“La Sombra de un Hombre” forma parte de ese proyecto conjunto que comenzó en 1978 bajo el nombre de “Las Ciudades Oscuras” a cargo del guionista Benoît Peeters y el dibujante François Schuiten: tebeos que podríamos llamar retrofuturistas, en los que se mezclan elementos narrativos y estéticos de la literatura del siglo XIX y las antiguas historias de ciencia ficción para articular un mensaje moral, social o político. El particular y coherente universo que, álbum tras álbum, a lo largo de varias décadas, han ido tejiendo estos dos autores, constituye un rara avis no sólo en el mundo del comic sino de la CF.
Con “La Sombra de un Hombre”, Peeters y Schuiten abren una
nueva etapa de “Las Ciudades Oscuras”, confirmando la orientación que ya habían
apuntado en “La Chica Inclinada”. La arquitectura y el urbanismo de las
ciudades de, por ejemplo, “La Fiebre de Urbicanda”, “Las Murallas de Samaris” o
“Brüsel”, condicionaban la vida de sus habitantes y, en no poca medida, la
historia principal. Ahora, la principal preocupación pasa a ser la trama y los
personajes por encima de las ciudades que éstos habitan. De hecho, “La Sombra
de un Hombre” es una historia relativamente sencilla sobre la crisis
existencial que atraviesa su protagonista. Es un cambio que puede desconcertar
de incluso decepcionar a los seguidores de la serie, puesto que la ciudad,
absoluta protagonista en todas las entregas precedentes, pasa a ser aquí un
simple decorado de fondo más que un personaje de pleno derecho.
En esta ocasión se nos cuentan las desventuras de Albert
Chamisso, un agente de seguros que trabaja desde hace diez años para la
compañía Seguros Generales, sita en la ciudad de Blosseldstad (antiguamente
denominada Brentano). Que es un empleado motivado, meticuloso, eficiente y leal
lo demuestra la escena del comienzo en la que solventa con frialdad la disputa
entre su cliente, el fotógrafo de prensa Michel Ardan, y la propietaria de un
edificio emblemático cuya cristalera del techo rompió accidentalmente el
primero.
Albert se ha casado recientemente con la hermosa Sarah, una mujer más joven que él, y desde entonces está sufriendo pesadillas recurrentes en las que unas siniestras manos le agarran por los pies, le tiran de la cama y le arrojan por la ventana (un guiño al clásico “Little Nemo”). Agotado, consulta con el extravagante doctor Polydore Vincent, que le recomienda un remedio químico que da resultado… a costa de un desconcertante efecto secundario: la sombra que proyecta pasa a ser de colores. Este fenómeno le causa asimismo una angustia que, junto a su carácter introvertido e incapacidad para comunicarse emocionalmente, repercute en el resto de su vida y acaba perdiendo su empleo, estatus social y matrimonio.
Abandonado por todos y arruinado, se convierte en una
piltrafa humana que vive en un ruinoso apartamento en las afueras de la ciudad.
Está dispuesto a iniciar acciones legales contra Seguros Generales y revelar
sus trapos sucios cuando Michel Ardan reaparece en su vida. Le toma unas fotos
y gracias a ellas y a la intervención de su atractiva vecina y stripper, Mina,
inicia una segunda vida como artista de variedades. Albert y Mina utilizan la
sombra coloreada del primero para poner en escena un espectáculo que maravilla
al público. Cuando todo parece hallarse en el buen camino, Albert descubre que
su sombra ha regresado a su negro original y el temor al fracaso reaparece.
A primera vista, la historia no parece particularmente
interesante y los problemas de Albert con su sombra se antojan demasiado
extraños, lejanos a nosotros. Pero los conocedores de los álbumes que componen
“Las Ciudades Oscuras” ya sabrán a estas alturas que no deben conformarse con
la sensación de aparente banalidad que se desprende de una lectura superficial
de la historia. Es necesario rascar más allá de lo aparente y profundizar en el
tema que se esconde en el corazón de aquélla. Y es que de lo que aquí se trata,
de una forma sutil y poco convencional, es de la relación entre la imagen y la
apariencia en lo que se refiere a su importancia para la integración del
individuo en una sociedad excesivamente racional y cómo aquéllas reflejan el
estado moral de ese mismo individuo. La desventura de Albert Chamisso no
consiste solamente en que su sombra haya cambiado inexplicablemente de color
(un misterio que nunca llega a resolverse) sino que este fenómeno es un eco de
su insatisfacción con su papel dentro de la sociedad. Y aunque aquél provoca su
desgracia, también le proporciona una inesperada segunda oportunidad profesional
y sentimental mucho más acorde con su auténtico espíritu.
El guion de Peeters también reflexiona sobre el auténtico y
perturbador significado de la sombra y, en consecuencia, la luz. Tan pronto
como el protagonista descubre su particularidad (léase una raza, un credo
religioso, una orientación sexual, una ideología, una forma de vivir o
interpretar el mundo) y que no puede esconderla del mundo que le rodea, se
convierte en víctima de la exclusión y la intolerancia: avergüenza a familiares
y conocidos; le proporciona a su esposa la excusa para abandonarle (ella en
realidad no le ama; su matrimonio fue un arreglo) y a su jefe para despedirle.
Es como si una sombra, la auténtica, la oscura, se lo estuviera tragando. Ayer
era un ciudadano integrado, incluso modélico, un empleado ejemplar, un marido
convencional… y hoy pasa a ser un alienado, alguien exiliado de la sociedad “de
bien”. La sociedad no tolera excentricidades como la de alguien cuya sombra es
multicolor. Su única posibilidad de salvación es aceptarse a sí mismo tal y
como es, un cambio difícil pero posible gracias al arte. Es a través de éste
que Albert conocerá gente tan distinta como él y, por fin, vivirá una existencia
en la que su diferencia pasará a ser su fortaleza.
Peeters conecta este álbum con el universo de “Las Ciudades
Oscuras” a través de varios personajes ya vistos en otras entregas: Michel
Ardan, Stanislas Sinclair, Axel Wappendorf e incluso el doctor Polydore Vicent,
ya habían aparecido en “Brüsel” o “La Chica Inclinada”; Lola Minna va a
participar en una obra teatral titulada “La Torre” interpretando el papel de
Milena. Pero, además, hay otros elementos comunes a la serie, como el impacto
que el descubrimiento sexual tiene sobre el protagonista; las mujeres fuertes,
inteligentes e independientes; o el tema (ya visto en “La Chica Inclinada”) de
la especificidad que aleja a ciertos individuos de una sociedad poco
comprensiva con lo diferente y que se reinventan en el marco del mundo del
espectáculo.
Los diálogos son sobrios pero elocuentes, los personajes
están razonablemente bien caracterizados y resultan creíbles en el contexto de
una historia que, como esta, contiene elementos que cabalgan entre la CF y la
Fantasía. Y, sobre todo, Peeters deja abundante espacio a la imagen de su colega
Schuiten Como es costumbre en él, las ilustraciones con un suave coloreado
pastel son maravillosas, con meticulosos diseños de vehículos, decoración y,
por supuesto, edificios y urbanismo. Schuiten embellece la extravagante trama
con una atmósfera al tiempo inquietante (una ciudad opresiva de rascacielos
modernistas, con instituciones oficiales fosilizadas y barrios que separan
estrictamente a las clases sociales) y romántica (Albert debe su salvación al
amor de una mujer). En cuanto a los personajes, el dibujante consigue plasmar
con acierto sus transiciones psicológicas, desde la rigidez inicial de Albert a
la depresión terminando en una sensual relación romántico-sexual; y subrayar el
lirismo de ciertas situaciones, como el espectáculo de sombras chinescas. Se
atreve incluso a darle al protagonista, una vez afeitada la barba y recortado
su cabello, las facciones de su compañero Benoît Peeters.
El álbum anterior, “La Chica Inclinada” había sido un
estudio gráfico en blanco y negro de la interrelación entre dibujo y fotografía.
El formato y estética de “La Sombra de un Hombre” es más tradicional, pero ello
no debería ocultar su intención de reflexionar sobre la relación entre el color
y el blanco y negro, entre la línea y la pincelada y de cómo el color puede
interpretarse como un juego de sombras. Como muestra, pueden revisarse las
páginas 75 y 76 y las dos finales del álbum.
“La Sombra de un Hombre” es un álbum característico de las líneas conceptuales y estéticas que han conformado desde el inicio “Las Ciudades Oscuras”. Y ello no porque añada una ciudad más a su catálogo de urbes imaginarias, sino porque es fiel al propósito original de la saga: construir un mundo de luces y sombras, de engaños y verdades, en el que la historia es secundaria respecto a las metáforas que incluye. Así, bajo la sencilla historia de la caída en desgracia y posterior redención de su protagonista, “La Sombra de un Hombre” combina poesía y reflexión, crítica social y belleza estética en una síntesis única que medita en forma de alegoría sobre un tema muy actual: la soledad de aquellos que son diferentes y la marginación de la que son objeto por parte de una sociedad implacable con quien se desvíe de lo considerado aceptable. Como todos los álbumes de Schuiten y Peeters, “La Sombra de un Hombre” requiere de al menos dos lecturas: la primera por puro deleite estético; la segunda para la meditación de su contenido.
Reescritura de "La maravillosa historia de Peter Schlemihl" de Adelbert von Chamisso.
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