El viaje en el tiempo siempre ha sido un tema con gran potencial dramático cuando se aborda bien. Hay muchísimas historias en la literatura de CF que tratan estas complejas narrativas con pericia, jugando con las diferentes posibilidades que se le abren al viajero: encontrarse consigo mismo más joven o más anciano, tratar de impedir acontecimientos del presente o el futuro o averiguar qué sucede cuando efectúa algún cambio en la corriente temporal. En el cine, el tratamiento del viaje en el tiempo ha sido más decepcionante, utilizándose a menudo como simple excusa para plantear una aventura en el pasado o en el futuro, una sátira sobre la alienación del viajero en una época que no es la suya o una historia de acción o thriller sobre alguien que trata de alterar la línea temporal establecida.
Son pocos los films
que se han atrevido a poner todo el peso dramático en los problemas que generan
las paradojas causales o las posibles líneas temporales alternativas derivadas
de un cambio en una de ellas. Ahí están, por ejemplo, “Regreso al Futuro II” (1989),
“Doce Monos” (1995), “Retroactive” (1997), “La Casa en el Lago” (2006) o
algunos episodios del nuevo Doctor Who. Los bucles temporales en particular han
sido el centro de historias como las de “The Infinite Man” (2014),
“Predestination” (2014), “Synchronicity” (2015), “Black Hollow Cage” (2017) o
esta que ahora comento, de producción española y debut de Nacho Vigalondo en el
formato de largometraje a partir de un guión propio.
Hector (Karra Elejalde) está relajándose con su esposa Clara (Candela Fernández) en el jardín de su nueva y aún no del todo acondicionada casa en el campo cuando divisa a alguien escondiéndose en los árboles más allá de su propiedad. Con unos prismáticos, distingue a una chica que se está quitando la ropa entre la maleza y después de que su mujer se marche a comprar al pueblo cercano, se acerca para investigar, encontrándose a la muchacha (Barbara Goenega) en el suelo, desnuda e inconsciente. Al aproximársele, un hombre con la cabeza cubierta por vendajes lo apuñala en el brazo con unas tijeras.
Hector huye hacia la
parcela vecina, que resulta ser un complejo de investigaciones científicas. Con
el hombre vendado tras él, Hector encuentra en uno de los edificios desiertos
un walkie talkie con el que contacta con uno de los científicos, que le urge a
dirigirse a la seguridad del laboratorio que se asienta en la cima de una
colina cercana. Allí, el científico (Nacho Vigalondo) le dice que Héctor ha
viajado una hora y media hacia atrás en el tiempo utilizando la máquina que
allí se encuentra y que le había dado instrucciones sobre lo que iba a suceder…
o estaba sucediendo en ese mismo momento. Tras entrar y la máquina, salir de
ella y utilizando unos binoculares desde la ladera de la colina, Hector
confirma esa sorprendente revelación al verse a sí mismo en el jardín de su
casa, con su mujer, exactamente tal y como recordaba haber vivido esa escena.
Incapaz de
comprender lo sucedido, Hector conduce de vuelta a casa sólo para tener un
accidente en el camino. Cuando una chica se le acerca para auxiliarlo y él se
venda la cabeza herida, se da cuenta de que él mismo es el misterioso
asaltante. Llevándose prisionera a la muchacha, la obliga a desnudarse y
reproducir exactamente lo que su versión inicial, Hector 1, había visto desde
el jardín. Pero conforme van desarrollándose los mismos acontecimientos que
habíamos visto anteriormente, aunque contemplados desde una perspectiva
diferente, todo se empieza a torcer hasta culminar en un asesinato. Hector se
da cuenta de que debe retroceder en el tiempo una vez más para impedir que se
repita el bucle en el que está atrapado.
La valentía
conceptual de “Los Cronocrímenes” es una rara avis dentro de las películas de
viaje temporal porque maneja con destreza poco habitual tanto las ideas como
los giros argumentales que conforman la trama. En primer lugar, se narra la
historia de un hombre ordinario que se ve empujado a una cadena de
acontecimientos desconcertantes y que culmina con su viaje hacia atrás en el
tiempo, donde –o cuando- toma conciencia de que sus inocentes meteduras de pata
han sido la causa de todos los eventos que le han conducido a ese punto. No
contento con ello, el guion introduce una tercera versión del protagonista,
Hector 3, que también retrocede en el tiempo para intentar rectificar el
desastre que las dos encarnaciones previas de él mismo han provocado –o van a
provocar- en su recorrido del bucle.
La estructura de la
historia hace que la tensión vaya siempre en aumento y no se resuelva hasta el
mismísimo final. Y es que conforme Hector va “solucionando” problemas, siempre
queda en el aire la gran cuestión: ¿cómo va a conseguir regresar intacto al
punto de partida con su esposa? ¿O quizá no lo logrará? Una tensión que
Vigalondo construye con el uso de herramientas como la puesta en escena, el
montaje y el uso o la ausencia de música. Ésta sólo se escucha cuando llega un
pico de suspense y, para ser preciso, no es una melodía sino un sonido agudo
que causa todavía más incomodidad. Y cuando la tensión se relaja, no hay acompañamiento
sonoro que apoye el momento sino sólo sonido ambiental. Así, el director
recorta intencionadamente el intervalo de alivio para el espectador y lo
mantiene alerta. Hay también detalles que desde el principio dan a entender que
hay algo que no está bien, como el pequeño accidente en el que las cosas que ha
comprado Héctor en el pueblo se le caen del coche a la carretera; o la
misteriosa llamada telefónica durante su siesta. Son toques de atención que
indican que el personaje va a tener pronto que afrontar un problema.
Normalmente, las
películas de CF mediocres tienen una trama llena de agujeros y con un desenlace
predecible al poco de empezar la historia, confiando en la indulgencia y la
capacidad de suspensión de la incredulidad del espectador. No es el caso de “Los
Cronocrímenes”. El descubrimiento de cada una de las capas de la historia se
produce como si se estuvieran abriendo una serie de cajas chinas sutilmente
diferentes. Uno puede imaginarse los quebraderos de cabeza que debió dar este
guion a Errejalde en términos de continuidad, ya que no es nada fácil seguir la
pista de todo lo que ocurre en cada punto del bucle conforme se van añadiendo
al mismo más versiones de Héctor.
También Errejalde
hace un trabajo encomiable habida cuenta de lo difícil que debió ser
identificar qué Hector era el que debía interpretar en cada momento, ya que el
personaje va atravesando un carrusel emocional que lo lleva de inocente y
pacífico ciudadano a asesino desesperado. Hector 1 se asusta de la extraña
situación en la que se ve metido y huye de su perseguidor; el sentimiento
principal de Hector 2 es la confusión, pero sus actos son los que permiten al
espectador comprender el núcleo de la historia, a saber, que todo por lo que
pasó Hector 1 fue consecuencia de lo que hace luego (o antes, según se vea)
Hector 2. Hector 3 ha evolucionado hasta convertirse en un personaje fuerte,
decidido y siniestro que recurre a la violencia para solucionar el problema y
que, simbólicamente, viste de negro.
A diferencia de la
saga de “Regreso al Futuro” o lo habitual en los guiones de “Doctor Who”, “Los
Cronocrímenes” abraza la tesis de que la línea temporal es fija e inmutable:
cuando el protagonista retrocede en el tiempo está destinado no a revivir, pero
sí a disponer más o menos involuntariamente todos los elementos para que lo ya
vivido por él se repita. Probablemente hubiera sido más interesante verlo
desafiar al destino y tratar de romper el bucle; por ejemplo, ¿que hubiera
pasado si Hugo 2 o 3 hubieran conseguido impedir que Hugo 1 se acercara a los
bosques o subiera al laboratorio de la colina?
Con todo, la
película funciona como una pieza de relojería sustentada e impulsada por su
propia lógica. Hay una curiosa belleza en la predecibilidad con la que cada
pieza del rompecabezas encaja en su lugar. La coherencia interna de la historia
es perfecta y, a diferencia de lo habitual en las producciones norteamericanas,
no hay aquí juicios morales sobre los actos del protagonista, muchas veces
censurables pero provocados por una angustia difícil de imaginar: secuestra a
una mujer, la obliga a desnudarse a punta de cuchillo y permite un accidente
que viene a ser un asesinato.
Mezcla de thriller
criminal y ciencia ficción de viajes temporales, “Los Cronocrímenes” es lo que
podríamos calificar como película de autor, ya que Vigalondo la escribe, dirige
e interpreta. Con poco dinero, sin efectos especiales de ningún tipo y un
reparto minúsculo, Vigalondo consigue tejer una historia sólida a partir de una
premisa muy sencilla pero abordada de forma directa y descarnada, desarrollada
con imaginación y que mantiene al espectador no sólo entretenido sino en vilo,
tratando de encontrar la siguiente pista que hará avanzar la trama hasta el
siguiente escalón. En definitiva, una recomendable y nada ortodoxa aportación
al tan transitado subgénero de los viajes temporales.
Una obra maestra muy desconocida.
ResponderEliminarGracias a ayudar q no se pierda.