lunes, 25 de noviembre de 2019

1943- EL CICLO DE ISHER – A.E.van Vogt


Sobre los comienzos literarios del canadiense A.E.van Vogt, uno de los pilares de la llamada Edad de Oro de la Ciencia Ficción, ya hablé someramente en la entrada dedicada a su obra “Slan” (1940). Su carrera, sin embargo, fue interrumpida por la religión en su versión de la Cienciología o, como se llamó en sus orígenes, Dianética, inventada por otro de sus colegas, L.Ron Hubbard, del que ya traté con cierto detalle en un artículo anterior. En 1950, van Vogt pasó a ser el responsable del chiringuito de Hubbard en California hasta que nueve meses después hubo de cerrar acosado por las deudas. No pasó mucho tiempo hasta que el escritor y su esposa abrieran su propio centro de Dianética financiado por sus escritos, hasta que él se retiró del mismo en 1961.



Su dedicación a esta práctica científico-mística le apartó de la máquina de escribir y las ideas dejaron de fluir durante una década. Así que durante los años cincuenta y para conseguir ingresos, empezó a reciclar varios de sus cuentos, expandiéndolos y/o fusionándolos para publicarlos como novelas, rellenando los huecos con material nuevo si ello era necesario para salvar los agujeros narrativos. Van Vogt se refirió a este tipo de libros como “fix-ups”, un término que enseguida saltó al vocabulario de la ciencia ficción.

Pues bien, el que podemos llamar Ciclo de Isher, compuesto por dos novelas, pertenece a esta época. Narra las peripecias y dificultades de una serie de personajes en un marco de conflicto entre dos potencias galácticas: los misteriosos fabricantes de armas, que han olvidado su tradicional rol de neutralidad; y la Emperatriz Innelda Isher, representante de un imperio opresor.

Dado que se trata de novelas “frankenstein” elaboradas a base de narraciones anteriores y dispersas, el Ciclo de Isher tiene una historia de publicación algo enrevesada respecto a su
cronología interna. Para no liar las cosas innecesariamente, digamos que conviene leer primero la que se publicó después; y así procederé en este comentario.

En 1951 se publica “Las Armerías de Isher”, una novela construida uniendo tres relatos cortos aparecidos años atrás en un par de revistas pulp: “La Sierra” (“Astounding Science Fiction”, 1941), “La Armería” (“Astounding Science Fiction”, 1942) y “Las Armerías de Isher” (“Wonder Stories”, 1949). Como lógico resultado de su origen, estamos ante una novela de alcance muy amplio con múltiples tramas y personajes.

Siete mil años en el futuro, el Sistema Solar está gobernado por la Emperatriz Innelda, una joven inteligente aunque también arrogante y despótica que es la última descendiente de la longeva Casa de Isher, apoyada tanto por una corrupta y decadente superestructura burocrática como por una red de corporaciones que campan a sus anchas explotando a ciudadanos y gobierno por igual. Se han colonizado los planetas del sistema pero la humanidad ya no puede ir más allá sin tecnología de viaje más rápido que la luz.

Los Isher han gobernado cuatro mil años pero desde hace tres mil hay otro jugador con poder
en el tablero y cuyo papel ha sido el de limitar la inclinación de la monarquía hacia el totalitarismo y la depredación: las misteriosas Armerías, cuyo origen y propiedad no están claros. Lo que sí se sabe es que surgieron casi al mismo tiempo que la Casa de Isher, tras una guerra que aniquiló a mil millones de personas y casi destruyó la Tierra. Poseedoras de una tecnología mucho más avanzada que la imperial, venden a ciudadanos honestos armas personales, “las mejores en el universo conocido”: pistolas de rayos con campos de fuerza integrados que protegen contra las armas equivalentes que portan los representantes imperiales. De esta forma, una persona queda más o menos protegida tanto de la interferencia gubernamental en sus asuntos como de los muchos criminales que la corrupta e incompetente policía no es capaz de someter. Las propias tiendas, indestructibles, se mueven por el espacio extradimensional, apareciendo de repente en las ciudades y los pueblos, listas para proporcionar armas baratas a los ciudadanos que las requieran. Igualmente, a estos establecimientos no pueden entrar agentes del gobierno ni personal al servicio de la Emperatriz.

Regidas por una política de no agresión, las Armerías no pretenden tanto derrocar al gobierno imperial como actuar de barrera indirecta ante sus abusos. Con el tiempo, esperan educar a las masas y mejorar la moral pública para sentar las bases de un gobierno más justo. Las intenciones de Innelda, por su parte, son restaurar el poder absoluto de su Imperio erradicando las Armerías y luego llevar a cabo reformas tanto en el gobierno como en la cultura.

Sobre ese telón de fondo se desarrollan tres tramas interrelacionadas y confinadas en sus propios capítulos. Aunque pueden identificarse las costuras que las unen como procedentes de fuentes y momentos diversos, en general el conjunto funciona bastante bien. La primera y más breve de ellas sirve para anclar la historia en el presente y añadir ese toque de “sentido de lo maravilloso” que siempre perseguían los autores de esa época. Chris McAllister, un periodista, entra en una tienda de armas que ha aparecido de la nada en su pequeña ciudad de 1947 y es instantáneamente transportado al periodo temporal del que proviene ese comercio, siete mil años en el futuro. El propietario y su hija se dan cuenta de que McAllister y la tienda están oscilando en la corriente temporal como efecto secundario de un arma energética que la Emperatriz ha dirigido contra ellos con el fin de destruirlos. La
situación empora aún más al acumular en su cuerpo el periodista una carga inmensa de “energía temporal” y de la que no puede librarse de forma segura. Si toca cualquier cosa sin el debido aislamiento, explotará con tanta fuerza que puede destruir la Tierra. Sin entrar en más detalles, digamos que en un sorprendente giro final, McAllister acaba siendo, en el alba de los tiempos, el responsable de la creación del Sistema Solar.

La segunda trama es el corazón de la novela y su núcleo filosófico. Se centra en Fara Clark, un anciano autoritario con su familia y fanático devoto de la Emperatriz. Su aspereza le ha separado de su hijo de veintitrés años, Cayle. Fara desprecia las armerías y la filosofía que las ha llevado a oponerse al Imperio, pero cuando su taller de reparación y medio de vida son arruinados por la corrupción y decadencia imperial en la forma de una despiadada corporación dirigida por el gobierno, las Armerías se convierten en la única puerta a la que llamar. Se convierte así en su cliente y defensor.

La tercera trama es la más larga y sirve para añadir al conjunto las requeridas dosis de acción y sexo. En ella se sigue la aventura de Cayle Clark, hijo de Fara, que a sus veinte años se niega a trabajar en el taller rural de su padre y deja el hogar familiar para intentar medrar en la gran urbe, Ciudad Imperial, donde no tarda en comprobar lo explotador e ineficiente que es el gobierno. Por ejemplo, mientras vuela hasta allí, le roban unos matones que el monopolio aéreo gubernamental tolera al recibir parte de su botín.

Cayle tiene en su contra sus hábitos de pueblerino y falta de sofisticación, pero para ayudarle dispone de unos inmensos poderes mentales que básicamente se resumen en forzar las posibilidades a su favor; lo que vulgarmente se conoce como “tener suerte”. Esta facultad llama la atención de la jefatura de las Armerías, que sospecha que puede ser un arma importante en su lucha contra la Emperatriz. De este modo, le asignan una resuelta y atractiva mujer, Lucy Rall, para que le proteja y guíe en ese sumidero de villanía que es la Ciudad Imperial. Como es previsible, ambos se enamorarán antes de que Cayle resulte secuestrado y la muchacha tenga que hacer de detective para encontrarlo. No contaré más porque la historia aún da bastantes giros, pero sí diré que, efectivamente, Cayle, endurecido por sus experiencias, resultará vital en la resolución del conflicto.

Este segmento contiene interesantes descripciones de la vida en la decadente metrópolis y
objetos tales como bebidas energéticas, detectores de mentiras y máquinas de rayos X portátiles, aerotaxis, energía solar, inmensos grandes almacenes de ochenta plantas… Por otro lado, se presenta como uno de los personajes secundarios a Robert Hedrock, un hombre que a causa de un accidente 2.500 años atrás, es ahora el único inmortal de la Tierra, un fenómeno que él mantiene en secreto. Ahora trabaja como ejecutivo máximo en la organización de las Armerías. Su condición de inmortal es sólo apuntada en esta novela aunque cobra mayor importancia en la secuela, “Los Fabricantes de Armas”.

“Las Armerías de Isher” ofrece algunas ideas muy imaginativas y un puñado de personajes memorables (algo que no solía ser tan común en las novelas de CF de esta época). Pero también, como no podía ser de otra manera, hay algunos aspectos que han envejecido mal. El trato condescendiente que Fara Clark dispensa a su esposa e hijos parece muy propio de mediados del siglo XX (aunque podría argüirse que la historia de las sociedades se repite en ciclos y que quizá en el futuro resurja ese tipo de mentalidad). Por otra parte, la mayoría de los participantes en las intrigas de poder son
hombres, si bien a favor de van Vogt hay que decir que confiere a la Emperatriz un inmenso poder y que Lucy Rall toma un rol muy activo en dirigir su vida y la de Cayle.

Pero una de las razones por las que esta novela sigue siendo reivindicada por ciertos sectores de la sociedad norteamericana más allá de los aficionados a la CF clásica no es ni por su trama ni por sus personajes, sino por la defensa “implícita” que su autor hace de la Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, aquella que garantiza el derecho de los norteamericanos a llevar armas. Y es que el Ciclo de Isher es una de las obras más polémicas dentro de la etapa de la Edad de Oro de la Ciencia Ficción. Probablemente sea difícil encontrar una novela más próxima a la utopía soñada por la Asociación Nacional del Rifle americana que estas novelas. Incluso podrían adoptar sin problemas el propio lema de las Armerías, exhibido orgullosamente en sus fachadas: “El derecho a comprar armas es el derecho a ser libre”. Las Armerías proporcionan a la población armas defensivas y, con ellas, un sistema legal alternativo al del Imperio.

Lo que Van Vogt expone aquí es una política libertaria y de mínima intervención del Estado.
Las Armerías no tienen la intención de interferir con la corrupta monarquía imperial de Isher ni defienden una forma de gobierno alternativa. Su argumento es que los hombres siempre tienen el gobierno que se merecen. Por muy malo que sea un gobierno, no existe sin el consentimiento tácito de sus gobernados. Lo que sí hacen las Armerías es ofrecer a los individuos un sistema legal alternativo que se basa en el derecho a llevar armas para protegerse, concretamente pistolas, y que mantienen a raya los abusos del gobierno en el poder, sea cual sea la naturaleza de éste. Es una especie de división informal y oficiosa de poderes. Van Vogt prefiere no abordar la cuestión de que un gobierno paralelo como el que forman las Armerías, dotado de tanto poder tecnológico, sería en sí mismo inestable y, a la postre, potencialmente peligroso para la libertad de los propios ciudadanos.

En un pasaje de la novela, Lucy Rall expone claramente ante Cayle la filosofía de las Armerías: “El individuo es una porción despreciable. Lo que importa es que millones de personas sepan que tienen posibilidad de procurarse un arma en nuestra casa si necesitan defenderse, defender su vida o la de su familia. Y, todavía más importante, las fuerzas de defensa de la persona son tenidas en cuenta al mismo tiempo. Así hay un equilibrio entre gobernantes y gobernados. A fin de
cuentas uno debe de confiar en sí mismo. Un ejército no basta, es preciso también la voluntad de resistir. Y si no se tiene ayuda, nada se alcanzará (…) Si una persona no tiene la energía necesaria para luchar cuando se quebrantan sus derechos, no la salvará ninguna fuerza exterior. Nuestra doctrina es que las gentes tienen siempre el Gobierno que merecen y que los hombres, para conseguir el triunfo de la libertad, deben correr riesgos, sacrificar su propia vida, si las circunstancias lo exigieran.”

Ahora bien, Van Vogt elude los riesgos de semejante arreglo haciendo que sus pistolas sean prácticamente objetos mágicos ya que sólo funcionan en manos de su comprador (pueden teleportarse a su alcance con tan solo un pensamiento) y únicamente en caso de autodefensa, caza legal o suicidio. Por tanto y de forma muy tramposa, resulta imposible, por ejemplo, robar armas y utilizarlas en crímenes; ni ningún niño podrá dispararse accidentalmente con la pistola de su padre. Todo muy conveniente.

Asimismo, debería también tenerse en cuenta que la narración corta que dio origen al ciclo,
“La Sierra”, se publicó en 1941, momento álgido del Tercer Reich nazi y su expansión territorial por Europa. Bien pudiera ser que con ese negro panorama tuviera algo que ver esta filosofía según la cual un gobierno opresor jamás podrá subyugar completamente a sus propios ciudadanos si éstos se hallan bien armados.

La segunda novela, “Los Fabricantes de Armas”, narra hechos que tienen lugar siete años después de los acontecidos en “Las Armerías de Isher” aun cuando su publicación seriada, como dije, fue anterior: en “Astounding Science Fiction” en 1943.

Ya mencioné que en “Las Armerías de Isher” se había presentado a un personaje menor, Hedrock, que era inmortal y que ocupaba un alto cargo en la jerarquía de las Armerías. Ahora pasa a ser el protagonista principal. Se nos dice que adquirió su condición inmortal miles de años atrás en un extraño incidente relacionado con una técnica que podía agrandar seres vivos. Desde entonces y durante siglos, ha matado miles de ratas en experimentos que trataban de duplicar el accidente para así poder ofrecer ese don a toda la especie humana. El libro nos informa también de algunas de las muchas cosas que ha hecho
Hedrock a lo largo de su existencia, todas con el objetivo de guiar a sus congéneres hacia un futuro mejor. Por ejemplo, fundar las Armerías; también se ha casado y ha engendrado miembros de la Casa de Isher.

Hedrock, que en la novela actúa como una combinación de superespía y superdetective, se ha infiltrado en la corte de la Emperatriz Innelda pero ya en los primeros capítulos tanto ella como las propias Armerías sospechan de él como espía de sus adversarios imperiales. La una ordena se ejecución y las otras se convencen de que debe morir, así que Hedrock se encuentra huyendo de las dos poderosas instituciones que dominan el Imperio de Isher.

La trama principal arranca de verdad con el descubrimiento efectuado por un grupo de científicos independientes tanto de la Casa de Isher como de las Armerías: un motor interestelar. Innelda quiere destruir este avance porque sabe que sus súbditos huirán de su alcance tan pronto como aparezcan naves capaces de salir del Sistema Solar. Las Armerías, por su parte, quieren hacerse con el secreto y hacerlo público. Hedrock se encuentra en el meollo de la cuestión cuando un criminal que ha robado a
los científicos una nave equipada con esa tecnología la esconde a plena vista en el centro de Ciudad Imperial, y el ejército de la Emperatriz, apoyado por fuerte artillería, ataca el navío. Hedrock activa el motor y escapa a los límites del espacio conocido, donde traba contacto con unos poderosos alienígenas con apariencia de arañas.

Estos seres, carentes de toda emoción y absolutamente egoístas pero muy curiosos, se fusionan telepáticamente con Hedrock para averiguar más sobre la especie humana y sus motivaciones. Finalmente, lo envían de vuelta a la Tierra para estudiarlo y, mientras lo observan incrédulos, el protagonista, Innelda y otros personajes se arriesgan y sacrifican por los intereses de causas abstractas y a favor de sus congéneres humanos.

Ya en el clímax, en la Tierra, Hedrock utiliza la mencionada técnica de crecimiento adquirir una altura de 45 metros y, como si fuera un Godzilla, marchar sobre docenas de ciudades, destrozando edificios y exigiendo que Innelda revele a todos el secreto del motor interestelar. Aquí van Vogt vuelve a hacer trampa en sus propias propuestas libertarias porque previamente a su acto terrorista, Hedrock ha memorizado las localizaciones
de los muchos negocios que durante siglos ha adquirido y creado, así que los edificios que derruye son los suyos. Y encima, ataca en fin de semana, cuando nadie está trabajando.

Mientras tanto, la nave de la emperatriz le persigue disparándole sus rayos de energía. Y, para asombro del lector, averiguamos en el mismo capítulo las razones por las que Innelda ha estado comportándose como lo ha hecho, gastándose una fortuna en su campaña contra las Armerías: ¡está sexualmente frustrada!. Por fortuna, hay una cura para eso: casarse con el hombre al que ha amado desde que lo conoció aun cuando su voluntad se haya estado resistiendo: ¡Hedrock! Un marido y la perspectiva de tener hijos revoluciona la mente y el espíritu de la Emperatriz, pero nueve meses después de la boda y a causa de un parto difícil, debe decidir entre sacrificar al bebé o a sí misma. Convencida de que la sangre de Isher debe seguir ocupando el trono, muere para que su hijo con Hedrock pueda vivir.

Y en el párrafo final, los arácnidos alienígenas, habiendo contemplado un altruismo y amor como jamás antes habían encontrado entre ninguna otra civilización, deciden devolver la vida a Innelda -en aras del estudio científico- y llegan a la conclusión de que la especie humana es la más grande de entre todas las especies inteligentes de
la galaxia y que algún día gobernarán el universo. "Hasta aquí es lo que hemos aprendido. Esta es la raza que deberá regir el sevagrama”. Van Vogt –y probablemente su editor- quisieron terminar la novela con un tono optimista y positivo.

Hubo un tiempo en el que van Vogt fue considerado un gigante de la Ciencia Ficción. Su influencia, sin embargo, ha ido diluyéndose con el tiempo y conforme sus cuentos y novelas han ido quedando atrás. Desde luego, en ello tuvo que ver la interrupción de su carrera para dedicarse a la Dianética, pero también a que, como muchos autores de su época, se encontraba cautivo de una forma de escribir y pensar. Así, varias de sus narraciones no han soportado bien el paso de los años debido a su exceso de anacronismos no sólo tecnológicos, sino de actitudes y caracterización, que diluyen el sentido de lo maravilloso que las convirtieron en clásicos.

No es el caso del Ciclo de Isher, que quizá hoy resulte incluso más actual debido a los tiempos que nos han tocado vivir –sobre todo a los norteamericanos-, con milicias paranoides armadas hasta los dientes que se ven a sí mismos como la última línea de defensa contra gobiernos opresivos y dominadores; e
individuos que aprovechan la Segunda Enmienda para cometer actos atroces. En este sentido, van Vogt se adelantó a su época, proyectando el debate sobre el control de armas a un escenario futurista en el que podía dar cabida a las extrapolaciones más extremadas. Bajo la capa de viajes en el tiempo, trajes de invisibilidad y cañones de rayos, se abordan temas como el culto imperial, la dictadura, los derechos de un gobierno sobre la propiedad privada, la supresión de los disidentes y la posesión de armas. Es por ello, por su capacidad para suscitar debates, que el Ciclo de Isher bien merece aún hoy el calificativo de obra clásica de la Edad de Oro de la Ciencia Ficción.

Las dos novelas rebosan de alocadas ideas, giros argumentales y diversión a raudales. Son, también y como hemos visto, textos seminales en la historia de la rama más libertaria de la CF. Como sucedía con muchas narraciones de van Vogt, las tramas no tienen demasiado sentido y obedecen más bien a ese motor que impulsaba la literatura pulp: sorprender y mantener intrigado al lector a base de giros de guión, un ritmo implacable y conceptos surrealistas y extravagantes que prescinden de cualquier sentido y lógica. Aquí se mezclan sin orden ni concierto naves interestelares; imperios interplanetarios; viajes en el tiempo;
alienígenas; poderes mentales; teorías políticas, sociales y psicológicas; romance; seres inmortales que pueden cambiar de tamaño; armas de rayos; héroes invencibles rebeldes…¡hasta burdeles para mujeres de mediana edad!

Todo transmite una sensación de sueño en el sentido de que cualquier cosa puede suceder a continuación aunque no sea consecuente con lo inmediatamente anterior. Esto se debe tanto al convencimiento de van Vogt de que para mantener la atención del lector había que recurrir a un ritmo y acción furiosos a costa de la lógica, como a la propia naturaleza de estas novelas, remozadas, cosidas y ampliadas a partir de cuentos anteriores en principio independientes. A ello hay que añadir el compromiso del autor con la Dianética, que supongo le restaba la atención necesaria para aportar un grado mayor de coherencia a estos pastiches. Y, sin embargo –en el mercado editorial anglosajón-, el Ciclo de Isher siempre ha estado reeditándose con cierta regularidad, lo que significa que ha sido capaz de encontrar nuevos lectores en cada generación. Un logro éste que no debería sorprendernos por cuanto a pesar de todos sus defectos, es un material muy entretenido, literatura pulp de manual, y la base a partir de la cual otros autores elaboraron material más complejo en años posteriores.

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