jueves, 11 de febrero de 2021

1989- PECADO MORTAL – Behe y Toff


Hoy puede que haya quedado sepultado por el paso del tiempo, la normalización, los avances médicos y el interminable flujo de nuevos desastres y conflictos con que nos bombardean a diario los medios, pero hubo un tiempo en el que el virus del sida fue una de las principales preocupaciones de gobiernos y ciudadanos de buena parte del planeta. Y no era para menos.

 

En 1981, el CDC norteamericano (Centro de Control de Enfermedades, en Atlanta) documentó el primer caso de lo que entonces era una misteriosa y nueva enfermedad: el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida. En 1985, el común de los mortales tuvo traumático conocimiento de la misma cuando se supo que el famoso actor Rock Hudson había fallecido víctima de ella. No tardaron los activistas de la comunidad gay en responder creando redes de ayuda, centros educativos y de asistencia y reclamando al gobierno más ayuda para afrontar esta crisis.

 

Pero el conservador gobierno de Reagan se resistía a admitir la realidad e incluso algunos de sus miembros se negaron a pronunciar la palabra sida hasta 1985. Para entonces, la epidemia se había extendido demasiado como para ignorarla. En 1986, 12.000 americanos habían ya muerto de sida; dos años después, sumaban 20.000 (en otros continentes, especialmente África, la enfermedad también hacía estragos). El CDC tuvo que habilitar una línea telefónica de información para atender el aluvión de preguntas de gente muy asustada, ya fueran enfermos del virus o no. Finalmente, el gobierno norteamericano no tuvo más opción que reconocer la gravedad de la situación y dedicar miles de millones de dólares a la investigación, atención médica y educación.

 

Sin conocer aún bien el origen y mecanismo del virus y sus vías de transmisión –menos todavía el tratamiento-, el pánico cundió entre el ciudadano común. La gente creía que podía contagiarse utilizando un urinario público o estrechando las manos de un portador. No había test ni cura. La enfermedad golpeó a tantos hombres jóvenes tan rápidamente que pareció centrarse exclusivamente en la comunidad gay. Algunos se referían al sida como “el cáncer gay”.

 

Los esfuerzos de los científicos e instituciones médicas por difundir la información no sirvieron para apagar el miedo y sus inmediatas derivadas: el prejuicio, la discriminación y el odio. Durante todos los años ochenta y noventa del pasado siglo, Estados Unidos –en menor medida Europa y otros continentes-, se vio dividido entre la simpatía por los afectados y el miedo a que la enfermedad se diseminara entre la población general heterosexual y no consumidora de drogas. A pesar de que los científicos descartaron ya desde 1983 la posibilidad de transmisión por mero contacto casual, activistas gays, asociaciones de seropositivos y simpatizantes, hubieron de pelear duramente contra la discriminación en los puestos de trabajo, las escuelas e incluso los alquileres de vivienda.

 

Asociaciones, lobbies y portavoces de los sectores más conservadores de la religión y la política norteamericanas, cargaron contra los enfermos de sida, como el caso de Patrick Buchanan, un consejero de Richard Nixon y Ronald Reagan que en 1984, escribió que los homosexuales “han declarado la guerra contra la naturaleza, y ahora la naturaleza está cobrándose una terrible retribución”.

 

El miedo a la epidemia mezclado con los prejuicios preexistentes, generaron abundantes casos de inquina y discriminación no solamente contra gays infectados, sino por enfermos accidentales u homosexuales sanos. Como aquel, en 1985, de Ryan White, un hemofílico de trece años que había contraído la enfermedad por una transfusión de sangre y al que se le prohibió asistir a su instituto en Indiana, argumentando que podría transmitir el VIH a sus compañeros. Tras litigar un año entero, a Ryan se le permitió volver a las aulas. Murió en 1990. En Atlanta, Michael Hardwick fue arrestado acusado de sodomía por un policía que lo había visto mantener relaciones sexuales consentidas con otro hombre en su propio dormitorio. El Tribunal Supremo de Estados Unidos, en 1986, declaró constitucionales las leyes de Georgia que prohibían la sodomía. Hubo que esperar nada menos que a 2003 para que ese mismo tribunal revocara tal dictamen. Mientras tanto, Hardwick había muerto en 1991 por complicaciones derivadas del sida.

 

Aunque con un poco de retraso, la cultura popular se hizo eco de aquel fenómeno, normalmente tratando de poner las cosas en su sito y ofreciendo una visión algo más ponderada de lo que significaba el sida y su estigma para el enfermo y quienes le rodeaban. En el cine, destacaron películas como “Compañeros Inseparables” (1989), “Vivir hasta el Fin” (1992), “Filadelfia” (1993) o “En el Filo de la Duda” (1993). Y en el comic, aparecen obras como “Nicotina” (1990), “Agujero Negro” (1995) o “Píldoras Azules” (2001), que enfocan el tema desde el humor negro al drama cotidiano. “Pecado Mortal”, en cambio, es un thriller científico-político que precede a todas ellas pues su génesis data de 1987.

 

La historia, ambientada en un futuro cercano y principalmente en Estrasburgo, arranca con una violenta intervención policial en un burdel, descrita como “medida preventiva” contra el virus VRH, que se transmite por vía sexual y que es una nada sutil trasposición del virus VIH. El clima de miedo que ha invadido a la sociedad ha favorecido el espectacular ascenso de intención de voto del Partido Popular de Salvación, una organización de extrema derecha que, invocando el bien común y la protección de los no infectados, ha ido rápidamente imponiendo al actual gobierno una serie de medidas contra los enfermos y portadores del virus, como el confinamiento obligatorio en ghettos infames donde no impera más que la ley del más fuerte, la utilización de milicias para redadas y arrestos con autorización para disparar a matar, toques de queda, impuestos sobre la soltería, supervisión de la moral pública o cartillas sanitarias obligatorias.

 

En este contexto de retroceso de las libertades individuales, se nos presentan una serie de personajes que van a jugar distintos papeles en el inminente drama. Guy Ruiller es un joven estudiante universitario que contrae el virus y, temiendo no pasar el siguiente control sanitario, pacta con unos delincuentes la adquisición de un certificado falso a cambio de unas drogas que tiene que robar del almacén del instituto de investigación donde hace prácticas.

 

Su mentor es Franck Morrin, un brillante virólogo que anuncia, un tanto injustificadamente, el próximo descubrimiento de una cura: un virus artificial cuyo código genético le permitiría parasitar y destruir el VRH y que se propagaría de idéntica forma a éste: por transmisión sexual. Es decir, la curación sería contagiosa. Este anuncio dispara todas las alarmas. Por una parte, están los celos de sus colegas científicos en el instituto donde trabaja Morrin, que se sienten arrinconados y ven cómo aquél pasa a disponer de más fondos del presupuesto.

 

Pero es que, además, elementos del Partido Popular de Salvación no desean que se desarrolle tal cura, pues ello no sólo haría desaparecer el miedo del que tanto rédito político están sacando y que en breves semanas les puede llevar al gobierno, sino que propiciaría un clima de libertad y goce sexual que encuentran repulsivo. Así que se organiza una red de seguimiento de Morrin para husmear en su vida privada y airear algún escándalo, algo que a priori no parece tan difícil dado que Morrin es, en la intimidad, un hedonista que disfruta del sexo ahora prohibido.

 

Con la ayuda de una periodista comprometida con la libertad, Katy Béranger, Morrin se entera de la conspiración urdida contra él y abandona todo aquello que le distrae y le pone en la diana de sus adversarios, centrándose en cambio en una carrera contra reloj para descubrir la cura antes de la celebración de las elecciones. En sus esfuerzos recibe la ayuda de un cada vez más desmejorado Guy, que jugará un papel clave en el desenlace y, previsiblemente, en el futuro de esa sociedad.

 

El guionista de “Pecado Mortal” firma como Toff, del cual no he conseguido averiguar su auténtico nombre ni tan apenas información sobre su trabajo más allá de que era investigador en el Instituto Nacional de Investigación Sanitaria y Médica y que durante diez años trabajó en el Instituto Grenoble de Neurociencias. En 1986, mientras preparaba su trabajo de fin de master en neuroquímica en la Universidad Luis Pasteur de Estrasburgo, conoció al dibujante Behé (alias de Joseph Griesmar), entonces un estudiante de artes decorativas en la misma ciudad. Ambos empezaron a bosquejar el guion de “Pecado Mortal” en 1987, inspirados por el fenómeno del sida y el ascenso en Francia del Frente Nacional. En 1989, aparece publicado el álbum por Dargaud en la revista “Pilote”–posteriormente, en 1990, la obra pasaría al catálogo de Humanoides Asociados-.

 

El principal punto de interés de “Pecado Mortal” reside en su doble naturaleza de obra anclada en su tiempo y, simultáneamente, historia atemporal. Porque, como ya indicaba más arriba, sus autores se inspiraron en lo que en ese momento se estaba viviendo en su país y en el mundo entero; pero también lo que aquí se nos cuenta es algo que ha venido pasando desde hace mucho tiempo, antes y después del sida: la utilización, por parte de facciones ideológicamente extremistas, del miedo o la crisis económica en la que vive inmersa una determinada sociedad. Es fácil establecer paralelismos con los nazis o los fascistas de los años treinta y cuarenta, pero desde entonces han sido abundantes los casos en los que individuos hambrientos de poder atizan para su propio beneficio la desconfianza, los prejuicios y la división social, disfrazando el veneno con un mensaje que invoca los derechos individuales o colectivos y el bien común.

 

De hecho y para nuestra desgracia, vivimos hoy, en 2021, inmersos en una devastadora pandemia que está siendo instrumentalizada políticamente por algunos grupos que medran a lomos de las redes sociales, armados de eslóganes populistas dirigidos a una sociedad cansada, desorientada, desinformada y decepcionada. El auge de los grupos de ultraderecha, que en el año 89 era incipiente, hoy ha pasado a formar parte de la normalidad social y política de Estados Unidos y Europa. Es por ello que el comic, siendo deudor de su época, no ha perdido en su espíritu ni un ápice de actualidad.  

 

En “Pecado Mortal” no existe ningún heroico movimiento de resistencia contra los abusos del gobierno. Aunque hay individuos claramente en el lado villanesco de la línea, frente a ellos no va a actuar ningún héroe de manual. Lo que encontramos son una serie de personas que a lo más que aspiran es a mantener cierto grado de libertad, integridad y criterio personal. Es más, de primeras, al lector no le resulta fácil determinar cuál de los dos investigadores en competencia mutua es aquel que conviene defender. Morrin es brillante, pero también egocéntrico, venial, pagado de sí mismo y se aprovecha de mujeres necesitadas. Por otra parte, puede que su adversario de burocrático aspecto caiga más antipático, pero sus argumentos no están exentos de peso: ¿No es posible que el virus contra el HRV, diseñado por Morrin a toda prisa y sin la debida supervisión, acabe mutando y convirtiéndose en una amenaza aún peor? ¿Es Morrin un salvador de la Humanidad o un aprendiz de brujo? Aunque los autores no nos dan las respuestas, sí dejan en el aire esas preguntas sobre las que merece la pena detenerse a reflexionar.

 

Hay otros aspectos del álbum que no están tan bien conseguidos y que denotan la bisoñez de sus autores. Así, la estructura narrativa, la presentación de personajes y la alternancia de escenarios y subtramas, resulta un tanto confusa. Y los propios personajes, carecen de la profundidad necesaria. Con la posible excepción de Morrin, se nos aporta poca información que les dote de contexto o escenas que den pistas sobre su personalidad. Importa más, por tanto, la idea general y la trama, que los participantes de la misma.

 

La indicada bisoñez se extiende también al dibujo. Tras estudiar, como mencioné, artes decorativas en Estrasburgo, Behé se dedicó a la ilustración de libros infantiles y la publicidad antes de realizar este su primer álbum. El suyo es un estilo realista y limpio, elegante, con atención al detalle y unos fondos bien diseñados. Se nota no obstante cierta rigidez en algunas figuras y un acabado más apresurado en las últimas páginas, como si se le hubiera agotado el tiempo o la energía. De hecho, años después y para su reedición como parte de un integral (este proyecto, inicialmente unitario, acabaría expandiéndose hasta convertirse en una serie de cuatro volúmenes, de los que en España se publicó solo el primero en 1993 por Glenat), Behé retocó varias viñetas con las que no había quedado nada convencido. Su buen ojo para el color (recordemos que entonces aún no existía el coloreado digital) ayuda a disimular algunos defectos. Con todo y aunque no está a la altura de posteriores trabajos como “Por Amor al Arte” o “El Decálogo”, el apartado gráfico es razonablemente eficaz.

 

“Pecado Mortal” es un tebeo de ciencia ficción que nació de las preocupaciones propias de finales de los ochenta pero cuyos temas de fondo siguen siendo relevantes hoy aun cuando las tecnologías que manejamos hayan cambiado mucho; a saber, el ascenso de grupos ultraconservadores, la culpabilización de ciertos segmentos de la población y la consecuente desintegración de la democracia y pérdida de libertades con el beneplácito de una sociedad atenazada por el miedo y la decepción con los políticos tradicionales. 

 

 

 

 

 


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