En 1986, el escritor David Brin dio una serie de conferencias en varias convenciones de CF disertando sobre el tema “¿Está la CF dura muerta o moribunda? Así de mal veían el panorama los aficionados a esa particular forma de entender la CF. Sin embargo, en los años que siguieron, se produjeron una serie de avances que revitalizaron la presencia de la ciencia en la ficción especulativa: la expansión de la informática doméstica primero y el ascenso de Internet después; la conformación de ciertas tecnologías como fuerzas de cambio social (desde el teléfono móvil a las redes sociales) así como nuevos descubrimientos en campos como la astronomía, la biología o la medicina…
Este nuevo mundo que estaban alumbrando tales avances dio cabida a
autores que escribían ciencia ficción más dura de lo que jamás se había hecho,
como Greg Egan o Stephen Baxter. Este último, en concreto, reflexionó en una
entrevista de 1995 sobre cómo la CF dura había tenido que digerir los
descubrimientos más descorazonadores de la exploración planetaria para luego
aprender a apreciar esos mundos por lo que realmente eran en lugar de por lo
que deseábamos que fuesen:
“La Luna resultó estar muerta y ser aburrida; los vuelos espaciales eran difíciles y pesados; Marte es hoy casi inaccesible para nosotros y, en cualquier caso, es un lugar esterilizado por la radiación ultravioleta; Venus es un agujero infernal… Hemos descubierto todo esto en las últimas dos décadas y destrozó muchas ilusiones muy queridas. ¿Sabías que la primera sonda marciana, Mariner 4, se envió a una parte de Marte en la que se esperaban encontrar canales?... Los cráteres fueron todo un shock. Y la primera sonda soviética a Venus estaba equipada para flotar en sus océanos. Ahora, hasta cierto punto, hemos asumido todo esto”.
Y en la vanguardia del equipo planetario de la CF dura estaba Kim
Stanley Robinson, que ya en 1985 publicó su novela corta “Marte Verde” y que
años más tarde utilizó como base para su extensa Trilogía de Marte. No sólo,
como veremos, incluyó este autor una importante dosis de discurso político en
esta serie de novelas sino que intensificó el componente científico, mostró a
científicos trabajando y, como Arthur C.Clarke, describió evocativamente el
paisaje natural de Marte. Estos fueron los primeros libros de lo que pronto se
iba a convertir en una suerte de subgénero de la CF con entidad propia: el de
la exploración del planeta rojo, y que incluiría, entre otros,“Marte se Mueve”
(1993), de Greg Bear; “Marte” (1992), de Ben Bova; o “A Través de Marte” (2000),
de Geoffrey A.Landis.
En una época en la que estaba mucho más de moda sumergirse en los
mundos virtuales generados por ordenador, Robinson se mantuvo fiel al plano de
lo concreto y lo material que, al fin y al cabo, había constituido el origen y
el corpus principal de la CF. En lugar de explorar mundos intangibles de
infinitas capas y mentes descargadas en entornos digitales, imaginó cómo
vivirían y se relacionarían los humanos si algún día colonizaran Marte. Un
Marte, además, que no respondía al cliché de mundo duro pero fácilmente
habitable en la línea de la serie de Barsoom de Edgar Rice Burroughs, “Una
Odisea Marciana” (1934) de Stanley G.Weinbaum, “Crónicas Marcianas” (1950) de
Ray Bradbury o, para el caso, “Tiempo de Marte” (1964), de Philip K.Dick, sino
el auténtico planeta que nos había dado a conocer la ciencia planetaria. Hasta
cierto punto, el enfoque de Robinson está en la línea del de Hal Clement en
“Misión de Gravedad” (1953): la construcción de mundos imaginarios está en un
segundo plano respecto a la utilización de entornos evocadores pero muy reales
para contar historias igualmente evocadoras y verosímiles.
Robinson, que nació en Waukegan, Illinois, en 1952, probablemente sea
el escritor americano de ciencia ficción más importante de su generación. A los
dos años de edad se mudó a Orange County, California y el cambio de paisaje le
dejó una huella imborrable. Ya de pequeño disfrutaba jugando en los naranjales
próximos a su hogar que se extendían durante kilómetros hasta el horizonte, así
que cuando la expansión suburbana acabó invadiendo los cultivos, lo sintió como
una catástrofe. Siempre se refiere a la cordillera de Sierra Nevada como su
hogar y a lo largo de los años su afecto por las montañas de California no ha
hecho sino crecer. Allí se encuentran algunas de las formaciones naturales más
bellas del país, como el Parque Nacional de Yosemite, el Monte Whitney o el
Lago Tahoe. No es de extrañar que, como autor de CF, haya destacado por sus
historias sobre la Humanidad explorando los paisajes maravillosos del sistema
solar y más allá, así como sobre las consecuencias de la acción humana sobre el
ecosistema, terrestre o extraterrestre.
Cuando tenía 17 años, visitó Florida y contempló desde allí el alunizaje del Apollo XI, un momento que también dejó una profunda huella en él. Ya había observado las transformaciones que la expansión del mundo urbano estaban provocando en el medio rural y en ese momento el hombre llegaba a otros mundos distintos a la Tierra. ¿Cómo se comportaría en ellos?
A diferencia de la mayoría de autores de CF, Robinson entró en el género bastante tarde, en su última adolescencia. A los 18 años, se matriculó en la Universidad de California, en San Diego, donde descubrió las obras de J.G.Ballard, Samuel R.Delany, Thomas Disch, Ursula K Le Guin, Joanna Russ o Gene Wolfe. Para él, que había visto transformarse el lugar donde creció, aquellas novelas eran como la propia realidad. Continuó su educación en la Universidad de Boston en 1975 y asistió al prestigioso Taller de Escritura Clarion, en la Universidad de Michigan, donde recibió clases de, por ejemplo, Joe Haldeman, Gene Wolfe o Samuel R. Delany. En 1977 estudió bajo la guía de Ursula K Le Guin en otro taller de escritura en la Universidad de California.
A partir de entonces, empezó a escribir sus propias historias,
publicando la primera en 1976. En el siguiente par de años, publicó en
antologías como “Orbit” o “Universe” y revistas como “The Magazine of Fantasy
and Science Fiction”. En 1982, regresó a California para obtener el doctorado
en Lengua Inglesa con una tesis (dirigida por el eminente escritor marxista
Fredric Jameson) sobre la obra de Philip K.Dick (trabajo que sería publicado en
forma de libro en 1984). Aquel mismo año se casó con Lisa Howland Nowell, una
química medioambiental, y encontró trabajo docente en otro centro de la
Universidad de California antes de convertirse en padre. Cuando llegaron los
niños, Robinson dejó la enseñanza para cuidar de aquéllos en casa y utilizó el
tiempo libre para escribir.
Su primera novela, “La Playa Salvaje”, apareció en 1984 como primera entrega de una nueva línea de CF de la editorial New Ace. Su editor, Terry Carr, había publicado ya anteriormente algunos cuentos de Robinson y consideró que merecía el ascenso a las ligas mayores junto autores como Lucius Shepard o William Gibson. La historia narraba cómo los supervivientes de una guerra nuclear desatada por el imperialismo y codicia norteamericanas, reiniciaban la sociedad en un entorno agrícola. El libro recibió nominaciones para los premios Philip K. Dick y Nebula. Aquel mismo año publicó su segunda novela, “Icehenge”, una compilación de cuentos que anticipan otros tantos de sus libros futuros: sus tres tramas cuentan una fallida revolución política en Marte, el descubrimiento de un artefacto en Plutón y un drama a bordo de una estación orbital en Saturno.
Durante el resto de la década de los 80, Robinson publicó diversas
historias en revistas de prestigio como “Isaac Asimov´s Science Fiction
Magazine”, “The Magazine of Fantasy and Science Fiction”, “Omni” o “Interzone”
al tiempo que colaboraba en antologías y seguía escribiendo novelas, como “The
Memory of Whiteness” (1985) o la distópica “La Costa Dorada” (1988).
Pero es con la publicación en 1992 de “Marte Rojo”, cuando da comienzo una ambiciosa saga sobre la colonización de Marte, una obra con la que Robinson se convierte definitivamente en un autor conocido y reconocido. Su inspiración original se encuentra en las fotos enviadas desde Marte por el primer programa de exploración norteamericano, el Viking Orbiter, y que incluían pares de fotos 3D estereoscópicas que daban una buena idea de cómo era el paisaje allí. A ello se unió el amor de Robinson por el senderismo en las montañas de Sierra Nevada ya que se dio cuenta de que sólo terraformando Marte podría caminar por sus asombrosos paisajes. Robinson se informó leyendo artículos científicos y pensó que ahí había una buena historia que contar. Le llevó diez años madurarla y reunir la documentación necesaria para darle forma.
Empezó a escribir “Marte Rojo” en 1989 y, enfrentado ante el complejo
mosaico social, científico y ético que estaba desarrollando, no tardó en darse
cuenta de que aquél iba a ser un libro muy largo, por lo que sus agente y
editor le sugirieron transformarlo en una trilogía. El éxito no pudo ser mayor.
Tras publicarse, la novela ganó el British Science Fiction Award y en 1994, el
Premio Nebula. Quedó segundo en la encuesta Locus a los mejores libros y fue
nominado para los Premios Hugo, SF Chronicle, Clarke y Tiptree.
En 2020, el astronauta americano John Boone se convierte en el primer
hombre en poner un pie sobre la superficie de Marte. A partir de ese momento,
el proyecto de colonización del planeta se toma como algo factible y
estadounidenses y rusos combinan sus recursos y personal en una misión conjunta
compuesta de cien hombres y mujeres, especialistas altamente cualificados que
son enviados allí en 2026 a bordo de la nave Ares para establecer un primer
asentamiento y las infraestructuras necesarias para ampliar la colonia en
subsiguientes llegadas de nuevas misiones, así como la exploración más a fondo
del planeta. Cada uno de estos Cien Primeros han sacrificado años de sus vidas
para alcanzar la cualificación que les ha permitido formar parte de esa
aventura. Sus motivos para embarcarse en ella y visión de lo que debe ser Marte
difieren y ya durante el viaje se producen discusiones sobre ello.
Sin embargo, al principio trabajan todos juntos en el largo, duro y lento proceso de establecer la colonia y empezar la terraformación. Este último aspecto es el que suscita mayor acritud y el que amenaza con romper la unidad. Por una parte, están los Rojos, encabezados por la géologa Ann Clayborne, que desean estudiar a fondo el planeta sin alterar antes de decidir si hacerlo o no. Creen que Marte, aunque carece de vida, tiene un valor intrínseco que debe ser tomado en cuenta a la hora de adoptar cualquier decisión sobre si cambiarlo o no. Es una postura que tiene cierto atractivo pero que, dada la extrema necesidad que tiene la Tierra de nuevos recursos y espacio vital, no es políticamente defendible.
Por otro lado, están los Verdes, liderados por el genio científico Saxifrage
Russell (un nombre cuidadosamente elegido, ya que las saxífragas son un tipo de
plantas que, se decía, podían romper las piedras con sus fuertes raíces). Éstos
están a favor de terraformar el planeta lo antes posible para permitir la vida
humana libre en una atmósfera respirable, utilizando cualquier medio que la
ciencia ponga a su alcance. Por supuesto, esta es la postura que más apoyos
recibe en la Tierra y, por consiguiente, la terraformación empieza en una etapa
muy temprana. A lo largo de la novela, lo predicho por Ann se cumple: los
personajes son testigos, con el paso del tiempo, de cambios dramáticos en el
paisaje marciano. Robinson mezcla un sentimiento de logro maravilloso del
ingenio y capacidad humanos con otro de pérdida de la naturaleza original de un
lugar único.
Aunque la brecha más profunda entre los Cien Primeros es la relativa a
la terraformación, hay otras tensiones sociopolíticas con dinámicas más
complicadas. Algunos de ellos creen que se les ha brindado una oportunidad
única para construir una sociedad nueva que evite todos los fallos endémicos de
las viejas políticas y teorías económicas ensayadas en la Tierra. El principal
defensor de este frente rupturista, que aboga por romper los lazos con la
Tierra, es el ingeniero ruso Arkadi Bogdanov, que junto a un subgrupo de los
Cien Primeros asume la misión de establecer una base permanente en la luna de
Fobos, donde expresa sus ideas políticas a través de la arquitectura y el
urbanismo.
Pero no todo el mundo está de acuerdo con esa actitud revolucionaria.
La ecóloga japonesa Hiroko Ai cree que, para fundirse con Marte, tienen que ir
todavía un paso más allá y abandonar por completo los fundamentos de la
sociedad terrestre. Crea una filosofía de vida comunal sospechosamente parecida
a una secta por su subtexto religioso y aislacionista. De hecho, en cuanto
tiene oportunidad, ella y sus seguidores desaparecen en las vacías extensiones
del hemisferio sur para construir allí, escondidos de las miradas ajenas, una
sociedad utópica. Algunas de las ideas que Robinson presenta encarnadas en
estos dos líderes son muy radicales porque rompen con las convenciones
políticas, económicas y sociales sobre las que se han sustentado casi todas las
comunidades humanas en la Tierra. Aunque son interesantes como idea, también
son muy difíciles de implementar en un medio tan hostil como Marte, por no
hablar de que en varias ocasiones las acciones de estos grupos exhiben un
egoísmo poco ejemplar.
Estas ideas radicales están equilibradas por actitudes intermedias que
resultan más familiares para muchos lectores. Está, por ejemplo, el
maquiavélico político Frank Chalmers, que ha trabajado durante años para
convertir Marte en su base de poder y siente un profundo resentimiento hacia su
compañero y amigo John Boone, cuyo carisma natural le disputa el liderazgo. Su
relación se ve aún más enturbiada por el triángulo amoroso que ambos forman con
la bipolar Maya Toitovna, responsable del contingente ruso de los Cien
Primeros. El equivalente económico al poder político de Frank es el personaje de
Phyllis Boyle, una mujer que sólo piensa en términos de beneficio a corto plazo
y que no tiene inconveniente en vender los recursos marcianos al mejor postor.
La mayoría de los Cien Primeros se hallan a mitad de camino de todas estas
posturas un tanto extremas, pero en último término los acontecimientos en la
Tierra les obligan a elegir bando.
Aunque en lo que se refiere al conflicto alrededor de la terraformación Robinson expone los puntos de vista de todas las facciones sin posicionarse abiertamente del lado de ninguna, su afiliación resulta mucho más clara en el frente sociopolítico. Sus ideas son, para el estándar americano, de izquierdas, y quizá fuerza un tanto la mano para sustentar la validez de ese enfoque al convertir en villanos a todos los capitalistas y políticos organizados alrededor de las transnacionales.
Esto último tiene que ver con otro actor en juego, lejano espacialmente
pero determinante en el destino de Marte: la Tierra. Las tensiones políticas y
económicas entre ambos planetas no hacen más que crecer. Y es que la Tierra se
halla en una situación altamente inestable por no decir explosiva: la
superpoblación ha agotado sus recursos naturales y llevado al límite las
capacidades de los gobiernos y del propio ecosistema. Se halla gobernada desde
la sombra por poderosos y corruptos conglomerados transnacionales que se lanzan
sobre Marte para realizar prospecciones, abrir minas y empezar a explotar los
valiosos minerales. Los terrícolas ven a Marte como la puerta a un nuevo
futuro, duro, sí, pero con poca gente y mucho espacio, y así se convierten
fácilmente en carne de cañón y víctimas de empresas rapaces que no tienen
inconveniente en explotar y engañar a sus incautos trabajadores.
El proceso histórico que describe Robinson para Marte es el típico del
colonialismo: las empresas se hacen con el control del nuevo territorio,
canalizando hacia allí cada vez más colonos para explotar sus recursos. Cuando
un delegado indio en una conferencia sobre Marte se queja de que el
colonialismo nunca llegó a su fin, uno de los más influyentes de entre los Cien
Primeros le responde: “Eso es el capitalismo transnacional: ahora somos todos
colonias”.
De hecho, esta comprensión de la naturaleza neocolonial del capitalismo global es crucial en lo que se refiere a la sensibilidad política de toda la trilogía. En un momento dado, los gigantes corporativos de la Tierra acuerdan entre sí financiar la construcción de un enorme ascensor espacial, el proyecto de ingeniería más ambicioso de toda la historia humana, que abaratará el coste de transporte de minerales, equipamiento y mercancías al solventar el problema del pozo gravitatorio del planeta. Muchos de los “marcianos” rechazan el proyecto tanto porque facilitará y acelerará la explotación privada de Marte como porque conecta más íntimamente al planeta con la Tierra, la cual, ya lo he dicho, se está hundiendo en un periodo de inestabilidad social, económica y política provocado por la superpoblación.
Problema este de la superpoblación que no se alivia precisamente
gracias a uno de los descubrimientos que se realizan en Marte. Allí, el equipo
de científicos dirigido por el biólogo Vlad Taneev, otro de los Cien Primeros,
ha encontrado un tratamiento genético que repara el deterioro del ADN que se
produce con la edad y, por tanto, retrasa el proceso de envejecimiento. Tanto,
de hecho, que quien se somete a ese tratamiento puede vivir casi indefinidamente.
Por desgracia, cuando esta información llega a la Tierra, no sirve más que para
agudizar la brecha entre los ricos, que pueden permitirse el tratamiento, y los
pobres, que no. Como también había imaginado Norman Spinrad en su novela
“Incordie a Jack Barron” (1969), las tecnologías de longevidad se convierten en
conflictos de clase.
Este tratamiento gerontológico es una proyección verosímil de la
actual investigación genética, pero también una herramienta de la que se dota
Robinson para mantener a los Cien Primeros como personajes centrales de la
colonización a lo largo del par de siglos que abarca la trilogía. Robinson
podría haber hecho de esta serie un largo relato generacional. De hecho, algo
de eso hay porque la descendencia de John Boone, por ejemplo, juega un papel en
las secuelas. Pero también habría sido un desperdicio de algunos personajes en
los que había invertido mucho tiempo y perder la magia que suponía tener a los
Cien Primeros (o algunos de ellos) siempre entre los marcianos, alguien que
habían sido testigos y protagonistas de todo el proceso de colonización.
El uso que hace Robinson de ese descubrimiento es un ejemplo de su interés por explorar cómo los avances científicos pueden modificar la sociedad. Lo mismo puede decirse del ascensor espacial. Su finalización permite la inmigración masiva de colonos que acaban viéndose atrapados por los engaños de las transnacionales, poco nada interesadas en respetar tratados internacionales o derechos básicos, y convertidos en mano de obra barata, víctimas de las mafias y las pésimas condiciones de vida en guetos obreros.
En 2061, la Tierra se halla ya en un estado cercano al caos, con todo tipo de guerras locales asolando prácticamente todo el planeta. Mientras tanto, las tensiones en Marte desembocan en una revolución contra el dominio del capital terrícola, orquestada de forma un tanto desordenada por diferentes facciones marcianas y que deshace muchos de los avances conseguidos en las décadas anteriores, culminando con un sabotaje que provoca la caída del ascensor espacial. El impacto sobre el ecuador marciano de un cable de diez metros de ancho y 37.000 km de largo causa un cataclismo apocalíptico que destruye asentamientos enteros y mata a miles de colonos.
(Continúa en la siguiente entrada)
Aprovecho para recomendar New York 2140. Más sintética que la trilogía pero aún más cargada de significado. Mostrando sin distracciones las tripas podridas de actual sistema y proponiendo alternativas.
ResponderEliminarBuena recomendación, sí señor. Una novela también muy interesante
EliminarEl autor, cuya fascinación por los suizos es impresionante, mezcla un 6 de racismo (los italianos son... Los marroquíes son... Los suizos tal y cual..) y un 4 de ecologismo. Al comienzo del tercer libro lo dejé.
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