sábado, 15 de abril de 2017

1950-LOS SEÑORES DE LA INSTRUMENTALIDAD – Cordwainer Smith (1)


En 1950, una poco conocida y efímera revista semiprofesional, “Fantasy Book” (1947-1951), publicó una historia, “Los Observadores Viven en Vano”, que venía firmada con el peculiar seudónimo de Cordwainer Smith. El relato llamó inmediatamente la atención de los pocos que pudieron hacerse con la revista, porque poco después fue reeditado en una antología coordinada por Frederik Pohl, “Beyond the End of Time” (1952), cuya mejor distribución permitió a ese hasta entonces desconocido llegar a un público más amplio.


“Los Observadores Viven en Vano” parece un relato adelantado a su tiempo. Tratándose de un cuento sobre la disociación mente-cuerpo con el fin de explorar el espacio, se diría más cómodo en la literatura de CF de los sesenta que en la de los cuarenta (fue escrito en 1945 y rechazado por varias revistas hasta su publicación final en “Fantasy Book”). La acción se sitúa en el lejano año 6.000 de nuestra era, cuando el hombre ya ha colonizado otros planetas y sistemas estelares. Se ha descubierto que la vida prolongada en el espacio provoca desequilibrios mentales que llevan a comportamientos agresivos e incluso el suicidio, por lo que el viaje interestelar se realiza en animación suspendida. Las naves en las que viajan los dormidos pasajeros son pilotadas, mantenidas y supervisadas por los Habermans, una especie de seres mecánicos sin sensibilidad física: “Los habermans son la escoria de la humanidad. Los hábermans son los débiles, los crueles, los crédulos y los inadaptados. Los hábermans son los sentenciados a- más-que-muerte. Los hábermans viven sólo en la mente. Los matan para el espacio, pero viven para el espacio. Dominan las naves que unen las Tierras. Viven en el gran dolor mientras los hombres normales duermen el helado sueño del tránsito”.

Los Habermans conservan el cuerpo, la inteligencia y la apariencia humanas, pero son inmunes al dolor y, con excepción de la vista, las señales nerviosas de sus sentidos no llegan al cerebro. Dado que carecen de la sensación de dolor, mantienen en sus cajas torácicas controles electroquímicos que desempeñan tal función y les avisan cuando algo va mal en sus cuerpos. Los Habermans son vigilados en el espacio por los Observadores quienes, a diferencia de aquéllos, se han sometido al mismo proceso quirúrgico voluntariamente y tienen el privilegio de restaurar la conectividad sensorial de forma puntual. Al recibir la noticia de que un científico ha descubierto un medio de que los humanos puedan trabajar en el espacio sin enloquecer y morir, Haberman y Observadores se dan cuenta de que su función, su razón de existir, será inútil y que perderán su inmenso poder e influencia. Deciden, por tanto, asesinar al científico. Sólo un Observador llamado Martel se opondrá a ello…

A menudo la CF ha fantaseado con que nuestra especie alcance algún día un estado puramente psíquico en el que podamos sentirnos libres de la esclavitud fisiológica de nuestros cuerpos. Smith, sin embargo, reivindica en este cuento el placer que nos brindan nuestros sentidos y lo doloroso que puede ser su pérdida: “Sólo soy humano cuando estoy en cranch. Pero excepto en estos momentos… ya sabes qué soy. Una máquina. Un hombre a quien mataron y mantienen con vida para que cumpla con su deber. ¿No comprendes lo que echo de menos?”, se lamenta Martel.

“Los Observadores Viven en Vano” era un relato fascinante que no ha perdido nada de su fuerza. Fue elegido por la Asociación Americana de Escritores de CF como uno de los mejores cuentos escritos antes de 1965 e incluso nominado a un premio retro-Hugo en fecha aún tan reciente como 2001. Ahora bien, por curioso que resulte, nadie sabía quién se escondía tras ese evidente pseudónimo. Pohl especulaba en la introducción a la mencionada antología si se trataría de Henry Kuttner, Robert A.Heinlein, Theodore Sturgeon o A.E. Van Vogt. Todos lo negaron y, después de todo, el estilo del cuento no se ajustaba al de ninguno de ellos. Sin embargo, se trataba de una historia demasiado buena como para haber sido escrita por un simple novato.

Con el tiempo, se supo que Cordwainer Smith era en realidad Paul Myron Anthony Linebarger, sin duda uno de los escritores de CF más atípicos de todos los tiempos y un erudito cuya vida resulta tan fascinante como muchos de los cuentos que imaginó. Nació en Milwaukee, Wisconsin, en 1913, pero creció y estudió en China, Japón, Francia y Alemania. Su padre era un antiguo juez y activista político que renunció a su puesto para trabajar como consejero legal de Sun Yat Sen, fundador de la República China. Tan cercana y afectuosa fue su relación que el líder chino se convirtió en padrino del joven Paul. A los diecisiete años, ya había negociado en nombre de su padre un préstamo de plata para la naciente república. A los veintitrés, recibió el doctorado en Ciencias Políticas y enseñó Política Asiática en la Universidad Johns Hopkins. Además de escribir prolíficamente acerca de la materia en que era experto, utilizó sus extensos conocimientos y capacidad lingüística (hablaba seis idiomas, entre ellos el chino) para conseguir el nombramiento de coronel de Inteligencia en el ejército americano y ello aun cuando desde los seis años quedó ciego de un ojo a raíz de una herida y su posterior infección y que siempre padeció un estado de salud general bastante malo. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, utilizó su puesto en la Oficina de Planificación de Operaciones e Inteligencia para ser destinado a China. Volvió a colaborar con el ejército durante la Guerra de Corea (donde consiguió la rendición pacífica y masiva de miles de enemigos utilizando un simple truco que mezclaba la manipulación psicológica y el profundo conocimiento de la cultura local) y el conflicto malayo. Trabajó también como asesor de John F.Kennedy.

Así que, efectivamente, en 1950, Smith-Linebarger ya no era ni mucho menos un novato en lo que a escribir se refiere. Además de diversos tratados y ensayos sobre las áreas en las que era experto (entre ellos un libro, “Guerra Psicológica”, de 1948, que sigue siendo considerado como uno de los más importantes en su campo), había publicado un par de novelas poco exitosas bajo el nombre de Felix C.Forrest y un thriller de espionaje como Carmichael Smith. En lo que se refiere a CF y aun cuando a los quince años, allá por 1928, había conseguido publicar un cuento, “La Guerra nº 81-Q”, su verdadera entrada en el género fue con “Los Observadores Viven en Vano”.

El que recurriera a un seudónimo y no desvelara durante algún tiempo su auténtica identidad no era un capricho ni una veleidad. Siendo como era un asesor gubernamental de alto nivel, Smith tenía acceso a información privilegiada. Cualquier trabajo de ficción publicado con su auténtico nombre habría estado sujeto con toda seguridad a un riguroso escrutinio por parte del gobierno. Y ello, además, en una época dominada por la paranoia en la que se descubrían comunistas o simpatizantes “rojos” bajo cualquier alfombra. Si algún censor hubiera considerado subversivo o crítico con el gobierno algún fragmento de sus cuentos, Smith-Linebarger podría haber perdido el acceso a la información que necesitaba para su trabajo académico. Poco podían imaginar las autoridades que en su CF, género considerado trivial y ridículo, Smith estaba efectivamente socavando ciertas nociones de gobierno, sus políticas, intrigas y castigos.

Por otra parte, es muy posible que Linebarger quisiera mantener aisladas ambas vertientes de su trabajo, el erudito y el fantástico. Como acabo de indicar, la CF distaba entonces –y, en buena medida, también ahora- de ser un género respetado y apreciado en los círculos de la “gran cultura oficial” y no le habría hecho ningún bien a su reputación académica ser conocido por publicar su trabajo de ficción en revistas populares. Además, la CF que escribía parapetado tras ese seudónimo le permitía fantasear y escapar del objeto principal de su trabajo cotidiano al tiempo que aplicar en un contexto muy diferente sus extensos conocimientos (en política, historia, literatura, poesía, psicología, sociología) y reflejar de paso sus opiniones y reflexiones acerca de temas tan profundos como el arte del gobierno, la lucha por la igualdad o la naturaleza humana.

Habría que esperar otros cinco años, hasta 1955, para leer otro de sus relatos, “El Juego de la Rata y el Dragón”, publicado en la revista “Galaxy”. Se trataba, otra vez, de un cuento extraño y fascinante situado en un futuro aún más lejano que el del anterior. Las naves planoforma, capaces de retorcer las dimensiones, son ya el modo usual de viajar por el espacio. Estas naves pasan en milisegundos a tener sólo dos dimensiones y aparecer en otro sistema de la galaxia. Pero la experiencia no está ni mucho menos exenta de peligros. En ese plano bidimensional acechan seres, que se han bautizado como “dragones”, que atacan con letal precisión a los pasajeros humanos, matándolos o sumiéndolos en la locura. La solución que se ha encontrado es incluir en todos los viajes a un telépata, cuyas capacidades aumentadas gracias a un aparato llamado luminictor, pueden detectar y destruir a esas presencias. Esos telépatas, no obstante, sufren un gran desgaste psíquico y físico y sus carreras profesionales, si sobreviven, son muy cortas. En cada viaje reciben la ayuda de sus “compañeros”, gatos modificados genéticamente que ven a esas criaturas como ratas gigantes, abalanzándose sobre ellas por instinto y luchando hasta la muerte. Telépatas y gatos forman estrechos vínculos y gracias a ellos el viaje interestelar, aunque no totalmente seguro, sí se hizo posible y generalizado. El cuento narra uno de esos viajes cotidianos pero intensos para telépatas y gatos (los pasajeros, en hibernación, nunca son conscientes de la lucha por la supervivencia que tiene lugar a su alrededor) e incluyen personajes de nombres tan evocadores como los gatos Murr, Lady May o Capitán Wow, un sacerdote, una niña pequeña y héroes poco convencionales dispuestos a pagar un alto precio.

“El Juego de la Rata y el Dragón” consolidó la relación de Smith con la revista “Galaxy”, cabecera en la que seguiría publicando toda su producción en la siguiente década y media. Su obra, que fue apareciendo ya de manera más regular a partir de 1955, totaliza treinta y dos relatos cortos (algunos de ellos póstumos) y sólo una novela. Puede que no parezca mucho, pero ello es debido a que falleció tempranamente, en 1966, a consecuencia de un ataque cardiaco. Tenía sólo cincuenta y tres años pero ya había dado cuerpo a una historia del futuro imprescindible para cualquier aficionado al género.

A la hora de abordar su obra es necesario hacer un par de aclaraciones. Prácticamente todos sus relatos y su única novela, “Norstrilia”, se insertan dentro de una línea temporal del futuro que Smith trazó en su mente. De la misma manera que antes que él había hecho Robert A.Heinlein, imaginó una cronología para la humanidad en un amplio periodo que cubría unos 14.000 años a partir, más o menos, del 2.000 d.C., si bien y a diferencia de aquél, prefirió salir al espacio profundo y adoptar un tono más próximo a la space opera, con colonización de otros planetas, encuentros con otras civilizaciones, luchas entre mundos y avances tecnológicos asombrosos, casi mágicos. Todos estos cuentos unidos –y, por supuesto, la novela- forman un ciclo cronológicamente coherente que se conoce como “Los Señores de la Instrumentalidad”.

Ahora bien, a pesar de tratarse de un autor muy original cuyo trabajo no ha sufrido el paso del tiempo tanto como pudiera esperarse, la lectura del mismo ha sido durante años una tarea harto difícil porque Smith no fue escribiendo sus relatos en orden según esa cronología ficticia. Durante diez años, fue publicándolos sin ningún orden establecido y aun cuando todos tenían acomodo dentro de esa línea temporal era complicado obtener una visión de conjunto que permitiera situarlos en su lugar correcto respecto al resto. Durante mucho tiempo lo único que se podía conseguir de Cordwainer Smith eran antologías incompletas y desordenadas que no hacían justicia a su magnífica imaginación. Afortunadamente, los lectores de lengua hispana tenemos el privilegio de contar con una excelente edición coordinada por Miquel Barceló para Ediciones B en su colección Nova a comienzos de la década de los noventa. Esta edición consta de cuatro volúmenes (“Piensa Azul, Cuenta Hasta Dos”, “La Dama Muerta de Clown Town”, “Norstrilia” y “En Busca de Tres Mundos”) e incluye todos los relatos, la novela y algunos cuentos adicionales debidamente ordenados y traducidos. Ésta es sin duda la edición que debe revisarse si se quiere obtener una idea del talento de Smith y su importancia dentro de la space opera.

Desde un punto de vista global, las historias de este ciclo desarrollan dos temas principales. El primero es la evolución en la tecnología del viaje espacial y sus consecuencias sociales y políticas. Los primeros intentos realizados por valientes pioneros que se juegan la vida van dejando paso a la rutina conforme se descubren nuevos principios físicos y la tecnología que permite aprovecharlos. La posibilidad de conectar todos los mundos bordeando la Teoría de la Relatividad, facilita la creación de un Imperio galáctico gobernado por los Señores de la Instrumentalidad, una élite pseudoreligiosa de telépatas que normalmente permanecen en las sombras y no intervienen directamente en los relatos, pero que en algunas señaladas ocasiones los vemos tomar parte activa en acontecimientos que transformarán la historia del hombre.

El otro tema de fondo en muchos de los cuentos es la forma en que el benevolente pero autoritario gobierno de la Instrumentalidad afecta a quienes viven bajo él. El descubrimiento de la droga stroon en el planeta Norstrilia, cuyo consumo alarga la vida siglos y hasta milenios, y la utilización de robots y subgente (híbridos de animal y humano) propicia la consecución de una utopía de felicidad, inmortalidad y abundancia material, que acaba revelándose fuente de una peligrosa decadencia espiritual. Como reacción a esta nefasta tendencia, se implementa el Redescubrimiento del Hombre, una vuelta a las viejas tradiciones culturales y sociales, pero también al dolor, el sufrimiento y el peligro que den sentido a las ahora larguísimas vidas humanas. Mientras tanto y bajo la superficie, bulle la lucha del subpueblo por conseguir su emancipación e igualdad de derechos que los humanos.

Los personajes aparecen y reaparecen de relato en relato: la felina G´Mell; el obstinado Lord Jestocost, señor de la Instrumentalidad; el rebelde E´telekeli y varios miembros de la familia Vom Acht. Algunos personajes son mencionados antes de que sean efectivamente presentados en cuentos posteriores, y otros aparecen bajo la forma de sus ancestros o descendientes, que ostentan variaciones de los mismos nombres.

(Continúa en la siguiente entrada)

4 comentarios:

  1. Las obras completas de Cordwainer Smith son una obra maestra! "La dama muerta de Clown Town" es uno de los mejores relatos del género, en mi opinión. (Hay algún paralelismo entre la vida de Smith y la de James Tiptree. Saludos!

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  2. Hola Mario. A mi me gusta más, por ejemplo, "Un Planeta llamado Shayol" o "La Balada de G´Mell", aunque la que mencionas es también muy original. Y sí, efectivamente hay elementos en común en Paul Linebarger y James Tiptree (que, en realidad era una mujer): los viajes, su paso por la inteligencia militar y su labor de asesor gubernamental. Y la CF, por supuesto. Un saludo!

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  3. La tercera imagen que has colgado es una pasada. Es de algún blog?

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  4. Si te refieres a la imagen con muchos colores, es de Craig Moore, un artista británico que trabaja sobre todo en temas de videojuegos y para Disney en la creación de entornos 3D. Su trabajo es deudor de gente como Jim Burns o Syd Mead y es un fan del ciclo de la Instrumentalidad, del que ha hecho bastantes ilustraciones. Puedes encontrarlas por internet. Puedes encontrar muestras de su trabajo en su propio blog: http://craigmoorescifi.blogspot.com.es/ Un saludo

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