martes, 10 de enero de 2023

2012- DEL NARANJA AL AZUL – BIONAUTAS – Cristina Jurado

El de invasiones alienígenas es un subgénero muy amplio que incluye multitud de variantes. Encontramos en él ficciones en las que los extraterrestres atacan la Tierra de forma abierta; otras en las que se infiltran insidiosamente en nuestra sociedad para conspirar o apoderarse de nuestras vidas; a veces envían otras especies como sicarios; en ocasiones, se hacen pasar por nuestros amigos para que bajemos la guardia; y otras veces, en fin, ni siquiera son conscientes de nuestra presencia y nos barren como si fuéramos insectos. Tras más de cien años de historias de invasiones extraterrestres, es complicado aportar ideas nuevas o conceptos refrescantes. El binomio de novelas “Del Naranja al Azul” y “Bionautas”, de la autora madrileña Cristina Jurado, no es una excepción, pero sí ofrece una agradable mezcla de los ingredientes tradicionales para articular un mensaje interesante con una lectura entretenida, ligera y accesible para cualquier tipo de lector.

 

Cuando los Bionautas, tal y como los bautizó la prensa, llegaron a la Tierra en son de paz, fue un gran acontecimiento que, comprensiblemente, conmovió al mundo y lo llenó de esperanza. Esperanza que quedó truncada poco después cuando una misteriosa enfermedad, letal y muy contagiosa, diezmó a la población del planeta en pocos días. Los escasos supervivientes fueron reuniéndose en ciertos asentamientos donde, desaparecidos los gobiernos y leyes, trataban de encontrar la forma de reconstruir alguna forma de sociedad funcional. Para colmo, no sólo los niños y los ancianos, más vulnerables, fueron los que perecieron en mayor proporción sino que, de alguna manera, el mal alienígena afectó a la capacidad reproductiva de los supervivientes, de tal forma que los niños han pasado a ser muy escasos.

 

Había quienes se conformaban con seguir viviendo, ganándose la vida como mejor supieran en una economía básica de trueque; aquellos que luchaban para expulsar a los “bios” de la Tierra organizados como una Resistencia paramilitar; y otros, los Rastreadores, que daban por perdida la batalla que nunca se produjo, asumían la nueva situación y se contentaban con mercadear con los bios, entregándoles recursos naturales a cambio de tecnología como generadores autónomos, un bien precioso en una sociedad que ya no produce ni distribuye electricidad ni petróleo de forma organizada.

 

La novela, que se ambienta en el Sector 8, un reducto en la costa levantina española, comienza cuando un miembro de la Resistencia, Maya, recibe la orden de su superior de colaborar con Hugo, el rastreador más famoso y próspero de la zona y que está dispuesto a traicionar a sus socios comerciales alienígenas a cambio de que la Resistencia no sabotee ciertos envíos suyos. El problema es que Maya y Hugo mantuvieron en el pasado una relación sentimental que acabó mal. Ambos escenifican durante esta primera parte una dinámica que no desentonaría demasiado en una típica película de adolescentes: dos personas que, evidentemente, se sienten atraídas mutuamente pero cuyos muy diferentes caracteres les alejaron en su momento (por no hablar de la traición de Hugo). Años después, la tensión sexual sigue presente, aunque inicialmente se manifieste como agresividad, distanciamiento y cinismo. Igualmente muy tópica es la disparidad de personalidades: Maya presume de profesional comprometida con su causa, alguien que cree tener muy claros sus ideales y que está convencida de la rectitud de los mismos; Hugo, por su parte, es el típico caradura simpatico, de moral ambigua, que vive al día y que solo mira por sí mismo y los suyos.

 

El plan consiste en que Maya, experta en lenguas, se haga pasar por traductora de Hugo (figura necesaria en un entorno, el de los traficantes, en el que alterna gente de múltiples orígenes) para tener acceso a los Bionautas y recopilar información sobre los mismos. Los “bios” son unas figuras misteriosas y elusivas. No se sabe por qué vinieron a la Tierra ni cuál es su objetivo último más allá de acopiar recursos, desde alimentos a minerales, intercambiándolos por los mencionados generadores. Tienen no solo apariencia sino biología humanoide, pero su alergia a algún componente de la atmósfera terrestre les obliga a ir protegidos con unos trajes y máscaras especiales que les dan un aspecto amenazador. Se recluyen bien en estaciones orbitales bien en instalaciones herméticas en la superficie terrestre y solo tratan con intermediarios específicos. Elio es el bio que ejerce de contacto con Hugo y cuando conoce a Maya, le intriga tanto que expresa su deseo de volver a verla. Ésta, por su parte, no va a tardar en descubrir que muchas de sus certezas eran erróneas...

 

“Del Naranja al Azul” es una novela a la que le cuesta algo arrancar, pero los titubeos iniciales son disculpables en una obra de debut (esta fue la primera de las, hasta la fecha, dos únicas obras largas de Cristina Jurado): lugares comunes; dinámica propia de buddy movie (protagonistas con personalidades opuestas que terminan superando su animadversión inicial y respetándose); alienígenas curiosos y respetuosos hacia los humanos versus otros radicales que nos consideran inferiores; y, en el otro bando, resistentes heroicos frente a mezquinos colaboracionistas; (aparente) expolio de recursos; apocalipsis vírico… a priori, no parece haber mucho de novedoso en este comienzo, lo que puede decepcionar al lector más bregado en el género. Al fin y al cabo, siendo una novela que no llega a las trescientas páginas, transcurren más de cincuenta sin que haya ocurrido nada relevante.

 

Es hacia la mitad de la historia, cuando entran en escena los bios y estalla una crisis en sus instalaciones durante una visita de Maya y Hugo, cuando la historia toma verdadero impulso. La dinámica que domina la interacción entre Maya y Hugo durante toda la primera parte de la novela puede resultar repetitiva: una sucesión de sarcasmos, cinismos, pullas y desconfianzas fruto no sólo del fracaso de su antigua relación sino de los ideales contrapuestos que profesan. Sin embargo, a partir del punto mencionado, sus conversaciones sirven para perfilar muy bien las posturas de ambos respecto al nuevo mundo que están ayudando a crear y hacia los alienígenas que ahora, les guste o no, forman parte del mismo. Es más, esos diálogos ayudan no solo a abrirle los ojos a Maya sino a subvertir los mismos tópicos que la autora había aparentemente utilizado para montar su historia.

 

Y es que, siendo cierto que Hugo es un buscavidas endurecido por la ordalía diaria de sobrevivir en un mundo sin leyes ni civilización, también es alguien que percibe la realidad de forma pragmática: no solamente es un buen líder que se preocupa por quien está a su cargo sino que ha entendido que los alienígenas han venido para quedarse y que, aunque nos pueden resultar algo extraños y no comprenden bien nuestras reacciones y costumbres, son menos agresivos y peligrosos que sus propios congéneres humanos. Maya, por el contrario y como sus correligionarios de la Resistencia, se ha arrogado el rol de cruzada defensora de la Humanidad. Los resistentes defienden que el planeta es propiedad de los humanos y que se debe hacer justicia por los miles de millones de muertos causados por el virus extraterrestre. No están dispuestos a compartir la Tierra con unos recién llegados ni aceptar que el apocalipsis no tiene más culpable que la Naturaleza. Su ignorancia y prejuicios les impide entender que los bios van a quedarse, que tienen una tecnología superior y que, aunque no tienen intenciones hostiles, no conviene atosigarlos a base de sabotajes y emboscadas.

 

Así, la figura heroica que podría pensarse a priori que era Maya, resulta ser alguien que ha emprendido un camino de violencia, puede que comprensible pero también injustificada y condicionada por la ignorancia respecto al objeto de su animadversión. Hugo, por el contrario, también desafía el estereotipo inicial de contrabandista amoral, codicioso y traidor al bando humano, demostrando que, aunque individualista, es leal y trata de ser justo de acuerdo a su propio sentido del honor. Conforme pasa más tiempo con él, Maya toma conciencia de lo equivocada que estaba tanto respecto a los bios como a su antiguo amante.

 

Al final, la novela nos plantea un escenario que no se distancia tanto del que desde hace tiempo llevan utilizando muchas ficciones postapocalípticas, incluidas las de zombis: un panorama devastador de colapso de la civilización en el que la mayor amenaza no son tanto las criaturas inhumanas -en este caso los alienígenas- como el propio hombre, que se vuelve contra sus semejantes impulsado por sus prejuicios, su codicia o su fanatismo. Una traición a la propia especie que experimenta Maya en sus carnes por parte de diversos congéneres: mujeres celosas, violadores, caudillos violentos, caníbales… Aún peor, los tres protagonistas, Hugo, Maya y Elio, acaban siendo parias de sus respectivos grupos iniciales de afiliación: el primero, es abandonado por sus compañeros rastreadores, interesados tan solo en la obtención de beneficio por encima de cualquier consideración de amistad o lealtad; los luchadores de la Resistencia tienen la misma actitud, aunque la meta que persigan y los valores que defiendan sean diferentes; y los alienígenas deciden cambiar sus directrices de actuación respecto a los terrícolas desoyendo las quejas de Elio. Los tres, por tanto, son rechazados por los suyos y terminan acercándose a quienes inicialmente ellos mismos rechazaban. La esperanza del entendimiento, de la colaboración, nos dice la autora, no se halla en los grupos sino en los individuos.

 

Otro de los mensajes interesantes de la novela se articula a través de los alienígenas, cuya condición de “extranjeros” les otorga una mirada distante de la condición humana. Es este un recurso de la CF (utilizar al extraterrestre para diseccionar los usos y costumbres de nuestra especie) muy antiguo pero que no ha perdido eficacia. Los bios, se nos cuenta, proceden de un mundo que ellos mismos tornaron inhabitable recorriendo la misma cadena de errores que nosotros en la actualidad. Ello les obligó a embarcarse en una larguísima búsqueda de mundos por la galaxia en los que poder asentarse, transcurriendo incontables generaciones que nunca conocieron nada más que la austera vida a bordo. Las carencias de recursos básicos y el confinamiento les llevó a modificar su comportamiento, su forma de relacionarse, de reproducirse e interpretar la realidad. Y cuando llegaron a la Tierra, antes de que pudieran expresar su deseo de establecerse aquí, se dieron cuenta de que algo en la biosfera les producía una fuerte reacción alérgica y que no podían vivir sin protección fuera de recintos aislados. Por otra parte, la humanidad quedó diezmada por algún tipo de virus que ellos portaban. Ambos pueblos, por tanto, son víctimas del infortunio.

 

Lo irónico es que, como ellos mismos observaron antes de la pandemia, la humanidad ansiaba salir de la Tierra y explorar el espacio en la esperanza de encontrar maravillas sin fin, mientras que ellos, tras incontables siglos de viaje por el vacío, sólo ansían hacer de la Tierra su hogar. Saben, por dura experiencia propia, que allá fuera no hay nada para nosotros y que lo que debemos hacer no es fantasear con encontrar un lugar mejor sino cuidar el sitio del que procedemos, que es el único que podemos habitar.

 

Aparte de una primera parte demasiado lenta, podría achacársele al libro una mejorable construcción del mundo en el que se desarrolla la acción. No hay demasiadas descripciones de los lugares ni del contexto general o local. De hecho y durante buena parte de la novela, sólo se utilizan media docena de localizaciones (la granja de la Resistencia, el bar El Túnel, el recinto bio y el hotel que constituye la base de Hugo). El problema no reside tanto en que todo parezca pequeño, vacío y, por tanto, algo intrascendente, como que no se transmite en la medida suficiente ni la crueldad que de seguro es común en un entorno sin leyes ni autoridad ni el indudable sentimiento de pérdida, de pesimismo e incertidumbre que tendrían los supervivientes. Asimismo, a los personajes secundarios les falta algo de carisma, una carencia que queda hasta cierto punto compensada por unos diálogos ágiles, frescos y naturales.

 

Seis años después, en 2018, Cristina Jurado recupera a sus personajes para una novela corta, “Bionautas”, en la que se explora la visión complementaria a la que se ofrecía en la primera, esto es, la de los alienígenas, narrada en primera persona por Elio y en forma de un mensaje que éste le deja a la hija de Hugo y Maya bastantes años después del final de la novela anterior. Elio nos ofrece la “versión” de los Bionautas: cómo vivían en su periplo generacional por el espacio, cómo llegaron a la Tierra y trataron de adaptarse, cómo la pandemia pudo ser provocada por una facción de ellos y, sobre todo, cómo piensan, cómo viven y cómo ven el mundo y a los humanos. Elio, en concreto y como ya dije, es un paria entre los suyos, un desertor que se niega a adoptar una postura beligerante por considerar a los humanos una especie “hermana” de los Bionautas. Su curiosidad natural y su formación intelectual le llevan a aproximarse a Maya y Hugo, aprender de ellos y adaptarse, modificando sus propias percepciones y despertando su vida sensorial y emocional.

 

Aún más que en la primera parte, la autora amplía y profundiza en esa “mirada ajena” de la que hablaba antes. Y ello con el fin de hacernos reflexionar sobre lo extraño, lo necesario o lo superfluo de nuestros rituales y costumbres en múltiples ámbitos, desde el sexual al social, pasando por lo cultural o lo biológico. A primera vista, Jurado hace trampa, porque Elio es lo suficientemente parecido a nosotros como para poder relacionarse sensorial y psicológicamente en un plano de relativa igualdad con los humanos y, al mismo tiempo, lo suficientemente distinto como para estudiarnos con cierta lejanía. Desde un punto de vista de CF “dura” resulta inverosímil que unos seres tan parecidos a los humanos evolucionaran en otro lugar de la galaxia hasta tener con nosotros más proximidad que los simios de la Tierra, y que, además, dieran con nuestro planeta, una mera mota de polvo en la inmensa playa de la galaxia. Pero, en primer lugar, Jurado explica satisfactoriamente esa aparente imposibilidad; y, en segundo lugar, es una “trampa” que no molesta demasiado porque lo importante aquí es otra cosa: la evolución de unos personajes, distintos en origen, personalidad y actitud, que convergen hacia un punto común, transformándose, aprendiendo los unos de los otros y adaptándose hasta conformar no solo una familia sino un motor de cambio colectivo.

 

También aquí, la escritora nos anima a mirar al mundo y a nosotros mismos desde otro punto de vista, tomando en consideración pequeños placeres que, por cotidianos, damos por descontados pero que, contemplados bajo una perspectiva ajena, cobran de una nueva importancia. Por ejemplo, la descripción rebosante de sensualidad de lo que siente Elio al comer una naranja: “Lo mejor de comerse una es pelarla. La anticipación hace que las manos te tiemblen, el pulso se acelere, la lengua nade en saliva y los ojos enfoquen cada gajo como si fuera lo único importante en todo el universo. Hundes las uñas en la piel y, aunque al principio cuesta abrirse paso, pronto la suavidad de la pulpa te acoge. Luego llega el momento de separar los trozos, con lentitud, para evitar que se rompan, y enseguida dar la bienvenida al zumo, que sale despedido. Lo metes en la boca y cierras los dientes al encontrar un sabor, primero ácido que te rascal la punta de la lengua, y después dulce y cítrico, que te inunda la pituitaria”. 

 

Los Bionautas han pasado generaciones viajando por el espacio, encerrados en naves sin contacto con nada parecido a lo natural, rodeados exclusivamente de tecnología, comiendo compuestos alimenticios sin color, sabor u olor y privados de estímulos sensoriales. De hecho, en la Tierra, pueden entrar en shock al saborear alimentos frescos o zambullirse en el mar, tal es el abrumador efecto sensorial de todas estas experiencias que para nosotros son mundanas. Pero, por otra parte, asumen sin esfuerzo la avalancha de datos y la cacofonía de conversaciones del “neotema”, una especie de red digital compartida a la que sus mentes están conectadas casi permanentemente y que, en los humanos ordinarios, provoca una sobrecarga cerebral. Sea como sea, la novela nos anima a reconsiderar los tesoros de nuestro planeta y la riqueza sensorial que nos proporciona por encima de una tecnología asombrosa, sí, pero a la postre fría, insípidamente higiénica e insatisfactoria.

 

 

 

La dupla de obras “Del Naranja al Azul” y “Bionautas” conforma un conjunto inteligente porque, no habiendo un tema claramente identificable ni una trama bien definida, su interés radica en ofrecer dos versiones alternativas pero,como he apuntado, complementarias, de los mismos hechos. Al presentar al lector en "Bionautas” exclusivamente el punto de vista alienígena, se salva el abismo de la ignorancia, que es la fuente del temor, el miedo, la desconfianza, el prejuicio y el odio. Ahora podemos ver a través de los ojos del “extraño” y reinterpretarnos a nosotros mismos desde su propio contexto, pasado y cultura. Comprendemos sus temores y sus esperanzas, no tan alejadas de las que nosotros mismo podríamos tener. En resumen, nos sentimos más cercanos a ellos y, por tanto, es más difícil odiarlos.

 

Pero la obra tampoco cae en el utopismo ingenuo ni el optimismo insensato. Hombres y Bionautas no conforman grupos homogéneos. En sus respectivos bandos hay grupos con intereses y posturas diferentes, incluso encontrados. Por mucho que los tres protagonistas trabajen activamente para tender puentes entre las dos especies, no es probable que vayan a convivir pacíficamente a corto o medio plazo. Por otra parte, no todos los personajes tienen un final feliz y las trampas de la vida y nuestra propia naturaleza condenan a alguno de ellos.

 

“Bionautas” tiene una trama sencilla. No es ya que no se cuente nada épico sino que, realmente, no pasa gran cosa… si es que no interpretamos como tal la aventura emocional del trio protagonista. La historia nos narra lo ya expuesto en “Del Naranja al Azul” desde la perspectiva de Elio y el periplo de los personajes a partir del final de aquélla: la sanación de sus heridas emocionales, la superación de los prejuicios, desconfianzas y antiguas rencillas, el redescubrimiento del mundo la formación de fuertes vínculos entre ellos y el alumbramiento de una nueva esperanza para el futuro de ambas especies que, a la postre, no son tan distintas. Es palpable la evolución de Jurado como escritora, exhibiendo aquí un estilo más maduro, más reflexivo, menos juvenil pero igualmente accesible y muy penetrante y acertado a la hora de subrayar temas dignos de reflexión.

 

En resumen, un dúo de obras que merece la pena abordarse conjuntamente (Literup Ediciones ofrece un volumen recopilatorio de ambas) y que de seguro proporcionará una lectura ágil y entretenida, apta para un público muy amplio, con un espíritu muy humanista y salpicada de momentos que nos pueden proporcionar alimento para conversaciones y pensamientos de interés.

 

 

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