jueves, 2 de mayo de 2024

“SWEET BYE AND BYE” Y LA FICCIÓN ESPECULATIVA EN LOS MUSICALES TEATRALES.



En el tricentenario de los Estados Unidos, los científicos localizan bajo las aguas de la Bahía de Flushing la cápsula del tiempo enterrada durante la Exposición Universal de Nueva York de 1939. Cuando la abren, encuentran entre su contenido una carta de un tal Solomon Bundy a su tocayo descendiente del futuro en la que le lega cinco acciones de Futurosy Candy Corporation, que, dice la misiva, era entonces "la compañía de dulces más grande que existe". Estas cinco acciones de 137 años de antigüedad le dan a su homónimo una participación mayoritaria en la empresa actual y lo convierten en una de las personas más ricas del mundo. Pero el Solomon Bundy de 2076 es un jardinero que se considera "nacido demasiado tarde". No está en absoluto preparado para ser el presidente de Futurosy Candy Corporation, algo en lo que, involuntariamente, es en lo que acaba de convertirse.

 

Si esto parece la premisa de una sátira de ciencia ficción es porque lo es. Se trató de un musical de 1946 titulado "Sweet Bye and Bye", en el que aparecían robots, una ciudad de Nueva York parcialmente anegada por las aguas y un segundo acto en el que Solomon Bundy huía a Marte en una astronave de línea.

 

El pedigrí del equipo creativo fue tan llamativo como el futuro que evocaba la historia. El libreto venía firmado por el venerado escritor y guionista humorístico Sidney Joseph.Perelman y el legendario caricaturista del “New Yorker” Al Hirschfield; las letras las escribió otra figura de fama, el poeta Ogden Nash; y la música corrió a cargo de Vernon Duke, quien a lo largo de su carrera colaboró con nombres como Ira Gershwin y Johnny Mercer. Lamentablemente, a pesar de la reunión de todo este talento, la producción original fracasó antes de llegar a Broadway. Las razones tras semejante tropiezo fueron diversas, empezando por las discrepancias creativas.

 

El tema que verdaderamente les interesaba a Duke y Nash era el de cómo encontrar el auténtico camino en la vida en un mundo de posibilidades ilimitadas. El sentimiento de aislamiento y desorientación fue algo importante en 1946, un momento en el que los soldados regresaban a casa tras años luchando en la Segunda Guerra Mundial. Pero, por su parte, los autores del libreto, Perelman y Hirschfield, optaban por una enloquecida farsa sin mucha coherencia ni caracterización de los personajes. Aquellas dos visiones casaban mal y los desajustes no se solucionaron con las siguientes decisiones que se tomaron en la producción.  

 

El protagonista, Gene Sheldon, no tenía experiencia en interpretación ni canto; su fuerte era el mimo cómico. La consecuencia de tal elección fue la inmediata retirada de dos de las mejores canciones de la partitura, que Sheldon jamás conseguiría cantar. Como protagonista principal escogieron a una actriz británica, Pat Kirkwood, que en la tercera semana de ensayos sufrió un ataque de nervios que, según algunos, la llevó al intento de suicidio. Tras ser internada en un sanatorio, el director y productor, Nat Karson, que nunca antes había dirigido o producido nada, al menos acertó en algo: contrató a una todavía poco experimentada Dolores Gray que, con el tiempo, se convertiría en una estrella del teatro musical y que ya destacaba por entonces.

 

Cuando llegaron a New Haven, la primera parada de camino a Broadway, ya quedó trágicamente claro que Sheldon había sido un error catastrófico: salió al escenario y en lugar de decir sus frases, la emprendió con su número de vodevil, unos mimos cómicos que nada tenían que ver con la obra. Cuando sale del escenario, un iracundo Perelman lo arroja contra una pared, Sheldon se golpea la cabeza con un ladrillo y hay que llevarlo al hospital en una ambulancia. Durante el resto de la sesión, será el director escénico quien tendrá que asumir el papel libreto en mano; durante el resto de las sesiones en New Haven, no queda más remedio que echar mano del coreógrafo para que asuma el papel protagonista.

 

A continuación, contratan a Erik Rhodes, que había aparecido junto a Fred Astaire y Ginger Rogers en “La Alegre Divorciada” (1934) y “Sombrero de copa” (1935), pero según Duke, no era capaz de recordar ni una sola línea y no queda más remedio que descartar media docena de canciones más. En fin, que el espectáculo fue un desastre que, para colmo, supuso la mutilación de la partitura original en un 70%. Y eso por no hablar de un público todavía incapaz de entender y disfrutar el escenario futurista que se le presentaba y sobre el que se exponían temas como el capitalismo, las telecomunicaciones, la robótica, los grupos de auto-ayuda o las tradiciones relacionadas con el cortejo y el matrimonio. El espectáculo se canceló en Filadelfia sin llegar nunca a la meca de Broadway.

 

La partitura original y completa se creyó perdida durante décadas hasta que fue redescubierta en un almacén en Secaucus, Nueva Jersey, a mediados de los años ochenta. Sesenta y cinco años después de su estreno y cuando ya todo el mundo la había olvidado, fue grabada en estudio para una edición en CD en 2011. De las muchas versiones que se probaron antes de cancelar el espectáculo original, nunca hubo ninguna que consiguiera aunar armoniosamente letra, partitura y argumento, aunque puede escucharse la mencionada grabación e imaginar el maravilloso espectáculo que podría haber sido.

 

A pesar de que el gran talento detrás de "Sweet Bye and Bye" no le convirtió en un ejemplo exitoso de la traslación del género fantacientífico al formato del musical teatral, lo cierto es que sí hay una sorprendente cantidad de obras de este tipo que sí funcionaron. Al fin y al cabo, el teatro, desde sus mismos orígenes, ha solido incluir elementos fantásticos. Por eso, obras como "One Touch of Venus" (1943) de Kurt Weill (con libreto, por cierto, también de Perelman y letras de Nash), en el que una estatua se convierte literalmente en la diosa Venus, siempre han agradado al público. Incluso en obras tan famosas como "Carousel" (1945) y "Damn Yankees" (1955) de Rodgers y Hammerstein, tenemos, respectivamente, a un protagonista que trata de abrirse camino hasta el cielo y otro que hace un pacto con el diablo.

 

Musicales como "Love Life" (1948) de Kurt Weill y Alan Jay Lerner, "1600 Pennsylvania Avenue” (1976) de Leonard Bernstein y "Heading East" (2001) juegan con el Tiempo de forma diferente que "Sweet Bye and Bye", abarcando varios siglos mientras que sus personajes envejecen solo unos años en historias que hablan sobre los problemas matrimoniales, la democracia en Estados Unidos o la inmigración asiático-americana. Al final, la ficción especulativa en el teatro musical tiene los mismos objetivos que en la literatura o el cine: utilizar un enfoque diferente y llamativo para llamar a la reflexión sobre temas bien universales bien relevantes en su época.


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