miércoles, 15 de noviembre de 2017

1940- EL CICLO DE LOS ROBOTS – Isaac Asimov (y 4)



(Viene de la entrada anterior)

Desde el punto de vista de la cronología interna y antes de la segunda novela del Ciclo de Robots, habría que colocar aquí un cuento escrito en 1972 y titulado “Imagen Especular”. En este caso, Daneel Olivaw le pide ayuda a su amigo humano para dilucidar el misterio de una posible violación de las Tres Leyes por parte de dos robots que sirven a sus respectivos amos, dos matemáticos muy prestigiosos que se acusan mutuamente de haberse robado una idea. Elijah se servirá de la lógica aplicada a las Tres Leyes y del conocimiento de la naturaleza humana –algo que el robot no puede entender- para resolver el enigma.



La segunda novela del Ciclo fue “El Sol Desnudo”, serializada en “Astounding Science Fiction entre octubre y diciembre de 1956 y con edición en libro al año siguiente). Si bien no está a la altura de “Bóvedas de Acero”, es otro misterio policiaco absorbente que, aun conteniendo ciertos elementos ya algo caducos, no malogran la diversión.

Años después de los eventos narrados en “Bóvedas de Acero”, el detective Elijah Baley es requerido por las autoridades de uno de los Mundos Exteriores, Solaria, para que resuelva el misterioso asesinato de uno de sus principales ciudadanos. Se trata de una petición inusual que se produce en un momento en el que las hostilidades entre los terrícolas y los Espaciales son más enconadas que nunca. Para colmo, Solaria es la imagen especular de la cultura terrestre, un planeta en el que los ciudadanos no solo viven dispersos por toda su superficie sin contacto físico alguno entre ellos sino que la cultura del robot está tan enraizada que prácticamente todas las tareas las realizan éstos, contando cada solariano con varios miles de autómatas y androides en sus extensísimas fincas. Con los terrestres enclaustrados en sus ciudades abovedadas y sin salir de su planeta, los Espaciales dominan la galaxia y Solaria, que ha alcanzado el estatus de principal fabricante de robots de todos los Mundos Exteriores, es la principal superpotencia.

El hecho de que Solaria solicite la ayuda de un detective de la Tierra indica la dimensión de su perplejidad: es el primer asesinato registrado en toda la historia del planeta. Fundado como una especie de mundo de vacaciones, Solaria se ha convertido en el parangón del aislacionismo. Sus habitantes se han dotado de estrictas leyes eugénicas para limitar su población a 20.000 personas y han cultivado la supresión del deseo de contacto físico, comunicándose exclusivamente entre ellos mediante proyecciones holográficas. El simple pensamiento de estar en una habitación con otro ser humano les provoca temor y repulsión. Así que Elijah no sólo debe luchar contra su crónica agorafobia terrestre sino que debe resolver el crimen sin interactuar personalmente con nadie.

Como en “Bóvedas de Acero”, Baley, acompañado de nuevo por su antiguo compañero robótico Daneel Olivaw, debe desentrañar un crimen que parece imposible: no se ha encontrado arma homicida y en un mundo en el que incluso las parejas casadas –cuya unión está programada a efectos exclusivamente de procreación (sin que esto implique necesariamente sexo)- detestan el contacto personal, la hipótesis de que el culpable sea humano parece poco probable. Pero, por
otra parte, las Tres Leyes de la Robótica impiden que cualquiera de los miles de robots al servicio de cada ciudadano puedan hacerle cualquier tipo de daño o dejar que sufra una agresión por parte de otro humano…¿o no? Como sucedió en su anterior caso, el asesinato esconde razones de índole política que pueden afectar al equilibrio de toda la galaxia.

Si el marco de la acción, el planeta Solaria, parece demandar del lector un grado máximo de suspensión de la incredulidad, pensemos que su radical robotización obedece a un propósito satírico. En la década de los cincuenta del pasado siglo, se produjo una expansión del automatismo y la maquinización en Estados Unidos, lo cual era un fenómeno nuevo y emocionante, pero también fuente de preocupaciones en tanto en cuanto se temía que las máquinas acabarían suplantando al hombre, eliminando puestos de trabajo y provocando profundos e imprevisibles cambios en la sociedad y la economía norteamericanas. En este sentido, Solaria es la sublimación de tales miedos, un mundo de utópica “perfección” robótica cuyos higienizados habitantes han acabado despojándose de todo aquello que les hacía humanos. Los solarianos que encuentra Elijah son apenas menos
robóticos que sus robots. Quizá Asimov se pase de la raya al hacer que encuentren incluso difícil pronunciar las palabras “niños” o “amor”, pero en general acertó a la hora de reflejar en su libro algunos de los temores que la ciencia y la tecnología despertaban en su época (y, ya de paso, también en la nuestra).

Sin embargo, nadie podría acusar a Asimov de ser un ludita. Aunque ni siquiera las pasiones humanas de los solarianos pueden suprimirse por completo, la estructura social y la psicología que han emanado de esa hipertecnificación han sumido al planeta en un estatismo letal. Los solarianos han alcanzado tal nivel de riqueza que han caído en una apatía autodestructiva de la que no son conscientes. Es más, están convencidos de que se han convertido en el modelo al que deberían aspirar el resto de los planetas. Asimov nos sugiere que las utopías no existen a largo plazo y que lo que la Humanidad necesita no ya para avanzar sino para sólo sobrevivir son desafíos. La Tierra y los terrestres, considerados como bárbaros por los planetas más “avanzados”, representan la única esperanza de supervivencia, la única reserva de impulso humano si se quiere continuar el proceso de colonización de la galaxia. Es esta una idea que volverá a aparecer en posteriores entregas de la saga.

Como historia detectivesca, “El Sol Desnudo” es una novela muy entretenida, con los giros y
sorpresas que uno espera encontrar en este tipo de misterios, aunque probablemente Asimov utilice una fórmula demasiado previsible en su desarrollo: Baley va conociendo sucesivamente a los sospechosos para, en el clímax final, reunirlos a todos y pronunciar un revelador monólogo en el que el culpable quedará expuesto. Es un desarrollo que ya en 1957 estaba algo gastado, pero ello no arruina la lectura siempre y cuando lo que se espere de la misma sea una historia policiaca sencilla aunque, eso sí, en la que se puede disfrutar de la fascinante descripción de un mundo sociológica y tecnológicamente muy diferente del nuestro y que vamos descubriendo a través de los ojos de un perplejo Elijah y las explicaciones de Daneel, bien familiarizado con la peculiar cultura de Solaria.

La dinámica entre el humano y el robot sigue siendo central y Asimov la lleva un paso más allá cuando el primero se sorprende a sí mismo sintiendo verdadero afecto por su compañero. Elijah, además, evoluciona como personaje luchando por superar su agorafobia, enriqueciéndose con la visita a un mundo tan diferente del suyo propio –lo cual le llevará en la siguiente novela a encabezar un movimiento procolonización en la Tierra- y afrontando una relación de amistad/romance con Gladia Delmarre, la viuda de la víctima. La relación entre ambos, de
todas formas, deja bastante que desear –a Asimov nunca se le dieron demasiado bien ni los personajes femeninos ni las relaciones sentimentales- y sólo en los libros posteriores se profundizaría algo más en la misma.

La siguiente novela del Ciclo de los Robots aparecería nada menos que en 1984: “Los Robots del Amanecer”. Para entonces, Asimov había madurado mucho como escritor y este regreso a su Ciclo de los Robots fue tan bien recibido que estuvo nominado a los premios Hugo y Locus.

Como las dos precedentes, la trama gira alrededor de un crimen que deben investigar Elijah Baley y Daneel Olivaw, pero en esta ocasión se introducen temas más complejos que apuntan ya claramente a una integración del Ciclo de los Robots dentro de una cronología más amplia que incluiría también las novelas de la Fundación y su libro “El Fin de la Eternidad” (1955).

Si “Las Bóvedas de Acero” transcurría en las megaciudades abovedadas de la Tierra y “El Sol
Desnudo” en el casi desierto planeta de Solaria, “Los Robots del Amanecer” nos traslada dos años después a otro mundo exterior, Aurora, el primero de los que fueron colonizados siglos atrás por terrestres y el que goza de mayor desarrollo, prosperidad e influencia. La Tierra necesita el apoyo tecnológico de Aurora si quiere sacar adelante su nuevo plan colonizador, plan al que se oponen el resto de los Mundos Exteriores. Pero resulta que en Aurora tiene lugar un “roboticidio”: la destrucción de la mente de R.Jander Panell, un robot idéntico a Olivaw. El único con los conocimientos necesarios para tal acto es el principal valedor de la Tierra en Aurora, el doctor Hans Fastolfe –viejo conocido de Baley y Olivaw en los libros anteriores-. Sus enemigos quieren utilizar este caso para desacreditarlo y apartarlo del poder, lo que significaría el aislamiento definitivo de la Tierra y la condena de sus habitantes a un largo languidecer y eventual muerte.

Baley se encuentra otra vez requerido –en esta ocasión por el propio Falstolfe- para resolver este delicado asunto con graves connotaciones políticas… y personales, ya que al detective se le advierte de que su fracaso significará su destitución profesional y degradación dentro de la
jerarquía social de su ciudad. Para colmo, la misión dista de ser sencilla: se le concede un tiempo muy limitado, desconoce la cultura local y el principal sospechoso, el doctor Fastolfe, admite sin reservas que, aunque él no es el culpable, sí es el único en Aurora con conocimientos lo suficientemente profundos de robótica como para haber cortocircuitado el cerebro positrónico de la “víctima”.

Por su parte, Baley prosigue su evolución como personaje. Una vez más y como ya le había ocurrido en Solaria, debe luchar por no sucumbir a su agorafobia, pero ahora –y excepto en un dramático pasaje- ya no le resulta tan difícil. Además y como ya le había ocurrido en su anterior viaje fuera de la Tierra, debe adaptarse rápidamente a las costumbres y peculiaridades de una cultura diferente. Su reencuentro con Daneel es verdaderamente afectuoso puesto que Baley ya ha superado en este punto sus prejuicios antirobot –al menos en lo que a su compañero se refiere- y ha aprendido a comunicarse con él de forma que ambos puedan comprenderse mutuamente.

Y hablando de Daneel, éste es sin duda uno de los grandes personajes de la CF y quien, más
aún que Elijah Baley, hace que los lectores recuerden estas novelas con especial cariño gracias a su amable circunspección; sus observaciones tan agudas como inocentes sobre la naturaleza y comportamiento humanos y sus esfuerzos por encontrar el pensamiento o la explicación adecuadas…Por ejemplo, cuando se reencuentra con Daneel y trata de explicar sus “emociones” lo hace de la siguiente manera: “No puedo expresar lo que siento en un sentido humano, compañero Elijah. Sin embargo, te diré que el verte hace que mis pensamientos fluyan más fácilmente, y la fuerza gravitacional de mi cuerpo parece asaltar mis sentidos con menos insistencia, y que hay otros cambios que no sé identificar. Me imagino que lo que siento corresponde aproximadamente a lo que tú puedes sentir cuando estás complacido.” En otro pasaje, cuando Elijah le pregunta acerca del doctor Fastolfe, Daneel defiende a su creador con una mezcla de lógica y pasión. Es, sin duda, un robot peculiar, uno de los grandes del género que inspiró a Gene Roddenberry a la hora de crear a su androide Data para “Star Trek: La Nueva Generación”.

En cambio, menos convincente y verosímil resulta el robot telepático Giskaard. Es un modelo más antiguo que Olivaw –el cual, por cierto, se ha convertido tras la “muerte” de Panell en el único androide existente con aspecto totalmente humano- pero éste le considera su igual. De hecho y hasta cierto punto, “Los Robots del Amanecer” es una suerte de reformulación y expansión del cuento “¡Embustero!” (1941), en el que se presentaba un robot con capacidades telepáticas. Personalmente, es una idea que no me resulta coherente con el tono en general racional y “científico” del resto del Ciclo. No sólo no se explica cómo es posible que Giskaard pueda leer las mentes humanas e influir en ellas sino que semejante poder lo convierte en un deux ex machina con el que resolver la historia de una manera poco convincente pero que se adecua, eso sí, al deseo del autor de integrar, como dije, su Ciclo de los Robots y su saga de la Fundación.

Hay otro aspecto tanto o más chocante que el de un robot telépata: la inclusión de escenas sexuales explícitas y del propio sexo como un factor importante de la historia, algo que no se
había visto antes en la obra de Asimov o al menos con este grado de intensidad. El personaje alrededor del cual se centra la carga sexual es Gladia, a quien ya habíamos conocido en “El Sol Desnudo” y que, tras abandonar Solaria al comprender que su personalidad era incompatible con la cultura de su mundo natal, se ha establecido en Aurora. Allí, según ella misma relata en un inquietante pasaje, se sumergió en un frenético e infructuoso periodo de experimentación sexual aprovechando la liberalidad reinante en su mundo de acogida, una liberalidad que consiente el incesto o el sexo con robots. El cortejo y coito final entre ella y Elijah está, en mi opinión, algo forzado y no es demasiado coherente con lo que sabíamos de antemano acerca de ambos.

El otro personaje femenino de peso es Vasilia, la hija del doctor Fastolfe y prestigiosa
roboticista por sus propios méritos. Asimov deja claros sus sentimientos incestuosos por su progenitor y su carácter amargado y resentido. Si la complejidad emocional de Vasilia se hubiera explorado con mayor profundidad y sutileza, podría haber resultado un personaje con el que el lector pudiera conectar emocionalmente, pero por desgracia todo lo que de ella se ve es su lado vengativo y manipulador. Al final, las dos mujeres principales del libro se definen no por ellas mismas sino por su relación con los hombres clave en sus respectivas vidas.

La novela comienza con un ritmo casi frenético cuando Baley es convocado por su jefe, explicadas someramente las implicaciones de la investigación que va a acometer y trasladado rápidamente a Aurora. Pero ese torbellino de actividad no representa ni mucho menos el compás del resto del libro, compuesto sobre todo de largas y repetitivas conversaciones sobre las Leyes de la Robótica y las cortapisas que Baley y sus pesquisas han de salvar. Hasta tal punto llega a ser pausado el ritmo que las circunstancias físicas de la muerte de Jander Panell no se le explican al protagonista hasta bien entrada la trama. Por otra parte, el detective humano de Asimov no responde, como ya comenté anteriormente, al modelo de Sherlock Holmes, buscando pistas físicas e interpretándolas, sino que su sistema consiste en ir
entrevistándose consecutivamente con los sospechosos, conversaciones éstas bastante largas y reiterativas que versan sobre los matices y posibilidades de las Tres Leyes. El único momento de verdadera acción es una especie de persecución nocturna que resulta no ser tal.

Y es que cabe preguntarse acerca de la necesidad de este tercer libro. Con el doble de extensión que las dos anteriores novelas, Asimov se dejó llevar aquí por la autoindulgencia, estirando y retorciendo hasta el límite sus teorías sobre las Tres Leyes que él mismo había creado cuatro décadas atrás; y, en segundo lugar, dedica mucho tiempo a construir una trama que permita encajar el Ciclo de los Robots en la misma continuidad temporal que la Fundación. Es aquí donde se pone en marcha una secuencia de acontecimientos que siglos después llevará a la formación de un Imperio Galáctico (el de la Fundación) del que estarán ausentes los robots. Aparece por primera vez la noción de la psicohistoria (en la cronología interna de la saga, claro), enunciada por el doctor Fastolfe: “Ojalá, señor Baley, pudiera entender mejor a los seres humanos. He pasado seis décadas estudiando las particularidades del cerebro positrónico y espero seguir dedicando mis esfuerzos a este problema durante quince o veinte más. En este tiempo, apenas he rozado el problema del cerebro humano, que es mucho más complicado. ¿Hay Leyes de Humánica igual que hay Leyes de Robótica? ¿Cuántas Leyes de Humánica podría haber y cómo pueden expresarse
matemáticamente? No lo sé. Sin embargo, quizá llegue el día en que alguien enuncie las Leyes de la Humánica y entonces podré predecir los rasgos generales del futuro y sabré qué le espera a la humanidad, en vez de limitarme a hacer conjeturas como hasta ahora, y sabré qué hacer para mejorar las cosas, en vez de limitarme a especular. A veces sueño con fundar una ciencia matemática a la que llamaría "psicohistoria"”.

El propio robot Giskaard, con su capacidad para penetrar –y estudiar- la mente humana, desarrolla cierta presciencia acerca de la mejor evolución para el hombre: “Los terrícolas tendrán que colonizar la galaxia sin robots de ningún tipo. Ello significará dificultades, peligros y daños sin medida que los robots evitarían en el caso de estar presentes pero, en el fondo, los humanos sacarán más provecho si se abren camino por ellos mismos. Y quizás un día, dentro de mucho tiempo, los robots puedan intervenir una vez más. ¿Quién sabe?”. Asimov
explica de esta forma por qué y por intervención de quién en el futuro Imperio y la posterior Fundación no existirán robots.

Ese nexo con la saga de la Fundación se complementa con referencias a antiguos cuentos de los robots, como aquél en el que Susan Calvin averiguaba las capacidades telepáticas de un robot, lo que sitúa claramente este conjunto de novelas en el futuro de aquellos primeros relatos escritos en los cuarenta. De hecho, es precisamente ese deseo de integrar algo artificialmente sus dos principales sagas lo que hace que el desenlace de esta tercera entrega resulte disperso y frustrante además de demasiado abierto, con miras a continuar los cabos sueltos en un siguiente volumen, “Robots e Imperio”.

Y así, pese al consejo en contra de algunos de sus colegas, Asimov, a la vista del éxito cosechado por “Los Robots del Amanecer”, decidió continuar fusionando sus dos sagas más populares, los Robots y la Fundación, con una cuarta novela. Y esta vez, y haciendo una nueva cesión a sus seguidores, convertiría a su personaje más popular, R.Daneel Olivaw, en el auténtico protagonista de la historia.

La trama de esta última novela del Ciclo, “Robots e Imperio” (1985), transcurre doscientos
años después de lo narrado en “Los Robots del Amanecer”. Elijah Baley hace ya tiempo que murió pero Daneel y Giskard sobreviven. Ambos son ahora propiedad de Gladia, el personaje presentado en “El Sol Desnudo” y que debido a la biología mejorada de los habitantes de los Mundos Exteriores también sigue viva. Aunque mantiene un ejército de sirvientes robots, Daneel y Giskard son sus principales ayudantes. Gladia no sabe que Giskard tiene capacidades telepáticas pero aún así hay algo en el robot que le incomoda y sólo lo ha conservado porque Elijah insistió en ello. Su desconfianza no carece de base porque Giskard manipula la mente de los humanos que le rodean en pos de una meta que él mismo ha encontrado deseable para nuestra especie. Así, influye en Gladia para que se reúna con un descendiente de Elijah, D.G., un piloto influyente dentro de la nueva generación de colonos terrestres, enemistados con los Espaciales. Éste la convence para que viaje en su nave, primero hasta su antiguo mundo, Solaria –cuyos habitantes parecen haber desaparecido misteriosamente dejando atrás los robots- y luego al planeta de los colonos, Baleymundo. Allí, decide inesperadamente encabezar una gran cruzada cuyo fin es el de unir a los Espaciales y a los colonos de la Tierra.

Daneel y Giskard deben mantener viva a su dueña en esa misión puesto que ambos han deducido que los Espaciales más fanáticos de Aurora han diseñado un plan que puede destruir la Tierra, el lugar a donde precisamente ha decidido viajar Gladia.

Como era previsible, Gladia y D.G acaban desarrollando cierta tensión sexual, lo cual resulta un tanto extraño considerando que éste es descendiente de Elijah Baley, antiguo amante de la protagonista. Con todo y a pesar de la pobre trayectoria de Asimov en lo que a personajes femeninos se refiere, he de admitir que en esta historia Gladia funciona como mujer fuerte mucho mejor de lo esperable. Los últimos doscientos años de vida le han servido para madurar y su fase final de desarrollo no se basa en la exploración sexual –como sucedía en “Los Robots del Amanecer”- sino en abrir su mente a nuevos conocimientos relacionados con el cambio social y las relaciones interplanetarias y servir de inspiración y líder a un nuevo movimiento. Ha pasado de ser la típica víctima femenina rescatada por algún varón a campeona de todo un pueblo (aunque el sexismo no ha podido desaparecer del todo: el primer robot “femenino” que Asimov describe en la serie se presenta como una pechugona androide vestida con una sensual bata).

Aquellos seguidores de la saga que añoren la intervención de Elijah Baley, lo podrán encontrar en forma de dos flashbacks (lo que en sí es destacable puesto que Asimov tendía a seguir tramas lineales en sus novelas): uno en el que se reencuentra con Gladia a bordo de una nave y un segundo en su lecho de muerte. A pesar de que en el primero Elijah y Gladia acaban –innecesaria y poco justificadamente –teniendo sexo otra vez, estos dos pasajes se encuentran
probablemente entre los mejores del libro por su carga emocional y porque ponen de manifiesto lo mucho que el detective humano ha aprendido a respetar y apreciar a su compañero robot, tanto, de hecho, como para tratarlo como un auténtico ser humano. Ello, a su vez, ha hecho que el propio Daneel madure y evolucione en formas que nadie jamás pudo haber previsto.

Ambos robots, Giskard y Daneel, son aquí los protagonistas por encima de cualquier humano. El primero ha ido desarrollando en los últimos dos siglos la teoría de la psicohistoria planteada por su creador, el doctor Fastolfe, mientras que el cerebro del segundo se plantea algunas cuestiones fundamentales sobre las Tres Leyes. Trabajando juntos y compartiendo sus reflexiones, han decidido que “Hay una ley que es superior a la primera ley. "Un robot no puede lastimar a la humanidad o, por falta de acción, permitir que la humanidad sufra daños." Conclusión que les permite intervenir y manipular a los humanos en aras de beneficiar a la humanidad…o evitar que ésta se haga daño a sí misma.

Todo esta filosofía se plasma en abundantes “conversaciones” silenciosas que mantienen Giskard y Daneel mientras los humanos duermen o se hallan ocupados en sus quehaceres, añadiendo capas adicionales a sus personalidades y más significado al papel que juegan en la historia. Como sucedía con Daneel y Elijah, la pareja Daneel-Giskard funciona como la de dos
compañeros “platónicos”, dos personajes íntimamente relacionados pero no alrededor del sexo, la unión sentimental o la amistad convencional, lo cual no suele ser un modelo frecuente en la literatura de CF –o, ya puestos, de género-

El tono del libro, a diferencia de la intriga policiaca que dominaba las tres novelas anteriores, carece casi por completo del elemento de misterio y, de hecho, casi desde el comienzo se introducen largas escenas de diálogo que desvelan las intenciones e identidad de los villanos –aunque no exactamente cómo pretenden destruir la Tierra-. Tampoco hay nuevas y sorprendentes culturas que descubrir y que expandan la creciente comunidad planetaria que dará lugar al Imperio.

“Robots e Imperio” es, todavía más que su predecesora en la saga, una clara precuela de las novelas de la Fundación. Su principal propósito es crear las condiciones políticas que propicien el nacimiento del Imperio –y, posteriormente, la Fundación-, un Imperio sin robots. Para ello, Asimov imaginó ya en “Bóvedas de Acero” una primera ola de colonización desde la Tierra que se sirvió de robots para hacer habitables los planetas de asentamiento, los que acabarían denominándose Mundos Exteriores. En “Los Robots del Amanecer” ya planteaba la disposición de la Tierra a embarcarse en una nueva
etapa colonizadora frente a las reticencias de esos Mundos Exteriores y ahora, en “Robots e Imperio” se nos expone que dicha segunda ola ya tuvo lugar y que estos nuevos colonos han salido adelante sin la ayuda de robots.

La moraleja es muy simple: la humanidad debe expandirse o desaparecer víctima del estancamiento. Ahora bien, ésta es condición necesaria y no suficiente. Los Mundos Exteriores la cumplieron, pero dado que los robots prepararon los planetas, construyeron los asentamientos y se ocupan de prácticamente todas las tareas, los descendientes de aquellos primeros colonos han caído en la paralización y la molicie. Sólo haciendo frente a nuevos desafíos sin la ayuda de una tecnología que elimine cualquier riesgo, podrá la especie humana conservar la energía necesaria no ya para prosperar, sino para sobrevivir a largo plazo.

“Robots e Imperio” es una novela demasiado larga y con excesivos diálogos. Contiene ideas interesantes pero su desarrollo y desenlace no son tan satisfactorios como en las tres entregas anteriores. Está tan centrada en su papel de nexo entre las sagas de los Robots y la Fundación –que llegarían a sumar entre las dos una quincena de libros- que pierde por el camino la espontaneidad y pasión de “Bóvedas de Acero” o “El Sol Desnudo”. Además, ese intento de
unificación dista de ser perfecto y la explicación de por qué los robots están ausentes en el futuro del hombre resulta poco convincente (al fin y al cabo depende de un robot telépata y con capacidad para manipular la mente de los humanos que, por si fuera poco, puede enseñar a otros androides tales capacidades). Es lo que pasa cuando tratan de ensamblarse en una sola construcción ladrillos dispares fabricados en tiempos y circunstancias diferentes.

Por otra parte, el estilo de Asimov no es el más adecuado para abordar una obra épica acerca de la formación de un Imperio galáctico compuesto de mil y un mundos con sus respectivas peculiaridades. Su fuerte son las ideas y los diálogos, pero no las descripciones ni las referencias visuales que ayuden a dar forma a la diversidad que exige una narrativa con esas aspiraciones en términos de amplitud física y cronológica. Mientras las novelas se centraban en un solo planeta, Asimov pudo explorar las singularidades culturales de su sociedad, pero al alejar el foco para abarcar una multiplicidad de mundos, ese futuro Imperio se difumina, pierde entidad y complejidad.

Como valoración global, el Ciclo de los Robots es ciencia ficción de calidad que apela tanto al entretenimiento puro como a la reflexión. Son cuentos y novelas que se apoyan más en las ideas y las tramas que en la fuerza de los personajes. La literatura de Asimov, y esta saga no es una excepción, es fácil de leer y aunque él mismo era bioquímico y tenía una extensísima formación en ciencia, no cae en la pedantería exhibiendo sus conocimientos en largos pasajes de explicaciones científicas. Sus historias de robots tienen más de lógica, sentido común y sociología que de matemáticas o física.

Si abordar todo el Ciclo resulta demasiado intimidante, lo mejor en mi opinión es empezar por “Yo, Robot” y “Bóvedas de Acero”. Si se disfrutan tanto esos cuentos como la novela, puede seguirse por “El Sol Desnudo” y “El Robot Completo”. Las novelas de los ochenta, teniendo aspectos de interés, son más secundarias y probablemente sólo sean recomendables para quienes hayan disfrutado mucho con lo anterior y deseen profundizar más en la evolución de esa particular Historia del Futuro que tejió Isaac Asimov.



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