lunes, 1 de octubre de 2018

1976- -EL HOMBRE QUE CAYÓ A LA TIERRA – Nicolas Roeg



Los años setenta del pasado siglo estuvieron dominados en el cine de ciencia ficción por el pesimismo. Quizá fue por ello que el recorrido comercial de todos los films americanos de ese género estrenados entre “2001: Una Odisea del Espacio” (1968) y “Star Wars” (1977) no fuera tan bueno como hubiera cabido esperar. Muchas de esas películas se centraron en los conflictos que agrietaban la sociedad estadounidense del momento: sociales, raciales, políticos, medioambientales... a lo que se añadía el resentimiento y la desconfianza hacia los militares debido a la Guerra de Vietnam. De una manera u otra, ese pesimismo, malestar y preocupación afloraban en títulos como “Almas de Metal” (1973), “Zardoz” (1973), “THX-1138” (1971), “Cuando el Destino nos Alcance” (1973), “Rollerball” (1975), “La Fuga de Logan” (1976), “2024: Apocalipsis Nuclear (Un Muchacho y su Perro” (1975), “Regreso al Planeta de los Simios” (1970) o “Naves Misteriosas” (1972).

Al obsesionarse con los problemas del hombre como ser social y en su relación con el propio planeta, se dejó de lado uno de los subgéneros hasta esa década favoritos de la CF americana: el alienígena. Lo cual no deja de ser irónico habida cuenta de que este periodo está enmarcado por dos cintas con fuerte presencia extraterrestre: “2001” y “Alien: El Octavo Pasajero” (1979). Aquellas películas que durante esos años sí recuperaron la vida extraterrestre, como “La Amenaza de Andrómeda” (1971) o “Matadero Cinco” (1972), lo hicieron a favor del aislacionismo, no teniendo demasiado interés en profundizar en nada que no fueran los asuntos domésticos estadounidenses. Quizá por eso hizo falta irse a otro país, Gran Bretaña, para ampliar las miras y recuperar al ser llegado de otro mundo. Y hacerlo, además, yendo contra la tradición del subgénero pero conservando la sensibilidad social propia de la década.



Un extraterrestre (David Bowie) llega a la Tierra en busca de una forma de salvar a su planeta moribundo a causa de la sequía. Adoptando forma humana y el nombre de Thomas Jerome Newton, viaja por Norteamérica vendiendo anillos de boda para ganar algo de dinero. Luego acude al abogado Oliver Farnsworth (Buck Henry) y le ofrece patentes sobre su avanzada tecnología. Con ellas, Newton acumula una gran fortuna, funda una corporación y utiliza sus recursos para construir una nave espacial con la que espera transportar reservas de agua para su pueblo. Sin embargo, conforme pasan los años, la soledad que experimenta en la Tierra, el agresivo y caótico comportamiento humano y las tentaciones de nuestro mundo acaban corrompiendo su espíritu y enloqueciendo su mente. Entra en una relación de codependencia con la criada Mary-Lou (Candy Clark), es víctima de los celos y ambición de sus competidores en el mundo de los negocios, tomado prisionero por el gobierno y sometido a interminables pruebas médicas; encuentra consuelo en el alcohol, la televisión y el sexo, pierde el contacto con sus raíces y olvida el propósito de su viaje a la Tierra, dejando que su planeta muera en algún lugar lejano de la galaxia.

Para cuando dirigió “El Hombre que Cayó a la Tierra”, el británico Nicolas Roeg ya se había revelado como un director ambicioso y personal. Su nombre apareció por primera vez
codirigiendo “Performance” (1970) antes de ocuparse de la producción australiana “Walkabout”, sobre dos niños perdidos en el interior de la gran isla-continente. Luego vendría la fascinante “Amenaza en la Sombra” (1973), quizá su mejor película, un complejo y enigmático rompecabezas alrededor de la precognición. Tanto en ese título como en la posterior “Contratiempo” (1980), Roeg creó densos tapices cinematográficos a base de piezas aparentemente inconexas antes de fundirlas en un todo coherente. Su gran problema es que tal estilo se queda a mitad de camino entre la genialidad visual y la pretenciosidad, introduciendo escenas inútiles desde el punto de vista narrativo y referencias a sus propias obsesiones sexuales. Y todo ello se hace dolorsamente evidente en “El Hombre que Cayó a la Tierra”.

Esta película bien podría ser el primer film impresionista de CF. Toda su trama es críptica: no hay nada claramente explicitado y sólo se obtiene una visión global mediante la lenta
acumulación de imágenes, muchas de ellas lastradas por la pretenciosidad. A menudo durante el visionado da la impresión de que alguien hubiera montado fragmentos de otras películas completamente diferentes entre sí. Roeg inserta escenas de forma arbitraria, como aquella en la que la limusina de Newton atraviesa un paisaje rural y ve una familia de peregrinos que, de repente, desaparecen, seguida de un desaguadero invertido y una luz que asciende al cielo; o imágenes de figuras en trajes blancos girando en el aire a cámara lenta mientras les cae encima lo que parece leche. Nada de todo esto tiene relación con lo que ocurre en el resto de la película. Y, por si fuera poco, el ritmo se derrumba en su último tercio. La reunión de Newton y Mary-Lou (Candy Clark) –que parecen descartes aleatorios de una orgía alucinógena- no termina nunca. Toda esta cascada de elipsis, cortes abruptos, zooms, alusiones musicales y visuales, mezcolanza de géneros –drama, romántico, sátira, western, meditación filosófica-, escenas inconexas y subtramas diversas iba dirigida a recrear la desorientación que sufría Newton, pero al final y como no podía ser de otra manera, lo que hizo fue confundir a los espectadores de ayer y hoy y entusiasmar a los críticos cinematográficos más presuntuosos y los amantes –siempre minoritarios- de experimentos formales. La versión internacional de la cinta se prolonga unos tediosos 140 minutos mientras que la distribuida en Estados Unidos sufrió un recorte de 20 minutos.

Todas las películas de Nicolas Roeg parecen centrarse en la figura de un individuo atrapado en una cultura ajena –el gangster que se oculta en una casa de hippies en “Performance”; la niña
inglesa perdida en el desierto australiano de “Walkabout”; la joven británica que vive una desilusionante experiencia en “Robinson Crusoe por un año” (1986)-, experimentando un perturbador proceso de autodescubrimiento con vertiente sexual incluida. En “El Hombre que Cayó a la Tierra”, Roeg nos muestra la caída del protagonista en los pozos negros del capitalismo global, sucumbiendo a la locura y la depresión. En este caso, esa “cultura ajena” resulta ser la nuestra, la humana –al menos la occidental- y el retrato que de ella hace la historia es cualquier cosa menos complaciente.

Pero tanto es el interés que muestra el director británico por la alienación del protagonista
extraterrestre y el conflicto entre grupos sociales como por detallar de forma explícita las variopintas tendencias sexuales del resto de personajes: Farnsworth es gay; el maduro profesor Nathan Bryce se acuesta con jovencitas de 18 años que lo adoptan como figura paternal; Mary-Lou ama a Newton con una intensidad propia de mentes poco sofisticadas mientras que éste es asexual. No queda claro qué pretende transmitir Roeg con semejante batiburrillo. En comparación, la novela original del mismo título en que se basa la película, escrita por Walter Tevis en 1963, no contiene escenas sexuales y en ella Mary-Lou no es una jovencita sino una criada de mediana edad.

Pero entre todo ese metraje oscuro, claustrofóbico y presuntuoso, hay momentos de brillantez,
como el inquietante comienzo, en el que el extraterrestre aparece en un pueblo de Arizona, va a una tienda de empeños y vende lo que parece ser su anillo de boda, antes de marcharse y enterarnos de que tiene docenas de joyas idénticas escondidas en su abrigo. O la imagen de un alcoholizado Newton frente a un muro de pantallas de televisión, gritando por la sobrecarga de información sobre sus sentidos y mente. En la que quizá sea la escena más impactante, Newton revela a Mary-Lou su auténtica naturaleza como alien calvo con ojos de gato, haciendo que ella se orine encima de miedo.

Es interesante comparar “El Hombre Que Cayó a la Tierra” con otras películas relacionadas
con visitantes extraterrestres, ya que ésta se encuentra justo en mitad de dos ciclos bastante bien definidos: el de los temibles invasores de los años cincuenta y sesenta; y el de los amistosos y pacíficos seres que vendrían poco tiempo después de la mano sobre todo de Steven Spielberg y “Encuentros en la Tercera Fase” (1977) o “E.T.: El Extraterrestre” (1982). Es éste un subgénero de la CF cuya idea central es la confrontación del Hombre con lo que se interpreta como “El Otro”. El cine de invasiones extraterrestres de los cincuenta veía el universo como un entorno hostil y sus historias eran alegorías de cómo el modo de vida americano se veía amenazado por el comunismo y el apocalipsis nuclear. Para Spielberg y otros directores de los ochenta (como John Carpenter y su “Starman” (1984), en cambio, el universo era un campo inmenso donde vivir las fantasías de la generación de baby boomers, un entorno donde El Otro insuflaría una nueva vida al aburrimiento suburbano o brindaría el cariño ausente en una familia disfuncional. La única amenaza aquí provenía de los humanos de mentes estrechas y temerosos de todo lo que no podían entender, preferiblemente en la forma de siniestras agencias gubernamentales. Era una interpretación que asumía casi sin alteración el credo de muchos ufólogos, en el sentido de que los aliens eran mejores que los humanos y que habían venido para salvarnos de nosotros mismos. Como figuras mesiánicas y redentoras, estos aliens hacían milagros, sufrían persecución e incluso morían y resucitaban. (Hay que señalar, no obstante, que los invasores letales nunca dejaron de existir en el cine y siguieron protagonizando títulos tan notables como “La Cosa” (1982) o “Depredador” (1987).

Pues bien, en “El Hombre que Cayó a la Tierra” el alienígena no es ni un invasor imparable ni
un visitante benevolente sino un ser débil que sufre las agresiones del mundo del hombre. Recogiendo la desilusión por el fracaso de los sueños utópicos en los que había navegado la contracultura de los sesenta, la película nos presenta a un extraterrestre frágil, sensible, con el peso de todo un mundo sobre sus hombros, abrumado por la sobrecarga de información, el alcohol y las conspiraciones gubernamentales. Newton, que no ha venido ni a salvarnos ni a invadirnos, bien podría ser una versión de E.T. en la que en lugar de regresar a casa, se rinde, se sume en una depresión y se metamorfosea en un humano muerto en vida.

Dados los buenos resultados que había obtenido Roeg al escoger a Mick Jagger para el reparto de “Performance”, aquí trata de repetir la jugada contratando a otra estrella del rock. David Bowie se había convertido en un ídolo del glam unos años atrás cuando adoptó la identidad
artística de Ziggy Stardust, un alienígena bisexual que venía a la Tierra como heraldo del apocalipsis y acababa entregándose a las tentaciones del mundo de los humanos y sucumbiendo a su propio éxito (Bowie desarrolló este personaje ficticio a partir de inspiraciones que no incluían la mencionada novela de Tevis). De hecho, desde el inicio de su trayectoria musical, Bowie ya había mostrado su inclinación por la ciencia ficción, como demuestra su primer álbum, “Space Oddity” (1969).

En el momento de participar en “El Hombre Que Cayó a la Tierra” se encontraba atravesando una de las fases más extrañas dentro de una de por sí extraña carrera profesional. Había caído
en una profunda adicción a la cocaína y se dice que se pasó el rodaje bajo sus efectos. De hecho, fue el documental “Cracked Actor” (Allen Yentob, 1975), en el que se veía a un drogado Bowie vagabundeando por Los Ángeles en una limusina, lo que llamó la atención de Roeg. El cantante parecía verdaderamente un alienígena y no sólo por su expresión de colgado: con su físico anoréxico y andrógino, piel pálida, cabello naranja y ojos de diferente color, era difícil encontrar a alguien más adecuado para el papel de Newton. Es de suponer que, según él mismo afirmaría años más tarde, consumir diariamente diez gramos de cocaína le ayudaría a transmitir la sensación de alienación, confusión e inseguridad, componiendo el que muchos consideran el mejor trabajo actoral de su carrera al equilibrar las dosis justas de extravagancia y carisma para mantener la película exactamente en la línea que su director deseaba. El resto del reparto ofrece asimismo buenas interpretaciones, ignoro si también gracias a las drogas.

En 1987, la película fue remodelada como piloto para una proyectada serie televisiva que nunca llegó a producirse, incluyendo a Lewis Smith como alienígena. Bowie resucitó más tarde al personaje de Newton como figura central de su musical teatral “Lazarus” (2015).

Sombría, pesimista, ambiciosa (o pretenciosa, según el punto de vista), surrealista y lírica, “El Hombre Que Cayó a la Tierra” es un estudio de cómo los sueños y las esperanzas, incluso las extraterrestres, pueden corromperse y diluirse debido a las trampas del mundo capitalista que hemos creado. A punto de ser engullido por el estallido lúdico de “Star Wars” y la resurrección de la aventura en la CF cinematográfica, este film fue uno de los últimos intentos de hacer algo verdaderamente adulto y complejo dentro del género, muy en la línea de la mítica película de Kubrick. Que uno encuentre la obra más o menos digerible es cuestión estrictamente personal.

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