Philip Jose Farmer, revulsivo de los héroes pulp, jocoso, irreverente, satírico e inteligente, fue el primero de la nueva generación de escritores de CF norteamericanos que revitalizaron el género en los años 50 y 60 del pasado siglo, interesándose más por las personas y la sociología que por la tecnología y la ingeniería. Fue un escritor de ideas y de eso nunca anduvo corto. Imaginó conceptos, premisas y situaciones tan imposibles como originales, atrevidas y brillantes, presentándolas de acuerdo a los parámetros del género. Pero también fue un estilista, dueño de una prosa luminosa que dejaba a los lectores atrapados en sus mundos y con la que podía perfilar un personaje con sólo un puñado de palabras.
Todo
ello estaba ya presente en su primer cuento de CF, publicado en agosto de 1952
en la revista “Startling Stories” (tras ser rechazada por “Astounding” y “Galaxy”
debido a lo que consideraron una temática escabrosa) y que le hizo ganar el
primero de los tres Hugos de su carrera: “Los Amantes”, que fue ampliado a
novela en 1961. Si su trabajo no impulsó mayores cambios en el género fue
porque, tras la decepción que tuvo con su primer libro, “Owe for the Flesh”(que
ganó un primer premio literario, pero que ni fue publicado ni cobró el dinero
debido a causa de la ruina de los promotores del certamen), se dedicó a
escribir manuales técnicos durante 14 años antes de regresar a la ciencia
ficción por la puerta grande en 1968, ganando otro Hugo.
En los
años 40 y 50 del pasado siglo, la mayor parte de los héroes que transitaban por
las ficciones imaginadas por los autores de CF eran varones limpios de cuerpo y
alma, que salvaban a la dama de turno a la vez que al universo. Damas que, en
las portadas de las revistas, aparecían ligeras de ropa y/o emplazadas en
escabrosas situaciones filosadomasoquistas; pero a la hora de la verdad, la CF
se mostraba muy pacata a la hora de abordar, de lleno y con todas sus facetas y
consecuencias, el tema sexual. En un entorno social y cultural de corte conservador,
los editores tenían miedo de levantar polémicas no deseadas con relatos que entraran
en el asunto con mayor seriedad e inteligencia que lo que transmitía una mera
ilustración. Farmer rompió esos moldes con este cuento, generando no poca
polémica con una historia sobre amor y sexo entre especies.
En la Norteamérica del siglo XXXI, Hal Yarrow trabaja como lingüista. La suya no es ni mucho menos una existencia satisfactoria. Su espíritu cuestionador no encaja con el totalitarismo teocrático que, propiciado por un carismático profeta, el Precursor, surgió de las cenizas de la Tercera Guerra Mundial. Cada mínimo aspecto de su vida profesional y privada está controlada por el Iglestado, que en base a unos textos sagrados, impone una extraña teología que incorpora los viajes en el tiempo y las realidades alternativas. Por ejemplo, cualquier cosa mala que le pase a alguien es culpa suya por dejarse influir por una realidad alternativa: “Rápidamente llegó la reacción, la protesta. «No, no es él, soy yo, sólo yo, el responsable de todo lo que me sucede. Si tengo bajos A.M. es porque yo así lo deseo, yo o mi lado oscuro. Si muero, muero porque ésa era mi voluntad. Por lo tanto, perdóname, Sigmen, por estos pensamientos contrarios a la realidad».
Cualquiera,
incluida su esposa Mary, puede ser un espía que informe a las autoridades de la
más mínima infracción de acto, palabra o pensamiento, lo que conllevaría, como
mínimo, un recorte de su categoría profesional. Todo el mundo, desde la tierna
infancia, tiene asignado un agpt, una especie de sacerdote-policía: “Todavía tengo cicatrices en la espalda
donde Pornsen, mi agpt, me azotó porque yo no había aprendido bien las
lecciones. Sabía impresionar, Pornsen. ¿Sabía? ¡Sabe! A medida que yo crecía y
me ascendían, también le ascendían a él, siempre donde yo estaba. Él fue mi
agpt en la casa cuna. Él fue mi agpt del dormitorio cuando fui al colegio y
pensé que me liberaba de él. Ahora es el agpt del bloque donde vivo»
Por eso
recibe con alivio el encargo de una nueva misión secreta que implicará hacerle
pasar por muerto (librándose con ello de la insoportable relación con Mary) y
que consiste en incorporarse a una expedición a otro planeta, Ozagen, donde
deberá realizar un estudio de la lengua de los indígenas, una especie de
insectos humanoides llamados wogglebugs, con el fin de poder comunicarse con
ellos. Al poco de llegar, Hal hace amistad con un profesor nativo, Fobo; y
también se cruza en su camino Jeanette, una atractiva humana que,
inexplicablemente, lleva una vida en las sombras, escondiéndose de los
wogglebugs como una criatura salvaje de los bosques. Para aumentar el misterio,
habla una especie de lengua derivada del francés, probablemente porque es
descendiente de una antigua expedición terrestre de la que ya no existen
registros.
Hal se enamora inmediatamente de Jeannette, misteriosa, sola, necesitada, bella y más que dispuesta a complacerle en cualquier aspecto. Consigue alquilar un apartamento en la principal ciudad wooglebug donde la esconde y la visita (él vive con el resto de los expedicionarios humanos en la nave que les llevó hasta allí). El suyo no es un secreto fácil de esconder ante sus paranoides superiores y colegas, pero, aun así, ¿cómo resistirse? Además del sexo satisfactorio que con Mary nunca tuvo, Jeanette ha sabido convertirse en la perfecta encarnación de la feminidad de la época: le encanta cocinar para Hal y se confecciona bonitos vestidos para recibirle siempre impecable y obsequiosa.
Sin
embargo, su felicidad no va a durar. En primer lugar, el odioso supervisor que
acompaña a Hal para que no se separe nunca de las directrices religiosas,
empieza a sospechar. Esta amenaza, afortunadamente, termina cuando un predador
nativo le rocía la cara con ácido y lo mata. Luego, los superiores de Hal empiezan
a mirarle con suspicacia por no haberse dejado la barba acostumbrada entre los
fieles del Iglestado. Al final, todo su plan se descubre cuando Jeanette cae
enferma. Y a continuación vienen spoilers, necesarios para un adecuado
comentario del libro.
El
peligro del Iglestado para Hal lo resuelven los wooglebugs. Resulta que el
auténtico plan de los terrestres no consistía en la simple exploración y misión
de buena voluntad, sino en estudiar la biología de los indígenas para diseñar
un virus específico y diseminarlo por el planeta exterminando a toda la especie
y dejar así expedito el camino a la colonización masiva. Pero resulta, que las
peticiones de material biológico que habían hecho los humanos aduciendo motivos
científicos, habían levantado las sospechas de los wooglebugs, que, aunque
disponían de una tecnología más básica, no eran tontos y se adelantaron al
diabólico plan de sus hipócritas visitantes excavando túneles por debajo de la
nave, llenándolos de explosivos y haciéndolos detonar cuando aquéllos iban a
poner en marcha su genocidio.
Pero ese no es el auténtico giro sorpresa del relato. Resulta que Jeanette nunca fue humana, sino que pertenecía a una especie alienígena, las lalitha, capaz de adoptar la forma humana para reproducirse, ya que todos los individuos son hembras y necesitan un varón para ser inseminadas. Farmer dedica un capítulo y medio a describir cómo funciona la biología de esa especie, con detalles tan interesantes como estos, que explicaban ciertos comportamientos extraños de Jeanette durante el coito:
“Los nervios fotocinéticos son propiedad
exclusiva de las lalitha. Van desde la retina del ojo hasta el cerebro, junto
con los nervios ópticos. Pero bajan luego por la columna vertebral y salen de
la base para entrar en el útero. El útero no es como el de la hembra humana. Ni
siquiera los podemos comparar. Se podría decir que el útero de la lalitha es el
cuarto oscuro del vientre. Donde es revelada biológicamente la fotografía
del rostro del padre. Y, como quien dice, pegada sobre la cara de los hijos.
»Todo eso lo realizan los fotogenes (…). Durante el coito, en el momento del orgasmo, ocurre en ese nervio un cambio electroquímico, o una serie de cambios. A la luz que la lalitha pide durante el coito para poder experimentar el orgasmo, es fotografiado el rostro del macho. Un reflejo le impide a ella cerrar los ojos en ese momento. Si el hombre le tapa los ojos con la mano, ella pierde inmediatamente el orgasmo.
»Quizá hayas notado durante el coito, porque estoy seguro de que ella insistía en que no cerrases los ojos, que las pupilas de Jeannette se contraían hasta el tamaño de la punta de un alfiler. Esa contracción era un reflejo involuntario que limitaba su campo de visión a tu cara. ¿Para qué? Para que los nervios fotocinéticos recibiesen datos solamente de tu rostro. Así, la información acerca del color específico de tu pelo era enviado al banco de fotogenes.
—Ahora ves por qué Jeannette deseaba la
luz. Y por qué fingía ser alcohólica. Mientras tomase una cantidad suficiente
de licor antes del coito, el nervio fotocinético, muy sensible al alcohol,
estaría anestesiado. De ese modo habría orgasmo pero no preñez. Ni muerte
provocada por la vida que llevaba dentro”.
Y sí, una de las características de las lalitha es que la madre siempre muere al dar a luz. Y eso es lo que le pasa a Jeanette (aunque “fuera de cámara”). Un romance, como en los viejos folletines, condenado desde el principio. Las “hijas” de Hal y Jeanette, sin embargo, sobreviven y los wooglebugs permiten al humano residir entre ellos reconociéndolo como el único decente de su grupo.
Hoy,
tras 70 años y varias revoluciones sexuales a nuestras espaldas, es más
sencillo leer “Los Amantes” como un cuento de amor, muerte y primer contacto,
en vez de como una historia iconoclasta y provocadora. No hay nada verdaderamente
explícito en cuanto a sexo más allá del concepto de coito interespecie. De
hecho, la relación doméstica entre Hal y Jeanette, ya lo he dicho, cumplía
todos los requisitos de la época relativos a los roles de género. Pero
recordemos que, aunque apareció en 1961 como novela, su publicación en formato
de cuento data de 1952, en plena época conservadora del presidente Eisenhower y
un momento en el que la sociedad se caracterizaba por el conformismo y la
adherencia a los roles tradicionales. La generación literaria de los beatniks
aún estaba en pañales y la rebeldía del rock and roll tardaría todavía años en
salir de la incubadora. Probablemente, fue ese atrevimiento a la hora de
explicitar la intimidad sexual lo que le granjeó el favor de los aficionados y
el correspondiente premio Hugo de 1953.
Por
otra parte, “Los Amantes” inició una serie de obras dentro de la bibliografía
de Farmer que utilizó como arma en su propia cruzada personal para normalizar
la inclusión y el análisis del sexo en la CF. En “Los Amantes”, la hipocresía y
antinatural código sexual del Iglestado, con sus tabúes, rituales y
prohibiciones, priva a sus seguidores de cualquier posibilidad de relación
normal, sea ésta sentimental o sexual. La antología “Relaciones Extrañas” (1960,
también traducida como “Parientes Extraños”) es una interesante colección de
cuentos alrededor del sexo y la exobiología. Reconociendo su papel de pionero, Farmer
fue una de las tres personas a las que Heinlein dedicó esa apología a la
libertad sexual que fue “Forastero en Tierra Extraña” (1961) -por si alguien
tiene curiosidad, las otras dos personas fueron Robert Cornog y Frederic Brown-.
“Fire and the Night” (1962) es un drama sentimental sobre un romance
interracial (sin elementos fantacientíficos de ningún tipo). En “Noche de Luz”
(1966), imaginó una especie alienígena en la que los recién nacidos sólo tenían
una madre pero varios padres. Tanto en “La Imagen de la Bestia” (1968) como en su
secuela “Cuidado con la Bestia” (1969), exploraba el sexo grupal, los viajes
espaciales y la interacción entre personajes ficticios y reales. En su saga de “El
Mundo de los Niveles” (1965-93), introducía temas edípicos…
Quizá,
en el mundo moderno y con la sensibilidad y problemas actuales, “Los Amantes”
llama más la atención no tanto por su tratamiento del sexo (que en ningún caso
es “sexy” para los estándares modernos), sino por su descripción de una
sociedad ultrarreligiosa y rígidamente jerárquica que asfixia cualquier atisbo
de libertad de sus ciudadanos; y cómo el protagonista, enfrentado a un mundo
nuevo de “tentaciones” una vez entra en contacto con otra cultura, poco a poco derriba
los muros mentales y supera toda una vida de intenso condicionamiento. No hace
falta decir que en ese retrato social vemos reflejadas todas las locuras y
perversiones de nuestro propio tiempo, distorsionadas –como es su propósito-
por la lente de la ciencia ficción postapocalíptica.
En cualquier caso y aunque aquello por lo que ganó el premio y su notoriedad haya quedado muy anclado en su época, esta combinación de amor loco, el imaginativo caso de evolución y biología que sustenta la trama y el propio estilo de Farmer, hacen de esta novela muy abordable (poco más de 150 páginas) un clásico de la historia del género que sigue mereciendo una relectura.
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