domingo, 6 de septiembre de 2020

1978-ALERTA: CATÁSTROFE – Jack Gold



En los años setenta, las películas de CF que trataban de integrar otros géneros se abordaban de forma muy diferente a como se planifican hoy. En la actualidad, la tendencia es a organizar las tramas como una serie de extravagantes secuencias de acción, necesitando en el mejor de los casos de un director con mano firme y buen ojo que impida caer en excesos visuales y narrativos. Pero en 1978, guionistas y realizadores aún pensaban que los diálogos y las interpretaciones de los actores eran recursos mucho más eficientes que los efectos especiales a la hora de crear suspense y transmitir la sensación de amenaza inminente. Es más, ni siquiera existía esa necesidad hoy tan perentoria de satisfacer al público con personajes simpáticos o finales felices. Un buen ejemplo de todo ello es “Alerta: Catástrofe”.



El escritor John Morlar (Richard Burton) es descubierto en su piso con la cabeza aplastada pero, de forma casi milagrosa, todavía vivo. Es llevado a un hospital pero, aunque sus constantes vitales son mantenidas a flote artificialmente, su electroencefalograma registra una actividad inexplicable. El inspector Brunel (Lino Ventura), un policía francés en un programa de intercambio, es el encargado de investigar el intento de homicidio y empieza a interrogar a todos aquellos que conocieron a Morlar, un individuo misterioso y desasosegante a partes iguales.

La psiquiatra que visitaba, la doctora Zonfeld (Lee Remick) le revela a Brunel que Morlar creía ser el causante a lo largo de su vida de una serie de muertes aparentemente accidentales,
gente que de una forma u otra el deseó que fallecieran: su niñera, sus padres, uno de sus profesores, un juez que le agravió mientras ejercía de abogado, su esposa, la insoportable vecina del piso contiguo al suyo… Conforme avanza en sus pesquisas, Brunel va convenciéndose de que Morlar tiene poderes mentales, concretamente telequinéticos y que si no ha muerto es porque, impulsado por un enfermiza misantropía, desea con toda su voluntad utilizarlos para una última misión que derrumbará los cimientos del establishment que tanto odia.

“Alerta: Catástrofe” fue una coproducción francobritánica, un thriller sobre un individuo inestable con poderes mentales y que, como tantos otros films del mismo tema por entonces, se aprovechó del interés popular despertado por lo paranormal gracias a “Carrie” (1976), de
Brian de Palma. Curiosamente, se estrenó el mismo año que otra película, esta australiana, con un paciente telekinético comatoso en un hospital, “Patrick”. En esta ocasión, se trató de una adaptación de la novela de 1973 escrita por Peter Van Greenaway –no confundir con el director de cine- y dirigida por Jack Gold, más conocido por su trabajo en televisión, especialmente la película “El Funcionario Desnudo” (1975) y, ya en el cine, trabajos más esporádicos como “El Cañón Bofors” (1968) o “Ases del Cielo” (1976) así como el thriller de espionaje con tintes de CF “El Hombre de la Máscara de Acero” (1974).

“Alerta: Catástrofe” trata de fusionar tres géneros: policiaco (“El Poder”, 1968), terror (“La Profecía”, 1977) y ciencia ficción, al que incluso podría añadirse el de desastres en el último
tercio del film (“El Coloso en Llamas”, 1974). A estas alturas, la trama “telekinética” que impulsa la historia ya resultaba muy familiar, pero su presentación como un misterio policial ofrece un punto de interés. De hecho, la mayor parte del metraje está dedicado a Brunel y es desde su perspectiva, a través de las conversaciones que mantiene con terceros (articuladas como flashbacks, siempre una arriesgada forma de aportar información pero que aquí funciona bien), que la historia avanza y se va desvelando el misterio que rodea a la que aparentemente es la víctima del caso, John Morlar. Éste, por su parte, es un personaje intrigante que cuenta con algunas escenas de diálogo muy potentes, como su intervención en el tribunal o la agria conversación con su esposa y el amante de ésta.

Por desgracia, los problemas de Richard Burton con el alcohol son más que patentes en su aspecto y además de dar la impresión de que había llegado al set de rodaje tras una larga
francachela y habiendo perdido un par de noches de sueño, sobreactúa innecesariamente. Llevaba ya años sumido en ese sopor que le impedía alcanzar su máximo brillo como actor, relegándole a una serie de interpretaciones mediocres en películas como “La Mujer Maldita” (1968), “Candy” (1968), “El Asesinato de Trotsky” (1972), “Barba Azul” (1972) o “Equus” (1977). De hecho, la película inmediatamente anterior a esta que comentamos ahora, había sido la infame “El Exorcista II: El Hereje” (1977). Por lo menos, Richard Burton aporta cierta distinción al reparto y su aspecto ajado coincide con el del hombre amargado y cínico que encarna.

Siendo una coproducción, la parte francesa impuso la participación del actor Lino Ventura como detective francés, claramente fuera de lugar en una historia que transcurre en Londres y que atañe a la policía de ese país. De hecho, en la novela original, su personaje era un inspector
británico. Su aire perpetuamente tristón no es el más indicado para una trama en la que debería dominar el suspense y el drama. Algo similar puede decirse de la sosa y distante interpretación de Lee Remick. En el libro, su personaje era masculino pero tratando de atraer a un público más amplio y poner en pantalla un rostro femenino y norteamericano, se optó por esa actriz, que tan solo un año antes había coprotagonizado ese gran éxito que fue “La Profecía”. El resto del reparto está integrado mayormente por actores británicos de carácter como Harry Andrews, Gordon Jackson y Michael Horden, muy familiares para el cinéfilo y que solventan sus breves papeles con eficacia.

La dirección de Jack Gold es profesional aunque muy británica en su estilo y contención narrativa. Como he mencionado, Gold había desarrollado la mayor parte de su carrera en
la televisión y “Alerta: Catástrofe” se resiente algo de ello dado que, excepto por su reparto, cinematográficamente no aporta prácticamente nada que lo distinga de una producción televisiva. El ritmo es pausado y la falta de presupuesto se hace evidente sobre todo en el segmento final, al que le faltan medios y que se ve obligado a optar por el minimalismo, los planos cortos y la sobreactuación de los extras. Aunque la película no es explícitamente violenta, sí tiene cierto aire desasosegante, concretado de forma brutal en algunas escenas como esa en la que el avión se estrella contra un rascacielos, aunque, claro está, el impacto que pueda causar es sobre todo por su naturaleza profética del 11-S de 2001.

El planteamiento y desarrollo iniciales del misterio son interesantes pero en el último cuarto del film, habiéndose descubierto ya la identidad del asesino y los poderes y propósito de Morlar, el guión abandona la exploración psicológica del tormento que siente éste y se convierte en un thriller de suspense y acción mucho más rutinario. Al menos, el guionista (John Briley, que más adelante escribiría “Gandhi”, 1982; y “Grita Libertad”, 1987) evita dar explicación alguna a los poderes de Morlar (algo que quizá irrite a muchos espectadores pero que a mi me parece que sirve para mantener parte del misterio) o siquiera rematar la historia con un desenlace optimista, esperanzado o siquiera justo.

Pese a su reparto y tema de moda, “Alarma: Catástrofe” no fue un éxito en el momento de su
estreno y desapareció casi inmediatamente de las salas de cine británicas (tampoco en Estados Unidos tuvo apenas distribución). Al cabo de un año, volvió a exhibirse como programa doble con otra película y tuvo un recorrido mucho más satisfactorio, llegando incluso a anunciarse por televisión, algo muy raro en Gran Bretaña.

“Alarma: Catástrofe” es, en último término, una película a mitad de camino entre la serie B y la A y que conseguirá entretener a aquellos espectadores que asuman y disfruten las particulares características propias de su tiempo, lugar y estilo. Como thriller sobre asesinos telekinéticos es quizá más original que, por ejemplo, “Carrie”, pero carece de su energía cinematográfica y capacidad de impacto.






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