sábado, 18 de febrero de 2023

1950- LA TIERRA MORIBUNDA - Jack Vance (y 2)

 


(Viene de la entrada anterior)

 

Otro elemento digno de subrayar en “La Tierra Moribunda” es su estructura. Aunque a menudo se toma como una novela, las seis historias que la componen no forman una narración lineal sino que su función es más bien pintar el retrato de un mundo mucho más amplio. Temática y narrativamente, pueden agruparse en tres parejas. En la primera de ellas, se nos describe la naturaleza de la magia y esos amorales personajes que son los magos en perpetua búsqueda de acumular conocimientos para así superar a sus rivales.

 

En la primera historia, “Turjan de Mir”, se nos presenta al joven mago del título, que está teniendo problemas a la hora de insuflar inteligencia en los cuerpos que él mismo crea artificialmente en su laboratorio. Buscando adquirir ese secreto, un día viaja a los dominios del maestro de los magos, Pandalume, donde, a cambio de obtener lo que desea, deberá acometer una misión. Finalmente, aplicando ese conocimiento, consigue crear a una bella mujer llamada T´Sain.

 

En “Mazirian el Mago”, la segunda historia, el brujo del título ha capturado a su enemigo Turjan, miniaturizándolo y encerrándolo en un laberinto donde le acosa continuamente un dragón a su misma escala. Esta tortura está dirigida a que Turjan confiese el conocimiento que adquirió en el cuento anterior. Simultáneamente, Mazirian está siendo atormentado por una misteriosa mujer a caballo que irrumpe en sus tierras retirándose antes de que él pueda enfrentarse a ella. Un día, hastiado de la situación y decidido a averiguar quién es y qué desea la joven, el mago emprende un día una persecución, momento en el que cual el punto de vista se traslada a ésta, que resulta ser T´sain, encargada de atraer a Mazirian a su muerte y rescatar a su creador.

 

La siguiente dupla de cuentos, “T´sais” y “Liane el Caminante”, ahondan en la oscuridad moral que domina esa tierra moribunda. T´Sain, la joven del cuento anterior, fue el intento de Turjan de corregir los errores que su predecesor, Pandelume, había cometido en su propia creación llamada T´Sais. Ésta sólo era capaz de ver la oscuridad y fealdad del mundo y sus habitantes y su reacción visceral era la de destruir y matar para evitar tal disgusto. Sin embargo, su “hermana gemela” T´sain la convence para que viaje desde el reino mágico de Pandelume (quizá un plano dimensional diferente) hasta la Tierra, donde podrá hallar la belleza. Pero lo que allí encuentra es un mundo verdaderamente peligroso donde hombres malvados la acosan y extrañas criaturas la atacan antes de que trabe amistad con Etarr, otra víctima de la magia oscura. Tsain acaba encontrando, efectivamente, la belleza, pero no de la forma que ella esperaba.

 

Mientras tanto, uno de sus acosadores, Liane, aparentemente muerto en esa tercera historia, vuelve a la vida en la cuarta… sólo para que pueda perecer de nuevo a manos de “Chun el Inevitable” tras someterse voluntariamente a la manipulación de una bruja. Liane, ladrón, asesino y violador, representa la amoralidad que domina ese mundo moribundo donde ya nadie parece esperar vivir mucho tiempo.

 

Otra de las características de ese futuro es el declive en el interés por adquirir nuevos conocimiento o avances en cualquier orden. Como ya apunté, la magia ha reemplazado a la tecnología antes de ser aquélla también olvidada en su mayor parte. En “Ulan Dhor”, viajamos hasta Ampridatvir, que, aparentemente, simboliza el cúlmen de la civilización humana pero que en realidad no es sino una clara muestra de la decadencia de la especie:

 

“Las viñas de Semir caían en cascada de un centenar de jardines colgantes, el agua corría azul como el cielo límpido en los tres canales. Los coches de metal rodaban incesantemente por las ciudades, los vehículos metálicos poblaban los cielos tan densamente como abejas en torno a una colmena..., porque, maravilla de maravillas, habíamos ideado tramas de escupiente fuego que anulaban el pesado poder de la Tierra... Pero nunca en mi vida vi el blanqueo del espíritu. Un exceso de miel entorpece la lengua, un exceso de vino embota el cerebro; así que un exceso de comodidad priva al hombre de su fuerza. Luz, calor, comida, agua, todo estaba al alcance de todos los hombres, y ganado con un mínimo de esfuerzo. Así la gente de Ampridatvir, liberada de trabajar, se dedicaba cada vez más a los caprichos, a la perversidad y a lo oculto”.

 

Ulan Dhor viaja hasta allí para aprender sus antiguos secretos y resolver el enigma encerrado en dos tablas, lo que le puede asegurar una gran riqueza. Pero no todo en Ampridatvir es lo que parece: resulta que la mitad de la población es, literalmente, incapaz de ver a la otra mitad y viceversa, cruzándose por las calles sin tener conciencia de ellos. Aún peor, por las noches acechan por las calles unas peligrosas bestias dispuestas a abalanzarse sobre los incautos y devorarlos.   

 

De la misma forma que Ulan Dhor, en su búsqueda del conocimiento, ha de superar la lasitud e ignorancia de un mundo en descomposición, en la última y más larga historia de la colección, “Guyal de Sfere”, el personaje titular está hambriento de respuestas a las innumerables preguntas con que su cerebro le bombardea, algo que constituye “una fuente de preocupación para su progenitor”, que lo ve como un bicho raro y reniega de él. Guyal opta por alejarse de su familia y viajar hasta Ascolais para encontrar respuestas de un personaje legendario que se dice vive allí, el Conservador del Museo del Hombre. Como le sucede a Ulan en la historia previa, las aventuras de Guyal ofrecen al lector un cuadro más amplio de esta tierra moribunda, pero también una chispa de esperanza en su desenlace.

 

Al comentar cualquier obra de Vance es difícil resistirse a citar múltiples pasajes de la misma con el fin de ofrecer ejemplos de su peculiar estilo, que fusiona diálogos almidonados y ceremoniosos con tropos propios de la fantasía pulp. El resultado es un distintivo aroma mitológico combinado con un sabor de realidad más cercano a la Espada y Brujería. Su prosa es juguetona, inteligente, evocadora, incluso lírica, impregnada de fino humor y melancolía: “Qué grandes mentes yacen en el polvo -dijo Guyal en voz muy baja-. Qué espléndidas almas se han desvanecido con las eras enterradas; qué maravillosas criaturas se han perdido más allá del más remoto de los recuerdos... Nunca más habrá nada parecido; ahora, en los últimos y aleteantes momentos, la humanidad supura como un fruto podrido. En vez de dominar y controlar nuestro mundo, nuestras máximas aspiraciones son engañarlo a través de la magia”.

 

Que el lector disfrute de la obra dependerá en gran medida de que acepte esa hibridación y sepa verle la gracia al uso de lenguaje arcaico y vocablos inventados, para lo cual no sólo Vance tenía un talento especial (quizá cultivado durante sus viajes con la marina mercante, que le brindaron contacto con idiomas y culturas muy diferentes) sino a lo que daba gran importancia, tal y como pondría de manifiesto, por ejemplo, en “Los Lenguajes de Pao” (1958). Personalmente, creo que su uso del vocabulario son más una virtud que una molestia dado que contribuyen a darle a la historia una atmósfera decadente, casi tolkeniana. En lugar de elfos, enanos y orcos, Vance propone otras criaturas refrescantemente originales, como los Hombres-Twk (hombrecillos diminutos que cabalgan a lomos de libélulas y comercian con información a cambio de sal) o los pelgranes (hombres pájaro que atacan a los viajeros desprevenidos).

 

Y hablando de Tolkien, cuya influencia ha invadido gran parte de la fantasía moderna, el legado de Vance puede también rastrearse hasta no pocos rincones de la cultura popular. Un joven Gary Gygax quedó tan cautivado por el sistema mágico del libro –en el que los magos en liza se disparan sprays prismáticos y viajan en discos flotantes- que lo copió para su primera versión del juego de rol “Dragones y Mazmorras” en 1974. Un todavía más joven George R.R.Martin leyó el libro a la edad de trece años y le fascinó tanto que, según él mismo declaró, ayudó a cimentar su ambición de convertirse en escritor (cincuenta años más tarde, ayudaría a publicar una antología de relatos firmados por autores ilustres y ambientados en el futuro de “La Tierra Moribunda”). Escritores como Terry Pratchett, Dan Simmons o Tad Williams también conocieron el libro en momentos clave de su formación y se sintieron inspirados por él para seguir la carrera literaria. La ciudad de Ampridatvir se parece mucho a las urbes gemelas de Beszel y Ul Qoma que incluiría China Miéville en “La Ciudad y la Ciudad” (2009)… 

 

A finales de la década de los 70, Gene Wolfe también se sintió tan atraído por esta obra de Vance que decidió escribir un trabajo similar, una novela ambientada en un futuro distante en el que la Tierra se había transformado hasta quedar irreconocible para el lector actual. Esta obra en cuatro volúmenes se conocería como “El Libro del Sol Nuevo” (1980-83). De hecho, Wolfe llegó a introducir al propio Vance en el libro: uno de los personajes porta un volumen titulado “El Libro de Oro” que, para Wolfe, era “La Tierra Moribunda”.

 

Vance también atrajo la atención de otro colega de género, Frank Herbert. Ambos autores se hicieron buenos amigos y pasaban las vacaciones juntos. En uno de aquellos periodos de asueto, a finales de los años 50, Herbert concibió y compartió con Vance la idea de un planeta cubierto enteramente de dunas, manteniéndole en lo sucesivo bien informado acerca de las diferentes etapas del desarrollo de lo que un día se convertiría en “Dune” (1965). La novela de Vance dio origen incluso a un subgénero específico, el de la “Tierra Moribunda”, situado en futuros remotos donde la magia, la ciencia y la tecnología se han fusionado en una misma cosa. El juego de rol “Numenera” y los videojuegos derivados del mismo pertenecen a ese subgénero.

 

Los argumentos de las historias no tienen demasiada complejidad temática, una carencia que puede perdonarse habida cuenta de que se cuentan entre los primeros cuentos que escribió Vance. En lo que verdaderamente destacan es en su capacidad para entretener combinando elementos de ciencia ficción, fantasía y terror para asombrar, emocionar y aterrorizar (algunas de sus criaturas como Blikdak, Chun el Inevitable o los oats son bastante intimidantes). Teniendo en cuenta que fueron escritos hace setenta y cinco años, han envejecido mucho mejor que la mayoría de sus contemporáneos pulp.

 

Otra cosa que tampoco se encontrará en “La Tierra Moribunda” es un desarrollo matizado y profundo de los personajes, principalmente porque se trata de historias cortas ambientadas en un entorno compartido, pero también porque aquéllos son bastante superficiales. Parecen más marionetas en un guiñol, modeladas a partir de los mitos y fábulas de nuestro propio mundo. Otro inconveniente a ojos del lector moderno puede ser la cosificación de las mujeres (éstas siempre se presentan como el trofeo a obtener por parte del héroe o villano masculinos), si bien en su descargo podemos argüir que era la actitud prácticamente invariable de los escritores pulp (varones) de la época y que el estilo de Vance es menos sexista que el de la mayoría de sus contemporáneos.

 

“La Tierra Moribunda” no disfrutó de una gran recepción cuando apareció por primera vez y fue solo cuando se reeditó en los años 60 que sus méritos empezaron a ser apreciados por una nueva generación de lectores. Vance se resistió a las demandas de volver a ese futuro en novelas posteriores y hubieron de pasar catorce años antes de que accediera a ello con “Los Ojos del Sobremundo” (1966), un libro muy diferente de su predecesor. Aunque dividido en narrativas diferenciadas, existe una mucha mayor cohesión gracias a la presencia de un solo protagonista, Cugel el Listo, un ladronzuelo de poca monta que toma la cuestionable decisión de robarle al poderoso y vengativo mago Iucounu, debiendo luego asumir las consecuencias de su imprudencia. Las peripecias de este antihéroe responsable de su propio infortunio, terminaban en un cliffhanger pero Vance prefirió no continuar la historia centrándose en cambio en escribir otras novelas autoconclusivas o incluidas en su serie de “Los Príncipes Demonio”. Al final, Vance sí volvería a ese rincón de su prolífica producción con “La Saga de Cugel” (1983) y “Rhialto el Prodigioso” (1985), otra colección de cuentos.

 

Tomado en su conjunto, los cuatro volúmenes de que consta la serie de “La Tierra Moribunda” no es lo mejor ni más cohesionado de la extensa obra de Vance, pero quizá sí pueda contarse entre lo más popular e influyente de la misma. En sólo cuatro libros relativamente breves, Vance nos cuenta cómo un día la especie humana y el planeta en que mora encararán su final; y lo hace con melancolía y pesar, pero también con humor fatalista, imaginación y estilo en una hibridación de géneros que abriría nuevos caminos. Una lectura recomendada para todo aquel interesado en las raíces de la fantaciencia moderna.  

 


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