jueves, 16 de diciembre de 2021

1972-ADAM WARLOCK – Varios autores ( y 2)


Viene de la entrada anterior)

El principal problema con Mike Friedrich –que, como he dicho, sucedió a Thomas en los guiones desde el número 2- no son tanto algunas expresiones y diálogos claramente anclados en su tiempo, sino que se sirve de la metáfora religiosa como una mera excusa, una idea atrevida pero vacía. No se tiene la sensación en este ciclo de aventuras de que los paralelismos con la historia de Jesús o el tema religioso tengan verdadera sustancia. Cuando Stan Lee escribió cuatro años antes la colección de Silver Surfer –otro personaje con ínfulas de salvador y profeta maldito-, los angustiados monólogos en los que se enfrascaba aquél lamentando el comportamiento de la especie humana, sí transmitía auténtica sinceridad. Es cierto que Silver Surfer tenía demasiada tendencia a solucionar los problemas recurriendo a su poder como para encajar en el rol de un Jesús pacifista, pero al menos, de palabra, se declaraba partidario de la no violencia.

 

Ahora bien, en el caso de Adam Warlock, no se aprecia la existencia de una filosofía subyacente que explique cómo pretende “salvar” o redimir el mundo en el que voluntariamente se ha exiliado. Consigue seguidores, sí, pero más por su imponente presencia física y la demostración de sus poderes que por la fuerza de sus ideas. Y al final, la mayor parte del tiempo lo invierte en pelear contra monstruos y amenazas diversos propios del mundo de los superhéroes. Hay alguna crítica a la guerra, pero nada que pudiera llegar a molestar a los partidarios de la escalada armamentística o la intervención de Estados Unidos en Vietnam. Por no hablar de que el mensaje pacifista queda ahogado por la avalancha de violencia que exhibe cada episodio y la fuerza bruta con la que Warlock resuelve sus desafíos.

 

Se da incluso la ironía de que, aunque el comic fuera escrito durante la época hippy y que ésta se traslada a la propia historia en la forma de los seguidores de Warlock, bien puede ser interpretado como tan crítico con ese movimiento juvenil como con el establishment. La caracterización es igualmente pobre, tanto del héroe protagonista como de sus discípulos. Es difícil simpatizar con ellos o entender qué es lo que, en último término, pretenden.

 

Cabe preguntarse si lo que ocurrió fue que, después de dar con la atrevida idea de presentar una especie de superhéroe-redentor cristiano en el Universo Marvel, luego sus responsables no supieran bien qué hacer con ella, limitándose a rellenar episodio tras episodio de acción y enemigos extravagantes, sin atreverse a profundizar y desarrollar la premisa. Ahí tenemos, por ejemplo, la inclusión de interesantes pero innecesarias versiones alternativas de personajes Marvel importantes, como un enmascarado pero noble Doctor Muerte o una versión de Reed Richards que se transforma en una criatura malvada conocida como El Bruto.

 

Es también irónico que, en su presentación a la edición compilada de estos números con el título de “La Saga de la Contratierra”, Roy Thomas recuerde la carta de un lector ateo que criticaba los obvios paralelismos del personaje con Cristo y decía que, dado que la Biblia ya no tenía relevancia alguna en nuestro mundo moderno, tampoco la tenía la historia. Thomas, que veces tiene la piel muy fina en lo que se refiere a las críticas a su trabajo, se burla del lector recordándole que se trata sólo de un comic book, no de un tratado religioso. Pues bien, puede que eso sea precisamente lo que falla en la colección. No puedes reconocer abiertamente que has basado tu historia en una gran religión actualmente viva y luego, cuando alguien te lo echa en cara, responder que está viendo en todo ello más de lo que realmente hay. Y, además, ¿para qué tomar semejante decisión si luego no tienes la intención de alcanzar algún nivel filosófico o reflexión de calado? Al fin y al cabo, el primer número de “Marvel Premiere” se abría con un cuadro de texto que anunciaba: “Stan Lee presenta… El nacimiento de una nueva e importante serie”.

 

Está claro que Mike Friedrich estaba mucho menos interesado en el enfoque religioso que Thomas y lo demuestra añadiendo uno tras otro nuevos elementos que desvían la colección de aquél, como, ya lo he mencionado, versiones inversas de personajes Marvel conocidos; ramalazos de la melancolía que luego sería el rasgo característico del personaje en su siguiente etapa comandada por Jim Starlin. También introdujo un sesgo oscuro que incluía la muerte de un personaje secundario y las maquinaciones de un político corrupto que aspiraba –y conseguía- la presidencia de Estados Unidos.

 

Por desgracia, ni las tramas son particularmente interesantes ni los personajes están bien desarrollados. El comportamiento de éstos es errático y abundan los agujeros de guion. Por ejemplo, la indignación que despliega Adam Warlock por la traición de su discípulo y su insistencia en que deben confiar ciegamente en él, llega antes de que haya realizado nada positivo en ese mundo o exhibido incondicionalmente un espíritu benefactor. Ese desengaño, por tanto, está fuera de lugar y debilita toda esa porción de la narrativa. Además, hay sonoros tropiezos relacionados con la conexión entre el Hombre Bestia y el Presidente, así como la motivación última de Warlock.

 

Tampoco consigue Friedrich despertar demasiado suspense con la identidad del manipulador villano en la sombra. Hay un intento, es cierto, de introducir cierto sentido de continuidad con algunas subtramas que preparan ciertas revelaciones posteriores. Por ejemplo, Warlock conoce en el número 1 a una muchacha llamada Astrella, que se presenta como la hermana de un predicador callejero, el Profeta, que luego resultará ser el Hombre Bestia. Pero es que, aún más tarde, nos enteramos de que Astrella es en realidad la hermana del Presidente, un giro que tanto podría haber sido planificado con antelación como ser un mero disparate o una incoherencia involuntaria producto del despiste del guionista o el editor.

 

El caso es que Adam Warlock dejó de ser un mesías destinado a liderar al mundo para acabar convertido en lo que ya entonces era el cliché del héroe Marvel: un tipo estoico y solitario que trataba de defender a un mundo que le rechazaba y le temía. Después de renunciar al potencial religioso de la premisa ideada por Thomas, Friedrich no supo encontrar un camino propio y original para el personaje y, a pesar de que, después del número 5, la colección parecía ir mejorando ligeramente número tras número, no fue suficiente ni suficientemente rápido. Los lectores perdieron el interés y se canceló en el número 8 (octubre 73).

 

Pero como era lo habitual en la Marvel de entonces, la historia no se dejó inconclusa. Roy Thomas consiguió terminarla unos meses después en las páginas de otra colección, “The Incredible Hulk” (nº 176-178, junio-agosto 74). Curiosamente, estos episodios dibujados por Herb Trimpe y guionizados por Gerry Conway y Tony Isabella sobre un argumento de Thomas, son los mejores de esta etapa.  Quizá la razón fuera que los guionistas se encontraban más en su salsa con un personaje que ya conocían, Hulk, y que, al filtrar la historia a través de aquél, fueron capaces de encontrar un nivel emocional en la premisa que la colección regular de Warlock no había sabido descubrir. En cualquier caso, se retoman los paralelismos religiosos y vemos imágenes que remedan la Última Cena y al héroe crucificado, muerto, sepultado por sus discípulos y resucitado con una nueva conciencia cósmica que le llevará a “ascender a los cielos” (abandonar la Contratierra y marchar al espacio).

 

Llama la atención la omisión en la que incurre la edición recopilada de toda esta etapa. Dado que la aventura de Warlock transcurre en este mundo paralelo, se halla bastante aislado de la continuidad Marvel oficial. Pero resulta que previamente hubo algunos comics de Hulk (“Tales to Astonish” 94-96, mayo-octubre 67; e “Incredible Hulk” nº 158, diciembre 72) en el que éste visitaba brevemente la Contratierra y conocía al Alto Evolucionador y sus caballeros de Wundagore.  Este pasaje se menciona de pasada en el “Marvel Premiere” nº 1, pero luego resulta ser bastante importante en los números de Hulk que cierran la primera etapa de Warlock, ya que se introducen personajes que no habían aparecido previamente en la colección de éste, como Hombres Nuevos militando en el bando de los buenos (mientras que en “Warlock” todos apoyaban al Hombre Bestia). Si Marvel hubiera decidido incluir en la compilación al menos el número 158 de “Incredible Hulk”, el climax habría tenido más lógica.

 

Gil Kane dibuja la mayoría de la primera mitad de la saga. Siendo como fue uno de los grandes del comic-book norteamericano, su arte rebosa energía, movimiento y dramatismo, sobre todo en las escenas de acción y la creación de momentos “cósmicos”. Su trabajo para los primeros números de esta compilación se cuenta sin duda entre lo mejor de la misma. Con todo y conforme avanza la colección, puede apreciarse cierta tosquedad en muchas páginas, o quizá sea distanciamiento o prisas por completar el encargo.

 

Por mucho que los méritos de Kane sean irrebatibles y que su participación en la colección fuera uno de los argumentos de promoción, lo cierto es que cuando en el número 6 le sustituye el bastante menos dotado Bob Brown, no se nota un cataclísmico bajón en la calidad gráfica. Brown es menos eficaz en las escenas de acción, pero funciona mejor cuando se trata de escenificar momentos de diálogo. Curiosamente, Herb Trimpe, del que nunca me he considerado muy aficionado y que en estos números de “Incredible Hulk” está incluso menos inspirado que de costumbre, sí ofrece algunas páginas con composiciones llamativas que resaltan el dramatismo del momento. En general, a pesar de la sucesión de artistas, el dibujo mantiene una coherencia e incluso pueden encontrarse de vez en cuando planchas destacables, aun cuando la media se quede en un simple “aprobado”.

 

Al final, “La Saga de la Contratierra”, que, como hemos visto, incluye los números de “Marvel Premiere”, “Warlock” y “El Increíble Hulk”, tiene la virtud de poderse leer como una especie de extensa novela gráfica, dado que no deja cabos sueltos y al comienzo se incluye una recapitulación eficaz de lo sucedido hasta ese momento tanto con el Alto Evolucionador y su primer experimento como con el origen de Warlock.

 

Pero tomados en su conjunto, estos tebeos son más un meritorio experimento que un rotundo éxito artístico. En cierto modo, se adelantaron a su época. Reinventar la épica superheroica trasladándola a un mundo propio y ajeno al Universo Marvel oficial, dejar a Warlock como el único superhéroe de ese planeta y plantear el concepto de un superhéroe como un mesías religioso serían lugares comunes en años posteriores y en manos de guionistas más ambiciosos (muchas veces con resultados igualmente problemáticos). Y no hubiera habido que esperar al desembarco de Alan Moore, Grant Morrison o Jamie Delano en los años ochenta. Sólo unos meses después de publicarse estos números de Warlock, guionistas jóvenes como Steve Gerber, Don McGregor, Steve Englehart o Jim Starlin podrían haber ofrecido aproximaciones sin duda mucho más interesantes.

 

Es posible que Warlock hubiera podido terminar su trayectoria en este punto, como un comic extraño con un puñado de seguidores que lo consideraran como obra de culto, algo parecido al “Omega the Unknown” de Steve Gerber. Pero no fue así. De hecho, esta tambaleante etapa no fue más que el comienzo.

 

Y es que seis meses después, el mencionado Jim Starlin recuperó a Warlock para hacer con él algunos de sus comics más memorables de toda su carrera. Puede decirse que Starlin reinventó una vez más al personaje convirtiéndolo en una figura trágica consumida por la melancolía y la angustia existencial. Y no deja de ser irónico para un personaje concebido unos años atrás como metáfora religiosa, que Starlin lo utilizara para articular un corrosivo ataque contra las religiones organizadas. Pero de todo esto, hablaremos en una próxima entrada.

 

“Warlock: La Saga de la Contratierra”, es un volumen que solo puedo calificar de mediocre. El hilo narrativo general y los episodios individuales están repletos de problemas, la alegoría religiosa está desaprovechada y el mensaje moral queda anulado por los actos de los personajes. Hay más creatividad de la que parece, conceptos interesantes, y un enfoque con potencial; y, desde luego, su importancia histórica no puede ser ignorada. Pero –y esto, como siempre, está sujeto a opiniones personales-, estas virtudes no llegan a compensar sus defectos. Por todo ello, es un comic que puede recomendarse no tanto a quienes busquen una buena historia como a los interesados en la historia de Marvel y los completistas de un personaje de tan extenso recorrido como ha acabado siendo Warlock.

 

 


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