Es difícil para las nuevas generaciones entender el impacto que el estreno de “Star Wars” causó en los niños de 1977. Su combinación de aventura de corte clásico con unos efectos especiales nunca vistos fue algo que cambió el cine de ciencia ficción para siempre, que ganó incontables adeptos para el género (muchos empezaron a explorar las innumerables ramas de la CF a partir de “Star Wars”) y que fundó lo que en el futuro iba a ser conocido como “blockbuster”. Y el fenómeno no se quedó allí. Conforme sus infantiles aficionados crecían y se adentraban en la adolescencia, George Lucas los alimentó con “El Imperio Contraataca” (1980) y “El Retorno del Jedi” (1983).
Pero en la década y media siguiente, el Star Wars
cinematográfico se congeló y los fans tuvieron que conformarse con
decepcionantes subproductos como las películas de los Ewoks, leer los comics de
prensa y comic-books y luego las novelas que iban ampliando ese universo. Hubo
que esperar hasta 1999, con el estreno de “Star Wars Episodio I: La Amenaza
Fantasma”, para volver a ver en la pantalla grande ese texto blanco con fondo
estelar moviéndose hacia el infinito seguido de la irrupción de un destructor
estelar.
Pero claro, para cuando se estrenó esa primera película de
la segunda trilogía, muchos de aquellos niños que habían asistido boquiabiertos
a la proyección de la cinta del 77 y que habían (habíamos) seguido fieles a la
CF, ya no eran (éramos) los mismos. “Star Wars” nos había llevado a conocer a
Flash Gordon y las space operas de EE “Doc Smith”; a descubrir las grandes
obras del género firmadas por autores como Asimov, Heinlein, Clarke, Bradbury,
Dick y tantos otros… Pero más allá de la CF, George Lucas llevó a los más
inquietos a descubrir, por ejemplo, “American Graffitti” (1973) y, de ahí, a
conocer a Francis Ford Coppola. Peter Cushing y Dave Prowse señalaban el camino
hacia la Hammer británica y Alec Guiness hacia tantas otras cintas memorables…
Por no hablar de los incontables productos en todos los medios imaginables que
surgieron a raíz del éxito de “Star Wars”.
Con esto quiero decir que cuando la trilogía de precuelas
se estrenó, ya no fue recibida con el ingenuo entusiasmo de aquellos niños de
los 70, sino por aficionados que, influenciados por la primera película, se
habían convertido en adultos conocedores del cine y de la CF. Pero no fuimos
solamente los pertenecientes a esa generación los influenciados por Star Wars.
Durante más de una década, Lucas había exprimido las posibilidades financieras
de su creación mediante una interminable lista de productos con los que ir
seduciendo a las generaciones más jóvenes: novelas y comics dedicados a personajes
secundarios o incluso marginales, figuritas y juguetes de todo tipo, libros de
ilustraciones, bandas sonoras, juegos de ordenador… en fin, cualquier forma
imaginable de merchandising.
Así que para cuando la trilogía de precuelas llegó a los cines,
los fans de la original eran menos numerosos que aquellos que habían
descubierto el universo de Star Wars desde el punto de vista de un nicho de
mercado, esto es, como consumidores de productos derivados. No ayudó a
Lucasfilm que, por mucho dinero que –otra vez- ganaran con las nuevas películas,
el sentimiento general fuera de decepción por la forma en que se presentaban
los personajes, su escaso carisma (hay un infierno especial reservado a Jar-Jar
Binks) y la omnipresencia de unos efectos digitales a menudo chirriantes. Hubo
incluso un documental, “El Pueblo Contra George Lucas” (2011) dedicado a
mostrar la intensa reacción de los fans.
Aunque pueda comprenderse esta marea negativa, el castigo
al que se ha sometido a estas películas en internet tiende a ahogar cualquier
discusión razonada. No se debería pasar por alto que, aunque carentes de vida y
emoción, contenían elementos de interés y, como mínimo, trataron de contar una
historia diferente a lo ya narrado en la primera trilogía. En cualquier caso,
fueron las causantes de que George Lucas perdiera ese halo de genio capaz de
tomar el pulso de una generación para ser considerado por muchos (entre los que
no me incluyo) como un suertudo que se encontró con un éxito y se pasó el resto
de su carrera exprimiéndolo.
Por eso, la venta de la parte de los derechos de Lucas
sobre Star Wars a Disney en 2012, dio la impresión de ser un acto de rendición de
alguien desengañado, que había fracasado a la hora de entender por qué su
segunda gran acometida cinematográfica no había tenido el mismo impacto que la
primera y que se había recluido en su propio mundo del Skywalker Ranch
perdiendo el contacto con la gente que consumía sus productos.
Aquella venta dio también la sensación de ser algo propio
de la edad. Lucas tenia por entonces 68 años y es perfectamente comprensible
que ya no deseara soportar durante más tiempo el peso de todo lo que había
creado. (aunque sin duda tampoco se mereció el desprecio que le demostró Disney
cuando decidió que no quería que se involucrara en el desarrollo de los
siguientes films). Tras la adquisición de Lucasfilm, el estudio del ratón
comenzó inmediatamente una campaña masiva para promocionar “su” Star Wars y que
incluía el estreno de una secuela cada dos años intercaladas con películas que
tocaran otros personajes de ese universo, empezando por “Rogue One” (2016) y
“Han Solo” (2018).
Pero el primero en llegar fue el Episodio VII, “El
Despertar de la Fuerza”. Y para dirigirla, Disney escogió a un director muy
popular que había sido uno de aquellos niños inspirados por “Star Wars” (tenía
once años cuando se estrenó la primera película) y que ya había demostrado en
su trayectoria no sólo ser un nostálgico del cine-espectáculo de su infancia,
sino comprender sus mecanismos y fusionar en su cine la estética clásica con
los gustos y sensibilidades modernos.
Abrams empezó en el cine escribiendo guiones a los 25 años
para películas como “A Propósito de Henry” (1991), “Eternamente Joven” (1992) o
“Nunca Juegues con Extraños” (2001) antes de crear y producir la serie de
televisión “Felicity” (1998-2002). Su fama creció con sus siguientes dos
teleseries, “Alias” (2001-6) y “Perdidos” (2004-10), así como el thriller de CF
“Fringe” (2008-13). Su debut como director de cine llegó en 2006, cuando Tom
Cruise lo reclamó expresamente para encargarse de “Misión Imposible III”.
Después vendría el exitoso revival en el cine de “Star Trek” (2009) y su
secuela “Star Trek: En la Oscuridad” (2013) así como el homenaje a la década de
los 80 que fue “Super 8” (2011). No menciono aquí todos sus numerosos créditos
como productor televisivo y cinematográfico por no extenderme más de la cuenta.
Han pasado muchos años desde la caída del Imperio y la
Primera Orden ha surgido en la galaxia tratando de reconstruirlo. Sus fuerzas
están ahora concentradas en matar a Luke Skywalker (Mark Hamill), el último
Jedi, que se halla oculto en algún lugar desconocido incluso para sus amigos.
En el planeta desértico Jakku, el piloto de la resistencia Poe Dameron (Oscar
Isaac) consigue un chip con un mapa estelar que contiene pistas sobre el
paradero de Luke y lo esconde en el interior de un droide BB8 justo antes de
ser capturado. El droide acabará en poder de Rey (Daisy Ridley), una joven
huérfana que vive de la rapiña de tecnología imperial en ese planeta.
Mientras tanto, Poe es liberado por un soldado de asalto,
FN-2187 (John Boyega), que, consternado ante la matanza de inocentes, decide
desertar. Ambos roban un TIE del destructor estelar y son derribados sobre la
superficie de Jakku. Con Poe aparentemente muerto, FN-2187, rebautizado Finn
por su reciente camarada, se une a Rey haciéndola creer que es un miembro de la
Resistencia. Los soldados imperiales, conocedores de que el droide contiene el
mapa estelar, los persiguen y ellos huyen a bordo de una vieja nave que resulta
ser el Halcón Milenario. Es más, al poco son interceptados por Han Solo
(Harrison Ford) y Chewbacca (Peter Mayhew), que han regresado a sus viejas
actividades de contrabando.
Perseguidos por la Primera Orden, viajan hasta el planeta Takodana
para contactar con la Resistencia y allí Rey empieza a comprender que posee una
habilidad innata para controlar la Fuerza. Entretanto, Han se reúne con Leia
para enfrentar una crisis inminente: un superdestructor planetario de la
Primera Orden, la base Starkiller, se dispone a destruir el planeta donde se
encuentra la base de los rebeldes.
Uno de los aspectos más interesantes de “El Despertar de la
Fuerza” es cómo reformula la conclusión de “El Retorno del Jedi”. La trilogía
original había terminado con una celebración en la boscosa luna de Endor (con
la posterior adición retroactiva de metraje con festividades similares en
Coruscant y Naboo). La impresión que se quería trasladar, evidentemente, era de
victoria, de gran final feliz para la galaxia. El Imperio había sido derrotado
destruyendo su arma más letal, la Estrella de la Muerte, derrotando a Vader y
matando al Emperador.
Naturalmente, deconstruir y empañar los finales felices no
es ninguna novedad. Parte de la diversión que brindan estas superfranquicias de
CF es que nunca andan escasas de aficionados dispuestos a examinar con lupa los
detalles de sus historias favoritas. El famoso debate sobre los obreros de la
Estrella de la Muerte que tenía lugar en “Clerks” (1994) es sólo un hilarante
ejemplo; otro gira alrededor de las consecuencias de reventar una estación
espacial del tamaño de una luna en órbita de un planeta forestal, preguntándose
si los alegres Ewoks no acabarían por convertirse en una especie en peligro de
extinción.
Por eso no es ninguna sorpresa que cualquier intento de
continuar la franquicia tenga que regresar al final de “El Retorno del Jedi” y
oscurecerlo. La propia existencia de esta nueva trilogía descansa sobre el
hecho de que la República no pasó a vivir días felices y prósperos tras la
caída del Imperio. Una vez que Disney anunció la nueva saga, quedó claro que
Luke y sus amigos no habían asegurado el futuro de la galaxia porque de otro
modo, no existiría una gran amenaza que combatir.
Pero la cosa no termina ahí. No es ya que los logros de los
héroes hubieran servido de poco a medio plazo, sino que sus vidas han sido
desde entonces una auténtica desgracia. Han y Leia no sólo tuvieron un hijo que
se pasó al Lado Oscuro sino que ese trauma desintegró su relación, llevando
años distanciados. Luke intentó revivir la orden Jedi y fracasó miserablemente:
no sólo causó indirectamente la muerte de sus alumnos, sino que no pudo evitar
que su sobrino cayera presa del Lado Oscuro. Como resultado, se ha pasado años en
un exilio autoimpuesto.
No es de extrañar que muchos fans veteranos se
entristecieran e incluso se sintieran traicionados por ese giro tan tenebroso.
El optimismo y la esperanza que destilaban las películas originales se ha
diluido ahora en el pesimismo y el cinismo de los tiempos que nos tocan vivir.
Puedo comprender y compartir ese sentimiento, pero también es inevitable. Una
vez que Mark Hamill, Carrie Fisher y Harrison Ford confirmaron su regreso, no
se los podía reinsertar como provectos jubilados sorbiendo margaritas en la
playa de un planeta paradisiaco. No es solamente que eso carecería de interés, sino
que la nueva generación de personajes necesita desafíos que superar, conflictos
que Luke, Leia y Han no pudieron resolver. Al fin y al cabo, eso es
precisamente lo que hicieron ellos mismos: solucionar los problemas que crearon
sus antepasados (Obi Wan, Yoda, Anakin…).
Que todo esto sea narrativa básica y que todos sepamos que
los finales felices no existen, no ayuda a quitarle el mal sabor de boca a muchos
de los aficionados veteranos que, en su interior, saben que incluso hace mucho
tiempo en una galaxia muy muy lejana, la vida no funcionaba a base de finales
felices. Pero durante treinta años, eso es lo que ofreció el universo de Star
Wars: tres jóvenes héroes que derrotaban al mal, traían la paz a la galaxia y
vivían felices para siempre jamás. Puede que no fuera una conclusión realista,
pero fue precisamente por eso por lo que tantos fans se enamoraron de Star
Wars; y por lo que a tantos les duele ver a esos personajes tan entrañables
envejecidos y desgraciados. No quieren recordarlos así, pero ya no hay marcha
atrás. Seguir con la historia más allá del final feliz tiene un precio y este
es que, en el futuro, cuando veamos la gran fiesta de Endor al término de “El
Retorno del Jedi”, con los tres amigos sonrientes junto a la fogata, no
podremos sino sentir lástima por ellos porque ese se
rá su último momento feliz
juntos.
Relacionado con esto, las celebraciones finales de “El Retorno del Jedi” se convierten no sólo en un festejo prematuro sino en un acto de soberbia. La cremación del cuerpo de Vader ya no es una recreación de un funeral vikingo en honor de un Jedi caído, sino un intento preventivo de evitar que se le tome por un mártir. Y eso es precisamente lo que acaba sucediendo cuando descubrimos que Kylo Ren reverencia el chamuscado y retorcido casco de su abuelo como si fuera una reliquia religiosa.
Y es que, a su manera, la trilogía original se ha
convertido en un objeto de adoración para “El Despertar de la Fuerza”. Esto nos
lleva a uno de sus rasgos más irritantes: el descarado fanservice. Es un punto
este, claro, muy debatible porque, después de todo, el principal argumento de
promoción de la película había sido la reunión de los protagonistas de la
trilogía original (la frase que pronunciaba el envejecido Han Solo, “Estamos en
casa, Chewie”, hizo aplaudir y vitorear con entusiasmo al público cuando el
tráiler se proyectó en los cines).
(Continúa en la siguiente entrada)
Yo me crié con las precuelas (nací en 1994) y aproveché el tirón de reestrenos para enamorarme del Star wars original. Incluso pude aprovechar y comparar las diferentes versiones y remasterizaciones. Me acuerdo cuando fui a ver el episodio 7 esperando ver a los Yuuzhan Vong o a Anakin Solo.. pero vi algo muy diferente. Cuando vi Rogue One decidí que tenía que ver las nuevas películas como lo que eran: nuevas películas, sin estar con la lupa de si eran un calco de la trilogía original. Y con esa otra perspectiva volví a conectar y disfrutar de mi saga favorita, pudiendo seguir devorando cada nuevo producto, algunos mucho mejores que otros. Cuando deseo ver las historias que me engancharon vuelvo a poner el Imperio Contraataca, y aunque me gusta más legends que el nuevo canon, para eso puedo agarrar los cómics. ¡Buena reseña, como siempre!
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