Ya a mediados de los setenta, Paramount había tratado de lanzar una cuarta cadena de televisión apoyándose en una serie de Star Trek titulada “Fase II”. Pero ese programa nunca llegó a materializarse dado que, ante la avalancha de “Star Wars” (1977) y la necesidad que sintieron los estudios de Hollywood de aprovechar la ola que levantó la película de Lucas, se metamorfoseó en “Star Trek: La Película” (1979). Asimismo, el proyecto de aquella nueva cadena quedó en el limbo durante veinte años hasta que, en enero de 1995, se presentó al mundo tanto United Paramount Network (UPN) como “Star Trek: Voyager”, la tercera serie de acción real derivada del programa original de los sesenta y que vino sustentada por las ideas y conceptos de Rick Berman, Jeri Taylor y Michael Piller, todos ellos a esas alturas pilares de una franquicia que parecía no ir a agotarse nunca.
La premisa de la serie era que la nave estelar Voyager quedaba misteriosamente desplazada por una fuerza alienígena a los lejanos límites de la galaxia, en el desconocido Cuadrante Delta. La misión, por tanto, era acometer lo que prometía ser un largo y accidentado viaje de vuelta a casa, distante setenta años luz. Para complicar más las cosas, el Voyager había sido transportado junto a la nave que perseguía, tripulada por rebeldes Maquis. Éstos eran antiguos colonos de la Federación y oficiales desafectos de la Flota Estelar que se habían organizado para luchar contra la ocupación cardasiana de sus hogares en la Zona Desmilitarizada (un proceso que se vio con detalle tanto en “La Nueva Generación” como en “Espacio Profundo Nueve”). Pues bien, la tripulación de ambas naves, ya juntas a bordo de la Voyager y muy lejos de sus hogares, han de limar sus fricciones y colaborar para solucionar los previsibles conflictos que surgirán entre ellas.
Si dentro de la franquicia Star Trek, “Espacio Profundo Nueve” fue el hijo mediano a quien no se le prestó la suficiente atención, “Voyager” ocupa el luegar del que no consiguió estar a la altura de su potencial. La premisa era interesante: coger una nave de la Flota y su disciplinada tripulación y llevarlos a una zona ignota del universo. No están perdidos –saben muy bien dónde se encuentran- pero para el caso, bien podrían estarlo. Tardarán décadas en regresar a las regiones controladas por la Federación y han de sobrevivir sin la cómoda infraestructura política, tecnológica y social de la que siempre han dependido. A ello hay que añadir que, para sobrevivir, deben aliarse con el enemigo al que inicialmente perseguían. El episodio piloto fue uno de los mejores de toda la franquicia y contaba con un reparto de personajes interesantes de los que se podía sacar mucho partido. “Voyager” tenía una calidad superior a quizá el 90% de los programas del momento, ya fueran de ciencia ficción o generalistas. Sin embargo, siempre quedó la sensación de que podía haber sido mucho mejor.
Pero vamos por partes. Cuando Paramount llamó a Rick Berman –productor y máximo responsable de la franquicia- y le planteó que querían una nueva serie de Star Trek, éste no se mostró muy conforme. “La Nueva Generación” iba a llegar pronto a su séptima y última temporada y eso dejaría al mundo trekkie con sólo un programa, “Espacio Profundo Nueve”, que había estado emitiéndose desde hacía ya un par de años y al que aún le quedaban tres o cuatro temporadas por delante. Además, la película “Star Trek: Generaciones” estaba a punto de estrenarse. Berman pidió a los ejecutivos de Paramount que esperaran un año más y dejaran respirar a “Espacio Profundo Nueve” para darle la oportunidad de desarrollarse y alcanzar su merecido peso dentro de la franquicia.
Fue inútil. Paramount pensaba que tener dos programas en parrilla había funcionado tan bien que no había motivo para dejar ahora sólamente uno. Y aunque al principio no informaron a Berman del pequeño “detalle”, querían además utilizar el tirón de una nueva y flamante serie de Star Trek como reclamo para el lanzamiento del también nuevo canal, UPN. Ese programa, por tanto y a diferencia de sus predecesoras, no estaría destinada al mercado sindicado sino a su exclusiva emisión en esa cadena.
“Espacio Profundo Nueve” no conseguía atraer a la audiencia esperada y las “mentes pensantes” lo achacaban a su formato estático –la acción se circunscribía mayormente al interior de una estación espacial- y al tono más oscuro de sus argumentos. Así que lo que deseaban era un producto que recuperara el sentido de la aventura de la serie original y de “La Nueva Generación”: acción a raudales y nada de largos arcos argumentales. Se le dijo claramente a Berman que si él no se ponía al frente del proyecto encontrarían a otro que lo hiciera. ¿Qué alternativa tenía? Por supuesto, aceptó.
Berman se llevó consigo al productor y jefe de guionistas de “La Nueva Generación” y “Espacio Profundo Nueve”, Michael Piller; y a Jeri Taylor, que había sido coproductora ejecutiva de la franquicia y productora de la última etapa de “La Nueva Generación”. No sólo era una excelente guionista que sabía cómo tratar a los escritores de plantilla para que trabajaran a gusto sino que era una mujer. Y esto era importante porque Berman y Piller, entre las novedades que querían introducir, estaba que la capitana de la nave Voyager fuera una mujer. Tener un punto de vista femenino era, por tanto, importante. Pero es que, además, Piller no tenía previsto permanecer en el programa más de un año o dos y Taylor, que acumulaba ya mucha experiencia, sería su sucesora al frente del mismo.
Los tres productores estaban de acuerdo en que había llegado el momento de sentar a una mujer en el sillón del capitán y que ello no traicionaba el espíritu de lo creado por Roddenberry. No era la primera vez que se veía a una mujer comandando una nave (en “La Nueva Generación” se habían presentado varias, incluyendo la madre de La Forge), pero en la Enterprise sus funciones habían sido en general “menores”: oficial de comunicaciones, enfermeras, doctoras, psicológas… en ningún caso en puestos de mando. (“Espacio Profundo Nueve” se arriesgó más en este sentido dado que Kyra Nerys era la segunda oficial tras el comandante; y Jadzia Dax, la oficial científico).
Inicialmente, se contrató –sin prueba previa y con la oposición de Rick Berman- a la actriz canadiense Geneviéve Bujold, famosa y premiada por su papel de Ana Bolena en “Ana de los Mil Días” (1969). Había trabajado con gente de la talla de Brian De Palma, Clint Eastwood, Michael Douglas, Jack Lemmon, Katharine Hepburn o James Caan; y posiblemente, el estudio y parte del equipo de producción, incluyendo a Piller y Taylor, esperaban, además de aportar un toque multinacional, dar un mayor prestigio a la franquicia.
Pero tal elección fue, como Berman había previsto, un error desde el día en que empezó a rodarse el piloto, dirigido por un veterano de la franquicia, Winrich Kolbe. La actriz exasperó a todo el equipo con sus veleidades de diva, su incapacidad para ajustarse a las exigencias de un rodaje de televisión y la pasividad con que interpretaba a su personaje. Al segundo día, Bujold no lo soportó más y consiguió que su agente rescindiese el contrato con Paramount. A pesar de que ello obligó a detener abruptamente la producción con el coste consiguiente, fue lo mejor que pudo pasar.
Temporalmente, los productores consideraron volver a tener un capitán masculino y se consideraron varios actores a tal efecto. Ante la innovación de tener a una mujer como líder de la nave empezaron a aflorar los temores de que los fans, mayoritariamente varones jóvenes, no la vieran creíble. Y encontrar a una actriz a la que tanto hombres como mujeres pudieran respetar y a la que no dudaran en seguir en la batalla, estaba resultando algo muy difícil y costoso. En cuanto a la opción femenina, el proceso de casting incluyó a actrices como Lindsay Wagner (“La Mujer Biónica”), Linda Hamilton (“Terminator”), “Erin Gray” (“Buck Rogers”), Kate Jackson (“Los Ángeles de Charlie”) o Joanna Cassidy (“Blade Runner”), pero la finalista para dar vida a la capitana Kathryn Janeway resultó ser Kate Mulgrew, que además de una innegable presencia aportaba una voz ronca que recordaba a la de Katherine Hepburn.
No son pocos los que piensan que Janeway fue el mejor capitán que se había visto hasta el momento en la franquicia. Y ello porque era una mujer fuerte pero también vulnerable; una vulnerabilidad que no perjudicaba su fuerza y determinación como líder. Asumiendo su feminidad, era capaz de asumir sin vacilaciones las exigencias y el peso del mando. Por ejemplo, el sexto episodio de la primera temporada, “La Nebulosa”, terminaba con Janeway uniéndose a sus hombres en un juego en la holocubierta. En ese capítulo se la había visto preocupada por la moral de la tripulación, dudando sobre su rol y preguntándose cómo iba a arreglárselas para mantener la necesaria unión entre sus hombres en una situación tan apurada como la que estaban viviendo. Pero al final, no tiene inconveniente en jugar con ellos una partida de billar, distanciándose así de la actitud que habían tenido sus predecesores en la franquicia. Era una declaración de principios: la relación de Janeway con su tripulación iba a ser diferente que la que habían tenido Kirk o Picard con las suyas.
La introducción de Kathryn Janeway fue acogida con satisfacción, sobre todo porque al principio se la presentó como una líder inteligente y reflexiva. Tampoco se le pueden poner pegas al desempeño de Kate Mulgrew, que desde el principio hizo gala de una gran profesionalidad y capacidad de liderazgo para el resto del reparto gracias a su ejemplo y compromiso. Por desgracia, las buenas intenciones iniciales no tardaron en desinflarse. A pesar de contar con Jeri Taylor en el equipo de producción y pese a los esfuerzos de la actriz, los creadores de la serie no parecían saber muy bien qué hacer con una mujer en el sillón de mando. ¿Tenía que ser emotiva y sobreprotectora o tirando a fría y cerebral? ¿Debía ser más “dura” por ser mujer, o más suave en su mando? ¿Dónde estaba el equilibrio? ¿Era una bala perdida que prescindía de los protocolos cuando era necesario, o alguien riguroso con el manual?
Conforme fue avanzando la serie, quedaba cada vez más claro que ni los productores ni los guionistas sabían cómo enfocarla porque según de qué episodio se tratara, Janeway se comportaba de todas las formas descritas arriba. E incluso a veces e injustificadamente, actuaba de forma contradictoria en el curso del mismo episodio. El guionista Joe Menofsky afirmó que escribía las escenas para Janeway sin tener en cuenta su sexo y que bien podría haberlas interpretado un hombre. Lo cual parece ir contra el interés de explorar lo que la especificidad femenina podría aportar al cargo. Por otra parte, a Mulgrew se le impidió explorar los conflictos inherentes al personaje, sobre todo en lo referido a su soledad (al fin y al cabo, se nos dice al principio que está comprometida con un hombre en la Tierra), pero Berman le dijo que ese sería un aspecto que sólo ocasionalmente se tocaría. El estudio quería acción y tono ligero, no traumas ni caracterizaciones complejas.
En resumen, fue una lástima que no se le permitiera al personaje evolucionar de forma coherente y que el poco afortunado peinado de Janeway despertara más comentarios que los matices de su psicología. De todos los personajes principales de la franquicia, acabó siendo uno de los más desaprovechados.
Aparte de poner a una mujer al mando, otra de las novedades que se pusieron sobre la mesa fue la de establecer, ya de partida, conflictos. Gene Roddenberry, ya lo comenté repetidamente en las entradas dedicadas a “La Nueva Generación” y “Espacio Profundo Nueve”, no quería ni oír hablar de discrepancias u hostilidades entre los personajes. El conflicto siempre era externo: con alguna amenaza cósmica, otra civilización, una entidad de gran poder… Pero en el puente de la Enterprise, en toda la nave en realidad, debía reinar la unidad y la obediencia al capitán.
Una de las razones del éxito de “La Nueva Generación” radicó precisamente en el desvío de ese ideario por parte de una hornada de jóvenes guionistas que consiguieron, aprovechando la enfermedad primero y la muerte después de Roddenberry, ir introduciendo conflictos de diferente índole y dimensión. No lo suficientemente graves como para arruinar ese espíritu optimista que a tantos fans reconforta, pero sí para aportar mayor realismo e interés a las historias. “Espacio Profundo Nueve” llevó esta premisa todavía más lejos gracias al iconoclasta y rebelde carácter de su productor ejecutivo, Ira Steven Behr (sobre ello me extendí también en su respectiva serie de artículos).
Pues bien, ahora la fuente de conflicto debía ser la espinosa convivencia en la misma nave de dos tripulaciones no sólo diferentes sino, hasta hacía poco, enemigas. Dos grupos que tenían formas distintas de abordar y solucionar los problemas (los unos, oficiales de la Flota leales al manual y las órdenes; los otros, guerrilleros sin más normas que la palabra de su líder) y entre los que, inevitablemente, iban a surgir choques. Por si fuera poco, al estar tan lejos de casa, ya no hay contacto con la Flota, nadie va a darles consejo ni instrucciones. Llegado el caso, ¿qué va a prevalecer? ¿La Primera Directiva? ¿O el deseo de llegar a casa cuanto antes? Se abría, por tanto, la puerta a nuevos e interesantes dilemas.
Berman, Piller y Taylor buscaban mantener la frescura del universo Star Trek y ello fue lo que les hizo mandar a la Voyager al otro extremo de la galaxia, separándolos a ellos y a los fans de todo lo que les era familiar. Aquí no iba a aparecer la Flota, ni los Klingons, ni los Ferengi…todo aquello con lo que los espectadores habían aprendido a sentirse cómodos. Parecía que no había ya mucho lugar en ese cuadrante para añadir algo desconocido. Así que, en lugar de seguir explorando y profundizando en el universo ya conocido y aceptado por los fans, se arriesgaron a tomar un camino nuevo: recuperar el espíritu explorador y descubrir nuevas especies alienígenas.
Hay que decir, no obstante, que “Voyager” nunca se mostró tan valiente como “Espacio Profundo Nueve”. Y eso fue deliberado, no un error. Desde el principio, los productores quisieron que fuera una serie de aventuras más tradicional, con menos carga filosófica y metafísica que aquélla y menos centrada en un solo personaje (el capitán Benjamin Sisko). Tampoco querían seguir la misma senda, digamos, psicológica y de personajes traumatizados y encerrados en un mismo espacio sino, introduciendo algún conflicto de vez en cuando, conservar el espíritu optimista en la naturaleza humana y de armonía dentro de la nave. Ni siquiera los Maquis resultaron ser individuos agresivos, anárquicos, conflictivos o potencialmente peligrosos para la integridad moral y física de la “Voyager”. Se trataba, en definitiva, de recuperar y mantener la pureza del espíritu “Star Trek” que había concebido Roddenberry y que tantos fans adoran por encima de todo lo demás.
El problema, ya lo he mencionado, es que la serie nunca cumplió las promesas que sugería su premisa. El inexplorado Cuadrante Delta estaba poblado por el mismo tipo de alienígenas de cabezas raras que habíamos estado viendo en los cientos de episodios anteriores de la franquicia. Y al cabo de muy poco tiempo, Janeway y el líder Maquis, Chakotay, se hacen buenos colegas, éste se convierte en el segundo al mando y, en general, hacen que reine la armonía. Ese conflicto que habían ideado los productores al principio nunca llegó a ser un motor auténtico de la serie y, de hecho, al término del piloto fue prácticamente marginado.
Este tema fue algo sobre lo que varios responsables de la franquicia se mostraron divididos. El guionista Brannon Braga, por ejemplo, afirmó: “Yo no era un fan de los Maquis, esos asuntos políticos me aburrían. Mi punto de vista era: imagina que eres un náufrago en una isla desierta con un terrorista de Al Qaeda. ¿Durante cuánto tiempo vais a estar peleando sobre tu postura al respecto antes de que los dos os deis cuenta de que tenéis que comer y que no hay nadie más con vosotros con quien discutir? Tenéis que sobrevivir y os necesitáis mutuamente. Y resulta que yo tuve razón. El subargumento de los Maquis no iba hacia ningún lado. La situación se desactivó inmediatamente, pero es que tenía que hacerlo”. Pero claro, Braga siempre gustó más de la ciencia ficción extraña, con fenómenos inusuales o argumentos retorcidos, que del estudio de las dinámicas entre personajes.
Michael Piller admitió que el abandono del conflicto Flota-Maquis a bordo de la Voyager, que había sido planteado por él mismo y Rick Berman al concebir el programa, fue abandonado por indicaciones del propio estudio que, como he dicho, no quería dramas personales demasiado afilados. Mike Sussman, responsable de guiones de la serie, consideró esa decisión una oportunidad perdida y una víctima de la creatividad de los escritores ante las presiones tanto del estudio como de los fans por seguir haciendo el mismo programa de siempre.
Ronald Moore, uno de los mejores guionistas que ha tenido la franquicia y coproductor ejecutivo de “Voyager”, opinaba que “Cuando los Maquis se pusieron los uniformes de la Flota al final del episodio piloto, el programa se murió. Ese fue el mayor de los errores porque se habían tomado muchas molestias para presentar a esos enemigos. Inventamos a los Maquis en “Espacio Profundo Nueve” (en un episodio en dos partes) solo para que pudieran utilizarse en “Voyager”. Teníamos oficiales de la Flota Estelar convertidos en terroristas, luchadores de la resistencia, guerrilleros… La Federación los perseguía y, de repente, ambos grupos se encuentran juntos en una nave en la otra punta de la galaxia, obligados a convivir. Podrías pensar que esa era la base para un conflicto, pero al final del piloto, todos se ponen los uniformes de la Flota y se acabó. Fue una gran equivocación. Deberían haber existido esos dos bandos forzados a colaborar pero que siguen sin gustarse y que continúan hostiles entre sí. Por desgracia, el que “Espacio Profundo Nueve” no tuviera tan buenos resultados de audiencia como “La Nueva Generación”, asustó al estudio y decidieron que no querían otra serie “oscura”, sino algo similar a “La Nueva Generación”, más fácil de asimilar y en la que el público no tuviera que pensar tanto. Extrajeron las lecciones equivocadas y dijeron: “Vamos a lo seguro”.
En definitiva, el material de siempre adornado, eso sí, de manera algo distinta y con nuevos personajes. Esa timidez a la hora de ofrecer auténticas novedades, de probar caminos y temas nuevos, de explorar la naturaleza humana a través del conflicto, decepcionó a una parte no pequeña de su público.
(Continúa en la siguiente entrada)
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