viernes, 25 de octubre de 2013

1937-ASTOUNDING SCIENCE FICTION / ANALOG (1)






La mayor parte de las revistas pulp norteamericanas de los años treinta, mal escritas, compuestas a toda prisa y sin demasiadas exigencias en cuanto al material que ofrecían, han envejecido mal. Hoy se han convertido en páginas escaneadas disponibles por internet u objetos de coleccionismo para algunos aficionados muy particulares. Son objetos de una era que se contempla remota y sólo sus maravillosas portadas, a cargo de artistas de la talla de Frank R.Paul, Wesso o Virgil Finlay, siguen aguantando el paso del tiempo. “Astounding Science Fiction” fue la excepción.


Amazing Stories”, como ya vimos, fue la primera revista pulp especializada en ciencia ficción. Y durante algunos años, no tuvo un auténtico rival. Ni escritores ni editores sabían muy bien cómo abordar ese nuevo género más allá de repetir hasta la saciedad unos clichés rápidamente establecidos y razonablemente bien aceptados por parte de unos lectores que aún no habían conocido otra cosa. Las dos ramas en que se podían entonces clasificar los relatos eran los fantacientíficos de gente como Edgar Rice Burroughs y Abraham Merritt y los rigurosos –y aburridos- que seguían las pautas marcadas por Hugo Gernsback en “Amazing”.

Las dificultades financieras que a mediados de los años treinta asediaron a la revista “Amazing Stories”, fundada por Hugo Gernsback en 1926, coincidieron con el ascenso de una nueva cabecera, “Astounding Stories”. Ésta había comenzado su andadura en enero de 1930 bajo la batuta editorial de Harry Bates y su orientación principal era la de la aventura rápida, directa y sencilla, repleta de emoción, suspense y exotismo. La especulación científica tenía cabida, sí, pero sólo cuando contribuyera al desarrollo de la historia.

“Astounding” era, pues, un pulp de aventuras melodramáticas. Pero lo que pronto la distanció de su competidora “Amazing” fue el dinero. Gernsback siempre anduvo al borde del colapso financiero y su fama de tacaño y mal pagador no contribuyó a atraer precisamente a aquellos autores cuya popularidad les permitía encontrar acomodo en otra cabecera, como Edgar Rice Burroughs, H.P.Lovecraft o E.E.”Doc” Smith. “Astounding Stories”, por el contrario, ofrecía tarifas por palabra mucho más sustanciosas y, por tanto, no tardó en atraer a los mejores escritores, más que dispuestos a ajustar sus estilos al desenfadado y rápido tono pulp de aquella con tal de cobrar bien y a tiempo. Así, con más dinero, “Astounding” pudo contar con mejores creadores y, por tanto, ofrecer mejor material. No puede extrañar que acabara desbancando a “Amazing” como principal revista del género.

En 1933, las labores editoriales recayeron en el veterano F.Orlin Tremaine, quien estableció que cada número incluiría al menos una historia con una nueva idea o la aproximación distinta a una vieja. Aunque pocas de las historias de entonces siguen siendo válidas hoy (como, por ejemplo, “Sideways in Time”, de Murray Leinster, uno de los primeros relatos sobre universos paralelos), esta política significó uno de los primeros reconocimientos por parte de un editor de que el potencial del género podría residir más en su contenido especulativo que en servir de simple plataforma para cuentos de acción o aburridas lecciones científicas.

En 1937, el panorama experimentó un giro radical cuando John Wood Campbell, que a la
sazón contaba 27 años, sustituyó tras cincuenta números de “Astounding” a F.Orlin Tremaine como editor jefe de la cabecera, cargo que ostentó durante treinta y cuatro años, un record en la industria de las revistas populares. Dio entonces comienzo el periodo popularmente conocido como Edad de Oro de la Ciencia Ficción que, de forma general, se entiende transcurrió entre 1939 y 1943. Fue quizá el momento más importante de la historia del género, ya que vio la aparición y consolidación de muchos de los escritores clásicos que, a su vez, servirían de inspiración e influencia para lectores y otros autores. No solo eso: Campbell fue quien impuso un tono sobrio y verosímil que calaría hondo en los aficionados. Es probable que en ello jugara un papel el efecto que sobre el espíritu nacional tuvo la Segunda Guerra Mundial, pero el factor clave fue sin duda fue la visión y dedicación de Campbell, una de las figuras más importantes de la Ciencia Ficción.

Antes de asumir el puesto, Cambpell había sido en primer lugar un aficionado que dio el salto hacia la escritura profesional a través de relatos cortos, principalmente space operas, publicados en “Amazing Stories” y “Astounding Stories”. Ya vimos en la entrada dedicada a uno de sus relatos, “La Última Evolución”, algunos datos más sobre esa su primera etapa. Sin embargo, fue otro cuento suyo el que más atención atrajo: “Quién Anda Ahí”, en el que cuenta la aventura de un grupo de investigadores en la Antártida que encuentran una nave alienígena estrellada y su peligroso ocupante. Prueba de la fascinación que siempre ha ejercido esa idea es que la novela ha sido llevada a la pantalla tres veces (1951, 1982 y 2011), por no hablar de su influencia sobre otras obras, como “Alien, el 8º Pasajero”.

Pero fue en su faceta como editor como Joseph Campbell ejerció una influencia que nadie
habría podido adivinar a tenor de su trayectoria previa. Cuando Isaac Asimov le preguntó por qué abandonó la escritura para hacerse editor, él respondió que de esta forma intervendría creativamente en cientos de historias en lugar de limitarse a sus propias creaciones. Poco más de un año después de ocupar el puesto, ya había cambiado el nombre de la revista: la leyenda “Astounding Stories” de las portadas había sido sustituida por “Astounding Science Fiction”, un cambio de título que hallaría inmediato y claro reflejo en su contenido.

Desde 1939 a 1943, “Astounding Science Fiction” ofreció algunos de los mejores cuentos y novelas serializadas de toda la historia de la CF. Robert A. Heinlein desarrolló en sus páginas su “Historia del Futuro”, fuertemente influenciada por las ideas de Campbell; E.E.”Doc” Smith trasladaría aquí su saga de “Los hombres de la Lente”. Otros debuts literarios clave serían los de Theodore Sturgeon, A.E.Van Vogt, Lester Del Rey, Henry Kuttner, L.Sprague de Camp, Hal Clement, Frank Herbert… a veces firmando con seudónimos, una manera eficaz de cambiar el estilo literario. También hallaron cabida interesantes obras de otros escritores cuya carrera había comenzando con anterioridad a la llegada de Campbell, como Isaac Asimov (que publicó aquí las historias de robots y la Fundación), Clifford D.Simak o Jack Williamson. Campbell los apoyó y animó en todo momento, procurando que elevaran el estándar de la CF mediante ágiles narraciones que no descuidaran el estilo, la coherencia ni la reflexión. De todos ellos iremos hablando individualmente en futuras entradas.

Campbell dirigió la obra de todos sus autores de una forma muy clara y activa, presionándolos para revisar una y otra vez los escritos y mejorar su nivel literario, revisándolos él mismo para su publicación definitiva sin pedir el consentimiento de aquéllos o, sencillamente, rechazando los trabajos que no se ajustaran a su platónica idea de lo que debía ser la ciencia ficción. ¿Y cuál era esa idea?

Campbell consideraba a sus lectores como “hombres maduros, conocedores de la tecnología”, casi una élite que podía ser agente de cambio en la historia de la ciencia si recibían la inspiración y los conocimientos adecuados. Por tanto, insistió a sus autores para que abandonaran cualquier referencia al misticismo en favor de razonamientos lógicos y verosímiles, fuera cual fuese la idea central de sus relatos. A menudo se le recuerda gritando: “¡Si no puedes hacerlo posible, hazlo lógico!. ¡Si no puedes investigarlo, extrapólalo!”. Pedía historias en las que los protagonistas resolvieran problemas o vencieran a enemigos haciendo uso de su ingenio y sus conocimientos tecnológicos, pero nunca se debía hacer abandonando la plausibilidad científica. Todo debía subordinarse a la lógica, a lo verosímil, y eso le llevó a distanciarse radicalmente de las tópicas historias sobre alienígenas tan habituales en las revistas de la época. En sus propias palabras:

En la ciencia ficción “de monstruos de ojos saltones” hay dos temas estándar que pueden ser
rechazados rápidamente. Los alienígenas no van a invadir la Tierra y criar seres humanos como alimento. Es un buen fondo para una historia de terror o fantasía, pero su economía sería un desastre. Se necesitan aproximadamente diez años para “producir” 45 kilos de carne humana y el coste de alimentarla durante ese periodo sería elevadísimo. La carne de vacuno es más razonable –aunque arruinaría el espíritu terrorífico del relato-.

Y eso, naturalmente, asumiendo la improbable proposición de que el metabolismo alienígena pudiera tolerar las proteínas terrestres. Si pudieran, claro, sería mucho más sencillo escoger a los nativos, adaptados a las condiciones planetarias, para que criaran ellos al ganado. Resultaría más barato que tratar de hacerlo ellos mismos. Además, a esos nativos se les podría pagar con baratijas como diamantes industriales o pequeños y cutres generadores de campos de fuerza (…).

Y luego está el viejo tema de ir de pillaje a la Tierra y llevarse a sus “más bellas hijas” como objetos sexuales a algún planeta alienígena. Es un motivo posible… si defines “bellas” adecuadamente. Si resulta que los extraterrestres proceden de un planeta algo más denso que el nuestro, las correrías para apropiarse de “las hijas más bellas de la Tierra” pueden resultar muy gravosas para la población de gorilas. Tampoco se dice nada de las capacidades intelectuales de las “bellas”; una encantadora y joven dama gorila pasaría la prueba… si el ojo que debe examinarlas es ligeramente distinto al nuestro. Y, obviamente, esos encargados de los harenes interestelares no estarían interesados en la descendencia: no podría darse ninguna”.

Abundando en ello, Cambpell exigía a sus autores que considerasen las implicaciones sociológicas y psicológicas de la tecnología futurista que imaginaban, aportando de esta manera una innovadora profundidad y madurez a las historias.

Un ejemplo de este enfoque lo encontramos en las historias de la Fundación escritas y
serializadas originalmente en los años cuarenta por Isaac Asimov. En la primera de ellas, “Fundación” (1942), se presenta a Hari Sheldon, el institutor de una élite de intelectuales cuya misión consistirá en prevenir la próxima Edad Oscura. Sheldon es un experto en “psicohistoria”, una disciplina basada en la estadística capaz de predecir el inminente derrumbe del Imperio galáctico, pero también dar con la solución para paliar sus efectos. Según esa disciplina “científica”, los grandes grupos de personas se comportan de forma tan predecible como las moléculas de un fluido. No se puede pronosticar el movimiento de ninguna molécula individual, pero sí, con bastante precisión, el del conjunto de todas ellas. Esta fe en la capacidad predictiva de las ciencias sociales llevó tanto a Asimov como a otros colegas a considerar más seriamente la dinámica social, escribiendo historias en las que la política, la religión, la economía y otros aspectos propios de la vida humana comunitaria tenían más importancia que la tecnología, por mucho que ésta hubiera influido en aquéllos. El resultado fue una forma de ciencia ficción más rica y profunda que las aventuras supercientíficas de décadas anteriores. 


(Continúa en la próxima entrada)

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