viernes, 23 de septiembre de 2022

2015- STAR WARS: EL DESPERTAR DE LA FUERZA – J.J.Abrams (2)

 


(Viene de la entrada anterior)

Esa nostalgia, que parece ser uno de los motores de la cultura popular del siglo XXI, halla su reflejo en la propia trama de la película a dos niveles. El primero es convertir la idea del hogar en un tema recurrente de la historia, desde la obsesión de Rey por regresar a Jakku al consejo que recibe Han para que “vuelva a casa”. Cuando, ya lo he dicho, entra en el Halcón, le dice a Chewie que están en casa. El segundo, es que la nostalgia funciona como sustento de la trama. Queda claro que los personajes más jóvenes han crecido escuchando historias y leyendas de lo ocurrido en la primera trilogía. Rey se pregunta si alguna de ellas fue verdad o si incluso los Jedi existieron alguna vez. Kylo Ren parece un cosplayer de Darth Vader, imitando no sólo su atuendo sino incluso su voz de barítono.

 

J.J.Abrams era, por tanto, el director idóneo para esta sensibilidad nostálgica. Después de todo y como apuntaba al principio, se ha definido a sí mismo como director mirando hacia los clásicos blockbusters ochenteros de Hollywood e inspirándose especialmente en la obra de Steven Spielberg (quien, de hecho, lo recomendó para dirigir esta película). Para bien o para mal, su trabajo en la franquicia de Star Trek, que parecía un recopilatorio de grandes éxitos de la misma, le cualificó para añadir la dosis de nostalgia requerida al regreso de Star Wars a los cines. 

 

El problema es que casi la mitad de la película parece haberse puesto al servicio del encaje de homenajes a la trilogía original. La trama se desvía a menudo para que podamos ver los cascos ruinosos de los Cruceros Estelares sobresaliendo de las arenas del desierto en Jakku; planeta en el que, además y muy convenientemente, se encuentra varado el Halcón Milenario; a bordo del cual, Finn activa por accidente el viejo ajedrez 3D; y donde Han recuerda que la nave completó la carrera de Kessel en menos de doce parsecs. También se descubre el antiguo sable de luz de Luke y la máscara aplastada de Darth Vader, además de incluir cameos de varios de los comandantes alienígenas que habían luchado en la flota rebelde en “El Retorno del Jedi”…  Y, para colmo, todo el clímax desemboca en el redescubrimiento de uno de los héroes originales. Dicho así, parecen pequeños detalles dispersos cuyo propósito es despertar recuerdos entrañables del visionado de las películas originales, pero todos juntos, pesan demasiado y, para colmo, dan la impresión de que más que en una galaxia todos se mueven en un pequeño sistema solar.

 

Y es que, como todos sabemos, el espacio es grande más allá de lo que nuestras mentes pueden concebir. El universo de Star Wars está lleno, nos dicen, de miles de planetas habitables y muchísimas especies alienígenas inteligentes relacionándose con normalidad. Pero, a pesar de su supuesta vastedad, primero, los planetas de “El Despertar de la Fuerza” se parecen tremendamente a otros ya vistos en películas anteriores (uno desértico, uno boscoso y uno helado); y, segundo, se producen continuas coincidencias en las que unos personajes se encuentran involuntariamente con otros, como si en vez de en una galaxia estuvieran viviendo en un pueblo. Cojamos la trilogía original. De todos los millones de habitantes, quizá miles de millones, de Tatooine, el droide clave va a parar justo en las manos de un joven granjero que resulta haber oído de un antiguo jedi ermitaño y que le anima a descubrir sus propias habilidades, descubriendo en los films siguientes que la persona que envió el droide no era otra que su propia hermana y que el villano que lo persigue incansable es su padre.

 

“El Despertar de la Fuerza” contiene el mismo tipo de implausibles coincidencias: un droide que va a ponerse bajo la protección de una chica que, gracias a ese encuentro, inicia un viaje que le pondrá a los mandos del Halcón Milenario y, subsiguientemente, en la compañía de Han Solo. Igualmente, van a reclutar ayuda al planeta Takodana, donde resulta que hay una taberna en cuyo sótano, mire usted por dónde, está guardado el sable de luz de Luke Skywalker, el cual provoca una reacción psíquica que sugiere que la chica está relacionada de algún modo con la Fuerza; al mismo tiempo, descubrimos que el villano que los persigue a todos, es el hijo de uno de los protagonistas. Este tipo de giros inverosímiles son propios del culebrón más tosco y su ridículo aumenta todavía más cuando se los coloca en un escenario de dimensiones galácticas e hiperpoblado en el que, no importa dónde vayan a parar los personajes, siempre acaban topándose con algún conocido.

 

Una de las cosas que todo el mundo detestó cuando George Lucas reestrenó la trilogía original en 1997 fue su “mejora” digital de muchas de las escenas, añadiendo explosiones a la destrucción de la Estrella de la Muerte, más detalles a los Moradores de las Arenas, los fondos de Mos Eisley y la modificación del “duelo” entre Greedo y Han Solo, entre otras. Para cuando se estrenaron las precuelas, Lucas ya presumía de ser capaz de crear todo tipo de ambientes digitales, pero en “El Ataque de los Clones”, por ejemplo, la sensación era de que esos efectos asfixiaban las escenas. A menudo, se incluían tantos detalles de fondo, ocurrían tantas cosas en cada plano, que los personajes principales quedaban arrinconados, reduciendo así al mínimo la conexión emocional con el espectador. Sin duda eran películas estéticamente bellas y muy trabajadas visualmente, pero carecían del sentido de lo maravilloso y la emoción que en las originales habían transmitido momentos como el ataque a la Estrella de la Muerte o el combate con los AT-AT.

 

J.J.Abrams, en cambio, se esforzó por recortar el peso del CGI y trabajar más con efectos tradicionales (maquetas, animatrones, decorados físicos), tal y como se había hecho en la trilogía original. Evidentemente, sigue habiendo muchísimo añadido y retoque digital (no se puede prescindir de ello hoy en día), pero lo que está claro es que “El Despertar de la Fuerza” es una película más limpia que las precuelas, sus escenas de acción son más emocionantes y narrativamente claras y los fondos pueden apreciarse con nitidez en lugar de ser un manchón borroso y saturado de detalles irrelevantes. Y esto, además, sin duda ayudó a los actores a dar más vida a sus personajes y entender mejor el contexto de cada escena, algo mucho más difícil cuando la única referencia que se tiene son unas marcas en el suelo y una pantalla verde detrás con las que es imposible interactuar.

 

Sean cuales fueren las críticas que se han dirigido hacia Abrams por su inclinación a explotar la nostalgia, no se puede negar que comprende el funcionamiento narrativo-emocional de los blockbusters. La expectación y misterio que generó la campaña promocional alrededor de la ausencia de Luke Skywalker dice mucho al respecto, como también la ubicuidad de Han Solo en los trailers y posters. Tras la decepción que supuso la frialdad emocional de las precuelas, Abrams entendiió que “El Despertar de la Fuerza” podía permitirse enterrar a Skywalker durante toda la acción principal, pero sí necesitaba el carisma de Han Solo. Harrison Ford fue en gran medida el corazón de la trilogía original, aportando a su personaje encanto y vigor a raudales. Podría haberse dudado que el envejecido contrabandista pudiera aportar a la película la conexión con el espectador de la que carecían las precuelas, pero Abrams demuestra que tenía razón y se asegura de situar a Han en el centro de todas las escenas en las que interviene. 

 

Abrams también entendió que no podía limitarse a la nostalgia ni apoyarse sobre todo en la vieja generación de personajes. Si quería un blockbuster apto para los nuevos fans, necesitaba nuevos personajes y, así, presentó tres nuevas figuras centrales y un extenso reparto de secundarios. Los personajes principales están bien construidos y cuentan con su propio arco de desarrollo, algo que la trilogía original supo hacer pero en lo que las precuelas fracasaron miserablemente. Éstas incluían héroes y antihéroes, sí, pero quedaban lastrados por unas interpretaciones mediocres en el mejor de los casos y la aparente incapacidad de Lucas para escribir diálogos decentes o dirigir a los actores para que insuflaran vida y carisma a sus respectivos personajes.

 

Un grave inconveniente que J.J.Abrams supo soslayar. Los tres héroes protagonistas, Rey, Finn y Poe, tienen el mismo vigor juvenil que desprendía el joven Mark Hamill en la primera película. El villano Kylo Ren (Adam Driver) está acertado en un par de escenas clave en las que puede verse claramente ese conflicto interior con el que Lucas pretendió atormentar a Anakin Skywalker pero que le costó nada menos que tres películas desarrollar y sólo para desembocar en una conclusión anticipada desde mucho antes (otra cosa es que físicamente Adam Driver no tenga la presencia necesaria para que el personaje cause verdadero terror). Por no mencionar que BB8 tiene esa encantadora inocencia de cachorrito que hizo de R2D2 y C3P0 dos de los personajes más entrañables de la trilogía original (y que se perdió por completo en las precuelas).

 

Resulta refrescante contar con un reparto de personajes diverso. Rey es el centro de la película, una heroína mucho más dinámica de lo que jamás lo fue Leia. Finn es el primer protagonista de raza negra de la franquicia (Lando Calrissian y Mace Windu habían sido secundarios en sus respectivas trilogías). Los personajes centrales son menos genéricos que muchos de sus predecesores, reconociendo que, aunque se rinda homenaje a sus ancestros, este es un producto del siglo XXI. Ya no tenemos aquí en el centro a un muchacho rubio de ojos azules. Incluso Poe Dameron tiene una etnia mixta.

 

Daisy Ridley y Oscar Isaac realizan un buen trabajo con sus personajes. Ridley añade complejidad a Rey y brinda con ella la mejor interpretación de un protagonista en toda la historia de la franquicia. Es también bienvenido tener a una mujer como heroína sin que se ajuste al papel de reina o princesa, y que, además, en ningún momento su género sea un factor relevante. Se demuestra atlética en las escenas de acción y es capaz de transmitir tanto la ingenuidad propia de la juventud como la determinación férrea que la señala como heroína. 

 

Oscar Isaac es mejor actor de lo que su personaje le permite demostrar, pero al menos se le presenta de una forma bastante eficaz –aunque se le elimina pronto y durante bastante tiempo de la narración principal. Quizá el más novedoso de los tres protagonistas sea Finn, un soldado de asalto desertor (que sea negro lo justifica una frase del general Hux con la que descarta la idea de utilizar soldados clones). Finn fue criado desde la infancia para combatir, pero su conciencia se sobrepone a su adiestramiento. Hay algo subversivo en que, en una franquicia que se ha levantado sobre la idea del destino y la predeterminación, uno de sus héroes se caracterice precisamente por su rechazo al destino que le habían asignado.

 

A su manera, además, Finn es también un héroe propio del siglo XXI. Kylo Ren y otros personajes tachan a Finn repetidamente de “traidor” por su negativa a ejecutar sus órdenes y cumplir con su juramento, lo que lo pone en sintonía con los tiempos de Wikileaks y Edward Snowden. Por otra parte, por original que sea el personaje, también suscita algunas preguntas incómodas que la película no está preparada para responder. Después de todo, una de las funciones del traje de combate de los soldados de asalto es la de deshumanizarlos ante el espectador. Tras haber descubierto que bajo esos cascos idénticos se esconden seres humanos bien diferenciados, ya no resultan tan eufóricas esas escenas en las que los héroes aplastan con sus cañones pelotones enteros de soldados de asalto.

 

“El Despertar de la Fuerza” aborda esta cuestión en su escena de apertura, insertando una imagen visualmente muy poderosa que es al tiempo nueva y familiar: una armadura de soldado imperial cuyo blanco inmaculado queda mancillado por el rojo de la sangre de sus víctimas. Sin embargo, una vez que esa instantánea ha cumplido su propósito en la trama, el guion decide regresar a la confortable equivalencia de “soldados imperiales=carne de cañón”. Hay límites a lo subversiva que puede ser la franquicia consigo misma. 

 

(Continúa en la siguiente entrada)

 

 

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