La figura de Robert Anson Heinlein se alza por encima de muchos críticos e historiadores de la Ciencia Ficción. Porque en él se daban cita dos conceptos, el de autor y el de autoridad. Sus obras se hallan, sin duda, entre las más representativas de toda la Edad de Oro. Más de una generación de lectores y autores crecieron leyendo sus narraciones y creyendo firmemente que la suya era el arquetipo de lo que toda CF debería ser: relatos originales y enérgicos que animaban a la reflexión, escritos con fluidez, con personajes que viajaban por el sistema solar o por los posibles futuros de la Tierra sin perder por ello verosimilitud o atractivo. Creó muchos de los temas y enfoques sobre los que el género volvería una y otra vez. De todos los escritores de CF norteamericanos, Heinlein probablemente ha sido el más influyente.
Nacido en 1907 en Butler, Missouri, Robert Anson Heinlein se graduó en la Academia Naval en

Heinlein se había criado con los fantásticos relatos de Frank Reade, las historias de Tom Swift y la ciencia ficción que Hugo Gernsback había comenzado a introducir en “Electrical Experimenter” antes de fundar “Amazing Stories”. Se enteró de que la revista “Thrilling Wonder Stories” organizaba un concurso entre los lectores ofreciendo un premio de cincuenta dólares. Decidió probar suerte. Se sentó frente a su máquina de escribir y de ella salió su primer cuento, “Línea de Vida”; pero al final, en lugar de al certamen, decidió enviarlo a la cabecera más prestigiosa del momento, “Astounding Science Fiction”, entonces en las manos editoriales de Joseph W.Campbell.

Sus antecedentes y entorno se dejaron notar desde el principio de su carrera literaria. Aquel primer cuento no solamente se publicó, sino que cosechó un inesperado éxito, éxito que se repetiría con sus siguientes entregas, siempre innovadoras y maduras. Sus historias pasaron a convertirse en modelo y guía para el resto de los autores de la revista, sustituyendo el estilo libre, desenfadado y centrado en la acción desbocada propio de las space operas por un preciso control narrativo.
Hoy puede que Heinlein ocupe una posición menos central en el género y los nuevos lectores

Entre 1939 y 1942 (momento en el que fue movilizado por la Armada hasta el final de la Segunda Guerra Mundial), Heinlein integró buena parte de sus primeros trabajos dentro de una cronología ficticia cuidadosamente meditada, una “Historia del Futuro” –en la que luego integraría también algunas novelas más tardías-. A priori, podría pensarse que la idea no era completamente nueva. Los británicos H.G.Wells y Olaf Stapledon ya habían trazado sus propias historias del futuro. Ahora bien, éstos habían plasmado dichas especulaciones en novelas en las que se exponían de forma cronológica los hechos más relevantes de la evolución de la Humanidad. Heinlein también imaginó su propia historia pero, a diferencia de aquéllos, nunca pretendió contarla, sino sólo utilizarla como decorado, como trasfondo implícito sobre el que ir insertando historia tras historia.

El tono general de la “Historia del Futuro” de Heinlein era el de una especie de accidentado pero seguro camino hacia la utopía. Su “predicción” para la década de los cincuenta, por ejemplo, bautizada como “Los Años Locos” era la de un periodo de “avance técnico considerable… acompañado por un deterioro gradual de las buenas costumbres, la orientación y las instituciones sociales, finalizando en una psicosis de las masas” (hay quien dice que sólo se equivocó en diez años y que lo que imaginó para los cincuenta acabó sucediendo en los sesenta). A comienzos del siglo XXI, el desarrollo llevaría a un resurgimiento del imperialismo ejemplificado en el trabajo esclavo que sustentaba la economía colonial de Venus (“Lógica del Imperio”), la anexión de Australia a los Estados

Unas de las tareas a las que tuvieron que enfrentarse los primeros editores de ciencia ficción que se tomaron en serio el género fue la de reducir las implausibilidades en los relatos que publicaban. Y no sólo de carácter científico. En 1940, un lector británico de “Astounding Science Fiction”, enviaba una crítica carta a la revista: “No tienen un solo autor en su nómina que demuestre una verdadera percepción social. En resumen, podrían utilizar algunos H.G.Wells u Olaf Stapledons para complementar su ejército de Vernes”.
La acusación estaba justificada, aunque sólo parcialmente. Si bien es cierto que en la década de los treinta sí se habían publicado trabajos de autores, (como David H.Keller, ya revisado en este blog), que ocasional y torpemente habían tratado de introducir el comentario social, en general aquel lector británico tenía razón, y desde entonces la suya ha sido una acusación esgrimida muy a menudo contra la ciencia ficción, especialmente por parte de aquellos que desconocen el género.
Robert A.Heinlein fue uno de los que más contribuyó a cambiar tal estado de cosas. Lo que hizo a sus historias inmediatamente populares entre los lectores de “Astounding” fue su habilidad para plasmar el futuro, describirlo mediante referencias casuales a inventos y descubrimientos sin tener que detallarlos. Era el escritor perfecto para Campbell, que pedía a sus autores historias “escritas para una revista del siglo XXI”, que ofrecieran un futuro que se “sintiera” real, vivo.
Si fuera posible averiguar la hora de nuestra muerte, ¿podría ese momento ser

“Las Carreteras Deben Rodar” (1940) está situada en una América del futuro en la que la gente

Pero el sustrato del relato, siguiendo las directrices Cambpellianas, no trata tanto de la tecnología en sí como del efecto que ésta tiene sobre las relaciones sociales, en este caso laborales. Aquí no hay héroes espaciales rescatadores de damiselas y matadores de monstruos alienígenas, sino gente normal que, en determinadas situaciones, puede ser heroica aun no queriendo serlo. Es más, el “héroe” o, más bien, quien tiene el poder y recibe la admiración de autor y lectores, es el ingeniero, el científico, no el guerrero.
En este relato, los ingenieros que supervisan el funcionamiento del sistema de carreteras se agrupan en un cuerpo de élite con espíritu militar: adiestrados en una academia especial, sometidos a una rigurosa disciplina, totalmente entregados a su tarea y custodios conscientes y orgullosos de un conocimiento vital para el sostenimiento de la sociedad. Cuando estalla la crisis, al Ingeniero Jefe Gaines no se le ocurre confiar en los políticos o las fuerzas del orden. Él, de hecho, es apolítico y su único interés es mantener el sistema en marcha: “El verdadero peligro”, afirma, “no son las máquinas, sino los hombres que las manejan”. Gaines asume el mando, ordena a todos ponerse bajo su autoridad y emprende acciones de forma resolutiva, racional y valiente. Es, como dije, el nuevo héroe Campbelliano.

“Ocurren Explosiones” (1940) es otra celebración de la eficacia del técnico ante situaciones de crisis, esta vez en el contexto de una central atómica en la que se genera energía eléctrica. Tal proceso, sin embargo, es muy inestable y cualquier fallo en la maquinaria o los trabajadores puede acabar en una tragedia de dimensiones apocalípticas. Los especialistas que operan el generador están sometidos a una vigilancia y evaluación psicológica constante para detectar cualquier signo de agotamiento o estrés mental.
Para intentar aliviar el problema, se recurre a un reputado psicólogo que confirma la existencia

(Continúa en la siguiente entrada)
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