¿Podría algún día la Inteligencia Artificial reemplazar el amor maternal? Esta cuestión no es nueva en la CF y ha dado lugar a películas enteras alrededor de esa premisa, como “I Am Mother” (2019). Y ese es también uno de los temas que el guionista Jeff Lemire aborda en “Sentient”, una miniserie de seis números editada por el sello TKO Studios.
El nombre de Jeff Lemire no necesitará presentación para muchos aficionados. Es uno de los autores que en los últimos años ha dado más que hablar gracias a su valentía a la hora de abordar temas tradicionalmente delicados en el mundo de los comics, aportando su visión personal y reformulándolos con inteligencia. Ahí está, por ejemplo, “Black Hammer”, serie en la que Lemire modernizó el concepto de superhéroe. Su principal fortaleza es reinterpretar conceptos y géneros bien conocidos creando una sensación de incómoda familiaridad con historias que equilibran la trama y la caracterización.
Y eso es lo que Lemire se propone hacer con “Sentient”, en su nueva visita a la CF espacial tras “Trillium” y “Ascender”. La premisa de partida le fue sugerida por el editor de TKO, Tze Chun, con una sola frase: “Todos los adultos de una nave mueren y la IA de abordo debe criar a los hijos que aquéllos”. A partir de ahí, Lemire desarrolló una historia razonablemente corta y autoconclusiva que, por una parte, rinde homenaje a temas y situaciones clásicas de la CF (es imposible ignorar los préstamos y guiños a grandes del género, como la tensión permanente y agobiante de “Alien” (1979) o “2001: Una Odisea del Espacio” (1968)); y, por otra, se sirve de ellos para tocar cuestiones de su interés en la forma de un drama visto a través de unos protagonistas poco habituales: los niños.
Es el año 2105 y hace 742 días que la nave USS Montgomery abandonó la Tierra. Es un día especial para la oficial Wu: el cumpleaños de su hija Lilly. Pero también la jornada en que la nave va a penetrar en la Zona Negra, una región del espacio que durante el año que tardarán en atravesarla les aislará del contacto tanto con la Tierra como de su destino, una colonia planetaria. Los preparativos suponen un trabajo extra para la tripulación y Wu le promete a su hija que lo celebrarán por la noche. Entretanto, la lleva a la escuela de la nave, a cargo de la profesora Clarke, donde Lilly se reúne con el resto de los niños que viajan a bordo.
Toda la tripulación excepto la profesora se encuentra en el puente ese día y el Capitán Gardner, con la ayuda de la inteligencia artificial que controla la nave, Valerie, explica las tareas y aprovecha para repasar las últimas noticias recibidas, ya que no habrá más durante un año. Noticias que no invitan al optimismo: el gobierno de la Tierra ha anunciado que la habitabilidad del planeta, en lugar de los veinte años esperados, será de sólo diez. Aún peor, en la colonia a la que se dirigen, la situación es también delicada: un grupo separatista quiere hacerse con el poder utilizando la violencia y los líderes de la Tierra no se atreven a intervenir por temor a que simpatizantes de los rebeldes atenten contra las naves que se están preparando para evacuar el planeta.
En cuanto la Montgomery entra en la Zona Negra, una de las tripulantes, Jill Kruger, se revela como una terrorista rebelde y, anulando los protocolos de seguridad de la IA, envenena el aire del puente y mata a todos sus colegas. Pero ella misma –que se ha protegido con una máscara antigás- tras asesinar a la maestra, cae abatida por Valerie. Así las cosas, los niños se quedan solos en la nave con Valerie y sin posibilidad de comunicarse ni con su origen ni con su destino. La I.A., una vez anulados sus protocolos de misión como último acto de Wu, se convierte en una suerte de madre sustituta. Su misión es garantizar la supervivencia física y psicológica de los niños, protegerlos hasta llegar a destino, adiestrarlos para que ayuden en las tareas de mantenimiento que ella misma no puede realizar, suavizar las tensiones que van a surgir entre algunos de sus protegidos y salvaguardarlos de los peligros externos que no van a tardar en aparecer.
“Sentient” no es el peor comic de Jeff Lemire, pero tampoco el mejor. El problema con el prodigioso ritmo de producción de este guionista norteamericano es que a menudo sus historias contienen elementos interesantes que se quedan sin desarrollar convenientemente o momentos que chirrían por lo inverosímiles que resultan y que sólo pueden explicarse por una escritura apresurada y poco reflexiva.
En este caso, la premisa, por ejemplo y para empezar, está algo forzada: ¿Cómo se explica que absolutamente todos los adultos –excepto la maestra- estén en el puente al mismo tiempo y que nadie tenga nada que hacer en alguna otra parte de una nave tan grande? Por otro lado, aunque Val puede, supuestamente, controlar todos los sistemas de la nave, cuando alcanzan la estación de repostaje, no puede impedir que Lil salga de su interior para explorar aquélla. ¿Acaso no es capaz la IA de algo tan sencillo como bloquear una esclusa ante, por ejemplo, un descuido o un acto malintencionado que pudiera poner en peligro la vida de todos?
Estas inconsistencias son fruto de una escritura descuidada. Lemire necesita que esos acontecimientos, tengan sentido o no, sucedan para contar lo que le interesa. No se explica bien por qué existen separatistas, qué pretenden o cuál es su ideario, limitándose a encarnar el papel de villanos genéricos que ponen en marcha el drama y amenazan la vida o el destino de los niños. Y cuando abordan la nave y los infantes necesitan desesperadamente un genio de los ordenadores, ahí está Isaac para salvar el día, realizando en un abrir y cerrar de ojos tareas propias de un hacker de alto nivel. Basta con haber tenido diez años o conocer a algún niño de esa edad para darse cuenta que lo que Lemire hace aquí es meter con calzador un conveniente deus ex machina.
Como en otras obras de Lemire, “Sentient” aborda el tema de la familia, que también estaba presente, vista con perspectivas distintas, en la mencionadas “Black Hammer”. En este caso, se trata de plantear la posibilidad de que una sofisticada I.A pueda actuar como madre. El problema es que no se explica en ningún momento el proceso que lleva a que un programa de ordenador desarrolle autoconciencia, empatía y, en definitiva, emociones propias de un humano. ¿Cómo es posible que, aun con la pobre excusa de la anulación de sus protocolos de misión, la IA adopte inmediatamente la personalidad de una atenta madre? ¿Por qué alguien programaría semejante cosa en un ordenador destinado a pilotar y supervisar técnicamente la nave?
Lemire plantea, es cierto, una evolución en Valerie: del respeto a los protocolos pasa a la duda y la inseguridad primero para acabar comportándose como un progenitor con auténtica ansiedad después, cuando ve a los niños en peligro. Pero es una evolución que, dada la brevedad de la obra, resulta demasiado apresurada y poco justificada. Por ejemplo, ya en la página siete del segundo número, cuando Isaac, hijo de la terrorista, se siente alienado y acongojado, Valerie le dice: “Los humanos exhiben numerosos cambios psicológicos en su cuerpo cuando mienten. Yo puedo saber en el percentil 98 cuándo mentís. Pero aunque no pudiera, seguiría creyéndote, Isaac. He observado y grabado cada momento que has pasado a bordo de nuestra nave. Sé que eres un buen chico”. Es un pasaje ambiguo que no deja claro si responde a una estrategia psicológica para aliviar el estrés del niño o si realmente hay una emoción genuina tras esas frases. Si este último es el caso, ¿de dónde ha salido semejante grado de empatía? No ha habido escenas que nos muestren un desarrollo en este sentido.
A pesar de lo forzada que resulta la historia, también es cierto que “Sentient” es un tebeo que se lee con voracidad, en buena medida porque los textos están bien dosificados y dejan espacio a la narrativa gráfica pura. La peripecia de Lil a bordo de la estación de repostaje es terrorífica y el momento en el que los niños preparan solemnemente los cuerpos de los adultos para lanzarlos al espacio, es muy conmovedor sin caer en el sentimentalismo.
Otro punto flaco que le encuentro a “Sentient” es la poca atención que se le presta a la mayoría de los niños. Básicamente, la historia se apoya en Lilly, la mayor, e Isaac, el segundo en edad y “marcado” por ser hijo de la asesina de la tripulación. Desde luego, son dos personajes interesantes, especialmente el segundo. Ya el comienzo de la obra nos presenta la distante relación con su severa madre y luego él se convierte en diana del resentimiento del resto de los niños. Es el deseo de demostrar al resto del grupo que es diferente de su madre y alcanzar así la redención por lo que se esfuerza más que ninguno en aprender y mejorar, asumiendo las tareas más complicadas.
Lilly, por su parte, al ser la mayor debe hacerse cargo del resto. Es una gran responsabilidad para una niña y Lemire sabe transmitir bien su vulnerabilidad y resentimiento. Su madre, lo que más quería y fuente de toda felicidad, le ha sido violentamente arrebatada y su lugar lo pretende ocupar una máquina. La ira y la rebeldía es su primera reacción, pero su relación con Valerie irá adquiriendo más matices, progresando hacia el respeto y el afecto.
La relación entre Valerie, Isaac y Lil constituye el auténtico corazón de “Sentient”. Cada uno de ellos ha sido obligado a asumir un rol que no deseaban y para el que no estaban preparados, pero aprenden a convivir gracias a la confianza mutua que va naciendo entre ellos. Es una dinámica emocional y social interesante, que crea tensiones entre los personajes y toca la fibra sensible del lector con momentos de intensidad bien medida, pero siempre con contención y elegancia. Por desgracia, ya lo apuntaba, esto se consigue a costa de marginar al resto de los niños al papel de poco más que extras.
Gráficamente, no hay nada intrínsecamente malo en el dibujo de Gabriel Walta aparte de que, en este caso y para mi gusto, resulta bastante soso. El artista español afincado en Granada narra bien, imprime el ritmo adecuado a cada escena y coloca todos los elementos en la viñeta de tal forma que en todo momento se entiende perfectamente lo que sucede, cuándo sucede y por qué sucede, lo que le permite a Lemire prescindir frecuentemente de textos de apoyo. Pero los fondos y los diseños de la nave, exteriores e interiores, son demasiado genéricos (con un aire orgánico que trata de representar el interior del “cuerpo” que es la nave para Valerie), los personajes no tienen carisma gráfico y no hay ninguna escena verdaderamente memorable. Es un dibujo profesional, eficaz y al servicio de la historia, pero falto de chispa. Como puntos fuertes, destaca su capacidad para dibujar emociones y el original diseño de la IA como un conjunto de pantallas y brazos articulados rematados en piezas que recuerdan a cráneos de ave distribuidos por toda la nave.
“Sentient” es, con todas sus pegas, una historia ágil que empuja a devorar las páginas para averiguar el destino de los personajes. Es también una obra de CF humanista más positiva de lo que su dura premisa de arranque podría dar a entender. Y si bien no aporta nada original al subgénero de inteligencias artificiales, sí propone reflexiones interesantes –aunque no siempre bien desarrolladas- sobre la familia, la lealtad, la inocencia perdida y el peso que supone la asunción de responsabilidades no deseadas.
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