martes, 20 de noviembre de 2018

2007- CARTHAGO – Christophe Bec y varios


El de Mundos Perdidos fue un subgénero inmensamente popular en la literatura de aventuras y ciencia ficción allá por el siglo XIX y principios del XX, cuando todavía se estaba en pleno proceso de descubrir nuestro planeta, conquistando sus cimas y tocando sus rincones más inaccesibles. Los exploradores de la vida real eran celebridades tanto científicas como sociales, individuos inquietos, curiosos, carismáticos y experimentados que fascinaban a la opinión pública. No es de extrañar que la ficción creara sus propias versiones para zambullirlos en aventuras todavía más fantásticas que las de encontrar las fuentes del Nilo o llegar al Polo Sur. Ahí tenemos a Julio Verne, H.Rider Haggard, Joseph Conrad o Arthur Conan Doyle que, entre muchos otros, legaron a la literatura insignes exploradores de tinta y papel. Pero conforme avanzaba el siglo XX, los mapas se fueron rellenando, los medios e infraestructuras de transporte mejoraron y el cine facilitó el acceso del público a lugares hasta entonces inaccesibles. La aventura de explorar, de imaginar maravillas tan grandes como el riesgo de descubrirlas, hubo de salir de nuestro planeta para trasladarse a otros mundos poblados por criaturas tan exóticas para nosotros como en su momento lo fue el canguro o el hipopótamo para nuestros antepasados. Lo que la Aventura perdió en la literatura y el cine, lo ganó la Ciencia Ficción.



Sin embargo, cabe preguntarse si está tan bien explorado nuestro planeta como para que dejemos de prestarle atención desde el punto de vista de la aventura, de la expectativa de encontrar maravillas que cambiarán nuestra perspectiva de la Tierra o de nosotros mismos Los continentes, con la excepción quizá de algunas regiones selváticas, puede que no guarden muchos secretos, pero a menudo olvidamos que la mayor parte de nuestro planeta está cubierto de agua. Mucha agua. Y que los océanos y sus profundidades son tan extraños a nosotros, tan hostiles a nuestra presencia, tan peligrosos y lejanos, que a todos los efectos bien podrían ser otro mundo. ¿Qué secretos nos esperan allá abajo? Algunos destacados nombres de la ciencia ficción, como James Cameron en “Abyss” (1989), imaginaron civilizaciones alienígenas asentadas en las inmensidades abisales. Otros, como el guionista Christophe Bec en “Carthago”, desean que la prehistoria y sus magníficas criaturas hayan sobrevivido allí, a salvo del agresivo progreso humano.

El primer volumen de esta serie publicada en Francia por Humanoides Asociados, “La Laguna de la Fortuna” arranca en 1991. El comandante Bertrand (una suerte de Jacques Cousteau) se
retiró de la investigación oceánica tras descubrir algo fantástico durante una inmersión en solitario en el golfo de Tadjoura, en Djibouti, mientras buscaba el origen de una leyenda local sobre una criatura a la que los nativos ofrecían sacrificios.

En 1993, en una prospección submarina en el Pacífico Sur en busca de yacimientos de gas natural, unos buzos de la poderosa corporación Carthago descubren al perforar el lecho oceánico una gruta submarina en la que, al entrar a explorar, son atacados por un animal que ulteriores investigaciones determinan como un megalodón, una colosal especie de tiburón antediluviano. Sin embargo, el presidente de Carthago (un hombre con el rostro desfigurado siempre oculto tras un pasamontañas negro), en connivencia con el consejo de administración, deciden mantener el hallazgo en secreto para proteger sus inversiones. Si la UNESCO o la comunidad científica internacional llegaran a saberlo, cerrarían el complejo de Sedna, un conjunto de perforaciones gasísticas en pleno océano, del que la corporación obtiene la mayor parte de sus ingresos.

Sin embargo, esa información secreta no tarda en filtrarse y, ya en la actualidad, ha caído en
manos de una organización de ecoterroristas conocida como Adome y que tiene intención de hacer público el descubrimiento siempre y cuando puedan corroborarlo adecuadamente. Para ello contactan con Kim Melville, una joven pero reputada oceanógrafa, que se presta a viajar a una isla cercana a Nueva Zelanda en cuyas proximidades hay una fisura que conecta con la red de cuevas antediluvianas. Kim tiene una hija, Lou, con extrañas habilidades relacionadas con el agua y las criaturas marinas, hija cuyo origen y poderes se explican conforme avanza la trama. Efectivamente, encuentran –y a punto están de no contarlo- con criaturas prehistóricas submarinas, entre ellas los megalodones.

Y un tercer jugador sobre el tablero es el excéntrico millonario conocido como “El Centenario de los Cárpatos” –por residir en un lúgubre castillo en esa zona de Europa-. Es un coleccionista de rarezas que utiliza sus inmensos recursos para contratar a London Donovan, un cazador de tesoros mercenario, para que le capture un megalodón, cuya existencia ha conocido a través de un reciente descubrimiento arqueológico. Mientras tanto, los megalodones empiezan a
hacer de las suyas en los mares de todo el mundo mundo, atacando yates y sembrando el pánico entre los cetáceos de todos los océanos, que huyen despavoridos varándose en las playas de múltiples países.

Tras haber puesto sobre el tablero a los jugadores, el segundo volumen, “El Abismo de Challenger”, los hace interactuar al tiempo que retrocede en el tiempo para ir completando el rompecabezas. En 1915, durante la Primera Guerra Mundial, la tripulación de un submarino alemán es testigo de la aparición espectacular de un gigantesco depredador antediluviano. En 1987, en el Tíbet, Feiersinger, el Centenario de los Cárpatos, acude al Tíbet para cazar al Yeti, encuentro a resultas del cual perderá el uso de su cuerpo. Ya en el tiempo actual, mientras los expertos del mundo debaten sobre el fenómeno de los miles de ballenas y delfines varados en las playas de todo el mundo y los megalodones se hacen visibles conforme causan más muertes, Kim es chantajeada por Feisersinger con el secuestro de su hija para que colabore con el excéntrico millonario; el presidente de Carthago planea amenazar a la oceanógrafa con la extraña fisiología de su hija; y el comandante Bertrand avanza en la resolución del enigma de la Atlántida, un enigma del que quizá los aborígenes australianos sepan más de lo que nadie imagina…

Es difícil contar más sin arruinar la emocionante y sorprendente trama de este comic en el que se mezclan la aventura, la especulación científica, la criptozoología, los animales antediluvianos, las civilizaciones perdidas, … Las escenas submarinas están muy bien realizadas y las explicaciones que se dan a la supervivencia de la fauna prehistórica, la existencia de otra especie humanoide en nuestro planeta o las máquinas para explorar los abismos oceánicos (el Leviatán)–plausibles o no desde la ortodoxia científica o técnica- están mejor razonadas que en la inmensa mayoría de películas o comics que tocan estos temas.

Ciertamente, no es este un comic de personajes. Éstos resultan planos y poco interesantes desde el punto de vista psicológico. Apenas tienen una evolución emocional que merezca tal nombre. Pero no importa. Porque “Carthago” es sobre todo un comic de aventuras absorbente y ciencia ficción dura llena de imágenes impactantes ¿A quién no le fascinan los tiburones y los dinosaurios y le aterrorizan y maravillan por igual los ignotos abismos del océano, a todos los efectos asimilable a otro mundo distinto al que conocemos? Por otra parte y aunque el guión no entra verdaderamente a analizar en profundidad estos asuntos, sí se apuntan bastantes temas dignos de reflexión, como el poder de las corporaciones; las rencillas personales y disensiones académicas entre científicos que impiden los debates sosegados; el delicado equilibrio entre ecología y economía; y entre la búsqueda de conocimiento y el deseo de fama; nuestra insignificancia y debida humildad frente al poder e inmensidad de la Naturaleza y, al mismo tiempo, el inmenso don que supone nuestra curiosidad y nuestra capacidad para investigar a costa incluso de nuestras vidas…

Un tebeo, en suma, muy bien realizado, quizá un poco frío desde el punto de vista emocional pero que garantizará entretenimiento a los lectores que busquen ciencia ficción seria y adulta.

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