miércoles, 6 de diciembre de 2017

2011- SUPER 8 – J.J.Abrams


El director, guionista y productor J.J.Abrams ha ido amasando en los últimos diez años categoría de creador de culto. Empezó a destacar en los años noventa como guionista de películas como “Millonario al Instante” (1990), “A Propósito de Henry” (1991), “Eternamente Joven” (1992), “Nunca Juegues con Extraños” (1997) o “Armageddon” (1998, sin acreditar). Pero el éxito le llegó de verdad gracias a la televisión, primero con el drama para adolescentes “Felicity” (1998-2002), luego con su sexy espía “Alias” (2006-6), la hiperpopular “Perdidos” (2004-10) y, en menor grado, “Fringe” (2005-13) o “Person of Interest” (2011-6). Fue “Alias” la que hizo que Tom Cruise se fijara en él para dirigir la que sería su primera película, “Misión Imposible III” (2006), a la que seguiría su reboot de la franquicia trekkie con “”Star Trek” (2009).

Para su tercera película, Abrams quería hacer algo más personal que un producto de franquicia como sus dos anteriores títulos. Y decidió que, efectivamente, sería algo muy cercano, ambientado en su propia juventud y la influencia que cierto género de films ejerció sobre él. Y al igual que su idolatrado Spielberg tras las costosas superproducciones de “Encuentros en la Tercera Fase” (1977) y “En Busca del Arca Perdida” (1981), decidió recortar efectos visuales, presupuesto y acción para narrar una historia con un núcleo más intimista. El resultado fue “Super 8”.



En 1979, en la pequeña población de Lillian, Ohio, el joven Joe Lamb (Joel Courtney) y su padre Jack (Kyle Chandler), un oficial del sheriff, tratan de reconstruir sus vidas tras la muerte de su madre y esposa en un accidente industrial de la fundición local. Al llegar el verano, Joe se junta con su grupo de amigos frikis para hacer una película amateur de zombis utilizando una cámara de Super 8. El mandón director del proyecto es Charles Kaznyk (Riley Griffiths), que decide invitar a Alice Dainard (Elle Fanning), amor platónico de Joe, para que interprete a la esposa del héroe.

Una noche, mientras están rodando en secreto una escena en un apeadero abandonado del ferrocarril, un tren de mercancías choca junto a ellos contra una furgoneta que se mete en las vías a propósito, provocando un enorme descarrilamiento. Inmediatamente después de
recuperarse del shock, averiguan que el vehículo lo conducía su profesor de ciencias de la escuela, quien, aunque gravemente herido, les exhorta a que huyan y no digan a nadie que han estado allí. Pronto llegan los militares para acordonar el lugar del desastre y en los días siguientes van produciéndose una serie de fenómenos extraños en la localidad: perros que desaparecen, electricidad que va y viene y robos aparentemente aleatorios de maquinaria y electrodomésticos diversos. Jack cree que los militares esconden algo y cuando el pueblo recibe la orden de evacuación, Joe y sus amigos se dan cuenta de que se enfrentan a una amenaza de origen alienígena que escapó de su confinamiento en el tren.

“Super 8” no solo exhibía como reclamo el nombre ya muy conocido de Abrams, sino también el de Steven Spielberg como productor a través de su compañía Amblin. Y es que estamos ante una película que ha sido deliberadamente pensada y ejecutada como uno de aquellos films de
aventuras, terror y ciencia ficción para adolescentes que el propio Spielberg produjo en los ochenta, como “Poltergeist” (1982), “Gremlins” (1984), “Regreso al Futuro” (1985), “Los Goonies” (1985) o “Nuestros Maravillosos Aliados” (1987). De manera más explícita aún, “Super 8” es un homenaje a dos títulos clave de su filmografía: “Encuentros en la Tercera Fase” (1977) y “E.T.” (1982). Aunque Abrams nunca menciona o recrea escenas concretas de esos films, su influencia es clara: los chicos bien podrían haber sido compañeros de escuela de los de “E.T.”; el técnico de teléfonos que se encuentra con el alien, un colega de trabajo de Richard Dreyfuss en “Encuentros…”; y de esta última película parecen extraídas también las escenas de la evacuación del pueblo bajo la excusa de un desastre medioambiental.

Efectivamente, tanto Abrams como Spielberg abordaron el proyecto como un tributo a sus días juveniles, cuando ellos, como los muchachos de la historia, rodaban sus primeras películas con
ayuda de amigos y una Super 8. De hecho, la intención original de Abrams había sido grabar las escenas de “The Case” (la película que Joe y sus amigos preparan) con un auténtico film Super 8, pero los magos de Industrial Light and Magic no pudieron compatibilizar el granulado y la baja resolución de ese formato casero con los efectos digitales que había que insertar en ellas. Y, en un ejemplo de arte imitando a la vida –y viceversa- “The Case”, supuestamente escrita, dirigida, rodada y montada por los seis protagonistas infantiles, fue en realidad dirigida, rodada y montada por ellos. La única indicación y restricción que les puso Abrams fue que debía ser una historia de zombis. Los muchachos se pusieron manos a la obra con entusiasmo y acabaron tan orgullosos del resultado como de la propia “Super 8”.

Tanto como un homenaje a Steven Spielberg, “Super 8” es un cuento de transición de la infancia a la madurez. Bien podría haber sido un film de Spielberg barnizado por una pátina de nostalgia por los ochenta, aquella edad dorada para la obra directa e indirecta del cineasta. De
hecho, es una aventura que podría haberse contado perfectamente con una ambientación moderna, sustituyendo las cámaras Super 8 por otras digitales HD, pero la intención de Abrams es atizar la nostalgia de muchos espectadores que vivieron aquella década con la misma edad que los protagonistas y que reconocerán muchos de los guiños y detalles de la ambientación. El propio Abrams tenía 13 años en 1979, así que la historia recoge no pocos detalles y recuerdos de su adolescencia. Él mismo ha recordado en diversas entrevistas cómo entonces enrolaba a su familia y amigos para rodar sus propias películas de Super 8 y cómo él y su colega y colaborador Matt Reeves (director de “Monstruoso” o “El Amanecer del Planeta de los Simios”) fueron contratados siendo aún adolescentes por el propio Spielberg para que remontaran algunas de sus viejas cintas de Super 8.

Como es de esperar, Abrams hace que su diseñador de producción, Martin Whist, rellene los fondos con abundantes referencias a la cultura popular de la época. El propio Super 8 era un formato barato y ampliamente utilizado para las películas domésticas y cuya tecnología hoy
está tan perdida para las nuevas generaciones como la del Betamax o el VHS. El cuarto de Joe está adornado con posters de “Halloween” (1978), “El Regreso de los Muertos Vivientes” (1978) o el icónico poster “Keep on Truckin´” de Robert Crumb. Los noticiarios cubren el lanzamiento del transbordador espacial o el accidente nuclear de la Isla de las Tres Millas; se hacen bromas sobre el recién llegado Walkman (probablemente un anacronismo, dado que no llegó a Estados Unidos hasta 1980) y la banda sonora está compuesta de canciones famosas de aquel periodo. La partitura de Michael Giacchino en la línea de John Williams, el grano de la fotografía, el poster promocional que sigue el estilo del gran Drew Struzan…todo remite al cine ochentero de Spielberg, para deleite de los espectadores que vivieron aquella época.

Así, como película homenaje, “Super 8” funciona bien. Pero esos guiños que tanto sedujeron a muchos críticos no son en realidad más que un envoltorio. Cuestión aparte son las dos historias
que transcurren paralelas en su interior y que es donde la cinta hace aguas, tanto por separado como conjuntamente (el guión, en realidad se construyó a partir de dos proyectos diferentes, y se nota). En primer lugar, tenemos una subtrama, la más importante, que se apoya en los sentimientos: la pérdida de la madre, la alienación de los adolescentes ante la incomprensión de sus mayores, los abusos de un padre alcoholizado, un amor imposible por el odio entre dos familias al estilo Romeo y Julieta, la amistad incondicional… Pero el guión apenas profundiza en todo ello, contiene un par de escenas bastante torpes entre Alice y Joe que estropean el desarrollo de su relación y, para colmo, remata todo este apartado de una forma bastante tosca, inverosímilmente buenista y predecible.

La insatisfacción que produce esta parte de la película es doble por cuanto los personajes de partida sí están muy bien perfilados. En primer lugar, el escenario de partida no es el de un
acomodado barrio de clase media con preciosas casas unifamiliares de jardines cuidados habitadas por padres comprensivos y muchachos que corren libremente montados en sus bicicletas, sino un pueblo humilde de población obrera ocupado por familias con problemas. Tras la muerte de su madre y esposa, Joe y su padre no se entienden: el primero quiere enviar a su hijo durante el verano a un campamento de beisbol sin entender que lo que a él le gusta es el cine y el maquillaje de películas de terror. Joe no tiene el carácter brusco y masculino de su padre; es un chico dulce y sensible que se siente atrapado con un hombre que ni conoce a su hijo ni tiene interés en conocerlo.

Alice tiene iguales o peores problemas. Vive atrapada con un padre esclavo de la bebida, atormentado por un accidente del que se siente responsable y obsesionado por la vida sexual de
su hija. Viendo la cara más oscura de la vida, Alice se ha visto obligada a madurar rápido y su carácter es serio y retraído. Gracias al contacto con la pandilla de Joe y al igual que éste, encontrará en el proyecto de la película de aficionados un desahogo de su tragedia familiar, encontrando un nuevo interés por el cine, campo en el que además descubre su talento interpretativo. En este sentido, J.J.Abrams se distancia de las películas juveniles producidas y/o dirigidas por Spielberg en los ochenta. En ellas, el mundo de los adultos, sobre todo el de los padres, transcurría de forma independiente del de los niños y sólo asomaba puntualmente en la trama. Aquí, en cambio, ambos planos, el adulto y el juvenil, son inseparables, el primero contaminando al segundo y oscureciendo mucho el tono emocional de la trama.

Por su parte, Charles es el típico individuo hiperactivo y controlador, un apasionado del
séptimo arte capaz de pasar por encima de cualquier cosa con tal de rodar la escena que tiene en mente; Cary (Ryan Lee) es el elemento cómico, el niño feo de aspecto desgarbado cuyo amor por los explosivos pone el punto de comedia. (Mucho más desaprovechados están los otros dos miembros de la pandilla, Martin –Gabriel Basso- y Preston –Zach Mills-).

“Super 8” es un auténtico film juvenil que respeta la autonomía y competencia de sus jóvenes protagonistas enfrentados al peligro en lugar de superadolescentes con aspecto de modelos. En
general, son un grupo creíble al que no cuesta imaginar capaz de sacar adelante su pequeña película. Sí, son un poco demasiado precoces, pero dado que están al borde de la madurez y que a su manera son unos aplicados fans de lo suyo, no resulta del todo implausible. A diferencia de Harry Potter y sus amigos, convertidos en líderes porque están destinados a serlo, los niños de “Super 8” tienen habilidades desarrolladas a base de colaborar en un proyecto conjunto. Tienen miedo, pero pueden asumirlo y vencerlo. Los adultos, en cambio, resultan acartonados y tópicos, en especial el villanesco y monolítico coronel Nelec (Noah Emerich).

Como segunda trama y ocupando un lugar más secundario, encontramos un misterio relacionado con una criatura alienígena que J.J.Abrams utiliza como excusa para desarrollar la línea, digamos, sentimental, insertando una situación extraordinaria en las vidas de los
muchachos en virtud de la cual madurarán, se encontrarán a ellos mismos y se reconciliarán con sus progenitores. La relación entre un grupo de niños y un alienígena perdido en la Tierra está claramente inspirada en “E.T.”, pero a diferencia de ésta no encontramos aquí a una criatura fea pero adorable y amistosa, sino a un más verosímil ser violento y resentido tras años de cautividad y maltratos. Es fácil trazar el paralelismo entre la ira del alien y los sentimientos del propio Joe, que se siente atrapado en una vida que no desea.

El director va construyendo con eficacia el misterio y el suspense acerca de los extraños fenómenos que están sucediéndose en el pueblo, inserta algunas excelentes secuencias con efectos especiales…. y luego remata con un final blando, apresurado y predecible en el que el monstruo asesino resulta ser no tan monstruo sino una criatura enloquecida por los abusos y digna de compasión. Es un final decepcionante no tanto en sí mismo como en cuanto se esperaba de este director un giro nuevo, algo inesperado, que nunca llega.

Una de las características más frecuentemente asociadas con las películas y series de
J.J.Abrams es su obsesivo secretismo. Es algo que parece copiado de M.Night Shyamalan cuando todavía vivía del éxito de “El Sexto Sentido” (1999) y hasta que rompió su relación con Touchstone por su desacuerdo acerca de cómo las campañas promocionales tendían a encasillar sus films. Durante este periodo (que abarca “El Protegido”, “Señales” y “El Bosque”), el departamento de publicidad de Touchstone rodeaba cada uno de los proyectos de Shyamalan de un muro de misterio del que no salían más que pequeñas pistas acerca de sus temas, pistas que apuntaban a que la película supondría una nueva aproximación conceptual a este o aquél género.

Da la impresión de que Abrams tomó prestadas algunas de esas estrategias. Muchas de sus películas y series de televisión han venido precedidas del secreto. Durante meses no se reveló siquiera cuál sería el título definitivo de lo que sería “Monstruoso” (2008, producida por Abrams) y aparecía reseñado simplemente como “J.J. Abrams Project”. Fue sólo justo antes del estreno que se descubrió que se trataba de una película de monstruos. De igual forma, durante muchos meses, de “Star Trek” sólo se pudo ver un tráiler en el que se mostraban unas breves imágenes de la Enterprise atracada en un muelle
espacial. “Lost” fue una serie cuyo propio espíritu se basaba en el máximo secreto, el continuo planteamiento de enormes misterios y la sugerencia de futuras sorpresas –aun cuando toda esa construcción se desmoronara debido a un final nefasto que no dio explicación a los enigmas planteados-.

Algo parecido ocurrió con el secretismo paranoico que envolvió la producción de “Super 8”: el único tráiler que se ofreció hasta el estreno definitivo constaba de algunas tomas muy breves y cámara en mano del accidente del tren, pero hasta pocas semanas antes del estreno hubo muy poca información disponible acerca de lo que realmente trataba la película. Hay que aplaudir al departamento de promoción de Abrams en el sentido de que, en esta época de avalancha de información en la que vivimos, se esfuercen en conservar el misterio, de permitir que el espectador llegue a la sala de cine ignorante y dispuesto a maravillarse sin haber sido bombardeado previamente y durante meses por una infinidad de fotografías y tráilers que dejan poco margen para la sorpresa. Pero, por otra parte, esta estrategia crea unas expectativas muchas veces excesivas y que resulta difícil satisfacer con el producto auténtico. Los
aficionados, seducidos por el secreto, creen que van a contemplar algo asombroso, una película tan magnífica que el estudio no quiere arruinar la sorpresa con trailers.

Y, precisamente, la gran decepción de “Super 8” es que después de todo ese secreto y esas expectativas (Atención : Spoiler) es que no hay ninguna sorpresa en absoluto. El clímax resulta ser una variación de “Monstruoso”: criatura horrible sembrando el caos en un entorno urbano, chico que se aventura en la zona devastada para rescatar a una chica; e importancia para la trama de la grabación de aficionados que realizan los protagonistas. Podría decirse que “Super 8” es una especie de “Monstruoso” pasado por el filtro nostálgico de “Cuenta Conmigo” (1986) o “Los Goonies”
(1985). Durante tres cuartas partes del metraje, el aspecto del alienígena permanece oculto, pero cuando al final se revela no resulta ser nada especial. Como tampoco el “descubrimiento” de que en realidad la pobre criatura lo único que quiere hacer es reparar su nave y volver a casa –un giro “sorpresa” que ya aparecía en “Llegó del Más Allá” (1953)-. Desde el momento del accidente del tren, todo resulta absolutamente predecible, incluido el destino y papel de los personajes. (Fin Spoiler)

Y hablando de la escena del descarrilamiento, ésta es sin duda el momento clave de la película (más incluso que el desenlace) y uno de los mejor logrados gracias a la hábil combinación de acción real y efectos digitales en postproducción. Utilizando un extenso y árido terreno del Rancho Firestone, cerca de Los Ángeles, los técnicos construyeron una estación a escala real y tendieron varios metros de vía ferroviaria. Los pirotécnicos colocaron explosivos de baja
potencia y bengalas por la zona, se colocó un trineo verde sobre los raíles y los dobles reemplazaron a los niños. Tras dos días de preparación y ensayos, la escena estaba lista –sólo había una oportunidad de rodarla puesto que el calendario y el presupuesto no permitirían una segunda toma-. Cuando Abrams gritó “¡Acción!”, el trineo se estrelló contra la estación (la madera había sido ya parcialmente debilitada para que se rompiera con facilidad) mientras los dobles corrían alejándose y las explosiones iluminaban el cielo nocturno. En cinco segundos, el plano estaba terminado. Más tarde, en postproducción, los artistas digitales reemplazaron el trineo verde por una locomotora, añadieron vagones, vía y detalles para crear perspectiva e insertaron escombros, explosiones y humo que completaron la escena.

Dejando aparte los problemas de guión, la película está técnicamente bien dirigida. La historia se ralentiza quizá demasiado en su segmento central, lo que resulta comprensible dada la potencia del inicio y su carácter de puente hacia el acelerado final. Hay también varios momentos altamente improbables, pero si tenemos en cuenta que estamos ante un producto de aventuras para niños-adolescentes, se presume un grado generoso de suspensión de la incredulidad. También aquí Abrams utiliza con abundancia sus característicos brillos, reflejos y destellos –algunas escenas, como la de la gasolinera, están excesivamente iluminadas-, pero sí
elimina casi todo el temblequeo de cámara y el montaje frenético que dominaban “Misión Imposible” o “Star Trek”.

Además de buenos efectos especiales, Abrams quiso elegir a los actores idóneos para interpretar a esos chicos ochenteros. Debían ser auténticos adolescentes y no, como sucede otras veces, actores adultos que han conservado aspecto juvenil. Así, inició una búsqueda a nivel nacional para encontrar a su Joe Lamb. Joel Courtney, de Idaho, estaba visitando a su hermano en California durante el verano y tenía esperanzas de quizá aparecer en algún anuncio televisivo. Acudió al llamamiento general de Abrams y tras una entrevista inicial y volver una docena de veces para otras tantas pruebas, consiguió el papel. Pero desde luego, la que más destaca es Elle Fanning, una niña que roba la pantalla a todos sus compañeros y que a diferencia de sus coprotagonistas Joel Courtney y Riley Griffiths sí tenía amplia experiencia actoral tanto en cine como en televisión (empezó a los dos años interviniendo en “Yo Soy Sam” (2001) y desde entonces no paró).

“Super 8” no es una mala película en el sentido de que no está mal ejecutada ni contiene fallos de bulto; y, de hecho, funcionó muy bien en taquilla, demostrando que la nostalgia sigue vendiendo. Con un presupuesto de 50 millones de dólares, recaudó más de 127 millones en los Estados Unidos y otros 132 millones en el resto del mundo, sobre todo en Japón, Francia o España.

Sin embargo, está lastrada por varios problemas. Primero, que no acaba de casar bien la
historia de los niños –de Joe y Alice, en realidad- con la del monstruo; cierta indefinición respecto a lo que se debe sentir por el alienígena (¿es terrorífico y asesino o una versión enfadada del bonachón E.T.?); demasiados temas en juego como para poder abordar ninguno de ellos adecuadamente (ciencia ficción, cine de monstruos, drama familiar, historia de amor y relato sobre la transición a la madurez); predictibilidad y poco sutil homenaje a un determinado tipo de cine de una cierta época. “Super 8” funciona mejor cuando trata de ser ella misma y no un tributo.

Si dejamos al margen las expectativas suscitadas por su campaña promocional y la vemos con los ojos adecuados, podremos disfrutarla como una película menor, entretenida y en general bien realizada, aunque nunca particularmente emocionante o sorprendente. Probablemente será el público infantil-juvenil quien le sacará más provecho gracias a su inexperiencia como espectadores.




3 comentarios:

  1. Como siempre espléndida reseña de la película. En lo particular no me gustó, como dices, el monstruo no se ve ni como malo , ni como bueno, hay veces que es sangriento(con personajes menores) y a veces es blando (con personajes principales).... no hay emoción alguna, no tiene grandes villanos...en fin decepciona.

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  2. ¿2011? ¿Tanto tiempo pasó?
    Bien, la reseña, como dice Don Ulloa no tiene desperdicio. Pero, siempre hay un pero, cuando la vi en cine esperaba otra cosa, algo más cercano al cine de lo 80s que dice homenajear, y no lo encontré. Puede ser que haya miles de razones para ello, pero la película no me llegó. Es más, como me pasa con pocas películas, no quise volver a verla.

    Saludos,

    J.

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  3. Malísima la película. La idea del extraterrestre y los motivos por los que queda varado es interesante, por lo demás no tiene un toque de gracia.

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