miércoles, 30 de septiembre de 2020

1942- FUNDACIÓN – Isaac Asimov (2)



(Viene de la entrada anterior)

Después del largo preámbulo situando la “Fundación” en el contexto de la vida y carrera de Asimov ha llegado el momento de examinar algo más de cerca la obra misma.  

 

Tras más de doce mil años y a pesar de su aparente prosperidad, el Imperio Galáctico, que comprende decenas de millones de planetas, se encuentra al borde de la desintegración víctima la indolencia y la autoindulgencia. Sin embargo, nadie es todavía consciente de ello… con una excepción. En el planeta capital de ese imperio, Trantor (ya nadie recuerda la Tierra, su localización y el origen de la expansión humana por el espacio), el reputado matemático Hari Seldon ha desarrollado una rama nueva de la ciencia, la Psicohistoria, que combina la historia, la psicología y la estadística para predecir con precisión la evolución que siguen grandes masas de población a lo largo de largos periodos del tiempo. No es una disciplina que permita hacer lo mismo para individuos concretos dado que éstos sí están sometidos a demasiadas y azarosas variables sino una especie de traslación de la dinámica de fluidos a la social: no se puede, por ejemplo, predecir la trayectoria precisa de una molécula concreta de un gas, pero sí el movimiento general de una masa del mismo.

 

El caso es que Seldon tiene la seguridad matemática de que, inevitablemente y se haga lo que se haga, el Imperio irá derrumbándose y perdiendo poder hasta su desaparición, la cual tendrá lugar en cinco siglos. A ello seguirá una era de oscuridad, guerras y barbarismo. Pero sus teorías y advertencias molestan y asustan a las autoridades imperiales, que creen que el científico puede convertirse en un peligroso elemento desestabilizador. De hecho, lo someten a juicio por sedición, pero reacios a convertirlo en un mártir, le ofrecen una salida en la forma de exilio de sus seguidores en el lejano planeta Términus. Habiendo previsto tal desenlace, Seldon ha preparado ya el establecimiento de una colonia de científicos y técnicos, la Fundación, cuya misión oficial será la de compilar y conservar todo el conocimiento humano en un entorno relativamente seguro en los confines del Imperio y lejos de las turbulencias que se esperan en su centro político y administrativo. Estos nuevos Enciclopedistas, sin embargo, tienen otra función desconocida incluso para ellos: servir de guía y faro científico en los tiempos oscuros por venir para reducir su duración de treinta mil años a “solo” un milenio, tras el cual se formará un Segundo Imperio. Es lo que se llamó el Plan Seldon.

 

La Fundación deberá enfrentarse a diversas amenazas, tanto internas como externas, en el curso de los dos siglos que abarca la trilogía: la pérdida de peso de la comunidad científica de Términus frente a la civil y el traspaso del poder a los políticos y comerciantes; el peligro que supone la desintegración de la autoridad imperial en los márgenes de la galaxia, con el surgimiento de señores de la guerra que quieren apoderarse del conocimiento científico que se ha preservado en ese planeta; o los coletazos postreros del imperio encarnados en militares más competentes de lo conveniente para la Fundación (en concreto, el general Belriose, trasunto del histórico y excepcional Belisario, brazo armado del emperador bizantino Justiniano en el siglo VI de nuestra era).

 

Las armas de la Fundación no serán la riqueza o recursos de su planeta (de hecho, Términus es un lugar poco generoso desde el punto de vista natural) ni tampoco el poder bélico dado que no pueden permitírselo habida cuenta de su economía y reducida población, sino el conocimiento científico y técnico y la habilidad de sus comerciantes, que llegan a convertirse en un brazo del poder político de la Fundación a nivel interplanetario (tal y como sucedió, en nuestra propia Historia, con las ciudades-estado italianas de los siglos XIV y XV y, especialmente, Venecia). Pero, sobre todo y de forma más íntima, su fuerza reside en la convicción absoluta de sus gentes de que están protegidos por el Plan Seldon y la profetizada inevitabilidad de la supervivencia de la Fundación. De hecho, esa fe ha acabado permeando a los nuevos líderes “bárbaros” que han ido surgiendo en los sistemas adyacentes y que han aprendido a respetar a los habitantes de Términus.

 

Y entonces, aparece el Mulo, una anomalía que el hasta ese momento infalible Plan Seldon no ha predicho. Se trata de un mutante al que nadie parece conocer en persona pero que tiene el poder de subyugar las mentes ajenas y lo ha utilizado para reunir un ejército enorme y establecerse como una especie de emperador de su región de la galaxia. Siendo una amenaza de envergadura inaudita para las predicciones de Seldon y ante el peligro de que la galaxia quede sometida a décadas de esclavitud, forzará a la Segunda Fundación a manifestarse. 

 

Y es que, efectivamente, se descubre que, sin conocimiento ni de Términus ni de las autoridades imperiales, el genial matemático de Trantor había establecido una Segunda Fundación en una localización secreta. Si la primera estudiaba las ciencias físicas y avanzaba tanto en su conocimiento como en las tecnologías aplicadas, la segunda hacía lo propio con las psíquicas y psicológicas, teniendo además la tarea de acometer las medidas necesarias para, siempre discretamente y desde las sombras, salvaguardar el Plan Seldon. Sus agentes infiltrados en puestos clave vigilan y, si es preciso, intervienen en los acontecimientos para evitar desvíos importantes del Plan que pudieran retrasar el fin de los años de descomposición política en la galaxia.

 

Dada la escala de la historia que se quería narrar, resultaba imposible hacerlo con un formato tradicional de novela. Lo que pretendían Asimov y Campbell era mostrar cómo actuaban las fuerzas de la Historia en un marco galáctico y un periodo de siglos. Así que el autor hizo de la propia galaxia la protagonista, combinando, por una parte, la descripción de tendencias de fondo a lo largo de dilatados periodos de tiempo con un énfasis en la vertiente social e histórica por encima de la tecnológica (enfoque que ya había propuesto el británico Olaf Stapledon en “Primera y Última Humanidad”,1930); y, por otra, una serie de narrativas relativamente autocontenidas que van avanzando en ese eje temporal y están protagonizadas por distintos personajes atrapados por esas fuerzas históricas.

 

Dado que las historias iban publicándose con intervalos de varios meses o incluso años, al leerlas todas juntas se detecta un inevitable factor de repetición en los diálogos de los personajes, ya que era necesario ir recordando al lector lo sucedido hasta ese momento. Aunque puede resultar algo molesto, sirve para construir una continuidad y aportar la perspectiva del paso del tiempo. Los personajes de las primeras historias acaban, siglos después, dando su nombre a naves; la gente tiene hijos y nietos; los planetas urbanos decaen hasta convertirse en mundos agrícolas; las corrientes de la Historia afectan a los individuos….

 

Tengamos en cuenta a la hora de valorar los méritos y defectos de Asimov, que la otra gran Historia del Futuro de la Edad de Oro (porque para la aparición de “Los Señores de la Instrumentalidad” de Cordwainer Smith aún quedaban varios años) era la de Heinlein, pero ésta no se hallaba entonces completa (casi la mitad de sus cuentos los escribiría el autor después de 1947). Además –y esto es muy relevante-, Heinlein era un autor ya de edad madura, con una extensa y rica trayectoria vital que podía trasladar a sus cuentos. Por el contrario y en el momento de publicar la primera historia de “Fundación”, Asimov era un muchacho de 22 años, que no había salido nunca de Nueva York, que aún estaba estudiando y cuya vida social era muy reducida. Y esto, inevitablemente, se traduce en el tono, calidad y estilo literario de la Trilogía.

 

Y así, el cariño que profesan tantísimos fans a la saga de la Fundación no debe hacer olvidar sus muchos defectos, como por ejemplo su tono seco y funcional, incluso frío; su vocabulario escaso y su igualmente justa calidad literaria. Asimov compartía con sus colegas de la Edad de Oro el hábito de no dejar absolutamente ningún espacio a la ambigüedad o la duda. En tanto en cuanto acepte su línea de razonamiento, hay poca oportunidad para que el lector rellene huecos o interprete pasajes. Lo más que puede hacer es estar en desacuerdo con sus premisas, pero nada más.

 

Pese a las llamativas portadas que suelen adornar las ediciones de la Trilogía de la Fundación, mostrando espectaculares naves en el espacio o paisajes del mundo-ciudad de Trántor, lo cierto es que casi todas las historias se apoyan de manera casi exclusiva en diálogos, a menudo expositivos o explicativos. Las escasas escenas que no los contienen están resueltas con prisas y poco lustre. No hay apenas descripciones que ayuden a insuflar vida a esa multiplicidad de mundos galácticos por lo que su capacidad para evocar imágenes es escasa o nula. La acción está ambientada en un futuro que, aparte de algunos detalles, no se diferencia demasiado psicológica, cultural y políticamente del nuestro. Aunque transcurren un par de siglos desde el comienzo de la trilogía hasta el final, no se perciben cambios notables en ningún aspecto. Tampoco hay apenas extrapolaciones tecnológicas o sociales sino que todo está basado en el pasado, lo conocido (pautas que conservaría para sus relatos y novelas de robots). Asimov asumía pocos riesgos. Aunque también puede argumentarse, y esto depende del gusto de cada cual, que la dependencia de los diálogos y las escasas descripciones han permitido envejecer a la Fundación mucho más dignamente que otras obras contemporáneas.

 

Tanto en los cuentos de robots como en la Fundación, Asimov seguía una fórmula repetitiva y reconocible aunque siempre efectiva: la de los relatos básicos de detectives. Ésta consistía en plantear un enigma aparentemente insoluble para luego descubrir la clave que lo explicaba. En las historias de robots, se trataba de una aparente violación de las Tres Leyes de la Robótica que a la postre resultaba no ser tal; en las de la Fundación, ésta se veía sumida en una crisis de la que no parecía haber salida pero que se salvaba gracias a la astucia del personaje de turno –y de la inevitabilidad del Plan Seldon-. Esa dinámica se rompe hasta cierto punto con la introducción del Mulo (no totalmente, ya que entonces se introducen los misterios de la identidad del mutante primero y de la localización de la Segunda Fundación después). Quizá hubiera sido más interesante que la Segunda Fundación hubiera desarrollado sus propia agenda y metas para el futuro y que ello la convirtiera en un antagonista más sólido e intrigante que la aristocracia espacial, imperial o bárbara, inclinada a utilizar la fuerza bruta.

 

Tampoco acaba de resolverse del todo satisfactoriamente la intervención de la Segunda Fundación en auxilio de la primera. Que el Mulo tenga poderes telepáticos puede admitirse como una anomalía extraordinaria. Pero se suponía que la Segunda Fundación eran los expertos absolutos en psicohistoria y psicología y hubiera sido más interesante verles derrotar al Mulo con esas habilidades que con las manipulaciones mentales producto de sus propios poderes telepáticos, un recurso que parece facilón y tramposo.

 

Igualmente, la caracterización de los personajes es muy rudimentaria. Hari Seldon es, irónicamente dado que apenas aparece en la trilogía original, uno de los personajes más memorables de Asimov; pero no tanto porque sea alguien carismático o muy bien construido sino por su genial inteligencia y el halo de seguridad y autoconfianza que ello le otorga. De alguna manera, es el Salvador de la Humanidad… al que se opone el Mulo (modelado a partir de personajes históricos como Atila, Tamerlán y Carlomagno), que para muchos y especialmente aquellos a los que la idea del determinismo les resulta repugnante, es quizá el auténtico héroe de la saga, un individuo de férrea voluntad y temperamento animoso pese a su grotesco aspecto, capaz de hacer frente a las corrientes de la Historia y de oponer su feroz individualidad a la arrogancia y complaciente autoconfianza de los miembros de la Fundación.

 

Otros personajes con cierto empaque en la serie son, a mi gusto y parecer, Salvor Hardin, que arrebata el poder a los intelectuales de Términus y se convierte en el primero de los Alcaldes destacando por su astucia y visión política; el general Belriose, figura trágica por cuanto su brillantez militar y su lealtad al imperio no le sirven sino para ser considerado una potencial amenaza al mismo y morir ejecutado por orden del propio emperador; y, sobre todo, la valiente y avispada adolescente Arcadia Darell, que arriesga su vida para descubrir la localización de la Segunda Fundación. Tanto ella como su madre son mujeres más modernas y simpáticas que las que Asimov creó para el Ciclo de los Robots.

 

Pero todos ellos, hombres o mujeres, no tienen demasiada vida interior y se definen más por sus acciones –o, más bien, diálogos- que por su fuerte personalidad o su sofisticación. No se les da un contexto vital o un sustrato emocional y, en el caso de los varones y aunque cambian de historia a historia, todos hablan de la misma forma y actúan de forma parecida.

 

Por otra parte, la propia escala temporal de la historia impide mantener a un solo elenco de personajes y obliga a Asimov a crear un héroe tras otro –o heroínas, como en el caso de Bayta y Arcadia Darell-, no siendo todos igualmente interesantes dado que no disponen del recorrido suficiente como para desarrollarse y evolucionar. Por ejemplo, el primero de ellos que se presenta en el relato de apertura es Gaal Dornick, un personaje soso que enseguida queda eclipsado por Hari Seldon. Pero para cuando la Fundación se pone en marcha en el segundo relato, ambos ya han muerto y ha de introducirse un nuevo líder carismático, Salvor Hardin. Y así sucesivamente hasta el final de “Segunda Fundación”, el último volumen. 

 

(Sigue en la siguiente entrada  

1 comentario:

  1. Excelente resumen! Con todo, sigue cautivando esa frialdad y diseño superlativo de la historia de Asimov, con personajes que no se olvidan fácilmente.

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