El Ciberpunk fue un subgénero que emergió de la CF de forma natural en los años 80 del pasado siglo, cuando los grandes avances en informática y electrónica se mezclaron con la cultura de la codicia corporativa y el ambiente de la Guerra Fría para dar a luz una sensibilidad nihilista que rechazaba cualquier ilusión utópica. Fue un momento en el que mucha gente, amantes de la CF incuidos, sucumbió al pesimismo que tanto había luchado por evitar ese género. Puede que la ciencia transforme el mundo por completo, pensaban, pero los problemas de la sociedad serán los mismos o puede que incluso de agraven producto de esas nuevas tecnologías. Quizá lleguemos a otros planetas y podamos navegar con nuestras mentes por las autopistas de la información, pero ¿acabará eso con la pobreza, la desigualdad y la violencia?
Son tres las novelas que a menudo se citan como fundadoras del
ciberpunk: “El Chico Artificial” (1980), de Bruce Sterling; “Neuromante”
(1984), de William Gibson; y “Hardwired”, de Walter Jon Williams. Obviamente,
hay precedentes (como “La Muchacha Que Estaba Conectada” (1973), de James
Tiptree Jr; o “El Jinete de la Onda de Shock” (1975), de John Brunner) y
competidores por ese título (la antología “Mirrorshades” (1986), compilada por
Sterling o “Mindplayers” (1987), de Pat Cadigan), pero esos tres títulos
mencionados son probablemente los que mejor capturan la estética y temas del
ciberpunk.
Aunque sin duda “Neuromante” es una de las novelas más leídas e
influyentes de la historia de la CF, “Hardwired”, nominada al Premio Locus de
1987, merece sin duda un mayor reconocimiento del que habitualmente se le
otorga más allá de ser una de las inspiraciones directas y reconocidas de Mike Pondsmith
a la hora de crear su popular juego de rol “Cyberpunk 2020” (1988), más tarde
diversificado a otros formatos como videojuegos, juegos de cartas o de mesa. Williams
es un autor injustamente menospreciado habida cuenta de su versatilidad y
capacidad para no repetirse. Ha tocado prácticamente todos los géneros de la
CF, desde el Ciberpunk a la Space Opera (la serie “Dread Empire´s Fall”)
pasando por el Posthumanismo (“Aristoi”), la Singularidad Tecnológica (“Implied
Spaces”), la Historia Alternativa (muchos de sus cuentos) e incluso las novelas
de desastres.
Siguiendo la norma en el ciberpunk (norma que, repito, esta novela
ayudó a fijar), encontramos como trasfondo un futuro cercano de corte
distópico. Las megacorporaciones (que en este mundo son conocidas como “Combinados”)
y sus millonarios propietarios y empleados se han instalado en estaciones
orbitales, desde donde controlan el flujo de tecnología que llega hasta la
superficie, afectada por el cambio climático (concretado en el aumento de las
temperaturas y la consecuente subida del nivel de las aguas) y aún sin
recuperar tras la devastación causada por una guerra sin esperanza de victoria
librada contra los Combinados, que se limitaron a arrojar asteroides contra las
ciudades y cortocircuitar la electrónica de los aviones enviados contra ellos. Los
Orbitales, por tanto, tienen todo el poder y explotan sin contemplaciones a los
que han quedado en la superficie (a la que ni siquiera se refieren ya como la
Tierra, sino como “pozo gravitatorio”, sugiriendo con ello claustrofobia y
privación de libertad).
Estados Unidos se ha balcanizado, dividiéndose en tres zonas principales: el Oeste, donde los Combinados desembarcan sus mercancías de alta tecnología; el Este, en una precaria situación y dependiente por completo de los Orbitales; y el Centro, la Muga, que vive de los aranceles que gravan el comercio de mercancías orbitales del Oeste al Este. Estos aranceles elevan tanto el precio final de los productos al llegar a su destino que ha florecido un próspero y activo mercado negro organizado en bandas dirigidas por los llamados Intermediarios.
Uno de esos contrabandistas es Cowboy, quien, como mucha gente en ese
Estados Unidos del futuro, tiene implantes cibernéticos en su cabeza, puertos
de entrada y salida de información que le permiten conectar su cerebro
directamente a las redes, bases de datos e interfaces de los vehículos que
conduce o pilota. Cowboy fue piloto de combate hasta que su avión fue derribado
durante la corta guerra contra los Combinados una década atrás. Ahora pilota un
hovercraft blindado y fuertemente armado (un “panzer”) con el que contrabandea
productos orbitales de gran valor: fármacos, circuitos electrónicos, cristales
(los ordenadores de ese mundo)… Es un trabajo muy peligroso puesto que los
territorios centrales que tiene que atravesar cuentan con auténticos ejércitos
muy bien equipados dispuestos a eliminar a estos delincuentes que les privan de
ingresos. Sus implantes le perm
iten pilotar su vehículo a grandes velocidades y
realizar complicadas maniobras; además, conoce perfectamente el terreno y cuenta
con escondrijos y zulos (Williams, según él mismo reconoció, se inspiró para
estos pasajes en la novela postapocalíptica “El Callejón de la Muerte” (1969),
de Roger Zelazny)
Cowboy tiene su propio sentido del honor y ética del trabajo y es leal al Esquivo, su empleador habitual. De alguna forma, se ve a sí mismo como parte de un movimiento de resistencia contra el poder de los Orbitales, hurtándoles el beneficio de las mercancías que él y sus colegas delincuentes pasan de contrabando.
Mientras tanto, en la Zona Libre de Florida, sobrevive Sarah, una
antigua prostituta de 1.90 m de altura reconvertida en asesina mercenaria y
guardaespaldas con un implante ciborg secreto en el interior de su garganta que
puede utilizar como arma sorpresa. Atormentada por la espiral autodestructiva
en la que se ha sumido su hermano yonqui y gigoló, Daud, está dispuesta a lo
que sea por conseguir billetes con destino a alguno de los Orbitales y acepta
una misión de espionaje industrial del combinado Temple Pharmaceuticals contra
uno de sus rivales que incluye cargar en su su sistema un virus informático y
seducir y liquidar a uno de sus empleados. Cuando, cumplido el encargo, la
intentan asesinar, se da cuenta de que se ha convertido en un molesto cabo
suelto.
Es entonces cuando traba contacto con el Cowboy. Ambos provienen de mundos y pasados muy diferentes, pero por encargo de sus respectivos jefes, forman equipo en un intercambio de oro por mercancía que acaba en una masacre. Convertidos en diana, se ven obligados a huir y aliarse, al principio por conveniencia y luego por afinidad. Cowboy se da cuenta de que los contrabandistas no son sino un brazo más de los Orbitales, que así controlan también el mercado negro. Investiga las intrigas corporativas y diseña un plan para evitar que Temple Pharmaceuticals les asesine a él y a Sarah y poner así fin a la guerra entre facciones que se ha desatado en las dos costas.
Entre hovercrafts y consciencias alojadas en realidades virtuales,
puertos craneales de conexión a las redes de datos, ciberimplantes y personajes
renegados y patibularios, los aficionados a la Trilogía del Ensanche se
encontrarán aquí en un territorio familiar. Otros elementos comunes con la obra
de Gibson son la abundancia de drogas y sexo, las modificaciones corporales, la
información como auténtico poder en manos de corporaciones privadas, la
impotencia o inexistencia de gobiernos, la sustitución de las ideologías
políticas por el más crudo capitalismo y la sumisión de las fuerzas del orden a
los intereses comerciales. Y, desde luego, la pareja protagonista, formada por
el varón experto en tecnología y la hembra especializada en combate.
Pero es importante subrayar que “Hardwired” no es una burda imitación
de los mundos de Gibson. A pesar de las similitudes mencionadas y una estética
compartida, la historia es netamente original. Haciendo hincapié en las
texturas y efectos sensoriales de la tecnología, el principal tema de
“Neuromante” es la pérdida de la identidad personal en un mundo en el que los
avances informáticos la han hecho maleable y reproducible. “Hardwired”, en
cambio, es una historia de rebelión social: el individuo pequeño que se
revuelve contra los grandes que utilizan su poder e influencia en beneficio
propio. Es una frase un tanto burda para resumir una historia bastante más
compleja de lo que hace imaginar ese simple lema. Williams hace un buen trabajo
moviendo la trama más a base de sutileza que de descripciones meridianamente
claras. Lo que en la típica película de acción de Hollywood habría quedado
fácilmente reducido a frases cortas y contundentes, Williams lo elabora y
enriquece alejándolo del material facilón para adolescentes (que, sin embargo,
es lo que suelen sugerir muchas de las portadas que acompañan al libro) para
elevarlo a una dimensión más adulta.
Cowboy y Sarah son hasta cierto punto arquetipos, sí, pero también
personajes complejos que no luchan sólo por salvar el mundo sino a sí mismos.
Ambos cargan con sus propios fantasmas. Cowboy nunca ha podido superar el
trauma de la derrota en la guerra y añora la sensación de volar. Cuando toma
conciencia de que lo que él creía era una actividad de rebeldía contra el
injusto sistema impuesto por los Orbitales está en realidad controlada por
éstos, inicia una intriga para reunir en torno a así a un núcleo de iguales
dispuestos a alzarse y destronar a sus patronos, los Intermediarios, en su
mayoría corruptos y vendidos a los Combinados.
Desde el principio, se nos deja claro que Cowboy no tiene inconvenientes en matar cuando su vida está en juego, pero también lo hace como parte de su estrategia, como cuando derriba un jet privado porque sabe que a bordo viaja uno de sus enemigos, sin importarle demasiado quién más forma parte del pasaje. No mucho después, experimenta profundos remordimientos cuando, para conseguir sus objetivos, decide pactar con uno de los más despreciables ejecutivos orbitales que mantiene un harén de niños esclavos sexuales.
Sarah, por el contrario, no se llama a engaño. Sabe que no tiene más
lealtades que consigo misma y su hermano Daud. Vende su cuerpo y sus
habilidades a quien más le pague y su único objetivo es conseguir el acceso,
para ella pero sobre todo para Daud, a una de las estaciones orbitales de los
Combinados. Su relación con Cowboy cambia algo su actitud cínica y desconfiada,
pero incluso así y bien entrada la trama, no tiene reparos en considerar
seriamente la traición. El retrato de los dos protagonistas y las diferencias
que los separan es uno de los puntos fuertes de esta novela que, por otra parte
y como otras obras ciberpunk de la época, extrapola al futuro el vacio moral
que entonces se percibía en la sociedad norteamericana.
Si ambos, Cowboy y Sarah, emprenden su propia guerra contra uno de los
Combinados no es tanto por sus inclinaciones heroicas –de hecho, los dos son
criminales en una sociedad tan injusta que sus actos no parecen particularmente
perversos- como porque, de una forma bastante fortuita e involuntaria, han
acabado perseguidos por los agentes de ese conglomerado empresarial. Son
animales acorralados dispuestos a sobrevivir a toda costa y que resultan tener
recursos para hacerlo. Su alzamiento contra los Combinados es una lucha por su
supervivencia y una búsqueda de venganza tanto o más que un acto de nobleza.
Además, y en esto no se engañan, la suya es una misión limitada. Esto es una
historia ciberpunk, oscura y en buena medida pesimista. Por eso, el final,
aunque moderamente feliz, tiene también un sabor agridulce. No hay amor y
riqueza para los protagonistas al final del camino. La victoria, solo parcial,
se ha conseguido a base de ser más ladinos y despiadados que el contrario. Los
villanos son demasiado poderosos y numerosos como para acabar con todos ellos. El
problema es el sistema y hay demasiados intereses en él como para aspirar a
derribarlo por completo. Lo único que pueden esperar es dañar una parte del
mismo durante un tiempo limitado y, en el proceso, salvar sus vidas.
Otro punto positivo a subrayar es la mezcla de ambientaciones y
géneros que ofrece la novela. En muchos sentidos, “Hardwired” se acerca más al
western que al noir característico de tantos otros productos ciberpunk. La
tecnología está ahí, sí, pero una parte sustancial de la trama transcurre en
las montañas de California, los desiertos de Nevada o las llanuras del Medio
Oeste, alternando con los ambientes –estos sí, muy ciberpunk- nocturnos en los
que se mueve Sarah: clubes con luces de neón, callejones oscuros, prostitutas,
drogas a mansalva y delincuentes de variopinto pelaje.
El lenguaje que utiliza Williams es también interesante. Sin perderse en conceptos o imágenes demasiado abstrusos, tiene el mismo sabor poético que en su día tuvo Gibson y que el Ciberpunk ha ido perdiendo con el paso del tiempo. También crea neologismos que enriquecen y aportan vida a ese nuevo mundo. Eso sí, exige del lector cierta atención para seguir los movimientos de los personajes y sus relaciones con sus respectivos círculos sociales y profesionales. Particular y deliberadamente complejos –casi hasta el absurdo pero sin perder del todo su lógica interna- son dos pasajes: en uno, Cowboy reconstruye los movimientos profesionales que han seguido varios ejecutivos importantes de Temple Pharmaceuticals a todo lo largo y ancho de la laberíntica megacorporación; en otro, un hacker superespecializado utiliza varias páginas del libro para detallar los enrevesadísimos circuitos financieros que hace seguir por todo el planeta al dinero de Cowboy para ocultarlo a la vigilancia informática de las autoridades.
“Hardwired” es esencia pura de ciberpunk ochentero. A estas alturas,
muchos encontrarán aquí elementos que quizá les resulten cansinamente
familiares, pero hay que tener en cuenta que, ya lo he dicho, ello es debido a
que esta novela fue una de las que ayudó a fijar los parámetros sobre los que
evolucionaría el subgénero. Es un thriller cruel y oscuro que, eclipsado por el
brillo de “Neuromante” o “Blade Runner” (1982) merece más atención de la que se
le ha prestado y que podría dar lugar, sin efectuar importantes alteraciones, a
una película o incluso una serie televisiva. Aunque forma parte de una trilogía,
es una historia autocontenida que se puede disfrutar perfectamente por sus
propios méritos y que todo interesado en el ciberpunk debería leer.
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