Antes de que términos como “Mecánica Cuántica”, “Teoría de Cuerdas” o “Materia Oscura” pasaran a formar parte del léxico popular, Schuiten y Peeters imaginaron, dentro de su particular universo de “Las Ciudades Oscuras”, un mundo en el que fuerzas cosmológicas invisibles afectan a ciertos mortales de formas desconcertantes.
Mary Von Rathen, hija menor de la familia gobernante de Mylos, está de visita en la ciudad de

Finalmente, escapa de la institución y, a punto de perecer por el frío invernal en Sodrovni, le ofrecen unirse a un circo de rarezas donde permanece unos meses exhibiendo su particularidad en un número de funambulismo bajo el nombre artístico de Laetitia la Inclinada. Hasta que un día la aborda un periodista, también él deforme, y le dice que hay un hombre que podría ayudarle. Se trata de Alex Wappendorf, cuya historia también ha ido intercalándose con lo anterior. Se trata de un científico que ha deducido la existencia de un

Mientras tanto, un atormentado y poco valorado pintor de finales del siglo XIX en la Tierra –la nuestra, no la de las Ciudades Oscuras-, llamado Augustin Desombres se ha exiliado del atribulado París y abandonado a su amada para comprar un caserón antiguo y en malas condiciones sito en un lugar desolado del centro de Francia. Acosado por la visión de unas imágenes que debe pintar compulsivamente, cubre las paredes de frescos, encontrándose con que éstos han conformado un portal a otro mundo, precisamente aquél al que van a parar Mary y Wappendorf.
Este sexto álbum de las “Ciudades Oscuras” marca una diferencia considerable con lo que había sido la norma hasta ese momento en la serie. En primer lugar, la arquitectura deja de estar en primer plano. Schuiten sigue, por supuesto,


Más puntos de ruptura con entregas anteriores: como comento más adelante, se utilizan dos técnicas gráficas diferentes; la protagonista es una mujer; y el elemento fantástico juega un papel más relevante ya que el interés de los autores reside en esta ocasión en crear alegorías poéticas. Así, aunque se introduce una explicación “física” al fenómeno que aflige a Mary, no resulta muy plausible y queda inmediatamente claro que el verdadero propósito del mismo es construir una metáfora del sentimiento de alienación que sienten aquellos –ya sean jóvenes buscando su identidad y lugar en el mundo o adultos inconformistas– que sienten sobre sí el peso de la incomprensión social por su rechazo a amoldarse a lo considerado normal o correcto.
Sin embargo, literariamente “La Chica Inclinada” no resulta tan fascinante como el dibujo que

Tampoco parece tener demasiada lógica la escena de iniciación sexual entre la adolescente Mary y el maduro Desombres. ¿Se trata quizá de ilustrar el encuentro y fusión de dos almas gemelas y alienadas de sus respectivos mundos, en un plano de la existencia que hacen suyo? Aun si fuera así, no se explica ni justifica adecuadamente en

El desenlace de la historia para los diferentes personajes es innegablemente melancólico. Los

Al final, resulta que los hombres “creativos”, pretenciosos y vanos, quedan en evidencia por el escaso beneficio que sus obsesiones artísticas o científicas aportan al bien común; en cambio, Mary comprendió que no podía seguir siendo una niña, que debía madurar y encontrar un lugar en la sociedad desde el que mejorar la misma. Es refrescante encontrar una obra que no

El dibujo de Schuiten, una vez más regresando al blanco y negro tras el color de “Brusel”, combina la grandeza épica con el detalle meticuloso en una síntesis muy peculiar de Winsor McCay y Gustavo Doré, creando un mundo tan completo que es imposible no sentirse absorbido por él. Peeters y Schuiten trabajan juntos a la hora de planificar cada página, la composición de las viñetas y el plano con que se representará cada una de ellas. Esa colaboración hace que texto y dibujo sean inseparables, como si ambos hubieran sido obra de un solo autor.
El blanco y negro de Schuiten no tiene grises: los efectos de iluminación y textura los crea a través de un minucioso trabajo de entintado, trazando miles de líneas del grosor y forma requeridos para hacer surgir del papel cada sombra, cada pliegue, cada nudo, cada rugosidad de los objetos. Es difícil encontrar en el

Y es que las aproximadamente 150 páginas del álbum discurren con rapidez gracias al uso de elipsis, capítulos breves y cambios constantes de escenario. Lo que ralentiza el ritmo es el dibujo de Schuiten: su detallismo, el intrincado trabajo de tintas que vierte en cada viñeta, hace que el lector atento, inevitablemente, se detenga más de la cuenta para recrearse en esas bellas ilustraciones que parecen grabados extraídos de un viejo libro decimonónico, observar y vagabundear con la mente por los paisajes que el artista nos propone. Que esto sea un defecto o una virtud depende del gusto de cada cuál a la hora de abordar los comics, si bien en una obra de estas características nadie debería esperar una lectura ligera.
Al sublime dibujo de Schuiten se añade el experimento de narrar la subtrama del pintor Desombres como una fotonovela, esto es, una narración en fotografías –tomadas por Marie-Françoise Lisart y con Martin Vaughn James, que también es pintor, encarnando al artista-. La

Puede resultar una opción extraña e incongruente a primera vista, pero acertada si tenemos en cuenta que “La Chica Inclinada” plantea historias que transcurren en dos planos diferentes de la realidad, planos porosos que permiten el traspaso de vagas imágenes entre ellos y que se afectan sutilmente el uno al otro. Así que cuando en una conseguida escena en el último acto del comic, el pintor consigue traspasar la frontera a ese otro plano –transformándose entonces en un dibujo-, la opción fotográfica adquiere todo su significado. Schuiten y Peeters representan muy acertadamente el tránsito de una realidad a otra, entre lo imaginario y lo real, lo mental y lo físico, el dibujo y la fotografía, el texto y la imagen.
“La Chica Inclinada” es, en resumen, una de las entregas más sorprendentes de la serie (y eso

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