sábado, 3 de noviembre de 2018

2018 – ANON – Andrew Niccol


Muchas de las mejores historias de ciencia ficción son aquellas que presentan un futuro en el que un cambio en nuestra realidad actual provoca profundas transformaciones en todos los ámbitos de la vida individual y colectiva. En el caso de la película que nos ocupa, se trata de un avance biotecnológico mediante el cual el cerebro y ojos de todas las personas están permanentemente conectados con el “éter”, entorno virtual que conserva todas esas grabaciones en forma de archivos con sus correspondientes metadatos. El que nadie pueda cometer un crimen sin quedar registrado ha creado una sociedad sin delitos. ¿Se ha conseguido por fin la tan ansiada utopía, un mundo en el que la gente pueda vivir segura y no se produzcan abusos de ningún tipo? Ni mucho menos.



Sal Friedland (Clive Owen) es un detective de la policía cuyo trabajo se basa en acceder al éter y comprobar los recuerdos de las personas para encontrar evidencia de delitos. Un día, se cruza por la calle con una muchacha que carece de metadatos, algo que pasa a ser aún más preocupante cuando trata de compartir lo que vio con otro colega y se da cuenta de que la grabación de ese archivo visual ha sido borrado. Es entonces cuando llega a sus manos un caso en el que, al tratar de acceder al archivo de memoria, se encuentra con que éste ha sido clasificado. Sus investigaciones le revelan que hay una víctima de asesinato cuyo autor consiguió hackear sus ojos y hacerle ver a aquélla a través del punto de vista del homicida, una experiencia realmente terrorífica y angustiosa. Es más, parece haber una cadena de asesinatos idénticos.

Confuso acerca de cómo encontrar a un asesino que puede manipular el éter con semejante
precisión, Sal decide crear un archivo de memorias falsas que le presenten públicamente como un bróker adinerado que pone un anuncio buscando un hacker que borre del éter el recuerdo de una infidelidad. Tras algunas pesquisas, aparece Anon (Amanda Seyfreid), la chica “sin datos” a la que había visto por la calle. Rastreando después sus proxies, los expertos de la policía son capaces de ver a través de sus ojos, aunque ella resulta ser extremadamente cuidadosa y no dirige la mirada hacia lugares que podrían delatar su paradero ni actividad. La única opción que le queda a Sal es solicitar de nuevo sus servicios, pero la atracción surge entre los dos y acaban acostándose. Al acceder a las memorias de él para reemplazar las que quiere borrar, Anon se percata de que Sal es en realidad un detective y escapa. A partir de ese momento, la vida de Sal se convierte en un infierno cuando la hacker le empieza a borrar sus recuerdos más queridos e interfiere con sus sentidos de tal forma que ya no puede distinguir lo que es real y lo que no.

Andrew Niccol es un director con una dilatada trayectoria en el género cuyas películas de factura elegante y planteamientos inteligentes le hacen siempre merecedor de atención. Niccol entró en la ciencia ficción por la puerta grande con dos films ya clásicos:
Gattaca” (1997) y “El Show de Truman” (1998, sólo el guión), los cuales demostraron el potencial de este director y guionista neocelandés. Potencial que no se satisfizo del todo en sus siguientes trabajos, “S1m0ne” (2002) y la historia de “La Terminal” (2004), dirigida por Spielberg. Volvió a la brecha en plena forma con “El Señor de la Guerra” (2005) una cínica y pesimista película sobre el tráfico internacional de armas. Luego vendrían la distópica “In Time” (2011), la adaptación de la novela juvenil de Stephanie Meyer sobre invasiones alienígenas “The Host” (2013) y “Good Kill” (2014), drama bélico sobre la utilización de drones.

En sus películas de CF, Niccol gusta de crear futuros utópicos que en realidad son un espejismo para ocultar sociedades profundamente enfermas debido a la introducción de algún avance tecnológico. En “Gattaca”, los individuos eran programados desde su concepción para tener cuerpos e incluso cerebros genéticamente perfectos, pero la solución a los problemas físicos y mentales creaba a su vez otro tipo de conflicto, en ese caso social. Algo similar ocurría en “In Time”, donde el tiempo de vida se convertía en moneda de cambio y la inmortalidad quedaba al alcance sólo de los más ricos.

En “Anon”, Niccol vuelve a plantear una falsa utopía para imaginar, en un mundo transparente
e hipervigilado, la forma en que los hackers podrían operar y cómo alguien podría conservar su anonimato y privacidad. Estar conectados y monitorizados permanentemente puede que evite muchos delitos y crímenes, pero también elimina la intimidad, y eso es tan malo o peor que tener que asumir la existencia de infractores de la ley. En la película, víctimas de su desesperación por borrar su pasado del éter no son sólo los estafadores de altos vuelos sino maridos infieles, adictos que temen que su vicio afecte a su trabajo o gays que quieren mantener su relación oculta a sus religiosos parientes.

En este sentido “Anon” utiliza un recurso tradicional de la CF al extrapolar y exagerar una
tendencia actual para mostrarnos los peligros de la misma. Vivimos en la época de las redes sociales, las cámaras omnipresentes, los localizadores GPS y los teléfonos móviles. Los operadores tecnológicos conocen todos nuestros contactos, correo, desplazamientos, sitios de compra y visitas de internet. Pese a toda nuestra tecnología –o precisamente a causa de ella- nuestra esfera de intimidad es ahora más reducida que nunca. La película ofrece por tanto una interesante reflexión sobre el valor de la privacidad y lo que puede suponer la pérdida total de la misma.

Pero es que, además, esa utopía de crimen cero es también una mentira puesto que en esa
sociedad hay quien se halla en posición para ocultar lo que le conviene. Aquellos que disponen de abundantes recursos económicos pueden contratar un hacker que borre ilegalmente su registro en el éter y lo sustituya por uno ficticio. De nuevo, los ricos pueden comprar su intimidad mientras que la gente más modesta ha de plegarse al sistema, le guste o no. E igualmente malo, al principio de la película vemos a Sal ocultar un robo porque éste ha sido cometido por una persona humilde y necesitada contra una arrogante millonaria. Lo peligroso es que su acto nos despierta sin duda simpatía pero en el fondo es una infracción de la ley y la ética en base a una inclinación puramente personal.

Por otra parte, nadie parece usar contraseñas que protejan sus recuerdos en la nube y la
autoridad tiene libre acceso a ellas. ¿Acaso no es eso un rasgo claro de las distopías? De hecho, el comisario jefe se permite decir que “el sistema se basa en la transparencia. No hay control en lo que no se ve”, haciendo referencia a los hackers. La clave es esa: el control, algo a lo que aspira cualquier régimen totalitario. Las vidas de las víctimas de asesinato no son importantes, sí lo es que desaparezca el intruso que pone en peligro el sistema. Sal es más escéptico y pronto comprueba a su pesar que al estar todo y todos conectados, también todos somos vulnerables.

Como todas las películas de Niccol, “Anon” ofrece una factura visual impecable, sobria pero
elegante, muy deudora del género negro. Al igual que el de “Gattaca”, es este un futuro que reproduce las tendencias estéticas del pasado, concretamente de un periodo que podría oscilar entre los cincuenta y sesenta del siglo XX. Las calles, los automóviles o la decoración bien podrían haberse utilizado en una película ambientada en esos años. Por otra parte, esa estética también reproduce un futuro distópico, pero no en su versión ciberpunk más ruidosa, anárquica y sucia, como podría ser el caso de “Blade Runner” o “Ghost in the Shell”. En “Anon”, la fotografía incorpora filtros para desaturar el color, por lo que vemos una existencia melancólica, incluso opresiva: las calles son grises y carecen de neones, anuncios publicitarios o escaparates llamativos; todo el mundo viste de negro; la iluminación de los interiores es muy tenue, como si las bombillas que utilizan tuvieran un voltaje inferior al actual; los edificios oficiales carecen de elementos decorativos y están construidos a base de láminas de hormigón visto; los personajes quedan a menudo empequeñecidos contra las superficies de grandes paredes o desproporcionadas mesas… Todo en ese futuro es silencioso, ordenado y reservado. La gente camina en solitario y sin hablar, hay poco tráfico, incluso los pasajeros del metro parecen autistas, con sus miradas ausentes, perdidos en sus respectivos mundos virtuales; los despachos carecen de papeles u ordenadores, inútiles con una tecnología que permite acceder con el propio cerebro a la nube en busca de cualquier información.

Más allá del diseño de producción, Niccol crea multitud de escenas absorbentes como la del
inicio, donde Sal camina por las calles y vemos el mundo a través de sus ojos, una realidad aumentada en la que todos los viandantes tienen flotando a su alrededor etiquetas identificativas con información personal, y donde la publicidad surge como pop-ups de los edificios, algo parecido a lo que pudo verse en “Blade Runner” (1982), donde los anuncios se proyectaban sobre las fachadas de los edificios. Los momentos en los que Sal busca información en el éter sobre un adolescente que se ha suicidado o sobre el mencionado robo a una millonaria en un hotel, están también ejecutados de forma brillante. Lo mismo puede decirse de las escenas en las que la policía hackea los ojos de Anon o cuando Sal se ve empujado a un infierno sensorial… Niccol consigue construir uno de los futuros más fascinantes y originales del cine de CF.

El trabajo de los actores contribuye a reforzar el tono distópico. Las suyas son interpretaciones contenidas que se apoyan en las miradas cansadas y la expresión de hastío. Clive Owen es un actor de formidable presencia física que ya había encarnado a personajes abrumados por el cinismo y la depresión (“Hijos de los Hombres”). Aquí vuelve a dar perfectamente el tipo de individuo quemado y roto por la pérdida temprana de su hijo pequeño, el fracaso de su matrimonio y, podemos presumir a tenor de las escenas de apertura, el aburrimiento de ser policía en un mundo sin crímenes. De hecho, cuando se entera del misterio del asesino hacker, algo poco frecuente, su expresión refleja la primera chispa de interés tras años de hartazgo profesional. Algo parecido aunque en otra línea puede decirse de Amanda Seyfreid (su segunda colaboración con Niccol tras “In Time”), cuyos grandes ojos en esta ocasión transmiten la sensación de una vida muerta.

El problema de la película quizá resida en que pese a la fascinante premisa inicial y su imaginativa puesta en escena y al chispeante juego del gato y el ratón que se llevan entre manos Sal y Anon, la investigación propiamente dicha puede resultar algo aburrida en su desarrollo. Asimismo, no puedo evitar ver cierto sesgo machista –algo que también encontramos en “Gattaca” o “In Time”- en tanto en cuanto el personaje femenino es, pese a su aire misterioso, bastante plano, un simple peón
para que avance la trama. Tampoco tiene inconvenientes el guión en emparejar a la joven y bella Amanda Seyfreid con el cincuentón y gastado Owen. La relación íntima que mantienen no resulta demasiado creíble –sobre todo desde el punto de vista de ella-.

Tampoco está bien explicado por qué resulta tan traumático que Anon borre las imágenes que Sal tiene almacenadas en el éter si sus recuerdos reales, aquellos conservados en su cerebro, no resultan accesibles a la hacker. La película no consigue explicar bien la diferencia entre los archivos de memoria y los recuerdos auténticos y en qué medida unos afectan a los otros.

“Anon” es una película que ha dividido bastante al público. Hay quien la ha acusado de plana, falta de vida y profundidad, excesivamente larga y lenta. En mi opinión, hay que tener presente que se trata de un tipo de ciencia ficción intelectual a la que no interesa la acción frenética, las peleas y los efectos especiales de impacto sino la intriga, la atmósfera y el comentario social. En este sentido, plantea temas muy actuales dignos de debate de una forma más sosegada, intimista y profunda de lo que suele ser habitual en los blockbusters del género. Su estética es asimismo fascinante pero a la hora de abordarla conviene saber que uno se va a encontrar más diálogos que acción física, cierto tono deprimente, un ritmo lento y un final poco concluyente. En su corazón, no obstante, “Anon” es ciencia ficción pura.


4 comentarios:

  1. Gattaca es una de las mejores peliculas de CF que he visto. Pensar que ya van 20 años...
    Excelente blog.
    Escribo ademas para informar que en el blog de "Un universo de viñetas" he dejado desde hace meses varios comentarios entusiastas y nunca aparecen. No han sido autorizados?
    Un saludo

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  2. Hola. Pues no los he visto... Creo q eliminé uno por error y no lo pude recuperar, pero el resto... Lo comprobaré pero en cualquier caso no ha sido intencionado Sorry!!

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  3. Yo también dejé de comentar en ese blog porque no salían mis comentarios. Ególatra que es uno :D De lo mío también hace muchos meses. No quise dar la vara porque pensé que era una opción personal tuya para ese blog. Te lo digo ahora porque parece que esa no era tu intención. No es un problema de un comentario. En todo caso gracias por darle sin descanso.

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  4. Pues entonces el problema no ha sido mi despiste... No se, algo le pasará a Blogger. Algunos comentarios sí me aparecen, y los publico siempre. A ver si se arregla. En cualquier caso, gracias por estar ahí...

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