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lunes, 9 de septiembre de 2013
1968- EL PLANETA DE LOS SIMIOS (3)
(Viene de la entrada anterior)
El éxito de “El Planeta de los Simios” había sido colosal, por lo que lo último en lo que pensaban los ejecutivos de la Fox era matar a la gallina de los huevos de oro. Exigieron una secuela. Hoy estamos acostumbrados a ellas, pero en aquellos años eran una rareza incluso en los casos que hoy nos podrían parecer obvios. La película contaba una historia completa y su final parecía cerrar la posibilidad de una continuación. Sin embargo, el público quería más, y Richard Zanuck estaba dispuesto a complacerles. Exigió a los productores que encontraran la forma de superar la apocalíptica imagen final.
Presionado por el estudio, Arthur P.Jacobs recurrió a las mentes que habían aportado el sustento conceptual básico de la primera película: Rod Serling y Pierre Boulle. Durante meses, ambos aportaron una amplia gama de ideas, entre ellas una historia en la que Taylor y Nova descubrían una civilización de humanos perdida en la jungla y encabezaban una rebelión contra los simios. Todas fueron rechazadas. Ninguna parecía capaz de situarse a la altura de la primera película.
La solución la hallaron en Gran Bretaña. Paul Dehn era un poeta y guionista especializado en películas de suspense como “El Espía que Surgió del Frío” o “Goldfinger” de la saga Bond. Aquel mismo año 1968, envió un borrador de guión que contenía varias ideas que acabaron en la película final (y otras que no, como el nacimiento de un niño híbrido, mitad simio y mitad humano, figura que el estudio consideró demasiado delicada y susceptible de arrebatar la calificación “para todos los públicos”). En cualquier caso, Dehn no sólo firmó lo que se convertiría en el guión definitivo de “Regreso al Planeta de los Simios” (1970), sino que se convertiría en la fuerza creativa del resto de la saga.
Dado que Franklin Schaffner se encontraba comprometido en otro proyecto, se contrató como director a Ted Post, un veterano del cine y la televisión. Éste, no obstante, estuvo a punto de dimitir cuando se enteró de que Charlton Heston, el pilar sobre el que se había sostenido la primera película, no iba a participar.
Heston estaba lejos de sentirse entusiasmado con la idea de una secuela y no tenia interés alguno en estar en ella. Sin embargo, no era un desagradecido y sabía muy bien que las recompensas –económicas y artísticas- que había obtenido de “El Planeta de los Simios” se las debía al responsable del único estudio que había confiado en el proyecto: Richard Zanuck. Así que accedió a participar en la nueva película siempre y cuando su personaje muriera en la primera escena. Tras un tira y afloja, se negoció que Taylor, efectivamente, desaparecería al comienzo del film y volvería a aparecer, ya para morir, al final.
Aun con el nombre de Heston en los créditos, Ted Post no lo iba a tener ni mucho menos fácil. La Fox había patinado estrepitosamente con una serie de musicales de gran presupuesto (“Hello Dolly”, “El Extravagante Dr.Doolitle”, “La Estrella”) y su situación financiera distaba de ser boyante. En consecuencia, el presupuesto asignado a “Regreso al Planeta de los Simios” se vio forzosamente recortado. Con 2.5 millones de euros, la mitad del presupuesto de la primera película, la secuela comenzó a rodarse en febrero de 1969.
La historia arrancaba en el punto exacto donde finalizaba la primera película. Taylor se adentraba con Nova (Linda Harrison) en la Zona Prohibida. Tras presenciar una serie de extraños fenómenos, Taylor desaparecía misteriosamente. A continuación, se presentaba un nuevo astronauta, Brent (James Franciscus) que, como Taylor, se estrellaba en el planeta en el curso de una misión cuyo objetivo era averiguar el destino de sus predecesores.
Cuando Brent encuentra a Nova, se da cuenta de que ella conoce a Taylor y, por tanto, puede indicarle su paradero. Finalmente lo encuentra, pero no sin antes conocer a Cornelius y Zira y ser hecho prisionero por una raza de mutantes telépatas afectados por la radiación. Esos humanos moraban en las ruinas subterráneas de lo que una vez fue la Nueva York del siglo XX. En esas cavernas adoran a una bomba nuclear como si de un dios se tratase. Los simios invaden la ciudad y se entabla una batalla entre la inteligencia y la fuerza bruta que conduce a un apocalíptico final que parecía poner intencionadamente punto y final a cualquier posibilidad de continuar la saga.
“Regreso al Planeta de los Simios” arranca como una copia de su predecesora: un astronauta naufragado que encuentra una extraña civilización, se convierte en fugitivo y descubre que ha llegado al futuro de la Tierra. La dirección de Ted Post está poco inspirada y sus escenas de acción no alcanzan ni de lejos el dramatismo de las de Franklin Schaffner. Tampoco los diálogos tienen la chispa de los firmados por Rod Serling y Michael G.Wilson para la primera película.
Es en la segunda parte cuando el film se atreve a tomar una dirección original, llevando a la pareja protagonista a un ambiente subterráneo con cualidades casi oníricas. El encuentro de Brent con los telépatas es ejemplar en su modo de representar la inferioridad de un hombre normal frente a aquellos dotados de poderes mentales y Ted Post lo lleva a cabo de una forma intachablemente sencilla: sólo James Franciscus habla, respondiendo a unos pensamientos que únicamente él oye. La revelación de los auténticos y horrendos rostros de los mutantes corroídos por la radiación es igualmente memorable.
Dehn estaba obsesionado por los temas apocalípticos y el acechante espectro de la aniquilación nuclear y vertió esas ansiedades en la película. Conscientemente o no, su guión remitía a la historia de viaje temporal definitiva, “La Máquina del Tiempo”: un hombre de nuestra época (en este caso Brent) alcanza un futuro lejano para encontrar lo que queda de vida inteligente dividida en dos facciones encontradas que moran en niveles diferentes: la superficie (los simios) y el mundo subterráneo (los humanos mutantes).
Como su predecesora y sucesoras, “Regreso al Planeta de los Simios” ofrecía una reflexión sobre los turbulentos años sesenta y primeros setenta. Ciertamente, el temor nuclear de Dehn parece algo desfasado en un mundo en el que la contaminación medioambiental, la superpoblación y la desestabilización civil parecían ya amenazas más tangibles que la radiación, escenarios que llevaban años siendo asumidos por la ciencia ficción literaria. Más actual resultaba la nada sutil crítica a la intervención norteamericana en Vietnam, representada por el ejército gorila que, desoyendo las protestas de los pacifistas chimpancés, lanzan un ataque no provocado contra los humanos
La película discurre bajo la forma de una oscura sátira que alcanza su clímax más siniestro en los cánticos atonales que los mutantes dedican a su bomba. Y aunque toda la cinta ejerce una cierta fascinación malsana, no consigue mantener el pulso de la primera entrega. James Franciscus era una versión descafeinada que el cínico y endurecido Heston y su elección pareció obedecer más a su parecido físico con éste que a otras consideraciones. Por otra parte, la ilusión de semejanza entre ambos se disipa en cuanto comparten escena. McDowall, entonces dirigiendo una película en Escocia, no pudo participar y su personaje Cornelius fue interpretado por un menos inspirado David Watson.
En un intento de superar el impacto de la escena final de “El Planeta de los Simios”, los productores decidieron enterrar toda la ciudad de Nueva York. Las impresionantes pinturas mate a base de fotografías retocadas que recreaban los restos de la antaño gran ciudad de Nueva York eran impresionantes (si bien los actuales residentes se sorprenderían al ver sus principales hitos colocados unos al lado de los otros). Fue un efecto que salió barato y resultó efectivo, pero la falta de presupuesto quedaba patente en otros aspectos igualmente llamativos, especialmente en el maquillaje de los monos: la mayor parte de los extras llevaban simples caretas, mientras que el maquillaje integral que tan buenos resultados había dado un par de años antes se restringió a los primeros planos. Además, se volvió a utilizar, casi sin tocarla, la ciudad de los simios construida hacía unos meses en el rancho de la Fox y se reciclaron decorados utilizados en la reciente “Hello Dolly”.
El nihilista final –sugerido por un Heston deseoso de cortar la posibilidad de ulteriores sagas-, en el que un Taylor moribundo prefiere desatar el infierno nuclear antes de permitir que las dos enloquecidas civilizaciones, simios y humanos, pervivan, podría haber tenido fuerza, pero resulta tan abrupto y torpemente orquestado que deja al espectador oscilando entre la confusión y la risa.
La película se estrenó en mayo de 1970 y en esta ocasión la crítica no fue tan amable con ella. Al fin y al cabo, la sorpresa de la primera parte era imposible de replicar. Sin embargo, el éxito de taquilla fue indiscutible: la recaudación quintuplicó la inversión realizada.
Así, a la vista del resultado financiero, ni siquiera la destrucción del planeta fue capaz de poner fin a la franquicia de los simios. Cuatro meses después del estreno de “Regreso…”, el productor Arthur Jacobs envío un breve pero elocuente telegrama a Paul Dehn: “Los simios existen. Se requiere secuela”. El escritor tuvo que encontrar una forma de continuar una historia que, claramente, había llegado a su final. Su solución fue muy ingeniosa y el resultado, “Huida del Planeta de los Simios”, supuso el punto de inflexión de la saga.
La película se abre con una astronave de bandera americana estrellándose en el océano Pacífico, donde es recuperada por un destacamento militar. Cuando de ella salen tres astronautas y se quitan los cascos se descubre que se trata de tres simios: Cornelius (interpretado de nuevo por Roddy McDowall), Zira (Kim Hunter) y el doctor Miko (Sal Mineo). Según nos enteramos posteriormente, los tres chimpancés habían conseguido recuperar la nave de Taylor y el brillante Miko la había arreglado justo a tiempo para escapar de una Tierra cuya destrucción contemplan desde el espacio. Atravesando en sentido contrario el mismo agujero de gusano que llevó a Taylor al futuro, ellos retroceden hasta los años setenta del siglo XX.
Con este atrevido giro argumental, Dehn no sólo salvó lo que parecía un callejón sin salida a tenor del remate de la película anterior, sino que abría todo un nuevo universo de posibilidades para la sátira y el drama social de corte realista. Porque “Huida del Planeta de los Simios” es, en realidad, una versión invertida del film original, pero ahora las simpatías del espectador se depositan en los chimpancés, que al principio son encerrados y estudiados, luego homenajeados y convertidos en celebridades.
El tono de comedia ligera de la primera hora de metraje se transforma en un siniestro thriller cuando un influyente científico y consejero del gobierno, el Dr.Hasslein (Eric Braeden), empieza a sembrar entre las autoridades la semilla de la duda. Hasslein supone –acertadamente- que los simios son heraldos de la caída de la civilización humana. Cuando se entera de que, efectivamente, en el futuro serán los simios los que esclavicen a los hombres y de que Zira se encuentra embarazada, Hasslein da la orden de matarlos para modificar el curso de la historia y evitar el declive de la raza humana como especie dominante. Ambos simios logran escabullirse y Zira da a luz, pero finalmente sus perseguidores los alcanzan y asesinan. En esta ocasión, sin embargo, el guionista Paul Dehn dejó abierta una puerta que permitiera continuar la historia: el hijo de ambos chimpancés se salva al hallar cobijo en un circo dirigido por Armando (Ricardo Montalbán), el bondadoso propietario de un circo.
“Huida del Planeta de los Simios” obliga a hacer la vista gorda sobre una serie de incoherencias con las películas anteriores, especialmente el que una sociedad tecnológicamente primitiva como la de los simios fuera siquiera capaz de comprender una astronave; por no hablar de la hazaña de rescatarla del fondo del profundo lago en el que se había hundido al principio de la primera parte. Pero también pasa por alto que en “El Planeta de los Simios” se había establecido la ignorancia de su cultura respecto del pasado de la Tierra y el dominio del hombre. En “Huida…”, Cornelius y Zira citan los textos sagrados como fuente de su conocimiento del declive de la civilización humana y la rebelión de los simios.
Si obviamos lo anterior, Paul Dehn consigue dar un vuelco a la saga y sacar el máximo provecho del tópico del viaje temporal, construyendo una inversión de la historia de la primera entrega, solo que aquí son los simios los que se encuentran sumidos en una sociedad humana que los contempla con asombro. Ambas películas tenían desarrollos similares: los protagonistas son recluidos en zoos donde una pareja de amables científicos descubren sus habilidades e inteligencia; a continuación, se revela que su existencia supone una amenaza para la élite científica, quien dictamina su ejecución.
Con todo, en “Huida del Planeta de los Simios” encontramos las mayores dosis de humor de toda la saga, articuladas en escenas donde Roddy McDowall y Kim Hunter demuestran su talento interpretativo. Ambos lo hacen mucho mejor que el resto del acartonado reparto (la única excepción es Eric Braeden que como Dr.Hasslein consigue transmitir una sensación de amenaza y peligro sin recurrir al tópico de científico perverso y retorcido). Por su parte, el director, Don Taylor –quien se encargaría de otros films de ciencia ficción en los años siguientes, como “La Isla del Dr.Moreau” o “El Final de la Cuenta Atrás”-, lleva a cabo un trabajo funcional y poco inspirado que, por fortuna, no consigue estropear la ingeniosa historia.
La segunda película había tenido un éxito más modesto que la primera y el estudio pensaba que esa tendencia continuaría con la tercera entrega. Por tanto, asignó un presupuesto más limitado. Desde luego, el tener solo tres simios en la película supuso un considerable ahorro en maquillaje. Como también lo fue limitar el rodaje a Los Ángeles y sus alrededores.
“Huida del Planeta de los Simios”, alejándose del futuro y examinando a los Estados Unidos de la época, cuestionaba el alcance del poder gubernamental sobre sus ciudadanos –o quienes no lo son-. Su combinación de comedia ligera, sátira social y thriller y su final agridulce al tiempo que esperanzador, la convierte en la mejor de todas las secuelas de la saga.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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Bajo el planeta de los simios se deja ver con cierta amabilidad, aunque carente del espíritu de su antecesora. En cierta forma, la protesta de los chimpances contra la institución militar de los gorilas y la burocracia impuesta por los orangutanes, es una suerte de interpolación que nos muestra el movimiento hippie (por entonces en todo su auge) en contra del gobierno establecido y su paranoia ante lo que consideraban distinto a ellos.
ResponderEliminarPara mi gusto, este concepto sobre la xenofobia está mucho mejor vista en Escape... que, a pesar de algunas cosas un tanto ridículas (el monito diciendo mamá al final es cuanto menos comico), es una historia muy bien contada y que deja abierto a nuevos conceptos argumentales... que lamentablemente nunca aparecieron.
LA PRIMERA (de 1968) Y LA SEGUNDA (de 1970) SON DOS OBRAS MAESTRAS
ResponderEliminar...EL FINAL DE LA SEGUNDA (1970) ES COMPLETAMENTE TURBADOR, LEJOS de CUALQUIER FINAL HOLLYWOODENSE TÍPICO....YO FINALIZARÍA ALLÍ LA SAGA