Los films de ciencia ficción de la década de los sesenta que acabaron teniendo un mayor impacto en el género –y, en algunos casos, en el propio arte cinematográfico- se servían a menudo de los temas propios de la CF para experimentar formalmente con una nueva gramática visual, fusionando la narrativa de ficción con otros géneros, como el documental, el ensayo ideológico o, como es el caso que nos ocupa, la fotonovela. Se trata de “El Muelle”, considerado por muchos críticos uno de los mejores films de ciencia ficción jamás rodados.
En el aeropuerto de Orly, un niño ve caer a un hombre tiroteado. Poco después, estalla la
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Uno de esos supervivientes es aquel niño del principio, ya convertido en adulto (Davos Hanich), y que resulta elegido como parte de un experimento de viaje temporal cuyo objetivo es recoger información que permita romper la línea cronológica e impedir la tragedia nuclear. El motivo de que se le haya elegido a él y no a otro ha sido su capacidad para retener un momento emocionalmente muy intenso del pasado, no solamente el instante del asesinato del hombre,
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Este corto de 28 minutos, distribuido como programa doble con otro clásico francés de la ciencia ficción, “Lemmy contra Alphaville”, de Jean-Luc Godard, se realizó en Francia en la cúspide de la conocida como “Nouvelle Vague” o “Nueva Ola”, el movimiento renovador del cine francés surgido alrededor de la revista Cahiers du Cinema. “El Muelle” se estrenó tan sólo un año después de “El año pasado en Marienbad” (1961, Alain Resnais) y, de hecho, la influencia de ésta cinta resulta evidente en el corto que comentamos. Ambas producciones son fantasías sobre viajes temporales abordadas desde un punto de vista introspectivo. No son narraciones dramáticas sobre aventureros temporales que han de sobrevivir entre los restos degenerados de la humanidad, como era el caso de otras películas de
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“El Muelle” es una cinta muy experimental. El director Chris Marker recurre al poco ortodoxo método de narrar toda la historia a base de tomas estáticas, una especie de sucesión de fotografías en blanco y negro mantenidas en pantalla durante un tiempo variable y acompañadas por una susurrante voz en off que recita un texto extrañamente poético. El efecto que se consigue es el de concentrar al espectador en el poder de la imagen mediante la yuxtaposición de momentos congelados en el tiempo, vistazos parciales e incompletos al pasado; algo que se ajusta perfectamente al tema
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Aunque recibió calurosas críticas por parte de los expertos, lo cierto es que “El Muelle” pasó prácticamente desapercibido para el público hasta la década de los noventa, cuando obtuvo una nueva vida gracias a la versión que Terry Gilliam realizó con el título “Doce Monos” (1995). Irónicamente, el corto de Marker era en sí
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Con todo lo peculiar que es el cine de Terry Gilliam, “El Muelle” sigue siendo más extravagante
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A pesar de su nombre aparentemente inglés, Chris Marker era francés. Nacido Christian François Bouche-Villeneuve en 1921, luchó en la Segunda Guerra Mundial antes de hacer carrera como escritor y editor. Hombre de intereses diversos, adoptó el apellido artístico Marker –parece ser que tomado de un popular rotulador de la época- y probó suerte en el mundo del cortometraje documental influido, como hemos visto, por la Nouvelle Vague. Durante las siguientes cuatro décadas y hasta su muerte en 2012, Marker siguió dirigiendo
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“El Muelle” es a todos los efectos una película de su tiempo que desafía cualquier categorización. La intención de su creador fue la de animar al espectador a reflexionar no sólo sobre la historia que se contaba, sino sobre la forma en que se hacía. La razón por la que suele incluirse en las listas de películas más importantes de la historia del género no es sólo su osadía formal, sino la influencia que tuvo en filmes posteriores. De hecho, podemos ver rastros de su estética y, hasta cierto punto, tono emocional, en “2001: Una Odisea del Espacio” (1968), de Stanley Kubrick.
Buena reseña, sí señor.
ResponderEliminarAuch...no lo sabía gracias
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