En la década de los sesenta del siglo pasado, los autores de ciencia ficción empezaron a explorar con mayor osadía caminos antes cerrados u hollados sólo por unos pocos. Ese movimiento de vanguardia y ruptura con el pasado se consolidó y reforzó alrededor de la revista británica “New Worlds” y se la bautizó como “Nueva Ola”. No fue ésta una tendencia exclusiva de la ciencia ficción. En la literatura generalista, los postmodernistas dilataban en sus cuentos y novelas los mecanismos y posibilidades de la sintaxis y la semántica, jugando con las palabras y moviéndose más allá de las convenciones tradicionales de la estructura narrativa.
Pero en la literatura de no ficción, estos malabarismos conceptuales y
gramaticales muchas veces no venían sustentados por historias de interés o, en
otros casos, resultaban evidentes los problemas de reconciliar los deseos de
experimentación formal con los requisitos de la ficción de género. Los autores
de ciencia ficción, en cambio, sí fueron capaces de dinamizar sus experimentos
con argumentos ambiciosos que exploraban temas sociológicos o religiosos,
bebiendo de las tesis entonces vigentes sobre mitología y psicología.
También es cierto que no todos los escritores de CF, aunque lo intentaron, pudieron dar ese paso. Eran capaces de imaginar complejas astronaves o máquinas del tiempo, pero sus textos traicionaban sus raíces pulp y más que un lenguaje depurado y selecto lo que salía de sus plumas eran frases recargadas y florituras con poca chispa. No fue el caso de Samuel R.Delany.
Nacido en Harlem y de raza negra, Delany fue un niño prodigio que
empezó a escribir en su adolescencia. Antes de los veinte años vendió su
primera novela, “Las Joyas de Aptor” (1962), y publicó otras seis antes de
cumplir los veinticinco. Disfrutó de una buena educación, tuvo una vida rica y
ajetreada, viajando por Europa y viviendo en Nueva York, San Francisco y
Londres, relacionándose con los círculos bohemios, admitiendo desde su
adolescencia su bisexualidad (estuvo casado y tuvo un hijo con la poetisa
Marilyn Hacker) y picoteando en campos tan diversos como la enseñanza, los
guiones de comic-books, la novela erótica y pornográfica o la dirección de
cine.
Delany tenía grandes aspiraciones para la CF. No sólo aspiraba a ampliar
los temas que tocaba el género sino a mejorar exponencialmente su estilo
literario. Algunas veces, su prosa adoptaba una cualidad poética, otras se
dejaba llevar por el “flujo de conciencia” (reproducir en palabras los
mecanismos y caminos del pensamiento) o experimentaba con la presentación de
las palabras en la página. No todas sus tentativas resultaron satisfactorias
(su novela más famosa, “Dhalgren”, 1975, es considerada por algunos como el
gemelo perverso del “Ulises” de James Joyce), pero en sus mejores momentos,
Delany fue uno de los grandes visionarios de la Ciencia Ficción, llevando al
género a lugares donde nadie había estado antes.
Delany escribió “Babel-17” cuando apenas tenía 23 años, demostrando
que había llegado a su plena madurez como autor. Hoy sigue siendo uno de los ejemplos
más exitosos a la hora de mezclar los juegos del lenguaje tan queridos por los
postmodernistas con una trama inconfundiblemente propia de la ciencia ficción.
Y lo hizo situando a la lingüística en el centro de la misma, una iniciativa
poco usual para cualquier novelista, pero muy en la línea de la ciencia ficción
de la época, ansiosa por absorber las disciplinas humanísticas e incorporarlas
a un género tradicionalmente más interesado en las ciencias. Como resultado,
las frases poco convencionales y la disposición de los textos en página que a
menudo parecían gratuitos en otros libros de Delany, no sólo encajan
perfectamente aquí sino que incluso son esenciales para la propia historia.
En un futuro lejano en el que el hombre se ha diseminado por varias
galaxias, se está librando una guerra que enfrenta a dos coaliciones de
diferentes especies, la Alianza y los Invasores. En ese contexto bélico nunca
bien descrito, la protagonista de la historia es Rydra Wong, no solamente una
experta lingüista y desencriptadora sino una poetisa famosa cuyos libros son
apreciados en todos los mundos habitados. Y también, para completar sus
habilidades, es una notable capitana de nave espacial en su tiempo libre. Los
personajes principales de las historias de Delany solían ser extensiones de sí
mismo y, como su creador, Wong está obsesionada con la forma y relación entre
lenguaje y significado. En virtud de su experiencia y talento, el servicio de
inteligencia militar contacta con Wong y le solicitan su ayuda para descifrar
un código llamado Babel-17, que ha sido captado en transmisiones de radio que
coincidían con actos de sabotaje contra la Alianza en distintas partes de la
galaxia.
Wong no tarda en percatarse de que Babel-17 no es un código sino un
lenguaje y, además, uno muy peculiar, más compacto que ningún otro que ella
haya conocido jamás. ¿Se trata quizá de algún tipo de vocabulario musical alienígena
utilizado como medio de comunicación? ¿O puede que un marco lógico muy preciso
que permite sintetizar conceptos de forma nunca antes conocida? ¿Un lenguaje de
ordenador diseñado para humanos en vez de para máquinas? ¿Una herramienta de
lavado de cerebro? ¿O un callejón evolutivo sin salida que destruye a quienes
lo utilizan en exceso? Así, Delany tiene una razón legítima para integrar sus
meditaciones sobre las palabras y su significado asi como su extravagante
estilo en un thriller policiaco que se mezcla con los tópicos de la space opera
clásica.
Rydra recluta a una tripulación variopinta, fleta una nave y parten hacia los límites de la Alianza para tratar de impedir el siguiente sabotaje, un viaje que resultará difícil debido a la presencia de un traidor a bordo que les pone repetidamente a todos en riesgo de muerte.
Con su Babel-17, Delany recoge la hipótesis Sapir-Whorf (ya abordada
por Jack Vance en “Los Lenguajes de Pao”, 1958), una versión dura del
relativismo lingüístico entonces en boga, cuyas raíces se hunden en el siglo
XIX y que básicamente postula que la lengua puede dar forma al pensamiento y
que las estructuras gramaticales y el léxico de un idioma determinan la visión
del mundo que tienen sus hablantes y condiciona sus capacidades cognitivas. El
lenguaje, por tanto, determina nuestro marco psicológico hasta el punto de que
ciertos pensamientos no serían posibles en el ámbito de ciertos lenguajes al no
tener éstos palabras o conceptos que los describan.
Delany se pregunta en “Babel-17” qué sucedería si nuestra
conceptualización del lenguaje, conforme entrara en contacto con más y más
formas de comunicación, continuara progresando y refinándose. Si el comprender
todos los idiomas de la Tierra puede ofrecernos una iluminadora perspectiva
global de la naturaleza y diversidad humanas y abrir la puerta a formas
alternativas de pensamiento, ¿qué ocurriría si, además, pudiésemos integrar en
nuestro repertorio no ya sólo idiomas alienígenas sino también de computación?
¿No nos permitiría un lenguaje que fuera síntesis de todos los demás alcanzar
un grado de conciencia aumentado? Por el momento y en el punto en el que
arranca la historia, Babel-17 es una lengua que se ha utilizado para negar a sus
practicantes el pensamiento independiente, obligándoles a pensar en términos
puramente lógicos. Es, en cierto modo, un arma con el que convertir a los
individuos en ordenadores andantes.
Aunque la idea de que el lenguaje pueda influir en la forma en que interpretamos el mundo resulta sugerente, es más difícil de asumir que pueda controlar nuestros pensamientos hasta el punto que se describe en la novela. Al fin y al cabo, aunque no exista en un idioma una palabra para describir algo, sí compartimos la misma biología y, por tanto, la capacidad para sentir, experimentar o percibir aquello de que se trate; y solo porque una palabra tenga frecuentemente adscrito un subtexto emocional, no significa que utilizarla empuje a la gente a comportarse de esta o aquella manera. En este aspecto, por lo tanto, es necesario que el lector haga uso de la suspensión de incredubilidad, particularment en el clímax.
A fin de cuentas y a pesar de que los expertos hace tiempo que han descartado
la hipótesis Sapir-Whorf en favor de otras como la Teoría de la Gramática
Generativa de Noam Chomsky (un conjunto de reglas o principios que predicen las
combinaciones que aparecen en oraciones gramaticalmente correctas para una determinada
lengua), hay que admitir que Delany consigue entretener con su artificio sin
resultar incoherente. Y en este sentido, “Babel-17” es una novela que satisface
los objetivos de la buena ciencia ficción: suscitar debate y reflexiones sobre
teorías científicas integradas en una buena historia. No es sorprendente que el
libro causara impacto en el momento de su publicación original y puede decirse
que ha envejecido mejor que no pocas de sus contemporáneas. De hecho,
“Babel-17” sigue siendo uno de los hitos de la ciencia ficción lingüística
junto a obras como “La Naranja Mecánica” (1962) de Anthony Burgess, ”La Voz de
Su Amo” (1968) de Stanislaw Lem, “La Estrella de Rattner” (1976) de Don
DeLillo, “Embassytown: La Ciudad Embajada” (2011) de China Mieville, o el
cuento “Comprende” (1991) de Ted Chiang.
A lo largo de toda la novela, encontramos interesantes reflexiones
sobre el lenguaje, su expresión y el pensamiento que los sustenta. Por ejemplo:
“La mayoría de los textos dicen que el lenguaje es un mecanismo para expresar
las ideas. Pero el lenguaje es idea. La idea es una información a la que se le
da forma. La forma es el lenguaje”. Habida cuenta de los problemas que solemos
tener los humanos para poner nuestros pensamientos en palabras, probablemente
la relación entre unos y otras no es 1:1. El nexo entre lenguaje y pensamiento
es mucho más impreciso que lo que afirma Wong en ese pasaje y, de hecho, ella
misma lo reconoce en su propia poesía: “Tengo que elaborar cuidadosamente las
cosas en mi mente y ponerlas en mis poemas, para que la gente comprenda. Pero
eso no es lo que he estado haciendo durante los últimos diez años. ¿Sabes qué
es lo que hago? Escucho a la gente, a los tropezones con sus ideas y frases a
medio hacer, y con todos sus torpes sentimientos que no saben expresar, y eso
me duele. Así que me voy a casa y pulo y fundo y lo acoplo a un encuadre
rítmico, hago relucir los colores opacos, y enmudezco la ostentosa
artificialidad convirtiéndola en suaves colores pastel para que no sea tan hiriente:
ése es mi poema. Sé qué es lo que quieren decir, y lo digo por ellos”.
Wong le da muchas vueltas a los conceptos a los que cada lengua asigna
palabras y cómo ello afecta al pensamiento. El mejor ejemplo en la novela es su
interacción con el personaje conocido como El Carnicero. Éste habla en una
especie de forma básica de inglés, pero lo auténticamente extraño es que en su
vocabulario no consta la palabra “Yo”. Ni siquiera entiende su significado. Y
es una carencia que se extiende también a otros pronombres personales y
posesivos. Aunque se descubre que esto es producto no de una formación natural
del lenguaje sino de la manipulación externa, es una “deformidad” que afecta
profundamente al Carnicero y, a la postre, explica su comportamiento. Científicamente,
tengo serias reservas sobre la forma en que Delany conecta los actos del
Carnicero con su peculiar forma de pensar modelada por el lenguaje que utiliza;
así como con las omisiones tan específicas de éste en conceptos muy básicos
para nuestra psicología. Pero literariamente, Delany consigue hacer funcionar
el mecanismo y hacer que el lector simpatice con un personaje digno de
compasión y cuyo deseo más profundo es encontrar a alguien que hable su misma
lengua.
Puede que a priori el lector se sienta algo reacio a la hora de
abordar una novela que gira alrededor de la lingüística, aunque sea de ciencia
ficción, pero lo cierto es que Delany consigue integrar sus reflexiones en una
aventura espacial de ritmo rápido y en la que pasan muchas cosas. Y es que para
profundizar en el misterio de Babel-17, Wong y sus extravagantes tripulantes no
tardan en verse involucrados en la guerra que libran la Alianza y los
Invasores. Conforme avanza la novela, Delany encadena toda una serie de pasajes
rebosantes de acción y que van desde las peleas cuerpo a cuerpo a las batallas
en el espacio entre grandes naves nodriza.
Incluso en mitad de esas escenas de acción, Delany encuentra la forma
de utilizar su experimental estilo narrativo. La descripción del ataque
terrorista que se produce durante una cena oficial es uno de los pasajes de
combate más extraños de la ciencia ficción, ya que pone más atención en la
comida que en el suspense de la pelea: “Con la consola destrozada, las fuentes
de fruta que estaban encima de la mesa eran desplazadas por pavos asados y
decorados, con cabezas azucaradas y oscilantes plumas en la cola. No funcionaba
ningún mecanismo de limpieza y ordenamiento. Soperas de caldo verde aparecieron
junto a las fuentes del vino hasta que ambos recipientes se volcaron, inundando
la mesa. La fruta rodaba hacia el piso”.
La misma mezcla peculiar de acción y lenguaje inusual destaca en la gran escena de combate en el espacio, porque por motivos nunca explicados, el comandante militar utiliza una jerga psicoanalítica en los mensajes que manda a sus naves para organizar el orden de batalla: “Escuchen: la estrategia es Manicomio. Manicomio. Repito por tercera vez: Manicomio. Residentes reunirse frente a César. Psicóticos listos en la puerta K. Neuróticos reunirse ante la puerta R. Locos criminales listos para la descarga en puerta T. Bien, quítense la camisa de fuerza (…) Neuróticos, adelante con los delirios de grandeza. Napoleón Bonaparte adelante. Jesucristo en retaguardia (…) Simular severa depresión, no comunicativa, con hostilidad reprimida (…) Comiencen el primer episodio psicótico”.
Por si todavía fuera necesario subrayarlo, estos pasajes dejan claro
que los lectores deberán tener cierta flexibilidad y apertura de mente con las
excentricidades de Delany. Y de esto hay mucho. Si alguien espera que el autor
explique por qué hace hablar a un militar como Sigmund Freud o por qué se
preocupa más de la comida que de las víctimas de una matanza, lo estará
haciendo en vano. Delany desafía al lector a que utilice sus delirantes
pinceladas poéticas para construir su propia interpretación de ese futuro
galáctico.
El estilo de Delany, fluido, poético, novedoso en su momento dentro del género, también puede para algunos lectores pecar de emocionalmente distante. Ejemplos cogidos al azar pueden ser: “La puerta estaba abierta, y la noche le restregó los ojos con sus dedos azules”; o “La ambición, como un líquido rubí, tiñe tu mente, parida en el ya alumbrado deseo de matar”. En cierto momento, compara la vista posterior de una nave saltando al hiperespacio como “caer una gema en aceite denso. El brillo se amarillea lentamente, después se vuelve ámbar, luego enrojece”. Tampoco es que la prosa de Delany lastre el ritmo de narración porque esos pasajes de elegante fraseología y tono lírico están intercalados con otros más directos y de acción pura.
Sus toques de psicodelia se anticipan al flujo de conciencia que
adoptarían algunos escritores de ciberpunk, aunque sin llegar a su grado de opacidad
y permaneciendo a un nivel accesible para cualquier lector medianamente
veterano. Otros detalles que luego adoptaría el ciberpunk son el tono “negro”
de algunos pasajes (como esa incursión a los bajos fondos de la zona
portunaria), el reparto de personajes extraídos de la marginalidad, los
implantes cibernéticos, las interfaces de cristal y las luces láser. La
sensación de extrañeza que impregna casi toda la narración no expulsa al lector
sumiéndole en la perplejidad, sino que más bien estimula su sentido de lo
maravilloso.
A menudo se ha dicho que la CF es una literatura de ideas y que, por tanto, no cuenta con demasiados personajes memorables. No estoy muy de acuerdo con esa apreciación, pero aun admitiéndola, Rydra Wong casi sería la excepción que confirma la regla. Y digo casi por que “Babel-17” es un libro relativamente corto pero que contiene muchísimos personajes, quizá demasiados. Dado que Delany prefiere centrarse en la trama y las ideas, la caracterización y las relaciones entre los personajes no están tan bien perfilados como hubiera sido deseable.
Rydra es, en muchos aspectos, el típico personaje de la Edad de Oro
del género: inteligente hasta la genialidad, emprendedora, hábil en múltiples
disciplinas, segura de sí misma, dinámica… y, siendo mujer, arrebatadoramente
bella. Su singularidad radica no sólo en su género (las mujeres, en este punto,
no solían ser la primera elección de los escritores como protagonistas, no
digamos ya heroínas especiales) sino en su complejidad, porque no sólo es un
dechado de virtudes, sino que también es vulnerable; es inteligente, sí, pero
también se siente confusa y su mismo nivel intelectual le causó traumas en su
infancia que requirieron ayuda psicológica y le dejaron cicatrices en su vida
adulta; disfruta secretamente de un cierto grado de telepatía, pero no del
suficiente como que le sea de ayuda en la comunicación con quienes le rodean.
Lucha contra su propia ignorancia respecto a Babel-17 para salvar a quienes son
aún más ignorantes que ella, pero también por sus propios motivos. Se embarca
en un viaje con el fin de solucionar una situación peligrosa e injusta en más
de un frente: detener la guerra que azota a la Alianza, unir las mentes de
todos los que hablan lenguas diferentes, conocer la identidad y auténtica
naturaleza del Carnicero y, en fin,
encontrar una voz personal más allá de
servir de portavoz de las de quienes están a su alrededor. Y es que aunque ella
domine las lenguas de casi todos aquellos con los que se cruza y pueda expresar
los pensamientos de los demás más clara y armoniosamente que ellos mismos, aún
no ha encontrado un idioma que pueda transmitir sus propios sentimientos en
toda su complejidad.
Otro acierto de Delany es el no sucumbir a la visión machista de la heroína. Es atractiva, sí. Sensual incluso. A los hombres les fascina y ella suele estar rodeada por ellos, pero su caracterización no es la de una mujer objeto. Sabemos que es bella no por la descripción de sus rasgos y curvas, sino por la forma en que la gente reacciona ante ella. Y, sobre todo, su confianza, su inteligencia y su valentía eclipsan su sexualidad. Es una lástima que la subtrama romántica en la que se ve inmersa en el último tercio sea en exceso abrupta y poco verosímil.
A Rydra Wong la acompañan como parte de su tripulación toda una serie
de personajes a cual más estrafalario, incluyendo espíritus de suicidas
devueltos a una vida etérea, un trío mental-sexual, un grupo de niños y un
gladiador con dientes de sable e implantes cibernéticos como piloto. Delany
despliega una generosa dosis de imaginación no sólo en la elección de estos pintorescos
seres sino en la forma en que se comunican. Por ejemplo, los tripulantes
descorporeizados interpretan la información necesaria para viajar por el
espacio a través de impresiones sinestésicas; y el capitán tiene que tener en
cuenta a la hora de comandar la nave una solución para el problema de que
cualquier mente olvidará casi inmediatamente los mensajes que le transmitan
estos antiguos humanos ahora convertidos en una suerte de espíritus. Lo extraño
que son todos estos seres y cómo se comunican entre sí dan lugar a algunas
interesantes escenas.
En el momento de su publicación, la novela fue acogida con éxito de
crítica y público. J.G.Ballard dijo de ella: “Juegos lingüísticos y pistolas de
rayos se fusionan en lo que podría ser la última variante posible de los temas
de la vieja ciencia ficción espacial”. Ganó el Premio Nébula en 1966 y fue
nominada para el Hugo a la Mejor Novela (perdió ante “La Luna es una CruelAmante”, de Robert A.Heinlein).
Incluso hoy en día muchos dudan de que las convenciones del género puedan coexistir con la experimentación literaria. “Babel-17” es un ejemplo de lo contrario, una space opera hija de la Edad de Oro pero al tiempo vanguardista en su forma y planteamiento, que juega con sus propias reglas, breve en extensión pero compleja en sus ideas y que jugó un papel importante en la renovación de la ciencia ficcón durante un periodo de transición y transgresión. Más de medio siglo después, han cambiado las tornas y muchos “Autores” de “Prestigio” en la literatura generalista tratan de asimilar ciertos aspectos de la ciencia ficción. Y en ello tuvo mucho que ver Delany, un autor muy personal y que, por tanto, no será del gusto de todos, pero al que merece la pena darle al menos una oportunidad.
Hola, me encanta tu blog y no me pierdo cada entrada. Me gustaría que hablaras de doctor who, saludos desde México.
ResponderEliminarUn saludo Kimura. Gracias por tu apoyo. Efectivamente, tendré que hablar de Doctor Who, lo que pasa es que me da un poco de pereza habida cuenta del abundante material de que se trate. No te preocupes, está en la lista. Un saludo
EliminarHola, me encanta tu blog y no me pierdo cada entrada. Me gustaría que hablaras de mi serie favorita doctor who, saludos desde México.
ResponderEliminarTengo curiosidad por saber cuándo hablaras de Doctor who, saludos.
ResponderEliminarDelany es un autor tan personal que es difícil de olvidar. A mí también me gustó Babel-17, y junto con La Balada de Beta-2 y la trilogía de La Caída de las Torres, me quedó marcado a fuego, con ese lirismo presente en todo momento, y esos personajes extraños hermanos de los de Alfred Master. Luego leí Tritón y aún teniendo muchos pasajes inolvidables, me rebajó el entusiasmo por encontrarlo excesivamente largo, sin una dirección clara. Tengo desde hace años Dhalgren pendiente de leer, pero las críticas mixtas y su extensión me han frenado. Quizás le dé una oportunidad pronto
ResponderEliminarMe quedo con Barbarella 😀😃😄😂🤣😭😁😁
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