Tras unos años cincuenta en general conservadores y un tanto insultos y a pesar de cierto temor reprimido, la década de los sesenta ha pasado a ser una suerte de icono para la liberación psicológica, el afloramiento de la furia social y la autoindulgencia. Obsesionados con el estilo y la moda, los adolescentes y veinteañeros que crecieron tras la Segunda Guerra Mundial, se lanzaron con avidez -y para desesperación de sus mayores- hacia los productos más atrevidos y sencillos de la industria del ocio, legal o ilegal: música pop y rock, cine, televisión, drogas… Luego transformaron ese hedonismo y vacuidad en pensamiento utópico, compromiso social y político y rebelión contra el establishment. Convivieron un movimiento de liberalización (aborto, homosexualidad, derechos civiles, censura oficial) con momentos en los que las propias instituciones, atemorizadas, intentaron coartar esas mismas libertades.
Al mismo tiempo, un sentimiento de crisis estructural fue permeando el espíritu de la sociedad

Los sesenta (entendidos en este contexto como el periodo que va de 1959 a 1973), aunque políticamente supusieron una época de temor e inseguridad global ante la posibilidad de un holocausto nuclear, fueron también años con una fuerte identidad cultural marcada por la experimentación e innovación. La educación, especialmente en las universidades, mejoró mucho y dio cabida a más alumnos. En plena carrera espacial –con todas las esperanzas y miedos que llevaba incorporadas-, los estudios de ciencias e ingeniería eran los más populares, pero también había abundante espacio para aquellos interesados en las Humanidades. Los


Los vanguardismos siempre han tendido a denunciar cualquier autoridad previa, cualquier precedente histórico. El Manifiesto Futurista de 1909 proclamaba: “Destruiremos todos los museos, bibliotecas, academias de cualquier tipo”. Jerry Cornelius, el personaje creado en 1965 por Michael Moorcock, continuó esa tradición incendiaria: “Es la Historia la que ha causado todos los problemas en el pasado”, explica a un escandalizado bibliotecario. Esas palabras encerraban un significado más profundo de lo que aparentaban porque, retomando el ideario futurista, Moorcock pretendía, retomando el ideario futurista, abolir las barreras del género de la ciencia ficción y la fantasía impuestas por la tradición.
Fue un mensaje que inmediatamente ganó adeptos en su país, Inglaterra, donde la ciencia ficción estaba conquistando el respeto tanto del público en general

Por su parte, “Nuevos Mapas del Infierno” (1961), de Kingsley Amis, aisló la corriente satírica de la ciencia ficción americana de los cincuenta y la revistió del mismo cache marginal que el jazz (estilo musical que por entonces constituía la línea divisoria entre la música “mainstream” y “experimental”). A continuación, entre, 1961 y 1967, Amis editó junto al sovietólogo Robert Conquest cinco antologías bajo el título “Spectrum” que bebían sobre todo de la revista americana
Las relaciones de Brian Aldiss con el establishment literario fueron también importantes en este proceso de dignificación del género. En 1962, el año en el que Anthony Burgess publicó “La Naranja Mecánica”, ciertos autores mainstream ya estaban incorporando en sus narrativas temas o elementos de la ciencia ficción. Aldiss editó las exitosas antologías “Penguin Science Fiction”, en las que desafió a los recién llegados al género con una simple idea: “Hoy ya vivimos en la edad de la ciencia ficción”. La excelente acogida de aquel volumen propició el lanzamiento de más antologías e incluso una línea dentro del catálogo de Penguin dedicada exclusivamente al género y en la cual se editaron por ejemplo “¿Quién?” de Algys Budrys o “El Mundo Sumergido”, de J.G.Ballard.

Y en este contexto es donde llega Michael Moorcock y “New Worlds”, la primera y más longeva de las revistas británicas de CF.
“New Worlds” había comenzado en 1936 como un simple fanzine llamado Novae Terrae,

Por aquel entonces, un grupo de escritores y aficionados británicos a la ciencia ficción solían reunirse regularmente en el pub White Horse de Londres. Entre ellos se encontraban el propio Carnell, Walter Gillings, John Wyndham, Eric C.Williams o Frank Edward Arnold. Cuando Pendulum fue a la quiebra, este colectivo formó su propia compañía, Nova

Carnell se mantuvo al frente de la cabecera sobreviviendo a esos cambios de propietario y aunque la circulación de “New Worlds” no fue en esta etapa muy amplia, su papel sí fue fundamental a la hora de presentar multitud de nuevos autores e impulsar sus carreras, ofreciéndoles un escaparate para sus cuentos y novelas y un foro para desplegar nuevas ideas: Arthur C.Clarke, John Brunner, Colin Kapp, James White, John Brunner o E.C.Tubb, fueron algunos de ellos. Aunque sus páginas incluían tanto ciencia ficción dura como space opera de corte aventurero, Carnell era partidario de una CF más sobria de lo que era común en Estados Unidos. Tampoco era reacio a introducir material más arriesgado. A finales de los cincuenta y principios de los sesenta, empezó a mostrar un mayor interés por la ciencia ficción psicológica y existencial, serializando novelas de autores americanos más extremos como Philip K.Dick (“Tiempo Desarticulado”) o Theodore Sturgeon

En 1963, Carnell publicó en “New Worlds” un artículo firmado por Michael Moorcock en el que el joven escritor declaraba que “La Ciencia Ficción se ha ido al infierno” debido a “autores niñatos (…) escribiendo historias para muchachos maquilladas para parecer historias de adultos”, pasando a detallar a continuación sus deficiencias: “Echemos un rápido vistazo a lo que le falta a mucha ciencia ficción. Brevemente, estas son algunas de las cualidades que echo en falta: pasión, sutileza, ironía, caracterizaciones originales, estilos originales, implicación en los asuntos humanos, color, densidad, profundidad y, en general, auténtico sentimiento por parte del autor…”.
El lamento de Moorcock se añadía a la llamada que J.G.Ballard había hecho ya en 1962, en un editorial de “New Worlds” titulado “Which Way to Inner Space” y en el que exigía que la CF se sustrajera a la influencia de H.G.Wells y “diera la espalda al espacio, al viaje interestelar, la vida extraterrestre, las guerras galácticas” así como a sus “actuales formas narrativas y argumentos”. “Los mayores avances en el futuro inmediato tendrán lugar no en la Luna o Marte, sino en la Tierra”, insistía Ballard, “y es el espacio interior, no el exterior, el que necesita ser explorado. El único planeta verdaderamente alienígena es la Tierra”. Años más tarde, en su prefacio a la

En 1964, “New Worlds” pasó a las manos editoriales de Moorcock en su número 142, como


En 1967, ante la inminente amenaza de cierre tras el abandono de los propietarios de “New Worlds”, Brian Aldiss organizó la solicitud de una subvención al Arts Council (un organismo público de promoción de las artes) que contó con el apoyo y la recomendación de algunos grandes nombres de las letras inglesas, desde escritores a académicos. Esa subvención permitió a Moorcock, a partir del número 179, aumentar el formato al DIN-A4, mejorar la calidad del papel e incluir abundantes fotografías, ilustraciones

Desde el principio, Moorcock se mostró mordaz y combativo en la defensa de su proyecto, protegiéndolo del ataque de una reacia vieja guardia en cuyas filas militaban tanto escritores y críticos como lectores. La revista incluía artículos y editoriales –firmados muchos de ellos por J.G.Ballard, erigido como visionario residente de la publicación y su principal propagandista- en los que se tachaba a la CF tradicional como subproducto juvenil y reaccionario al tiempo que se ensalzaban los experimentos de Salvador Dalí o William S.Burroughs. En concreto, Moorcock identificaba a este último, un autor en los límites de la literatura mainstream, como el modelo de “la CF que todos hemos estado

Si para la Nueva Ola era fundamental encontrar una nueva orientación conceptual para la CF, igualmente importante era insuflar vigor a su estilo prosístico con el fin de competir con la literatura más “seria”. Sin embargo, esta nueva orientación no tuvo el apoyo de todos los escritores del género, ni mucho menos. Muchos de los más veteranos criticaban su obsesión por la subjetividad en perjuicio de la ciencia, los sentimientos sobre la razón y el pesimismo sobre la visión positiva del futuro y la tecnología.

“The Heat Death of the Universe” (algo así como “La Muerte del Calor del Universo”, de Pamela Zoline, publicada en “New Worlds” en 1967, ejemplifica bien el tipo de experimentos conceptuales y formales en los que se embarcaba la revista. En este cuento, la autora combina de forma impactante el tema de la entropía (presente en multitud de autores de la Nueva Ola) con el formato de novela condensada. Zoline, que era principalmente pintora, entró en contacto con “New Worlds” mientras estudiaba Bellas Artes en Londres en 1966 (durante un tiempo compartió piso con dos pilares de la nueva ciencia ficción, John Sladek y Thomas Disch). Los cruces entre la pintura y la literatura eran algo común en aquella época de fertilizaciones artísticas. En 1967, Zoline ya había regresado a su América natal para estudiar con artistas pop como Claes Oldenberg y Roy Lichtenstein. La autora escribió muy pocas historias, todas ellas inmensamente concentradas y progresivamente más feministas.

Con sus incongruencias, experimentalismo y alusiones políticas, esta historia, la primera que escribió Zoline y publicada el mismo mes que exhibía una de sus pinturas en la Tate Gallery, es una excelente muestra del tipo de ciencia ficción que se podía encontrar en “New Worlds”.¿Ciencia Ficción? podría uno preguntarse. El elemento que caracteriza el cuento como tal es que la protagonista es descrita a través de un discurso que trata de reflejar su experiencia bajo la forma de información fríamente profesional que contenga el caos de su

Para Moorcock, “The Heat Death of the Universe” conectaba “los mitos modernos de la ciencia (entropía, etc) tal y como los entiende un profano en la materia, con la gran figura mítica de la ficción moderna: la Mujer Doméstica Abusada”. “Heat Death” subvierte el ideal doméstico y yuxtapone el agotamiento gradual de todo el universo con lo mundano. Zoline, como muchos otros autores de la Nueva Ola, adopta nuevas pautas de pensamiento, sentimiento y comportamiento. Se niega a permanecer confinada en la definición clásica de ciencia ficción y deja que la ciencia cosmológica encuentre una expresión abstracta en el ámbito de la literatura.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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