jueves, 23 de noviembre de 2017

1995- 12 MONOS – Terry Gilliam


Terry Gilliam alcanzó primero notoriedad por ser el único miembro americano del mítico grupo de humoristas británicos Monty Python. No tardó demasiado en pasar de dirigir extraños minicortos de animación para el programa televisivo de aquéllos a encargarse de producciones cinematográficas de categoría superior aunque igualmente chocantes como “La Bestia del Reino” (1977), “Los Héroes del Tiempo” (1981), “Brazil” (1985), “Las Aventuras del Barón Munchausen” (1989), “El Rey Pescador” (1991), “Miedo y Asco en Las Vegas” (1998), “Los Hermanos Grimm” (2005) o “Tideland” (2005). Sus films no son de fácil disfrute: suelen ser pesimistas, deprimentes y rebosantes de humor oscuro y absurdo. Y aunque es cierto que tiende a caer en la exageración y la autoindulgencia, también lo es que sus cintas contienen momentos de surrealismo visionario difícilmente encontrables en otros cineastas. Sin duda, una de las películas por las que será justificadamente más recordado en el futuro será “Doce Monos”.



En el año 1997 fue liberado un nuevo virus matando a miles de millones de personas y obligando a los supervivientes a refugiarse en comunidades subterráneas. Años después, en 2035, la superficie del planeta ha quedado reducida a ciudades en ruinas barridas por vientos invernales y pobladas por animales salvajes. Bajo los restos de una de ellas, Filadelfia, un grupo de científicos ofrece el indulto al sociópata convicto James Cole (Bruce Willis) a cambio de ofrecerse voluntario para un peligroso experimento: viajar hacia atrás en el tiempo y reunir información acerca de cómo se inició la diseminación del virus y, en concreto, de una organización conocida como “Ejército de los Doce Monos”, a la que se cree responsable de la catástrofe. Se espera que ello permitirá encontrar una cura para la enfermedad y la recuperación de la especie humana.

Cole acepta pero, como sucedía en “Brazil”, esta suerte de científicos-burócratas que en el futuro han sustituido a los políticos, son igualmente proclives a cometer errores y en lugar de enviarlo a 1996, aparece seis años antes, en 1990, en la ciudad de Baltimore. Allí conoce a la
psiquiatra Kathryn Railly (Madeleine Stowe) cuando ésta lo entrevista tras haber sido arrestado e internado en una institución psiquiátrica a causa de los delirios que se le atribuyen y en los que afirma venir del futuro. Tras ser recuperado por los científicos de su tiempo y devuelto al futuro, Cole reaparece en 1996 y secuestra a Railly obligándola a ayudarle a detener a Jeffrey Goines (Brad Pitt), un demente al que había conocido en el manicomio y que ha pasado a liderar un grupo ecoterrorista, el mencionado Ejército de los Doce Monos. Cole cree que Goines será el responsable de la liberación del virus y poco a poco va convenciendo a la doctora de la veracidad de sus afirmaciones. Quedan tan sólo unas horas para que la enfermedad empiece su primer contagio fatal…

A menudo se dice que “Doce Monos” es un remake del corto experimental “El Muelle” (1962), del francés Chris Marker y del que ya hablamos en una entrada anterior. Compuesto casi
enteramente a base de cuidadas imágenes fijas en blanco y negro, cuenta la historia de un hombre enviado al pasado con la vana esperanza de ayudar a evitar la destrucción del mundo. Durante mucho tiempo fue recordado sólo por los más incondicionales como una de las rarezas de la Nueva Ola francesa (gracias a Terry Gilliam y su película) este oscuro corto disfrutó de una segunda vida durante la que incluso obtuvo una edición en DVD con comentarios del propio Gilliam.

Tanto en su film anterior, “El Rey Pescador”, como en “Doce Monos”, Terry Gilliam demuestra que trabaja mejor sobre guiones ajenos que sobre una historia imaginada por él. Ambas cintas tienen guiones mucho más sólidos, menos dispersos y dominados por la extravagancia que
películas anteriores firmadas exclusivamente por Gilliam, como “Los Héroes del Tiempo”, “Brazil” o “Las Aventuras del Barón de Munchausen”. Además, el director tuvo la suerte de contar con sobresalientes guionistas. En el caso de “El Rey Pescador” fue Richard LaGravanese, entre cuyos créditos se contaban “Los Puentes de Madison” (1995), “La Princesita” (1995) o “El Hombre Que Susurraba a los Caballos”. En “Doce Monos”, su colaborador es David Webb Peoples –junto a su esposa Janet-, quien había coescrito “Blade Runner” (1982) y venía de ser nominado al Oscar por el western crepuscular “Sin Perdón” (1992). Peoples recibió el encargo de escribir lo que sería “Doce Monos” de dos productores, Robert Kosberg y Charles Roven, que habían quedado fascinados por el libro de fotografías de “El Muelle” que Chris Marker había editado. Universal Studios se hizo cargo del proyecto.

Ahora bien, más que una nueva versión de aquella historia, lo que hizo Peoples fue una variación de la misma. Se mantiene la estructura esencial del argumento pero recorta algunos
aspectos del mismo –como el viaje al futuro- y da más peso a otros –como los motivos para viajar al pasado- además de perfilar mejor los personajes y la situación que se vive en el futuro. También ordena la trama dramática y alarga el giro final. Si bien ambos films siempre aparecen incluidos en las listas de mejores películas de CF, “Doce Monos”, siendo menos vanguardista, sí es sin duda superior como historia (y, de todas formas, aunque sea más convencional que el corto francés original, también es cierto que discurre por el delgado borde de la aceptabilidad comercial). Mientras que “El Muelle” está construido como una especie de ensoñación romántica teñida de nostalgia por un pasado inalcanzable, “Doce Monos” adopta la estructura de un thriller en cuyo argumento pesan más las paradojas temporales y los apuros de los protagonistas en el pasado, dejando al romance en un segundo plano. Debido a su lento ritmo, a pesar de que sólo dura treinta minutos, “El Muelle” se hace más largo que “Doce Monos”, con más metraje pero mucho dinámico.

Como también sucedía con “El Rey Pescador”, “Doce Monos” no es un film agradable ni reconfortante. Para empezar, Terry Gilliam parece encontrar un siniestro placer en socavar el concepto de héroe. La mayoría de sus protagonistas –Michael Palin en “La Bestia del Reino”, Jonathan Pryce en “Brazil”, John Neville en “El Barón de Munchausen”, Jeff Bridges en “El Rey Pescador” o Bruce Willis en el título que ahora nos ocupa- son individuos rodeados por un universo cruel que conspira para hacerles tropezar cada vez que intentan alcanzar su objetivo. Su viaje hacia al heroísmo trata menos de superar tremendos desafíos y aventuras que sobreponerse al pesimismo y la desesperanza que anidan en su interior. Y, además y después de todos sus esfuerzos, nada garantiza al héroe que obtendrá el éxito: en varias de las películas de Gilliam el protagonista no triunfa al final y sus desvelos y penalidades han sido en vano.

Por otra parte, la historia versa en buena medida acerca de la fragilidad de la mente humana, un tema siempre incómodo. Cole es atormentado regularmente por sueños que profetizan su
propia muerte y que cada vez se asemejan más a la realidad que está viviendo, sumiendo a su mente en un estado a mitad de camino entre la demencia y la angustiosa cordura. Agotado por la dislocación temporal, Cole desea estar loco y permanecer en ese delicioso 1996, con su aire limpio, maravillosa música y la bella mujer que le acompaña. Su delirio es contagioso y pronto infecta a la doctora Railly, quien empieza a dudar de su mente y de la realidad de su propio mundo. Por su parte, Jeffrey Goines es un individuo a todas luces perturbado. Único entre los cineastas que se pueden encuadrar como vagamente comerciales, Gilliam se sale siempre con la suya al retratar de forma genuina la locura, el delirio y la ensoñación, consiguiendo que los espectadores se zambullan en su visión (recordemos de nuevo "Los Héroes del Tiempo”, “Brazil” o "El Rey Pescador"). Aquí, abre agujeros en la realidad y la percepción que tenemos de la misma, como si ambas sólo fueran una delgada película. Hay otras historias sobre viajes en el tiempo, pero pocas transmiten tan pura desorientación y, como efecto colateral, la misma conexión con el pobre desgraciado que ha sido enviado hacia atrás en la corriente temporal.

Además, el director utiliza una fotografía, encuadres, planos, iluminación y maquillaje que
resaltan la fealdad física y el fatalismo espiritual. El propio Bruce Willis, ya por entonces una superestrella, presenta durante toda la película un aspecto lamentable: sucio, herido, babeante, exhausto o enloquecido. Hasta la excelente música compuesta por Astor Piazzola parece subrayar la naturaleza distópica de toda la historia. El futuro que se describe es turbadoramente distópico -rayano en ese surrealismo tan querido por Gilliam- pero la atmósfera que domina las secuencias del presente apunta ya claramente a una sociedad en caída libre. La estética de “Doce Monos” casa perfectamente con su propósito último: construir una visión impactante del ocaso del siglo XX, una humanidad rota y decadente que parece estar más allá de cualquier esperanza.

Como película de Viajes en el tiempo, “Doce Monos” es casi la antítesis de otras ilustres
representantes del subgénero, como “Terminator” (1984) o “Regreso al Futuro” (1985). Es como si la pesadillesca noche de la película de James Cameron no tuviera fin, como si al final de la misma no aguardara la garantía –o al menos la esperanza- del triunfo de la humanidad. El personaje de James Cole no puede estar más alejado de ese activo muchacho enamorado de la cultura popular que era Marty McFly en la franquicia de “Regreso al Futuro”. No se le puede siquiera considerar un héroe: se pasa la mayor parte de la historia huyendo medio desnudo o encerrado en un psiquiátrico y parece carecer incluso de las habilidades mínimas necesarias para sobrevivir en el pasado más allá de cierta astucia natural. Es más, la tensión de vivir en dos periodos temporales le provoca inestabilidad mental y en un chocante giro de la trama, Cole decide que su cerebro está enfermo y que el futuro del que proviene no es más que un delirio. A diferencia de los héroes de “Terminator” o “Regreso al Futuro”, no ha venido a salvar su propio tiempo: el futuro está fijado y es inmutable, lo que lleva a un final tan hermoso como desolador. El amor, la nobleza y la perseverancia no tienen por qué triunfar.

Pero lo que hace de “Doce Monos” una película sobresaliente no es esa interpretación fatalista del futuro sino el juego intelectual que proponen al espectador David Peoples y Terry Gilliam:
la historia de viajes temporales está montada como un puzle o engranaje compuesto de pistas engañosas: detalles como los graffitis murales, los mensajes crípticos en el contestador automático, la lista de lugares afectados por el contagio… Nada de todo ello son pruebas definitivas de que Cole dice la verdad. ¿Podría ser todo un delirio creado por la mente de un hombre enfermo? ¿O verdaderamente proviene del futuro? En el segmento final de la trama, todos esos enigmas encuentran una inesperada explicación, culminando en una cadena de revelaciones y sorpresas que conforman una interesante paradoja temporal.

Aunque Gilliam es un director que en lo visual tiende al exceso, hay que decir que en esta
ocasión supo contenerse sin por ello, como dije, perder esa cualidad surrealista que le es tan característica. Quizá en ello tuviera que ver el ajustado presupuesto con el que contó y del que sin embargo hizo un uso inmejorable: 29 millones de dólares (para poner esta cifra en perspectiva, digamos que aquel mismo año, por ejemplo, “Heat” tuvo 60 millones; “Casper”, 50 millones; “Braveheart”, 72 millones; o “Batman Forever”, 100 millones). Sin caer en los delirios de algunos de sus anteriores films e incapaz con ese dinero de construir los elaborados decorados de, por ejemplo, “Brazil”, el diseño de producción remite a un mundo –tanto el presente como el futuro- real, gris e inquietante, que oscila entre lo barroco y lo antiséptico. El presente transcurre en los entornos urbanos de Filadelfia y Baltimore bañados por una fría luz invernal que sofoca los colores de los edificios ruinosos y las calles invadidas por la basura, los locos y los vagabundos; mientras que el futuro está compuesto de espacios claustrofóbicos, científicos-funcionarios de aspecto turbador y máquinas amenazantes. Entornos como el manicomio (claro deudor de “Alguien Voló Sobre el Nido del Cuco”, 1975), el cine en ruinas, las celdas o la sala de interrogatorios del futuro parecen salidos de la lente distorsionadora de una pesadilla.

Por cierto y en relación al diseño, por culpa de una de esas ideas “originales” de Gilliam a
punto estuvo la película de naufragar poco después de su estreno. En la escena de la sala de interrogatorios se añadió una silla a la que Cole era atado y luego subido a una gran altura mediante un raíl en la pared, con una amenazadora esfera suspendida en el aire frente a él. Era ciertamente un concepto extraño…pero no nuevo, ya que había sido copiado de una ilustración de arquitectura de 1987 llamada “Neomechanical Tower (Upper) Chamber”, realizada por Lebbeus Woods. El arquitecto vio “Doce Monos” y no se sintió particularmente halagado. De hecho, demandó a Universal por infracción del copyright, ya que su trabajo había aparecido publicado en varios libros antes siquiera de comenzar la producción de la película. El tribunal admitió la demanda y ordenó al estudio retirar la cinta de todas las salas menos de un mes después de su estreno. Podría volver a distribuirse una vez se borraran todas las escenas donde aparecía la silla, un proceso muy costoso. Afortunadamente, el sentido común prevaleció y Woods accedió a resolver el asunto con un pago de medio millón de dólares y su inclusión en los títulos de crédito como inspirador del set en cuestión. Para Universal fue un dinero bien gastado, porque “Doce Monos” recaudó más de 57 millones de dólares sólo en Estados Unidos y el doble en el resto del mundo, colocando a la película entre los films con mayor recaudación y más rentables de 1995.

Cualquier ejecutivo de un estudio cinematográfico se estremecería al pensar qué hubiera pasado con esta película de no haber contado en su reparto con un actor de éxito como Bruce
Willis y una estrella en ascenso como Brad Pitt. El primero destaca especialmente al romper de forma radical y a instancias de Gilliam con la imagen de tipo duro, masculino y socarrón que se había labrado gracias a películas como las entonces tres entregas de “La Jungla de Cristal”, “El Último Boy Scout” (1991), “El Gran Halcón” (1991) o “Pulp Fiction” (1994). Aquí, como ya había apuntado anteriormente, lo encontramos cubierto de suciedad, tembloroso, sumido en la confusión mental y exhibiendo una vulnerabilidad que pocos fans de John McLane hubieran podido jamás imaginar (aunque irónicamente fue una escena de “La Jungla de Cristal”, aquélla en la que Willis tenía que sacarse trozos de cristal de la planta del pie, la que convenció a Gilliam para darle el papel, descartando a Nick Nolte y Jeff Bridges, sugeridos por el estudio).

Brad Pitt fue nominado al Oscar al Mejor Actor Secundario (y ganó el Globo de Oro) por su interpretación del psicópata Jeffrey Goines. Fue una elección un tanto extraña porque aunque resulta divertido, Pitt sobreactúa visiblemente hasta el punto de hacer de su personaje alguien inverosímil: resulta difícil creer que alguien tan evidentemente perturbado pudiera reunir, liderar y organizar un grupo de activistas (según dicen, Gilliam consiguió extraer de Pitt esa vena lunática retirándole los cigarrillos). Como mínimo y al igual que en el caso de Willis, se le puede conceder a Pitt el coraje de abandonar ese estatus de ídolo de jovencitas adolescentes que había cosechado en producciones como “Entrevista con el Vampiro” (1994) o “Leyendas de Pasión” (1994) para sumergirse en un personaje frenético que le mostraba verdaderamente desmejorado al estilo de un Charles Manson pasado de vueltas.

En otras manos, “Doce Monos” podría haber sido una película de CF formulista y rutinaria,
pero Gilliam sabe convertirla en una historia compleja con un toque pesadillesco, dotarla de ricas texturas visuales y extraer de los actores el registro adecuado. Rara vez ciencia ficción y locura han formado tan buen conjunto en la pantalla. De hecho, tratar de clasificar a “Doce Monos” exclusivamente como un thriller de viajes en el tiempo supone infravalorar su contenido filosófico y psicológico. Un film clásico de los noventa que sin duda viajará al futuro aguantando muy bien el paso del tiempo.


3 comentarios:

  1. una pelicula excelente, quizas un poco confusa pero muy buena. los actores trabajan muy bien. no habia visto todos los simbolismos que decis, willis es un buen actor pero siempre le dan papeles de duro, que imaginacion tienen en españa, si die hard es la jungla de cristal, 12 monkeys deberia ser el viajero en el tiempo babeante, jeje. saludos.

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  2. Pues sí, tienes razón con lo del título de "Die Hard", cuya traducción debería ser "Duro de Matar". Lo de la Jungla de Cristal podía tener algún sentido (que no justificación) en la primera película, pero en las demas... En fin, el de "titulador" siempre ha sido un oficio que en España ha requerido de abundante imaginación...

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  3. «Duro de matar» fue el título de esa película en Latinoamérica,de hecho a dado lugar a muchas expresiones al respecto, en cuanto al papel de Bruce en esta película, yo creo que da paso para que después pueda trabajar en sexto sentido y después en la otra película de ese director indeseable creo que se llama

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