Francia puede presumir de haber ofrecido al mundo la primera película de ciencia ficción: “Viaje a la Luna” (1902), de George Mélies. Desde entonces, el género nunca ha desaparecido del todo del cine galo e incluso de vez en cuando ha aportado al canon películas interesantes a menudo caracterizadas por su irreverencia hacia las convenciones del cine y la propia ciencia ficción. La aproximación francesa al género es fascinantemente retorcida e iconoclasta si la comparamos con lo habitual en el cine anglosajón.
Ejemplos los hay a montones. Entre los más ilustres encontramos “Lemmycontra Alphaville” (1965), de Jean-Luc Godard, que subvierte con cierto
desprecio los tópicos de la ciencia ficción al rodarla en lo que obviamente era
el Paris de mediados de los sesenta y sin integrar efectos especiales de ningún
tipo. Algo después llegó “Barbarella” (1968), dirigida por Roger Vadim a partir
del comic homónimo de Jean-Claude Forest publicado en 1962. La protagonista,
interpretada por una exuberante y joven Jane Fonda, inyectó en vena una buena
dosis de sexo a la ciencia ficción cinematográfica, un aspecto éste que nunca
se había tocado hasta entonces. En 1973, el film coproducido con Checoslovaquia,
“El Planeta Salvaje”, sobre el levantamiento de una raza esclava contra sus
amos, fue la primera vez que se utilizó la animación para narrar una historia
larga de ciencia ficción.
En 1983, Luc Besson subvirtió el paradigma de acción postapocalíptico
configuado por Mad Max con su película de arte y ensayo “Kamikaze 1999”, que
eliminaba casi todo el diálogo y cuyo momento más impactante no era uno de
acción y violencia sino el plano de una mano femenina extendiéndose. Y luego,
también de la mano de Besson, llegó “El Quinto Elemento”, quizá una de las
mayores oportunidades malgastadas en la historia del cine de ciencia ficción.
A priori, había mucho que esperar de esta película. Venía dirigida por
quien hasta el momento se había revelado como uno de los mejores directores
mundiales del cine de acción en películas como “Nikita” (1990) o “León, el
Profesional” (1994), cintas en las que, además de tiros y persecuciones, había
un fuerte elemento emocional que conectaba con el espectador. Antes de eso, el
director galo había destacado con películas estéticamente depuradas como
“Subway (En busca de Freddy)” (1986) o la mística “El Gran Azul” (1988) así
como en la mencionada incursión en la ciencia ficción postapocalíptica. Podría
haberse esperado que, con esa trayectoria y contando por fin con un abultado presupuesto,
Besson iba a realizar un film tan revolucionario como “Blade Runner” (1982) lo
fue en la década de los ochenta. Y, ciertamente, el trailer llevaba a albergar
tales esperanzas dado que presentaba la más pura encarnación que hasta la fecha
habían tenido en el cine los comics de ciencia ficción de la legendaria revista
“Metal Hurlant”. Por desgracia, no fue así.
En 1914, un arqueólogo descubre en Egipto un antiguo templo cuyas
paredes están decoradas por runas que hablan de cuatro elementos (agua, fuego,
tierra y aire) que se combinan con un misterioso quinto para crear la Vida.
Estos signos también hablan de cómo, cada cinco mil años, tres planetas se
alinean y se abre un portal transdimensional del que surge “El Maligno” para
amenazar la Tierra, un peligro del que solo la Luz Divina conjurada por la
reunión de esos cinco elementos puede salvarnos. En cuanto el sabio ha descifrado
el mensaje, llegan en una nave los Mondoshawans, los alienígenas amistosos que
escondieron en ese templo las piedras que contienen los elementos, y le confían
a un sacerdote (y a sus descendientes en los siglos por venir) la misión de
custodiar las piedras sagradas hasta que ellos deban regresar otra vez con
ocasión de la llegada cíclica del Maligno.
Momento que, efectivamente, se produce trescientos años más tarde, cuando
las fuerzas espaciales terrestres detectan un planetoide dirigiéndose hacia el
Sistema solar y que el ultimo de la dinastía de aquellos sacerdotes, el Hermano
Cornelius (Ian Holm) identifica como la encarnación de la anti-vida, el Maligno.
Los alienígenas protectores de nuestra especie regresan pero su nave es
derribada por los mercenarios Mangaloreanos pagados por el traficante de armas
millonario Jean-Baptiste Emanuel Zorg (Gary Oldman) que, a su
vez, trabaja para el Maligno como agente en la Tierra.
Pero una parte de los restos de la nave sobrevive y es trasladada a
unos laboratorios gubernamentales donde tras analizarla, se descubre que
contiene un ADN docenas de veces más complejo que el humano. A partir de esta
muestra, construyen el cuerpo que corresponde a esa codificación genética y que
resulta ser una chica con capacidades físicas e intelectuales extraordinarias,
Leeloo (Mila Jovovich, con un inquietante parecido a Pipi Calzaslargas).
Confusa y asustada, Leeloo escapa del laboratorio y se lanza al vacío cayendo en un taxi volador conducido por Korben Dallas (Bruce Willis) quien, aunque reacio al principio, decide protegerla de la persecución de la policía primero y de los mercenarios de Zorg después. Tras encontrarse con el Hermano Cornelius y averiguar la naturaleza de Leeloo (ser supremo y puro) y si auténtica misión (juzgar y, si así lo estima, salvar a la Humanidad) se embarcan en una aventura desesperada para recuperar las cuatro piedras perdidas y que son la única esperanza de la Tierra ante la llegada del ser alienígena destructor de toda vida.
Es difícil imaginar qué es lo que Besson tenía en la cabeza cuando
hizo “El Quinto Elemento”. En una escena parece que se lo está tomando todo muy
en serio y en la siguiente que se está riendo del género o, al menos, de la
forma que tiene Hollywood de abordar las aventuras espaciales. El tono general,
tanto en la historia como en la estética, oscila entre la acción y aventura
realistas y la space opera barrocamente camp con un pie en lo grotesco. Se
describe un futuro que bien podría calificarse de distopía (contaminado,
superpoblado, ahogado por el consumismo cutre y dominado por corporaciones)
pero la atmósfera colorista y ligera que vemos no es acorde con aquélla. La
puesta en escena y el diseño de producción parecen orientados hacia el realismo,
pero Besson utiliza esos mismos
elementos para hacer gags dignos de unos dibujos
animados infantiles, como cuando Zorg se atraganta con una cereza o todas las
escenas en las que aparece el histriónico presentador radiofónico Ruby Rhod
(Chris Tucker). Son momentos fascinantemente malos. Incluso el buen ojo de
Besson para la acción y la pirotecnia parecen haberle abandonado.
Y luego está la historia…o la ausencia de ella. “El Quinto Elemento”
parece ciencia ficción imaginada por gente que no tiene ni idea de en qué
consiste el género. El argumento no es más que un batiburrillo desordenado de
gags y acción al nivel de los dibujos animados más básicos, realismo futurista
cyberpunk inspirado por “Blade Runner”, misticismo alquímico, Profecías
milenarias, la eterna lucha entre el Bien y el Mal absolutos y las caducas teorías
de Erich Von Daniken y sus “Carros de los Dioses”.
Según declaró el propio Besson, la idea para “El Quinto Elemento” data
de 1975, cuando, todavía adolescente, estudiaba en un instituto en las afueras
de París. Aburrido y necesitado de evasión ante una situación familiar difícil
(sus padres se habían divorciado cuando tenía diez años y vuelto a casar con
otras personas, quedando él alienado de ambos), empezó a imaginar una historia
que mezclaba personajes y situaciones inspirados en sus comics favoritos. Siguió trabajando en ello durante años y para 1990, ya establecido
como cineasta de prestigio, el libreto había seguido añadiendo referencias (de,
por ejemplo, “En Busca del Arca Perdida”, “Star Wars” o “Blade Runner”) hasta
alcanzar las cuatrocientas páginas, una extensión claramente imposible de
trasladar a una película. Con la ayuda del guionista Robert Mark Kamen (que
había escrito, por ejemplo, “Karate Kid” o “Gladiator”), la redujo a
unas 125
páginas. Puede que el guion se hubiera condensado, pero no perdió ese aire a
fantasía propia de un adolescente que ha vertido en ella, sin demasiado orden
ni coherencia, aquellas imágenes de sus libros, comics y películas predilectos
que tanto le hicieron soñar.
Y así, todo tiene un sabor rancio y trillado, empezando por el villano, que se llama Zorg, como si lo hubieran rescatado de una space opera pulp de los años treinta; los malos son feos y los buenos atractivos; el protagonista es un antihéroe cínico que tras convertirse en una máquina de matar en los marines espaciales, ha decidido malganarse la vida como taxista en Nueva York y que, tras involucrarse en la acción cuando la chica atraviesa indemne el techo de su vehículo tras una caída libre de cien pisos, es capaz de lanzarse de cabeza y sin torcer el gesto a salvar el universo.
Los agujeros de guion y las implausibilidades abundan por doquier. La
heroína se convierte en experta en artes marciales leyendo un libro pero sin
hacer ni un solo ejercicio físico y su perfección genéticamente codificada
parece incluir un horrible pelo naranja. El libreto repite generosamente términos
como “La Maldad Definitiva del Universo o el “Ser Supremo”, que, a la postre,
carecen de peso o significado. El Maligno no es más que una mancha negra que no
hace otra cosa que avanzar hacia la Tierra y estallar espectacularmente al
final; el Ser Supremo es una endeble mezcolanza de habilidades e inteligencias
no muy sobrenaturales cuyo propósito es igualmente incierto.
Tampoco saca provecho Besson del buen reparto de actores que consiguió
reunir para este proyecto. Por entonces, Bruce Willis estaba emergiendo como
héroe del cine de acción que se diferenciaba de otros (Stallone,
Schwarzenegger, Van Damme, Norris etc) por tener un aspecto y constitución de
tipo normal, un sentido del humor socarrón que no temía reírse de sí mismo y
una mayor capacidad interpretativa que muchos de sus colegas de género. Pero
esas virtudes no brillan en su papel de “El Quinto Elemento”, que podría haber
sido desempeñado por cualquier otro actor. Originalmente, de hecho, Besson no
contaba con Willis al considerar que su caché estaba por encima del presupuesto
disponible. Pero al actor le gustó el proyecto y aceptó una remuneración razonable
y un porcentaje de la recaudación, jugada que, como veremos, le salió más que
bien.
Ian Holm, como siempre, demuestra ser un consumado profesional; Gary
Oldman adopta su modo de villano histriónico tan común para él entonces; y en
cuanto a Chris Tucker, es difícil imaginar quién y cómo podría haber hecho una
interpretación más pasada de rosca. Su exageradamente afeminado personaje –innecesario
además desde el punto de vista dramático ya que no aporta realmente nada aparte
de momentos supuestamente
cómicos- es tan repelente, excesivo y chirriante que
resulta difícil apartar la vista de él cuando aparece en pantalla.
Brilla especialmente y dentro de las limitaciones del guion, Milla
Jovovich, que por entonces tenía 22 años y estaba casada con Besson, su segundo
marido y del que se divorciaría un par de años más tarde. Leeloo tiene momentos
cómicos bastante logrados, sobre todo cuando aún no se ha desprendido de su
inocencia primordial y trata de asimilar la cultura y costumbres humanas (su
continua exhibición del “Multipass”, por ejemplo, es muy divertida). Besson,
que siempre ha sentido predilección por las mujeres fuertes y/o guerreras (ahí
tenemos a sus Nikita, Juana de Arco, Lucy, Laureline, Aung San Suu Kyi o Adele
Blanc-Sec) nos presenta a una criatura al tiempo ingenua y sabia, un ser perfecto
que encarna una visión romántica de lo femenino al tiempo que le dota de una
nada sutil carga sexual. Por desgracia, Leeloo, como el resto de los
personajes, viene lastrada por la indefinición y nunca llega a concretarse qué
es exactamente, cómo es su personalidad y cuál puede ser su destino más allá de
salvar al mundo.
Si hay algo que puede –según el gusto del espectador, claro- redimir
la película son los detalles que llenan los fondos y esquinas de las escenas y
que sirven para construir ese mundo del futuro, visualmente muy bien construidos
y llenos de textura, detalle y vida, como las naves ultralumínicas y calles
repletas de tráfico aéreo, incluyendo McDonalds flotantes y juncos voladores
que venden comida china de ventana en ventana. Dallas vive en un diminuto pero
original apartamento en el que todo –la ducha, la cama, el frigorífico- se
pliega y oculta en las paredes para ahorrar espacio.
Gran aficionado a los comics desde siempre, no es de extrañar que
Besson se esforzara por involucrar en su proyecto los talentos como diseñadores
de dos grandes dibujantes de ciencia ficción: Jean-Claude Mezieres, que cocreó
(junto al guionista Pierre Christin) a “Valerian”; y Jean Giraud alias Moebius,
que maravilló a lectores de todo tipo y gusto con los mundos que plasmó en
obras como “El Largo Mañana” o “El Incal”. Tampoco escatimó gastos Besson en el
apartado de vestuario, cuyos llamativos, atrevidos e incluso extravagantes
diseños fueron encargados a uno de los grandes de la moda, Jean-Paul Gaultier.
“El Quinto Elemento” fue una producción francesa ambientada en una
Nueva York futurista y rodada principalmente en Inglaterra, donde se construyó
una enorme maqueta de esa ciudad compuesta de veintidós edificios de alrededor
de cinco metros de altura y que llenaba dos hangares de los Estudios Pinewood,
en las afueras de Londres.
Pero si Besson quería llevar a término su historia en los términos en
los que él la visualizaba, iba a necesitar, además de un gran presupuesto y
efectos especiales tradicionales, un trabajo digital de vanguardia. Así que
contrató a Digital Domain, la empresa con base en Los Ángeles fundada por James
Cameron y Stan Winston. Fueron ellos los que, combinando miniaturas, gráficos
por ordenador, cámaras con control de movimiento y avanzadas técnicas de
composición, dieron vida al planeta malvado o los coches voladores, algunos de
los cuales fueron diseñados con formas extrañas o exageradas para crear la
sensación de que en esa Nueva York del futuro el tráfico aéreo era tan denso
como hoy es el de superficie. Se tardó un año en realizar las 8.000 imágenes
que conformaron el storyboard, las previsualizaciones, los diseños de fondos,
vehículos y objetos varios para dar vida a la megalópolis, estableciendo en su
momento un record al integrar más de ochenta elementos individuales en un solo
fotograma.
Insertos en la incoherente y alocada trama, encontramos momentos con
encanto, como aquél en el que Cornelius se emborracha junto a un robot
programado para darle la razón en todo; o la “fabricación” de Leeloo en el
laboratorio, que fusiona ideas e imágenes de “Metrópolis” o “Barbarella”;
también gadgets estupendos, como ese arma personal multiuso que vende Gary
Oldman a los matones extraterrestres, o el aparato de la policía que escanea
los apartamentos con rayos x. La carrera contra reloj para reunir las piedras y
hallar el modo de activarlas funciona durante un rato pero se alarga demasiado
y resulta en exceso predecible. En general, un guion más ajustado y centrado,
la supresión del humor estridente y una mayor contención en ciertos pasajes
hubieran ayudado a modelar un producto más consistente.
Independientemente de los fallos del guion y la incoherencia general, “El
Quinto Elemento” gustó al público generalista. Ciertamente, el norteamericano,
acostumbrado por entonces a otro tipo de ciencia ficción y alejado
culturalmente de la estética de los dibujantes de comic europeos, no respondió
con entusiasmo y sólo se recaudaron allí 63 millones. Pero el recorrido
internacional arrojó resultados muy diferentes y la recaudación total ascendió
a unos espléndidos 263 millones que compensaron con creces los 90 invertidos en
la película. También ganó un premio BAFTA (los máximos galardones británicos
del cine) a los Mejores Efectos Especiales y tres de los siete César (el
equivalente en Francia) a los que estuvo nominado, incluido el de Mejor
Director.
“El Quinto Elemento” no es una película que se pueda recomendar sin
reservas, a todo público y para todo momento. Su historia, ya lo he dicho, es
irregular, incoherente y muy simplona y sentimental en su moraleja (el Bien
contra el Mal y el Amor como elemento redentor de los vicios de nuestra
especie). Los personajes están toscamente perfilados y el tono oscila entre el
realismo, la parodia, lo camp, lo infantil, lo absurdo, lo chillón y lo
ridículo. Pero también es cierto que el espectáculo visual (diseño, vestuario,
fotografía) es sobresaliente y que ha aguantado el paso del tiempo y los
avances tecnológicos mejor de lo que podría esperarse. Visto con los ojos y la
mentalidad adecuados (puede que incluso con la edad precisa), Besson nos propone
un película muy dinámica, con algunos momentos verdaderamente logrados y con la
que pasar un rato entretenido siempre y cuando se esté dispuesto a pasar por
alto los abundantes defectos mencionados.
A pesar de todo lo mencionado, sin duda ocupa un lugar en el salón de la fama del cine de ciencia ficción. Podríamos decir que es tan mala, que es buena!
ResponderEliminarComento en esta entrada no por nada en concreto, simplemente para comentarte que despues de 10 meses he leido todas las entradas de tu blog y queria agradecerte que inviertas tu tiempo en estas criticas que a mi personalmente considero a la altura de un profesional. Me has hecho descubrir nuevas obras que desconocia o que me has animado a verlas o leerlas y de las que ya conocia me has aportado nuevos angulos que desconocia. Aunque algunas veces no he estado de acuerdo contigo tus razonamientos siempre me han parecido perfectamente validos. Lo dicho, agradecer una vez mas tu trabajo y que seguiré fielmente tu blog. Ahora voy a pasar a tu blog de comics, que es otra de mis grandes pasiones y que estoy seguro que serà igual de interesante
ResponderEliminarMuchas gracias Francesc por tus palabras. Ese es precisamente mi objetivo, compartir con quien me lee lo que yo se y lo que voy aprendiendo. Y caramba, me ha sorprendido que te hayas leido todas las entradas de mi blog porque ya son muchos centenares...Espero que también encuentres de interés mis análisis de comic. Un saludo!!
EliminarSin ser una denmis películas favoritas, la miro con agrado. Estoy totalmente de acuerdo en que los bandazos extremos en cuanto a estilo y, sobre todo un humor tontorrón, es lo que más me carga. Pero el diseño de producción es superlativo y, sobre todo, creo que hay que verla como lo que es: un cómic filmado. Su sofisticación argumental está solo unnpeldaño por debajo de la primera entrega estrenada de Star Wars, y nadie le negará su valor como entretenimiento. Yo la recomiendo si puedo añadir eso, que es una película divertida e intrascendente, no Solaris
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