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jueves, 28 de noviembre de 2019
2001- VANILLA SKY – Cameron Crowe
En el cambio de siglo, ya hacía algún tiempo que la costumbre de Hollywood de realizar remakes en lengua inglesa de películas foráneas había solido terminar en fiascos, como “Secuestrada” (1993), “La Asesina” (1993), “Diabólicas” (1996) o “Dos Colgados en Chicago” (2001). La filosofía que impulsa ese tipo de producciones es la presunción de que el público norteamericano es o bien incapaz de leer subtítulos o tan cautivo de sus prejuicios que se niega a ver películas que carezcan de nombres americanos en su reparto. En esa línea aparece en 2001 “Vanilla Sky”, una película que pese a llevarse duras críticas (en taquilla no le fue tan mal, recaudando en USA 100 millones de dólares sobre un presupuesto de 68), hay que admitir que es uno de los pocos remakes americanos respetuoso con el original además de ser una película digna en sí misma.
David Aames (Tom Cruise) es el joven y atractivo heredero de un imperio editorial de Nueva York y vive una existencia acomodada propia de un playboy. En una de sus fiestas conoce a Sofía Serrano (Penélope Cruz), una joven sencilla pero inteligente que contrasta con el tipo de mujeres que él normalmente atrae y por las que a su vez se siente atraído. No tarda en enamorarse de ella y acompañarla a su apartamento, sin que, no obstante, la naciente relación llegue a consumarse. A la mañana siguiente, cuando sale a la calle, se encuentra esperándolo a Julie Gianni (Cameron Díaz), una mujer con la que solía acostarse pero con la que en el fondo y pese a la insistencia de ella, no quiere nada serio. Julie se ofrece a llevarle en el coche y durante el camino, en un arrebato asesino de celos, arroja por un puente el vehículo con ellos dentro.
David sobrevive pero con su rostro horriblemente desfigurado más allá de la capacidad de la cirugía reconstructiva. Se reencuentra con Sofía aunque ha pasado demasiado tiempo y demasiadas cosas como para que la relación pueda ya cuajar. Entonces, los cirujanos le ofrecen un nuevo y milagroso tratamiento que restaura su cara a lo que fue antaño y, ahora sí, empieza a salir con Sofía. Pero su felicidad queda interrumpida por unos sueños que cada vez más empiezan a confundirse con la realidad, sueños en los que vuelve a tener las cicatrices en su cara, Julie suplanta a Sofía y él se ve acusado de asesinato, confinado y estudiado por un psiquiatra (Kurt Russell).
“Vanilla Sky” es el remake norteamericano de la película española “Abre los Ojos” (1997), dirigida por Alejandro Amenábar. Cuando la vio, Tom Cruise decidió no sólo protagonizar la versión americana sino producirla y, además, apoyar el debut del realizador español a nivel internacional con la excelente “Los Otros” (2001) a través de su propia productora y con la colaboración en el reparto de su entonces mujer, Nicole Kidman. En cuanto a la película que nos ocupa, Cruise contrató al director y guionista Cameron Crowe, al que conocía gracias a haber trabajado con él en “Jerry Maguire” (1996) y que se había hecho un nombre con la magnífica “Casi Famosos” (2000), con la que había cosechado alabanzas generalizadas y premios diversos. Dado el tipo de películas que había hecho hasta ese momento, la elección de Crowe para dirigir una historia impregnada del espíritu de Philip K.Dick era cualquier cosa menos obvia.
Esta es una película que, a priori y sin conocer el final, difícilmente se adscribiría al género de la CF. Con la excepción de los cielos color vainilla que se ven en la última escena y una rápida secuencia de apertura en la que David Aames conduce por las calles de una Manhattan desierta y unos rascacielos digitales (cortesía de Digital Domain) se hacen eco de su pánico, Cameron Crowe prescinde casi por completo de las caras florituras visuales propias de las películas de gran presupuesto y que tantos remakes han estropeado (ahí tenemos, por ejemplo, la cercana “The Haunting”, 1999). En cambio, opta por concentrarse en la historia; una historia que exige para su visionado paciencia y atención dado el creciente número de desconcertantes pasajes que van creando en el espectador una sensación de confusión y extrañeza –que pretende igualar a la que siente el propio protagonista- y que sólo son explicados en el desenlace.
Aunque el director afirmó en alguna entrevista previa al estreno de la película que sólo estaba tomando la cinta de Amenábar como base general, lo cierto es que “Vanilla Sky” es sorprendentemente fiel a “Abre los Ojos” y en pocas ocasiones se separa de ella. Hay menos “oscilaciones” de realidad y algunos cambios menores en lo que se refiere al entorno del protagonista (como la adición del imperio empresarial que encabeza), pero si exceptuamos los nombres de los personajes, sendas sinopsis de veinte páginas de ambas películas serían indistinguibles entre sí. Crowe llega incluso a replicar dos de los mejores momentos de la original: cuando David y Sofía se retratan mutuamente en el apartamento de ella; y el momento en el que desea que todo el mundo en un bar se calle e inesperadamente así lo hacen. Su lealtad a la obra original llega al punto de escoger a Penélope Cruz para interpretar el mismo papel y decir –en español- las mismas palabras al inicio: “Abre los ojos”.
Siendo dos películas esencialmente tan parecidas, cabe preguntarse legítimamente qué necesidad había de hacer la segunda. En puridad y si uno no tiene inconvenientes en ver cine de una u otra nacionalidad, la respuesta es que ninguna. Pero ya dije al principio que el remake en inglés y con actores norteamericanos es la única forma de que los espectadores de esa nacionalidad –y, seamos sinceros, de otras partes del mundo culturalmente occidental- vayan a ver la historia. El factor diferencial que aporta Cameron Crowe es precisamente lo que se mejor se le da: su habilidad para la caracterización y los diálogos ingeniosos. Así, los personajes están mejor redondeados y tienen algo más de profundidad. Las razones por las que David se siente atraído por Sofía quedan más claras (no tanto al revés) y los diálogos explican mejor las motivaciones de Julia. Probablemente esto no serán razones suficientes para convencer o atraer hacia la película a quienes hayan visto la original, pero al menos hay que concederle su fidelidad al material fuente y su acierto a la hora de pulirlo en vez de limitarse a convertirlo en un ejercicio de egocentrismo o un escaparate exhibicionista e innecesario de efectos especiales.
La huella de Cameron Crowe se deja también sentir aquí y allá en los toques melómanos que puntean la película y que nos recuerdan su amor por la música (Crowe fue durante años un reputado periodista musical y, de hecho, “Casi Famosos” se basaba de manera muy directa en sus propias experiencias). Así, suena música de John Coltrane, Paul McCartney, Peter Gabriel, R.E.M. o los Chemical Brothers; David tiene en su apartamento una guitarra aplastada por Pete Townsend de los Who; y el doctor Curtis McCabe mantiene con su paciente una conversación sobre los Beatles. (ATENCIÓN: SPOILER). El final en el que vemos que David se ha construido una vida virtual ideal basada en las portadas de los discos de Bob Dylan y su admiración por los films de Jean-Luc Godard, bien puede ser también la satisfacción de una fantasía soñada por Cameron Crowe. (FIN SPOILER).
Quizá donde “Vanilla Sky” tropieza sea en el final. (SPOILER) Es cierto que ofrece el mismo giro de guión y revelación sorprendente que la original. Pero en el intervalo de tiempo transcurrido entre ambas, ese recurso ya se había desgastado considerablemente en películas como “Dark City” (1998), “Matrix” (1999), “eXistenZ” (1999) o “Nivel 13” (1999). (FIN SPOILER). Al público que había visto estos títulos ya no le causó sensación un desenlace con el que estaba más que familiarizado. Esto, no obstante, no es culpa del director ni de la película. Simplemente, su adaptación llegó algo tarde en esa moda de películas sobre mundos virtuales y realidades falsas.
Interpretativamente la película descansa en Tom Cruise, un actor que despierta rechazo en bastantes aficionados pero que sin duda hace que muchos más acudan a las salas de cine. De hecho, por aquellos años aún vivía su época dorada y todo aquello en lo que participaba parecía triunfar. Al igual que su personaje en “Magnolia” (1999), el de David no es un papel agradecido en el sentido de que se aleja del cliché de individuo heroico o carismático. Todo lo contrario: es superficial, arrogante, egocéntrico y caprichoso con el que resulta difícil simpatizar. Y no se puede decir que cambie demasiado a raíz de su accidente. Cuando su rostro queda desfigurado, se convierte en un tipo autocompasivo, quejoso e iracundo. Ni experimenta una epifanía espiritual sobre él mismo en el sentido de vivir algo que verdaderamente lo transforme (nunca queda claro que la revelación final vaya a causar ese efecto) ni su trauma despierta compasión o simpatía habida cuenta de su escasa calidad humana antes del accidente. De hecho, resulta difícil de creer que sus amigos soporten sus pavoneos y canalladas y que Sofía pueda enamorarse de él a primera vista.
Del resto del reparto hay poco que destacar puesto que quedan todos muy eclipsados por el protagonismo del personaje principal. Nunca me ha parecido que Penélope Cruz sea una actriz particularmente dotada aunque en esta ocasión aporta lo que requiere el personaje: una muchacha normal y corriente. Jason Lee es quizá el mejor actor del reparto aunque su personaje, el mejor amigo de David, no tenga demasiadas ocasiones de lucirse. Algo parecido puede decirse de Kurt Russell. En cuanto a Cameron Diaz, resulta sorprendentemente convincente en el papel de mujer acosadora y patológicamente celosa.
Por algún motivo que se me escapa, la mayoría de la crítica no respondió bien al intento de Crowe de salir del melodrama cotidiano para adentrarse en el territorio del suspense paranoico y la ciencia ficción. Se criticó su parecido a “Abre los Ojos” en lugar de valorar su fidelidad a un producto que de ninguna otra forma iban a ver los espectadores internacionales. De haberse distanciado considerablemente del material original, lo más probable es que no se hubiera librado de ser blanco de críticas por traicionar el espíritu de aquél. Pero en retrospectiva y juzgada en sí misma y no como remake de la cinta de Amenábar, “Vanilla Sky” es una película intrigante y emotiva que ha soportado bastante bien el paso del tiempo.
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"La filosofía que impulsa ese tipo de producciones es la presunción de que el público norteamericano es o bien incapaz de leer subtítulos o tan cautivo de sus prejuicios que se niega a ver películas que carezcan de nombres americanos en su reparto."
ResponderEliminarNo es una presunción. Es un hecho. 1º todo nacionalismo es xenofobia. Y este hasta los 70 penalizaba a los actores y directores con nombre no anglosajón/germano. La época de Pacino, De Niro, Coppola y Scorsese es algo que sólo es de ayer y hoy. 2º el público popular es igual en todos los sitios; si aquí todos evitan el subtitulado, allí igual. EEUU es como refleja su ficción: un planeta aparte.
Lindos .. ��
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