y los decorados son de un blanco nuclear; un par de gafas diseñadas como un casco que envuelve la totalidad de la cabeza; modelitos sin parte posterior o con “aberturas de ventilación”; un aparato de televisión encastrado en un muro y cuya pantalla sólo muestra un ojo parpadeante; y, sin razón aparente, un templo vacío excepto por dos músicos de jazz tumbados y tocando en cajas negras.

 

En cuanto al futuro cercano en el que transcurre la acción, se construye utilizando tanto escenarios reales de la Roma clásica (con el fin de acercar la ficción a los espectadores contemporáneos pero, al mismo tiempo, creando un extraño contraste) como el arte moderno, en especial el pop art: Roy Lichtenstein, Joe Tilson o George Segal son algunos de los muchos artistas citados o imitados por el director. Y los trajes blancos de los bailarines están claramente inspirados por el look “era espacial” del diseñador de moda André Courrèges. Pero cuando Marcello tiene que contactar con su amante, aparca el coche y utiliza una cabina de teléfonos.

 

La banda sonora, compuesta por Piero Piccioni, es jazz “espacial”, una combinación de órgano y rápidas cuerdas con un sonido metálico. Y el alegre pero también dramático tema principal lo canta Mina, que recientemente había sido censurada y apartada de la radiotelevisión italiana por el escándalo que causó su embarazo de un actor ya casado. No es casualidad que Petri le tendiera la mano ya que él mismo era un antiguo comunista de clase trabajadora que había tenido sus diferencias con la Iglesia Católica.

 

Aunque la trama que los soporta es muy endeble, los temas que aborda la película son de peso: el voyeurismo de los medios de la comunicación; la utilización de la violencia para anunciar y vender productos; la esclavitud de la fama; el divorcio (un debate entonces candente y cuya ley no se aprobaría en el Parlamento italiano hasta 1970); también el trato que se da a los ancianos en las sociedades modernas (en la película, Marcello tiene escondidos a sus padres por razones que bien pueden adivinarse); o la religión organizada (esa escena en la que los ridículos Adoradores del Sol son atacados por los Adoradores de la Luna: “¡Lleváos vuestras puestas de Sol a otro sitio!”).

 

El juego del gato y el ratón entre los dos protagonistas principales también pretende subrayar temas de género. Mastroianni se despega aquí del arquetipo de galán latino que le había hecho famoso en otras películas: atrevido, elegante, cínico…  para encarnar una figura masculina en crisis que cuando trata por fin de asentarse, sufre el acoso de las mujeres de su vida, ya sea la esposa o la amante (ésta, por otra parte, es una situación muy frecuente en el cine italiano). Pero todos estos temas, lejos de tocarse de forma seria o abierta, están abordados con un espíritu ligero y juguetón, incluso en lo que se refiere a la violencia.

 

En definitiva, “La Víctima Número Diez” es una película que puede recomendarse a los interesados en el cine de culto de los sesenta y en especial a aquellos títulos fuertemente impregandos del pop art contemporáneo. Como thriller de CF con una subtrama romántica, no termina de funcionar y el conjunto resulta implausible, errático e incoherente. Pero también es un film que ofrece imágenes que probablemente no se encuentren en ninguna otra parte, ni siquiera en otras cintas italianas de la época.

 

Petri antepone el estilo a la historia y es por aquél que “La Víctima Número Diez” merece un visionado. Ciertos espectadores pueden ver recompensada su paciencia gracias a su elegancia visual y el irónico humor con el que articula su ininterrumpida sátira social. Los anuncios que promocionan la Cacería rezan: “Si eres suicida, la Cacería tiene un lugar para ti. ¿Por qué tener Control de Natalidad cuando puedes tener Control de Mortalidad?”. Algunos de los asesinatos se orquestan con un macabro sentido del humor, como el mencionado sujetador-ametralladora, las botas de montar explosivas o el incauto que es catapultado por el asiento eyector de un coche directamente a una piscina donde le aguarda un cocodrilo.

 

“La Víctima Número Diez” es probablemente una candidata aceptable para el remake. No es difícil imaginar su premisa como base para un thriller de acción; premisa que, por cierto, fue la misma que utilizó la parodia de los realities que fue “Series 7: The Contenders” (2001); y que también convirtió en un éxito la película inicial de la serie de “Los Juegos del Hambre” (2012).

 

 

2 comentarios:

  1. Esta la vi porque vi fotogramas suyos que eran hiperPop. Así que no sabía que me iba a encontrar. Estoy totalmente de acuerdo con tu reseña. La peli es visualmente chula pero no tiene ritmo y la historia es aburrida. Fracasa intentando maridar lo intelectualoide con el Cine de Acción (tal y como sentendía en los 60).

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  2. La tengo pendiente, al igual que la otra que has comentado más adelante, Carrera de la Muerte. En ambos casos, pero sobre todo en este, tabto los actores como la ambientación me atraen, y debería hacer un esfuerto para incorporarlas al menos a la cola de películas poseidas aunque en espera. A propósito, las dos películas las conozco de la antología publicada por Martínez-Roca Vinieron de la Tierra, dedicada a relatos que sirvieron de base para películas, supongo que la conoces. Lo que me ha llamado la atención es descubrir que el relato de La Séptima Víctima llegó a ser ampliado a novela. Sinceramente, no logro imaginarme que el chicle, aunque divertido y original, pueda estirarse tanto

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