martes, 15 de julio de 2025

1999- EL HOMBRE BICENTENARIO – Chris Columbus


Resulta curioso que, siendo el de Isaac Asimov uno de los nombres más conocidos de la CF incluso para quienes no son particularmente afines al género, su obra no haya sido objeto de mayor atención por parte del medio audiovisual. Y cuando alguien se ha decidido a adaptar al cine o la televisión sus ficciones, el resultado ha sido, en el mejor de los casos, irregular, algo que no hace sino confirmar el escepticismo que el escritor albergó durante toda su vida y hasta su muerte en 1992 respecto a la capacidad de Hollywood para adaptar con un mínimo de calidad y fidelidad su obra.

 

Varios de sus cuentos fueron trasladados a la pequeña pantalla como parte de la antología británica “Out of the Unknown” (1965-71); su novela “El Fin de la Eternidad” (1955) recibió sendas adaptaciones en Hungría (1976) y la Unión Soviética (1987); ideó la premisa de la interesante pero efímera serie “Probe” (1988); y su clásico relato “Anochecer” (1941) fue adaptado en dos poco conocidos films de serie B con el mismo título estrenados en 1988 y 2000 respectivamente y su obra sirvió de inspiración para el telefilm “Proyecto Cyborg” (1996). La producción más conocida por el dinero que se invirtió y la amplia distribución que tuvo fue la decepcionante “Yo, Robot” (2004), dirigida por Alex Proyas. Hasta el estreno de la serie “Fundación” (2021- ) para la plataforma de streaming de Apple, la única otra obra de Asimov llevada a la pantalla fue “El Hombre Bicentenario”.

 

Richard Martin (Sam Neill) compra un nuevo androide doméstico al que su familia bautiza como Andrew (Robin Williams). Conforme es aceptado como un miembro más, va evolucionando y desarrollando rasgos humanos, como instinto artístico o sentido del humor, algo que el fabricante achaca a un error en la programación. Pasan los años, Richard envejece y muere y sus hijas crecen y alcanzan la senectud, pero Andrew permanece igual… o casi, porque va sustituyendo partes de sí mismo por otras orgánicas con el fin de satisfacer su aspiración de convertirse en un auténtico humano, llegando finalmente a sustituir todo su sistema nervioso. Con el transcurso de los años, su deseo más intenso ha sido el de obtener la libertad personal y encontrar a otros como él, una meta que alcanzará cuando consiga el pleno reconocimiento legal de su humanidad para así casarse con la nieta de Richard.

 

Aunque a menudo así se le considere fuera del ámbito de la CF, Isaac Asimov no fue el mejor escritor que ha tenido el género. La caracterización de sus personajes solía ser ramplona y estar teñida de un sexismo infantil y las tramas de sus ficciones a veces resultaban demasiado forzadas. Pero en lo que sobresalió de forma brillante fue en su tratamiento de ideas de altos vuelos, ya fueran las lagunas lógicas que podrían quedar al intentar definir estrictas reglas de comportamiento para los robots; la reacción que podría tener una civilización que ve la noche por primera vez; o la grandeza de un psicohistoriador empeñado en aliviar el inevitable periodo de oscuridad producto de la caída de un imperio galáctico. Sus mejores libros de CF (porque el grueso de su producción estuvo dedicado a la divulgación científica e histórica), sustentados por ideas muy evocadoras, son unánimemente respetados como clásicos del género que no han dejado de reeditarse desde que aparecieron por primera vez hace tres cuartos de siglo.

 

Pero si hubo algo que Asimov nunca fue, es sentimental. Y eso es precisamente el rasgo definitorio de “El Hombre Bicentenario”, adaptación libre del cuento ganador del Hugo con el mismo título, publicado en 1976, y de la novela que resultó de la expansión del mismo, firmada en 1993 por Asimov y Robert Silverberg con el título “El Hombre Positrónico”. Asimov, incluso en sus ficciones más mediocres, no habría pergeñado algo tan agónicamente sensiblero como esta película. Sus historias siempre seguían un hilo lógico: cuando un robot alcanzaba la autoconciencia, como mínimo planteaba un debate respecto a lo que significa ser humano o las causas que podrían haber propiciado un desarrollo tal. Esta película, por el contrario, se entrega a un incuestionado, romántico y absurdo antropocentrismo que no supera el nivel de sofisticación de las frasecillas de las tarjetas de felicitación. Las escenas en las que van muriendo los diversos conocidos y amigos de Andrew están impregnadas de un empalagoso sentimentalismo y los toques románticos son tan cursis que rozan lo cómico.

 

Las escenas finales, con Andrew defendiendo su derecho a ser legalmente considerado humano, envejecer y morir, podrían haber funcionado razonablemente bien de haber respetado el espíritu lógico con el que Asimov construía sus relatos de robots, pero bajo la dirección de Chris Columbus, caen en la puerilidad, la estupidez y lo risible. En lugar de la perspicacia asimoviana que animaba al lector a reflexionar, “El Hombre Bicentenario” sólo ofrece la seguridad de que no hay nada mejor que ser humano, sin que se aporte un sólo argumento que explique por qué un robot podría pensar tal cosa.

 

Al parecer, la mayoría de los involucrados en las primeras etapas de la producción, estaban preocupados por la escasa “adaptabilidad” del cuento de Asimov. La consideraban una historia demasiado aséptica para ser una “buena” película de Hollywood. A pesar de ser uno de los relatos con mayor carga emotiva de todos los que escribió Asimov, los productores de Touchstone y Columbia pensaron no sólo que había demasiados detalles técnicos y reflexiones filosóficas, sino que no se ajustaba a la clásica estructura en tres actos. Tenían la sensación de que no calaría entre el público lo suficiente como para justificar el presupuesto que habría de invertirse en ella. Hasta cierto punto, no les faltaba razón. Una adaptación fiel habría supuesto una apuesta muy arriesgada para cualquier estudio. Al fin y al cabo y a diferencia de muchos autores modernos, Asimov nunca imaginó ni escribió sus ficciones con una posible adaptación cinematográfica en mente.

 

Por desgracia, los productores sobrecorrigieron lo que entendían eran problemas narrativos del cuento original. Para empezar, contrataron a Chris Columbus, que había empezado su carrera como guionista para varias producciones de Spielberg, como “Gremlins” (1984), “Los Goonies” (1985) o “El Secreto de la Pirámide” (1985) antes de saltar a la dirección con la comedia adolescente “Aventuras en la Gran Ciudad” (1987), a la que siguieron films en una línea similar como “Solo en Casa” (1990) y su secuela (1992), “La Señora Doubtfire” (1993) o “Nueve Meses” (1995). Como era de esperar teniendo en cuenta semejante currículo, “El Hombre Bicentenario” tiene la elegancia y sutileza emocional de un ladrillo.

 

Teniendo a Columbus dirigiendo, ¿por qué no contratar al actor con quien tan bien había trabajado en “Sra. Doubtfire”? El problema es que Robin Williams no era el adecuado para encarnar a un robot, dado que sus principales fortalezas como actor, a saber, su histrionismo y capacidad de improvisación, no tenían demasiada cabida aquí. Sí, hasta su muerte en 2014, Williams demostró sobradamente no sólo su talento sino su impresionante rango interpretativo, pero tanto Columbus como los estudios claramente apelaban a su faceta más cómica esperando que ello haría del protagonista una criatura más cercana a un público que sin duda, pensaban, acabaría aburriéndose con la lógica de las Tres Leyes de la Robótica.

 

Hablando de las cuales, se presentan justo al comienzo en un momento deliberadamente incómodo que culmina con Richard Martin ordenándole a Andrew que “no vuelvas a hacerlo más”. El guion se toma a pies juntillas esa directriz porque las Tres Leyes, elemento central de todos los relatos de robots asimovianos, apenas vuelven a mencionarse en el resto de la película, como si el guionista Nicholas Kazan (“El Misterio Von Bulow” 1990; “Matilda”, 1996; “Fallen”, 1998) ya estuviera lo suficientemente avergonzado por tener que haberlas incluido al principio. Sí, los “familiares” de Andrew mencionan que dejan de darle "órdenes" y, en su lugar, recurren a "peticiones", pero esta es una forma muy perezosa de marginar un detalle central de las historias de robots de Asimov y que, fuera del hogar familiar, seguiría siendo relevante.

 

Además, hay otro par de ejemplos en los que Andrew y otros robots desafían las Tres Leyes. El más frustrante ocurre justo al final, cuando la anciana Portia (Embeth Davidtz) insiste "ordenar" a la ginoide Galatea (Kiersten Warren) que desconecte su soporte vital. Y si califico esto de frustrante es porque esta escena podría haber dado lugar a un interesante experimento mental sobre cómo reaccionarían los robots, regidos por las Tres Leyes, ante la idea de la eutanasia. Pero en lugar de permitir que el espectador reflexionar sobre ello al menos cinco segundos, el guion hace que el robot obedezca dócilmente como si la Primera Ley no existiera.

 

Por eso “El Hombre Bicentenario” es, a fin de cuentas, una adaptación muy mediocre del relato de Asimov. Prefiere esquivar los dilemas éticos y la colisión entre filosofía y tecnología en favor de los clichés y un sentimentalismo vacío de contenido. Otro ejemplo: en una de las escenas más memorables del relato original, Andrew camina solo y vestido como un humano hasta la biblioteca. Por el camino, se encuentra con unos niños que se burlan de él y le ordenan hacerse daño, debiendo obedecerles en virtud de las Tres Leyes. Este incidente es lo que lo lleva a buscar protección legal. Sin embargo, el pasaje está completamente ausente de la película, donde el momento más parecido –uno de los niños ordena a Andrew saltar por la ventana— se presenta como poco más que una broma de mal gusto.

 

Como he dicho, el desarrollo de la subtrama romántica es asimismo lamentable. También se encaja alguna conversación relativa al sexo, aunque no en un tono que pueda comprometer la calificación “para todas las edades”. Ninguna de estas adiciones arruinan o restan valor a la historia subyacente, pero combinadas con un guion torpe y una dosis indigesta de sentimentalismo, contribuyen a arruinar el conjunto. Y así lo interpretaron espectadores y crítica, que la condenaron al fracaso absoluto, no pudiendo siquiera recuperar el presupuesto invertido (100 millones de dólares, sólo explicables por los emolumentos de Robin Williams). Pero lo más desafortunado de todo es que los productores y Hollywood en general interpretaron erróneamente la lección, creyendo que la obra de Asimov era demasiado intelectual para una película de gran presupuesto. Cierto, no había garantía alguna de que una adaptación de mayor calado filosófico y emocionalmente menos manipuladora hubiera corrido mejor suerte, pero hubiera valido la pena al menos intentarlo.

 

Tal y como fueron las cosas, “El Hombre Bicentenario” es hoy a la Ciencia Ficción lo que “Forrest Gump” (1994) fue a “Platoon” (1986) o “La Vida es Bella” (1997) a “La Lista de Schindler” (1993): una película de CF para quienes no les gusta la CF; una historia que antepone el sentimentalismo barato a un drama que tenga algo relevante que decir sobre cualquier cosa y que prefiere encajar a martillazos la historia de Asimov en un molde hollwyodiense antes que explorar los matices más interesantes de la premisa.

 

 

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