sábado, 23 de enero de 2016

1977-PORTICO – Frederik Pohl




Tras una notable primera etapa como escritor de ciencia ficción, Frederik Pohl pasó la década de los sesenta desempeñando, aún más brillantemente, labores de editor de revistas del género fantacientífico, aunque nunca dejó del todo la escritura. Fue en los setenta cuando tuvo lugar su verdadero regreso, un regreso que lo situó entre los grandes sobre todo gracias a dos novelas: “Homo Plus” (1976) y “Pórtico” (1977). En ambas se ofrecía una perspectiva nueva de la exploración espacial, una tarea que, lejos de ser una aventura jubilosa y exuberante, podía suponer la alienación del resto de la sociedad y de la propia naturaleza humana, o incluso la muerte. Más aún, los dos textos utilizaban motivos propios de la space opera de ciencia ficción dura para ofrecer lo que en realidad eran agudos retratos psicológicos y reflexiones sobre la naturaleza humana.



“Pórtico” es un libro inquietante, que, a diferencia de muchas obras de ciencia ficción, inspira tanto sentido de lo maravilloso como temor por lo desconocido, por aquello que podemos encontrar en la inmensidad del cosmos y que nunca seremos capaces de entender. Todo en él destila un sentimiento de opresión. No solamente el asteroide-estación espacial Pórtico, donde el personal se apiña en un volumen limitado sin otro lugar donde ir más que a las peligrosas inmensidades del cosmos; o las claustrofóbicas naves Heechee; no, la sensación de ahogo se prolonga muchos años hacia el futuro, cuando el protagonista, Bob Broadhead, ya es un millonario y ha de enfrentarse a sus propios miedos y remordimientos en los límites del cómodo “despacho” de su psiquiatra virtual.

Al comienzo del libro Bob –diminutivo de Robinette- se nos presenta como miembro de la élite económica que vive en la isla de Manhattan, aislada del exterior por una burbuja que conserva un saludable medio ambiente. Pero los orígenes de Bob distan de estar aquí. Nació treinta y dos años atrás en una familia pobre que trabajaba en las minas de alimentos de Wyoming, unos lugares de los que se extraía un repugnante hidrocarburo a partir del cual se procesaba una igualmente repulsiva comida, único sustento para millones de personas del planeta. La Tierra, superpoblada, empobrecida, se encamina hacia el desastre, no uno apocalíptico, sino del tipo en el que la especie humana se fagocita a sí misma presionada por un ecosistema progresivamente más hostil a la vida. Los trabajos escasean tanto como la comida y aunque la tecnología médica ha experimentado enormes avances, sólo los más ricos tienen acceso a ella.

Bob parecía estar abocado a terminar sus días como minero, pero un día le toca la lotería. Ésta, sin embargo, no es ni mucho menos el origen de su actual riqueza. Utilizó el dinero del premio para
viajar hasta Pórtico, un asteroide reconvertido en estación espacial por una antigua y aparentemente ya extinta civilización alienígena a la que se ha bautizado como Heechee. Apenas se sabe nada de ellos. En los túneles de Venus y en el propio Pórtico se han encontrado multitud de artefactos fabricados por ellos, pero no revelan gran cosa acerca de cómo eran, cómo vivían o qué les ocurrió.

Pórtico es el antiguo corazón rocoso de un cometa, de diez kilómetros de largo, que orbita alrededor del Sol en las cercanías de Venus y en cuyo interior hay excavado un laberinto de corredores y estancias. En el exterior hay abultamientos y agujeros. Los primeros, son los cascos del millar de naves que los Heechee dejaron allí; los segundos son los lugares en los que algunas de ellas estuvieron amarradas antes de que los humanos empezaran a pilotarlas. Aunque llamar “pilotos” a quienes viajan en su interior es un eufemismo, porque nadie sabe cómo funcionan ni cómo consiguen moverse más rápido que la luz. Los tripulantes-pasajeros han de limitarse básicamente a dejarse llevar allá donde la programación preestablecida de aquéllas les dicte y rezar porque su destino sea seguro… y rentable.

Porque el caso es que Pórtico está gestionado por un consorcio internacional que anima a los
parias de la Tierra a acudir allí –costeándose un viaje tan caro que para muchos es solo de ida-, donde les dan un curso de adiestramiento de “prospectores” para que se presenten voluntarios para misiones a bordo de naves Heechee con capacidad de una a cinco personas. Una vez puestas en marcha, nadie sabe a dónde irán estas naves ni cuánto durará el viaje. Es posible que éste dure más que las provisiones que lleven a bordo, o que se materialicen en las proximidades de una estrella o un agujero negro. Pero aquellos que sobrevivan al viaje y regresen, recibirán jugosas primas por todo aquello que descubran, ya sean observaciones científicas o técnicas que ayuden en futuros viajes, o artefactos Heechee de posible aplicación comercial o tecnológica. Hay quien se ha hecho millonario…y hay quien no ha vuelto jamás, con todas las posibilidades intermedias: ha habido quien ha perdido la cabeza, quien ha sufrido accidentes o que, simplemente, tras meses y meses confinado en una nave carente de comodidad alguna, ha vuelto sin encontrar absolutamente nada, viéndose en la disyuntiva de volver a la Tierra más pobre de lo que llegó o volver a jugársela en una nueva misión. Sólo un tercio de las naves regresa a Pórtico…aunque no siempre con sus tripulantes vivos. Es una auténtica ruleta rusa cuyos participantes son individuos o bien desesperados o bien muy avariciosos, pero todos perfectamente conscientes de que las autoridades de Pórtico los consideran prescindibles.

A eso me refería al principio cuando decía que “Pórtico” es, a su manera, un libro terrorífico. Seres humanos, apenas adiestrados, se encierran en artefactos de pequeñas dimensiones que no comprenden –hay secciones del panel de control cuyo significado y propósito la ingeniería inversa no ha conseguido desvelar, como la espiral dorada, que se ilumina cuando va a llegar a destino- y se lanzan a un viaje al espacio profundo a velocidad mayor que la de la luz, sin saber nada de nada: a dónde van, si conseguirán llegar, si tendrán suficientes provisiones, si encontrarán algo maravilloso o algo horrible que acabará con ellos… Lo único que saben con certeza es que sus posibilidades de volver –no de hacerse ricos, o de regresar sanos y salvos- es de una entre tres. Y, sin embargo, siguen llegando voluntarios a Pórtico, tan mala es la situación en la Tierra.

La exploración como actividad física de riesgo en aras de conseguir conocimiento o riqueza, es algo que nuestro mundo ha olvidado. En la edad de Oro de la Exploración marítima, a partir del siglo XV, navíos que hoy nos parecen de juguete, armados con unos mapas inexactos y vagas nociones de distancias y rumbo, se hacían a la mar en busca de nuevos territorios y nuevas gentes. Imaginemos el tipo de hombres
que eran, el miedo que debían sentir, el coraje que tenían… o lo desesperados que estaban. La mejora de la cartografía y los medios de transporte rellenaron en el siglo XX todos los huecos de los mapas y convirtieron la exploración en algo obsoleto, en un ejercicio de recreación nostálgica de viejas hazañas. “Pórtico” recupera ese espíritu y lo traslada al futuro para recuperar el miedo a lo desconocido, lo inexplicable, a la fragilidad de nuestros cuerpos y mentes ante la vastedad del cosmos. ¿Cuántas provisiones debes llevar si no sabes cuánto durará el viaje? ¿Puedes aceptar que tu aventura no te reporte nada de valor? ¿O que no seas capaz de comprender aquello que encuentres? Si la situación a bordo se vuelve insostenible, ¿qué puede suceder? El viaje espacial ya no es una aventura de la que el hombre saldrá sin duda triunfante como ocurría en la Edad de Oro de la ciencia ficción.

La maestría de Pohl se demuestra, entre otras cosas, en que no sobredimensiona la vertiente
terrorífica de la premisa inicial. El lector se da cuenta enseguida de lo mal que se les presentan las cosas a los prospectores y lo horrendo que puede llegar a ser su destino. Pero Pohl deja que lo averigüe a través de las historias cotidianas que se relatan, de los fríos anuncios e informes que inserta como brillante acompañamiento de la narración. Por ejemplo: “Extracto del diario de vuelo. «Éste es nuestro 281º día de viaje. Metsuoko perdió en el sorteo y se suicidó. Alicia se suicidó voluntariamente al cabo de 40 días. Aún no hemos llegado al cambio de posición, de modo que todo es inútil. Las raciones que quedan no serán suficientes para mantenerme, aunque incluya a Alicia y Kenny, que están intactos en el congelador. Por lo tanto, he conectado el piloto automático y voy a tomar las pastillas. Todos hemos dejado cartas. Hagan el favor de enviarlas a su destino, si es que esta maldita nave regresa alguna vez.» Los peligros de Pórtico son descritos como un hecho desagradable pero inevitable de la vida allí, hasta el punto de convertirse en algo cotidiano que no afecta particularmente a los aspirantes a prospectores. Y eso es lo que lo hace tan terrorífico: la idea de que incluso una muerte terrible y anónima en un planeta desconocido sea algo asumido con normalidad.

Pero es que, además, esa sensación tenue pero palpable de peligro surte efecto aun cuando el lector sepa desde el principio que el protagonista, Bob, no sólo conseguirá salir vivo de allí, sino con una fortuna que gastará a manos llenas convertido en un playboy aficionado al sexo con bellas jóvenes.

El libro va alternando capítulos que narran la ordalía de Bob en Pórtico con otros en los que se describen las sesiones de terapia a las que él mismo se somete voluntariamente con una Inteligencia Artificial que responde al nombre de Sigfrid von Shrink. La obtención de riqueza no ha mitigado los problemas psicóticos que ya sufrió en su adolescencia, y tampoco ha borrado los tormentos derivados de su paso por Pórtico y la participación en tres misiones a cada cual más traumática. Las sesiones psiquiátricas son también, a su particular manera, experiencias terroríficas en las que Bob lucha contra sí mismo para desenterrar los recuerdos que le provocan remordimientos y hacen de él un ser infeliz a pesar de los privilegios de los que disfruta.

En mi opinión, el psicoanálisis que dispensa Sigfried es lo que peor ha envejecido de la novela. Durante los sesenta y setenta era esa una técnica muy extendida, incluso de moda entre los famosos. Pero a mediados de los ochenta, los neurocientíficos contemplaban ya el psicoanálisis freudiano como una reliquia del pasado, basada sobre todo en supersticiones (como el análisis de los sueños, algo que recuerda sospechosamente a los magos y oráculos de siglos atrás), igual que la frenología o el mesmerismo. La reputación que tienen ahora los psicoanalistas freudianos es la de unos curanderos con títulos médicos fraudulentos, contratados por personas con más dinero que sentido común que sólo necesitan que alguien las escuche.

Sin embargo, esos pasajes de la novela cumplen una importante función narrativa: ir desvelando
que algo terrible le pasó a Bob en Pórtico, algo que le afectó profundamente a nivel emocional y que no voy a revelar aquí –aunque sí diré que es algo sencillo, elegante e inquietante que sólo podría acontecer en una historia de ciencia ficción. Sigfried es, además, lo más cercano a un antagonista que Bob encuentra en toda la narración, ya que a pesar de que se trata de una terapia voluntaria, se resiste a ella con todas sus fuerzas.

Ahora bien, los problemas psicológicos de Bob no eran tanto producto de su experiencia en Pórtico como parte de su propia personalidad. De hecho, el libro comienza con las siguientes palabras: “Me llamo Robinette Broadhead, pese a lo cual soy varón. A mi analista (a quien doy el nombre de Sigfrid von Schrink, aunque no se llama así, carece de nombre por ser una máquina) le hace mucha gracia este hecho”. Más allá de que cometa errores o tome decisiones éticamente ambiguas, Bob se percibe a sí mismo como un fracasado. Pohl construye un retrato honesto y verosímil de su protagonista aun cuando sus sesiones freudianas con Sigfried, como ya he apuntado, se antojen algo histriónicas. En este sentido, “Pórtico” es una novela que alcanza un muy ajustado equilibrio entre los tres puntales de cualquier ficción: la caracterización, la ambientación y el argumento. De hecho, esos tres elementos se mezclan, influyen unos en los otros e interactúan de tal forma que es difícil separarlos.

La pobre opinión que Bob tiene de sí mismo proviene del conflicto espiritual que implica el poder hacer exactamente aquello que había soñado y el miedo a llevarlo a cabo. Ha conseguido salir de las minas de alimentos y convertirse en prospector, tiene acceso a maravillas del espacio y a los fascinantes restos de una misteriosa civilización… pero luego no es capaz de dar el último paso y lanzarse al universo para hacerse rico. Tiene miedo y prefiere malvivir con trabajos miserables en Pórtico y soportar las precarias condiciones de vida allí antes de correr el riesgo de morir en una misión. Esa ansiedad e inseguridad afecta a su relación con las mujeres, especialmente la que mantiene con Gelle-Klara Moynlin, una prospectora veterana de un par de misiones y que, como él, tiene miedo de volver a salir. Ambos, Bob y Klara, quieren desesperadamente mantener el control sobre sus vidas; pero también sienten el impulso de vivir plenamente. La incompatibilidad de ambos deseos acaba haciendo de la suya una relación insana y autodestructiva.

El tema de la sexualidad de Bob está relacionado con lo anterior. Aunque añade un matiz extra a
la incapacidad del protagonista por mantener el control sobre su vida, creo que profundizar en sus andanzas sexuales es algo que no necesitaba el libro ni el personaje. No es una cuestión de remilgos. En las grandes historias de exploración de nuestro planeta, ya se trate de Marco Polo, Cristóbal Colón, Magallanes, sir Edmund Hillary o Neil Armstrong, nadie se preocupa de la frecuencia de sus contactos sexuales durante sus viajes, si eran gays, o mitad y mitad, o si su madre les quería suficiente.

Por supuesto, y aunque en absoluto arruinan la novela, encontramos algunos otros detalles que no han envejecido bien además del ya mencionado psicoanálisis. Probablemente, en los años setenta, se pensaba que los cigarrillos y las cintas magnéticas serían omnipresentes en el futuro, pero al
menos los primeros y en los países desarrollados, se han convertido en elementos más raros de lo que fueron cincuenta años atrás. Que en Pórtico el tabaco y la marihuana estén por todos lados resulta algo extraño teniendo en cuenta lo caro y difícil que sería transportarlos hasta allí. La meditación trascendental era algo muy de moda en los años sesenta y setenta y puede que al novelista le pareciera que en el futuro tendría todavía más prevalencia; hoy nos parece propio del misticismo mal entendido. La creencia de que Venus podría ser de alguna forma colonizada es hoy tan inverosímil como que la microgravedad de Pórtico no ejerciera ningún efecto a largo plazo en sus residentes.

En cambio, otros elementos de la narración no han caducado, sino todo lo contrario, como el tratamiento del género y la sexualidad. En Pórtico, hombres y mujeres están al mismo nivel profesional y muchos de los prospectores más competentes son de sexo femenino. Aunque la historia se centra en las relaciones heterosexuales de Bob, la homosexualidad o la bisexualidad son comunes y no se contemplan como algo anormal en la sociedad del futuro.

El hecho de que mucha de la tecnología presente en el libro sea de origen Heechee impide que la historia parezca demasiado envejecida. El lector se encuentra enfrentado a los mismos problemas que Bob a la hora de imaginar para qué sirven todos esos artefactos. Pohl presenta lo alienígena como verdaderamente ajeno a nosotros, así que los humanos del libro no tienen idea de cuánta de la tecnología abandonada por los Heechee funciona de verdad, cómo repararla o cuál es su propósito. Sus intentos para servirse de esos artilugios son palos de ciego, que es probablemente lo que pasaría en la realidad de darse semejante circunstancia. No hay traductores mágicos ni ingeniosas formas de penetrar en los ordenadores alienígenas (que no parecen funcionar con matemáticas de base diez). Esto hace que el tratamiento de lo extraterrestre en “Pórtico” suponga un cambio refrescante respecto a, por ejemplo, lo que sucede en muchas series de televisión, en las que la tecnología alien está sólo a dos o tres generaciones de la nuestra y ha sido fabricada por individuos humanoides con cabezas divertidas.

“Pórtico” es un libro extraordinario y complejo sin parecerlo. Recurre a elementos propios de la
space opera más tradicional, como los viajes más rápidos que la luz, la exploración espacial o los alienígenas, como fachada para su verdadero propósito: tejer un profundo retrato psicológico al estilo de la por entonces ya fenecida Nueva Ola. Plantea evocadoras alegorías, como la forma en que todos dejamos atrás a gente que amamos y, de algún modo, permanecen atrapados en nuestra memoria, congelados en el tiempo. Oscila entre lo ordinario y lo sublime y explora temas como el dilema que sentimos entre nuestra ansia de libertad, de explorar y vivir, y el temor a las consecuencias que conlleva esa libertad; el coraje y la cobardía que nos invaden, individual y colectivamente, ante lo desconocido; o las jugarretas del destino, que pueden convertir en aparentes éxitos lo que en nuestro interior sentimos son fracasos clamorosos.

Pero es que, además, Pohl toma algunas decisiones narrativas valientes, como presentar un protagonista claramente antipático, un anti-héroe con tantos defectos que difícilmente puede redimírsele: es un cobarde tanto en el espacio como en la Tierra, un homófobo que niega insistentemente sus verdaderas inclinaciones, contempla a las mujeres principalmente como compañeras sexuales y tiene auténticos motivos para sentirse atormentado por sus actos. El acierto de Pohl reside en que en ningún momento trata de excusar sus actos o pensamientos o buscar otros culpables, ya sean otras personas o la sociedad. Bob no es una mala persona; es, simplemente, muy humano.

Por otro lado, y adoptando los postulados de la mencionada Nueva Ola, el autor prescinde de una dirección clara para su novela, esto es, un argumento definido con la estructura “planteamiento/nudo/desenlace”. Ya en el principio se nos cuenta el final y lo único que nos queda averiguar es qué suceso en concreto provocó el principal trauma que atormenta a Bob. No hay grandes aventuras que transformen el mundo o que aporten nuevos conocimientos sobre el cosmos o los Heechee. Es más, éstos son un misterio tan grande al final del libro como lo eran al principio.

A destacar nuevamente cómo las dos secciones principales (el psicoanálisis de Broadhead y sus vivencias en Pórtico) están punteadas, como ya indiqué, de insertos que ayudan a perfilar y ambientar maravillosamente bien la vida en Pórtico: anuncios buscando las cosas más diversas, extractos de conferencias o cursos de adiestramiento, informes de misión, cartas personales …

“Pórtico” es un libro muy entretenido que ofrece un original cambio de perspectiva sobre las típicas narraciones de exploración espacial. En su momento fascinó a todo el mundo, ganando los premios Hugo, Locus, Nebula y John W.Campbell, un palmarés prácticamente único. Y hoy sigue siendo un libro perfectamente legible que puede recomendarse a quien no sea particularmente aficionado al género. Aunque no muestre demasiado del cosmos que se extiende más allá de la estación de Pórtico, la historia explora la vertiente humana de la exploración: el miedo, la inseguridad y el constante peligro que deben afrontar los aventureros en todo momento… Y, paradójicamente, lo hace sirviéndose de personajes poco heroicos, pero muy verosímiles: gente en cuyo destino influye más la suerte que su determinación, recursos o inteligencia.

Por desgracia, Pohl no supo parar a tiempo e insistió en ofrecer secuela tras secuela, cada una con menor interés que la anterior (en honor a la verdad, hay que decir que el propio “Pórtico” es una secuela de una novela corta, “Mercaderes de Venus”, 1972). Es comprensible el interés que los lectores sentían por conocer más acerca del fascinante mundo que el escritor había presentado en “Pórtico”, pero el problema es que éste funcionaba en buena medida gracias a lo evocadores que eran sus misterios. A medida que éstos se disipaban y que conocíamos a los Heechee y sus propósitos, pasamos de tener una única y formidable novela llena de buenas ideas, a una saga de space opera entretenida, pero que no alcanzaba la originalidad y solidez de su primera entrega.

“Tras el incierto horizonte” (1980), quedó finalista para el Hugo y el Nébula y segundo en el Locus, lo que indica que no estamos ni mucho menos ante una aburrida secuela o un mal libro. Probablemente el motivo de que no los ganara fue que en este caso Pohl optó por una historia más convencional que en “Portico”

Tras superar sus problemas psicológicos de la primera parte, Robinette Broadhead se ha convertido en un hombre muy rico. Está felizmente casado y mantiene diversos intereses empresariales que le aportan auténticas fortunas así como estrechos lazos con la corporación de Pórtico. Ha conseguido incluso un poco de influencia política. En otras palabras: ha triunfado.

Entonces, una expedición que él ha financiado, llega a otra instalación Heechee localizada en los confines del Sistema Solar, en la nube de Oort. La extraña tripulación de esta nave consiste en un patriarca, sus dos hijas –una veterana de Pórtico y una adolescente de hormonas revolucionadas- y el marido de una de ellas. El lugar, similar a Pórtico, es una fábrica de comida a partir de materia cometaria, y puede solucionar las escaseces que sufre la Tierra. La comunicación entre los expedicionarios y la Tierra no es fácil, ya que los mensajes tardan 25 días en recorrer la distancia. Y ése se convierte en un problema cuando las cosas empiezan a descontrolarse: los exploradores encuentran a un muchacho humano que nunca ha visto un congénere y que puede estar en contacto con los Heechee; el origen de los brotes de virulentas pero breves fiebres que asolan periódicamente la Tierra está en un artefacto alienígena de la estación del que se apodera uno de los enloquecidos tripulantes. Mientras debe tomar
decisiones relacionadas con esos acontecimientos y con otros (como demandas legales de antiguos familiares de prospectores), Broadhead debe enfrentarse al hecho de que puede que su esposa no se recupere de un accidente sufrido durante el último brote de fiebres.

Una de las diferencias más llamativas de esta novela con su predecesora es la multiplicidad de puntos de vista. De hecho, aquí Robinette no aparece hasta el cuarto capítulo, bien avanzada la trama. Muchos de los principales personajes, así como algunas entidades no humanas, ofrecen su particular visión de las cosas. Mientras que lo más importante para Pohl en “Pórtico” era construir la psicología de Rob, en “Tras el incierto horizonte” es el argumento, la acción, lo que ocupa el centro. No significa esto que los problemas y dilemas de Bob no constituyan una parte relevante de la historia. Todavía es el tipo egoísta y hedonista pero básicamente decente que conocimos en la primera parte, pero ya no es el pilar sobre el que se construye la novela.

Por otra parte, los Heechee, aunque todavía ausentes, juegan un papel más importante en la
trama. El segundo asteroide que exploran los humanos en la novela, el “Paraíso Heechee”, ha estado orbitando el Sol desde antes que nuestros ancestros aprendieran a encender fuego. Es un lugar que tiene su propia historia, que ha visto sucederse generaciones de seres que se han organizado en diferentes civilizaciones y en el que viven otras inteligencias no humanas, orgánicas y artificiales. En cada capítulo, Pohl desvela un nuevo misterio, algo que puede no gustar a algunos lectores. En “Pórtico”, los Heechee eran un misterio; sus incomprensibles artefactos y construcciones eran lo único que habían dejado atrás. De alguna forma, ello otorgaba cierta impredecibilidad a la historia: nunca se sabía de qué manera iba a comportarse este o aquel objeto. Pero esa perspectiva cambia en “Tras el incierto horizonte”, algo que, por otra parte, es tan lógico como inevitable. No puedes mantener un misterio durante varios libros y no aportar nada que ayude a desentrañarlos. Es necesario avanzar en la historia. Pero igualmente razonable es que el lector prefiera, si así lo quiere, plantear sus propias preguntas y resolverlas sin ayuda, en cuyo caso lo mejor es que limite su lectura a “Pórtico”.

Como sucedía en la primera novela, la emoción predominante aquí es el miedo: el miedo a
encontrarse lo desconocido en el espacio, donde no hay escapatoria y ningún margen para el error; el miedo a las fiebres súbitas e impredecibles que pueden causar fatales accidentes; el miedo a la soledad, a perder al ser amado… En las aparentemente desiertas estaciones Heechee, por ejemplo, la certeza de que la inteligencia alien está próxima, presente de algún modo no visible, genera una tensión bien descrita por Pohl. Es un miedo, eso sí, menos claustrofóbico, menos opresivo que en la novela anterior, probablemente porque aquí se varía constantemente de punto de vista y de escenario.

El personaje de la esposa de Bob es uno de los puntos más débiles de la novela. Es una mujer prácticamente perfecta: bella, inteligente, sensual, comprensiva, generosa… conoce a Bob mejor de lo que él se conoce a sí mismo. Y la forma en que éste la trata para perseguir un fantasma del pasado no parece coherente con el final de “Pórtico”, en el que todos sus traumas parecían haber quedado solucionados. De hecho, este es uno de los flecos que se dejan sueltos en la novela, lo que indica claramente que Pohl pensaba continuarla en una tercera entrega.

En resumen, “Tras el incierto horizonte” es una novela menos redonda que “Pórtico”: más convencional en lo que cuenta y en cómo lo cuenta. Trata de abarcar más terreno sin ser mucho más largo, lo que perjudica su estructura y hace que algunas partes sean confusas. Además, tiene el inconveniente de ser el libro central de una tetralogía, lo que impide que sea tan independiente como “Pórtico” y deba leerse exclusivamente como parte de una saga cuya meta es esclarecer el misterio de los Heechee. Con todo, es un libro de ciencia ficción dura entretenido, con momentos muy intensos y buenas ideas.

La familiaridad siempre atenúa el impacto, y eso es lo que ocurre con “El Encuentro” (1984). Aquí, el misterio de los Heechee se disipa por completo cuando por fin se produce el contacto con ellos. No quiero revelar mucho del argumento para no estropear la sorpresa a aquellos que estén leyendo esto y no hayan abierto siquiera el primer libro. Digamos simplemente que volvemos a encontrarnos con un Robinette Broadhead aún más rico que antes, otra vez consumido por la culpa a pesar de su envidiable posición; su peculiar inteligencia artificial Albert –que comparte las labores de narrador en primera persona con Bob-; y un enloquecido Wan
–personaje aparecido en “Tras el incierto horizonte”- cuyos intentos por encontrar a su padre atraen la atención de una destructora raza alienígena, los Asesinos.

De nuevo, no estamos tanto ante una mala novela como una cierta decepción al compararla con “Pórtico”. Los elementos propios de la space opera más clásica se imponen a los destellos de originalidad que habíamos visto en las dos entregas anteriores. Bob no sólo no evoluciona como personaje sino que retrocede, y ese sentido de la trascendencia cósmica, del opresivo drama del vacío interestelar, que desprendía el misterio de los Hechee queda ya evaporado ante lo que ya se ha convertido en una aventura espacial entretenida, sí, pero demasiado mecánica y que, además, vuelve a terminar en un cliffhanger de cara a una próxima entrega. Los mejores tiempos de Pohl ya quedaban atrás.

“Los Anales de los Heechee” (1987) confirman la decadencia de la saga. Robinette se ha convertido en una mente virtual almacenada en un ordenador mientras los humanos y sus benefactores alienígenas intentan comprender el misterio de los seres de energía conocidos como Asesinos. No encontramos aquí demasiadas ideas que no hubieran sido ya presentadas en los tres libros anteriores y, para colmo, su exposición resulta dispersa, poco verosímil. El personaje de Bob, sin ir más lejos, sigue castigándose con la culpa y el remordimiento, lo que a estas alturas ya no sólo es reiterativo sino incluso irritante. Y los Hechee están lejos de ser tan fascinantes como cuando el lector debía imaginarlos. Es como si Pohl no hubiera sido capaz de dar con suficiente material como para completar todo un volumen que pusiera adecuado punto y final a la saga y optara por rellenarlo con largas y tediosas explicaciones sobre astrofísica y descartes poco inspirados de las anteriores novelas. …Un muy decepcionante epílogo para un ciclo que comenzó con un nivel muy alto.

“Los Exploradores de Pórtico” (1990) es una recopilación de relatos cortos que completan el
universo de los Heechee y que se concentran en las vivencias y aventuras de los primeros prospectores. Incluye la novela corta que inició la saga, “Los mercaderes de Venus”. Son pequeñas anécdotas sazonadas con meditaciones sobre astrofísica, evolución, sociología, el futuro de la especie humana… En cierto sentido, es más un libro de “historia” ficticia que una ficción, puesto que los personajes que la pueblan no son más que excusas alrededor de las cuales especular sobre diversos temas. No es un libro accesible a alguien ajeno por completo a la saga Heechee, pudiéndose recomendar sólo a aquellos auténticos fans de la misma.

La sexta y hasta la fecha última entrega de la saga, “El Muchacho que Viviría Para Siempre” (2004) es un fix-up, esto es, relatos cortos independientes que han sido conectados con material nuevo para su publicación como novela. Cuenta la historia de Stan, un joven americano que vive en la miseria en Estambul. Tras la muerte de su padre, recibe una indemnización de la compañía de seguros que le permite comprar un pasaje a Pórtico para él y su amiga Estrella. Allí, ambos se embarcan a bordo de una nave Heechee, pero no llegan a ninguna parte; y aún peor, cuando consiguen regresar a
Pórtico, se encuentran con que se ha desvelado el secreto alienígena de la navegación estelar. Ya no son necesarios más viajes a lo desconocido… ni tampoco se pagan fortunas por ello. Así que su única alternativa es unirse a una misión cuya meta es el agujero negro del centro de la galaxia en el que se esconden los Heechee de un terrible enemigo.

En general, es una trama confusa, desenfocada, no demasiado dramática y compuesta de múltiples líneas narrativas, cada una de ellas encabezada por algunos personajes ya vistos en las novelas anteriores, como Gelle-Klara Moynlin, el psicótico Wan, el psiquiatra virtual Sigfried Von Shrink…y otros nuevos, como la inteligencia artificial Marc Anthony, que comienza siendo un chef y termina como general (al menos, Pohl tuvo por fin el buen sentido de aparcar a Robinette Broadhead). La acción va saltando continuamente de uno a otro, alternando las narraciones en primera y tercera persona, lo que puede resultar desconcertante para quien no esté familiarizado con el universo de los Heechee, desconcierto que aumenta al transcurrir parte de la acción en el interior de un agujero negro, donde se produce una compresión temporal de 40.000 años a uno. Un libro, en definitiva, innecesario, por cuanto no aporta realmente nada nuevo ni responde a cuestiones que la saga original dejara pendientes.

Así que, al final y como resumen de la saga de los Heechee ¿qué se puede recomendar? Desde luego, la primera novela, “Pórtico”, un clásico indiscutible del género, original y bien escrito. “Tras el incierto horizonte”, es entretenida y, aunque no al mismo nivel que la primera entrega, sí es una digna sucesora, con el inconveniente de que no tiene una estructura autocontenida. Las siguientes sólo las recomendaría a aquellos que realmente se hayan sentido fascinados por el universo que les plantea Pohl y que prefieran desvelar los misterios del mismo a dejarlos planear para siempre en el limbo de su imaginación.


8 comentarios:

  1. Gran blog, voy a comenzar a explorarlo, saludos!

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  2. A mi la 1ª me encantó y las siguientes 3 me parecieron muy malas. Aún no entiendo como pudieron ser escritas por la misma persona. De todos modos leyéndote veo que apenas las recuerdo. Sólo tengo la sensación de que la 1ª es muy buena y las otras malas.

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  3. Hay bastante salto de la primera a la segunda, no digamos ya a las siguientes. Es uno de los ejemplos de por qué muchas novelas deberían quedarse en eso, en novelas, y no tratar de convertirlas en sagas con las que ordeñar la vaca. Un saludo.

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  4. Es una magnifica novela para mi bastante terrorifica para ser de una epoca donde la exploracion espacial era algo muy romantico, lo cual me sorprendió, al parecer la cadena Scyfy al fin se a puesto las pilas y va a adaptar este libro al formato serie, esperemos que sea al menos bastante buena y tenga la sensacion de que hace honor a su nombre ya que también esta Hyperion en ciernes en la misma cadena

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  5. Sí, algo he leído de esa adaptación televisiva... veremos... y es que creo que Pórtico trata más sobre la construcción de un ambiente, de una atmósfera, de un misterio, que de una peripecia concreta. En realidad, al final no ha pasado gran cosa. No se sabe nada nuevo de los alienígenas, ni hay una gran revelación... no se. Ya se verá. Por lo pronto, a disfrutar de la novela... Un saludo y gracias por comentar.

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  6. La leí hace mucho, y creo que igual la releo ahora para llegar hasta la segunda novela. No sabia que tenia continuaciones. Gracias por el post, excelente como siempre.

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  7. No lei de el, excepto jem, que primero no me gusto pero despues de leerlo si porque la historia es medio inverosimil pero vista entre lineas se ve como juega con la guerra fria, las idiosincracias nacionales, los distintos sistemas de ideas etc

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  8. Homo plus me gustó bastante y ahora leí Pórtico, que me gustó incluso más. Quedé con ganas de saber más de los misteriosos heechee y sus objetos, pero creo que no iré por las secuelas, por lo que leo acá no parecen muy interesantes.

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