Hubo un tiempo en que nos permitimos soñar con escapar de la Tierra hacia nuevos mundos. Dejaríamos atrás los problemas que nosotros mismos nos habíamos creado para comenzar desde cero y edificar sociedades libres y modeladas según los ideales utópicos vigentes en el momento en que se soñara con tal aventura. Eso fue antaño, porque desde hace ya bastantes años, la CF, ese género encargado de proyectar nuestras esperanzas y temores respecto al futuro, nos ha venido desengañando persistente y despiadamente, ya sea en sus novelas, películas, comics o series de televisión: da igual lo lejos que viajemos, lo hacemos con nuestros demonios a cuestas y acabaremos replicando en destino las mismas taras sociales de las que queríamos huir. Y de eso, entre otras cosas, nos habla “La Puerta de Saturno”.
Llevada
por la precaria situación de una Tierra tan deteriorada que ya no se puede
vivir al aire libre obligando a la población a habitar inmensas ciudades
protegidas por cúpulas, la inspectora Tareyja Sousa se mudó meses atrás, junto
a su hija adolescente, Lianor, a una de las colonias de Titán, la luna de
Saturno cuya fuerza policial lleva seis años sin tener que ocuparse de un
crimen grave. Un día, la despiertan asignándole un posible caso. En unas instalaciones
de investigación anexas a la universidad conocidas como “La Puerta de Saturno”,
ha aparecido un cuerpo.
La víctima resulta ser Theodore Oliver Rangel, un anciano conocido por toda la Humanidad como el inventor, décadas atrás, de los sistemas de gravedad artificial que han facilitado el viaje y la colonización espaciales. No sólo eso: en Titán, es célebre y muy querido por la labor filantrópica que ha venido realizando con su inmensa fortuna, influyendo en el consejo de administracion de la corporación privada que fundó y administra la colonia. Su muerte parece producto de un accidente, quizá provocado por el mal sellado de una esclusa después de que el sabio y millonario accediera a un almacén desde el tóxico exterior.
Sin
embargo, a Tareyja le parece que la fortuna del finado y las extrañas
circunstancias ameritan una investigación más a fondo (por no hablar de su
propio tedio, alimentado por meses de inacción). Mijail Puig, jefe del servicio
de inspectores, habitualmente amable y conciliador con ella, sin prohibirle
continuar las pesquisas, sí se muestra incómodo por su persistencia. Rangel no
sólo era un personaje ilustre sino también apreciado por los titanos. El
anuncio de su asesinato, un acto tan inusual en la colonia, generaría tensiones
y una mayor presión sobre la comisaría, por no hablar de las consecuencias que
podría tener sobre el proyecto secreto en el que llevaba años trabajando, una
nave de última generación de la que se sabe poco.
Asi
que, ya sea porque cree que la recién llegada necesita apoyo de alguien más
experimentado o porque quiere mantenerla vigilada, Puig la presiona para que
elija un compañero de entre dos de los más insufribles de sus colegas. Pero la
inspectora se escurre por un agujero legal y consigue que ese compañero sea un
civil, Alika Bennett, piloto y ahora, tras la muerte de su mentor, jefe del
mencionado proyecto. ¿La razón de esa inusual elección? No sólo conocía a la
víctima y su entorno sino también la colonia y, quizá más importante, cree,
como ella, que se ha tratado de un asesinato.
Tareyja se va a meter de cabeza en un caso espinoso en el que están involucrados desde los gobernantes de la colonia hasta el departamento de policía para el que ella trabaja. No tarda en localizar al intocable responsable del crimen, pero está menos claro quién ha sido el brazo ejecutor. Probablemente, fuera alguien del círculo más cercano de la víctima, esto es, algún miembro de la tripulación de la nave cuyos preparativos están ultimando y cuyo lanzamiento va a tener lugar en tan sólo unos días sin que nadie quiera revelarle a la inspectora cuál es la auténtica misión de la misma.
Dejaré en ese punto el argumento dado que se trata de la resolución de un enigma policiaco y continuar más allá estropearía los giros y sorpresas que puntean la trama.
A
primera vista, “La Puerta de Saturno” no inventa el botijo ni lo pretende.
Todos los ingredientes utilizados le resultarán familiares a cualquier lector
mínimamente curtido en el género. Pero eso no importa demasiado y mucho menos
en una novela de debut como es esta. El autor que se esconde tras el peculiar y
neutro seudónimo de Xafler Kenam es Alfredo Gil Laso, ingeniero militar que ha
trabajado desde hace años en el INTA (Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial,
el equivalente en España a la NASA norteamericana) y que, además de haber estado
en muchas zonas de conflicto y países en desarrollo, ha publicado artículos
técnicos y de geopolítica en foros especializados y colaborado en textos
técnicos de temática militar. Fue su esposa, doctora en astrofísica, la que le
animó a dar salida al gusto por imaginar y escribir que durante años había
mantenido en el ámbito privado.
El resultado de esta primera novela (de la que ya está trabajando en una secuela), es básicamente una narración policiaca con decoración de CF. Es imposible no detectar similitudes con las dos primeras novelas de robots firmadas por Asimov, “Bóvedas de Acero” (1953) y “El Sol Desnudo” (1957): una Tierra degradada y superpoblada en la que los humanos se apiñan en ciudades aisladas del exterior por cúpulas; el asesinato de un personaje célebre e importante para la comunidad; la motivación política del crimen; y una pareja de investigadores de personalidades muy diferentes que, recelosos al principio, acaban aprendiendo a respetarse e incluso apreciarse. También el proceso de investigación es muy similar al que seguían los detectives de Asimov en aquellas novelas: entrevistarse sucesivamente con los posibles sospechosos, tomándoles la medida y tratando de hallar una grieta en sus coartadas.
Pero
“La Puerta de Saturno” está lejos de ser un clon modernizado de aquellas obras
clásicas del subgénero “policiaco” o “robótico” de la CF, por mucho que
comparta algunos ingredientes con ellas. Para empezar, el proceso de
investigación de la protagonista no culmina a la manera tradicional y, de
hecho, se ve obligada a detenerlo por razones que se explican en la trama. En
segundo lugar, porque, aunque la identidad del asesino no es precisamente una
sorpresa, sí lo es el del enigma que rodea la nave. Y, sobre todo, porque el
estilo elegido es el de narración en primera persona. Este recurso,
ciertamente, limita la perspectiva del lector a la de la protagonista, pero, a
cambio, nos da acceso a su mundo emocional, sus recuerdos y la forma que tiene
de interpretar la realidad que la rodea. Esta cercanía, que permite una mejor
caracterización, no fue, desde luego, algo con lo que Asimov se sintiera
cómodo, por no hablar de que nunca fue capaz de construir mujeres carismáticas
o verosímiles.
La narración en primera persona y en pasado –como si la protagonista estuviera escribiendo una novela sobre lo vivido- tiene otros riesgos: el autor podría dejarse arrastrar por extensas meditaciones interiores, entorpeciendo el ritmo de lo que, en el fondo, es un caso policiaco que se presenta, desarrolla y concluye en unos pocos días. El autor esquiva ese problema encajando recuerdos del pasado de la inspectora en momentos de cierta tranquilidad o al experimentar ella alguna vivencia o mantener una conversación que le remite a algun episodio pretérito o un problema presente de su esfera personal.
Así, poco a poco, va revelándose no sólo el carácter de Tareyja, sino la razón por la que se comporta como lo hace, esto es, perseguir tozudamente la verdad y, con ella, al asesino, aun cuando todos sus colegas han optado por una postura más acomodaticia y segura para sus vidas y sus carreras. Tareyja no ha conseguido superar el duelo por la muerte de su marido, fallecido en un sospechoso accidente en la Tierra antes del alumbramiento de su hija Lianor; y le atormenta la mala relación que tiene con ésta, una adolescente malhumorada, conflictiva y con carencias afectivas (no sólo le faltó su padre sino que su madre siempre estuvo muy ocupada trabajando para poder ganar lo suficiente y sobrevivir como para dedicarle el tiempo necesario). La relación de Tareyja con su hija, en particular, es tan realista como tierna.
La
protagonista es una profesional meticulosa y competente que no encaja bien en
un entorno apoltronado y carente de los estímulos a los que ella estaba
acostumbrada en su trabajo en la Tierra; su todavía bisoñez en la colonia y su
carácter no la han hecho precisamente popular entre sus colegas; más allá de
tener un aspecto presentable, su apariencia física no le preocupa demasiado (de
hecho, en ningún momento se la describe como una mujer particularmente
atractiva). Pero lo peor, descubre ahora, es que, creyó que escapar de la
Tierra, su corrupción, contaminación, crimen disparado, desigualdades económicas
y escasez de recursos, les brindaría a ella y a Lianor la posibilidad de
comenzar una nueva vida en un lugar mejor; y ahora, se encuentra en la tesitura
de, si quiere amoldarse, ser aceptada y llevar una existencia tranquila, pagar
un precio que le resulta demasiado caro: sus principios.
En palabras del propio autor: “Mi intención con esta historia es subrayar la importancia de la perseverancia y la búsqueda de la verdad, y cómo el construir relaciones sólidas son un pilar fundamental para avanzar en la vida y crecer personalmente. Para mí ha supuesto una reflexión profunda sobre la naturaleza de la realidad y la condición humana, abordando cuestiones complejas como la identidad, la moralidad, la corrupción y la capacidad de adaptación”.
Y
sí, todo esto está en el libro. Pero, a título personal, veo otro mensaje
subyacente e igualmente importante: advertirnos respecto a los peligros del
capitalismo sin control y la privatización de absolutamente todos los aspectos
de la existencia. Las colonias de Titán fueron fundadas y son administradas por
una Corporación. Los miembros del consejo de la misma y, sobre todo, su
presidente, son quienes gobiernan las vidas y haciendas de todos los habitantes
de las ciudades que componen la colonia, ya sean nativos o inmigrantes.
Obviamente, una empresa no es una democracia y esos sujetos no son elegidos por
el pueblo, por lo que nadie salvo sus iguales puede retirarlos de sus cargos. Ellos
son la ley. La Tierra no sólo está demasiado lejos como para ejercer ningún tipo
de influencia sino que, se nos dice, se ha fragmentado en ciudades-estado que
bastante tienen con lidiar con sus graves problemas.
El resultado es una dictadura capitalista. La policía no obedece al Estado, sino a los que les han nombrado y les pagan su sueldo. Su labor, por tanto, no es hacer cumplir la ley (¿tiene sentido un código legal que trate a todos por igual en una comunidad regida por una corporación?) sino mantener el orden e impedir que nada ponga en peligro el control de la Corporación sobre las colonias. Igualmente malo es que el sistema implementado en Titán esté exclusivamente regido por criterios económicos: hay colonias mineras, otras industriales y otras burocráticas, por ejemplo; y no en todas la vida es igualmente fácil –o difícil-. La sanidad, sin ir más lejos, no es pública: los médicos antienden antes y mejor a quienes pueden pagar por ello…
Ante semejante panorama, Tareyja, se encuentra enfrentada a los mismos problemas de los que ansiaba escapar cuando abandonó la Tierra. La suya y la de su hija es también una experiencia de emigrante: alguien con una perspectiva diferente a la de los nativos y que se encuentra alienada por éstos, quienes las consideran “raras”, molestas, incluso irritantes por detalles como la forma de vestir o de comportarse.
El estilo
de la prosa es ágil, con frases cortas y capítulos divididos en segmentos
breves pero bien aprovechados. Por otra parte, teniendo en cuenta que el
reparto con cierta relevancia en la trama es bastante extenso, el autor
consigue que todos los personajes queden bien diferenciados, dotándoles rápida
y eficazmente de contextos, personalidades e historias individuales. Además y
dado que los conocemos desde el punto de vista de Tareyja, la perspectiva que
tenemos de ellos va cambiando conforme también lo hace su opinión cuando los
conoce mejor.
Entre los puntos mejorables, quizá sería deseable una descripción algo más detallada de las colonias. Obviamente, son lugares muy alejados de la Tierra y cabe pensar que la vida allí transcurriría de forma diferente de la metrópoli en términos sociales, culturales y económicos. Sin embargo, más allá de una serie de detalles ambientales, bien podría haberse contado casi la misma historia localizándola en cualquier otro lugar, incluida la propia Tierra. El entorno inmediato en el que se mueven los personajes, aquel con el que interactúan físicamente todos los días, podria haber desempeñado un papel más esencial en la narración. También los plazos descritos se antojan algo justos: parece que en sólo 50 años desde que se inventó la gravedad artificial, no sólo se han construido en Titán varias ciudades, sino que se hallan completa y totalmente funcionales en todos los aspectos hasta tal punto de resultar indistinguibles de las de la metrópoli. Es, tal vez, un proceso demasiado rápido.¿Cómo sobrevive toda esa gente? ¿Son absolutamente independientes de la Tierra? ¿De donde obtienen su energía, alimentos y materias primas? ¿Edificaron la colonia con materiales llevados desde la Tierra? ¿Utilizaron robots para allanar el camino? Son cuestiones que, aunque no fundamentales para la trama policiaca sí enriquecerían su universo.
Y un último punto a mejorar es el de la corrección de estilo. Es sin duda una inmensa ventaja que hoy en día los autores noveles puedan dar a conocer sus propuestas sin la necesaria intermediación de un editor condicionado por el tiempo, el presupuesto, los gustos personales y las directrices de la empresa para la que trabaja. Por desgracia, la figura del corrector se echa tanto o más de menos. Su labor (ajustar la gramática, la sintaxis, el uso adecuado de palabras y la estructura general del texto para garantizar que sea claro, fluido y atractivo para los lectores), es fundamental en el resultado final. Por algún motivo que desconozco, “La Puerta de Saturno” tiene no pocos gazapos en este sentido: ortográficos, de puntuación, tiempos verbales o repetición de palabras en la misma frase o adyacentes. También es cierto que, igualmente por razones que ignoro, esos problemas se atenúan mucho conforme el libro avanza por lo que, a la postre, no es un factor que pueda condicionar la lectura o no de esta novela.
“La Puerta de Saturno”, en definitiva, es un thriller ágil y muy entretenido, que mantiene el interés y el suspense hasta el final gracias sobre todo a unos personajes bien construidos y una protagonista con la que es fácil simpatizar. Un comienzo prometedor para Xafler Kenam, hasta tal punto, de hecho, que no resulta difícil ver esta su obra de presentación trasladada sin demasiados problemas a la pantalla grande o chica.
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