Si hay un tema sobre el que hoy se esté hablando de manera continua y que está afectando ya a múltiples ámbitos de nuestra vida cotidiana aunque no lo percibamos así, es la Inteligencia Artificial. Su previsible impacto en todos los órdenes de nuestra vida personal y social está ya poniendo sobre la mesa toda una serie de complejos dilemas éticos, sociales y económicos. Ya existe un intenso debate acerca del desafío que va a suponer alinear el progreso tecnológico con los valores humanos para que todo el mundo pueda beneficiarse de lo que puede ser un avance tecnológico sin precedentes. Y la Ciencia Ficción, fiel a su tradición, es uno de los participantes más activos de ese debate global, aunque sea desde sus márgenes. De hecho, el género ya lleva muchos años especulando sobre el tipo de sociedades que podrían llegar a modelar las inteligencias artificiales. Un ejemplo de ello es la película coreana “Wonderland”.
La historia se desarrolla en un futuro cercano en Corea del
Sur. El país ha adoptado una nueva tecnología llamada Wonderland, sobre la que
se ha creado una compañía que ofrece un servicio muy particular: el cliente
antes de fallecer o bien sus familiares si aquél está en estado de muerte
inminente y no puede autorizarlo, previo pago de la tarifa estipulada, realiza
una descarga de conciencia en un entorno digital simulado donde un avatar suyo
puede llevar una ilusión de vida –la vida con la que siempre había soñado pero
que nunca pudo conseguir- y mantenerse en contacto con sus seres queridos a
través de los teléfonos móviles. La idea, en esencia, es suavizar el duelo de
los supervivientes y mantener la ilusión de que siguen vivos.
La película es básicamente una colección de segmentos independientes pero entrelazados en los que, utilizando diferentes personajes, se nos muestran las diferentes facetas y consecuencias de esa tecnología.
La primera subtrama se centra en Bai-li (Tang Wei), una
madre a la que siempre atormentó el abandono al que había condenado a su hija
debido a las exigencias de su trabajo como gestora de fondos de inversión.
Cuando enferma y ante la inminencia de su muerte, hace los arreglos pertinentes
para que, tras su fallecimiento, su avatar sea situado en una simulación en la
que ella trabajará de arqueóloga en un país exótico –lo que había sido siempre
su sueño- y pueda estar en contacto permanente con su hija Jai y su madre, que
ha quedado al cargo de la niña. Ésta sin embargo, no sabe que la Bai-ling que
ve en las videollamadas y que le cuenta historias fascinantes, no es su
auténtica madre; cree que sólo se ha ido de viaje y que algún día volverá, una
mentira que su abuela ayuda a sostener no sin reticencias.
El segundo segmento está protagonizado por una azafata,
Jung-In (Bae Suzy, que también es una conocida estrella del K-Pop), cuyo novio
Tae-Joo (Park Bo-gum), está en un coma probablemente irreversible. La joven
recurre a Wonderland para que cree un avatar de Tae-Joo en forma de astronauta
destinado en la Estación Espacial Internacional. Durante un tiempo indefinido,
pero en cualquier caso prolongado, ella encuentra compañía y sostén emocional
diarios en las llamadas que ambos mantienen… hasta que un día, Tae-Joo
despierta del coma, generando un conflicto a tres bandas puesto que él no es ya
como una vez fue –o como ella lo recuerda-. Incluso después de la recuperación
de Tae-joo, a Jung-in le cuesta desprenderse de la versión digital y sigue
usando la aplicación a escondidas. Mientras Tae-joo lucha por adaptarse a su
nueva realidad, ella se siente frustrada, demasiado acostumbrada como está a la
relación que tenía con el avatar ideal de su novio en la que no tenía que hacer
esfuerzo alguno.
Aparte de otro par de historias secundarias (una abuela que
encarga un avatar de su nieto estudiando en Reino Unido; y un hombre que va a
morir próximamente y que asume la situación con bastante entereza e incluso
humor negro), el tercer segmento importante está protagonizado por los dos
fundadores y gestores de la compañía Wonderland: Hae-Ri (Jung Yumi) y Hyeon-Soo
(Choi Woo-shik), que son los que sirven de enlace entre el resto de historias.
Hae-ri desarrolló originalmente esta tecnología para poder seguir disfrutando
de la compañía de sus padres fallecidos. Hyeon-Soo, por su parte, es un joven
con poca personalidad que está enamorado de su socia, aunque no se atreve a
confesarlo abiertamente.
El planteamiento de “Wonderland” es, sin duda, intrigante y
está lleno de posibilidades porque plantea preguntas muy profundas sobre la
psique humana y nuestra relación con la tecnología, el potencial de la
Inteligencia Artificial y cómo podría influir en la forma en que nos
comunicamos con los demás o los riesgos de construcción de mundos falsos en los
que esconderse de la realidad. Es un material que llama a la reflexión y el
análisis y que viene acompañado de un diseño visual bien ejecutado y una
diversidad de perspectivas.
El principal problema, y no es uno menor, es el tratamiento que hace el guion de, precisamente, la tecnología de Inteligencia Artificial, planteando un problema de lógica narrativa.
El proceso de creación de los avatares mediante IA se deja
a la imaginación del espectador. No sabemos si los empleados de Wonderland
entrevistan a la familia o al paciente terminal para conocer lo mejor posible su
personalidad y su biografía antes de crear estos personajes; o si utilizan
tecnología de enlace neuronal para copiar y pegar la personalidad y la memoria de
la persona en sus servidores; o si recopilan datos extraídos de redes sociales,
emails, vídeos, etc; o todo ello a la vez. Por tanto, las “personas” al otro
extremo de las videollamadas no son tales, sino avatares generados por un
sofisticado programa que agrega todos los datos conocidos del fallecido para
generar una ilusión interactiva. Pero, por otro lado, tenemos bastantes escenas
en las que queda bastante claro que la arqueóloga Bai-li no es que se “conecte”
cada vez que su hija la llama, sino que lleva una vida autónoma en un entorno
simulado pero que parece muy real, interaccionando con otros personajes. De
hecho, conforme la película avanza, se pone de manifiesto que, aunque la
mayoría de los duplicados de IA desconocen la muerte de sus contrapartidas
reales (de hecho, es responsabilidad de los supervivientes de carne y hueso
ocultarles esa verdad) y creen que, simplemente, viven su vida normal lejos de
sus amigos y familiares, sí pueden sentir emociones.
Esto supone una elección bastante extraña porque, aunque
nunca hay duda sobre cuál de las dos “realidades” es la auténtica, la película
se empeña en mostrar continuamente a los avatares como si llevaran vidas
separadas y completas dentro de los confines de sus respectivas Wonderlands, esto
es, los lugares que siempre quisieron visitar en vida y en los que han elegido
–o lo han hecho sus allegados- que vivan sus dopplegangers digitales.
Así, a medida que la película profundiza en los pros y
contras de un servicio tan peculiar –aunque no tan descabellado- como este, su
mensaje se difumina porque el espectador empieza a preguntarse quién es el
auténtico beneficiario del mismo: ¿los familiares que se niegan a pasar su
periodo de duelo y empeñan en consolarse con una ilusión? ¿O el propio avatar,
que parece tan vivo como aquéllos? Obviamente, la respuesta debería ser que Wonderland
presta servicios a quienes sobrevivieron a sus seres queridos. Pero, al mismo
tiempo, la narración trata a los avatares como si tuvieran la misma consciencia
que un humano vivo, como si existieran en un estado onírico o de hibernación,
en lugar de ser meras representaciones digitales de un difunto.
Este problema se hace particularmente patente en la
historia de la madre y su hija pequeña. Ésta no solo desconoce que su madre
está muerta (porque la abuela se lo oculta), sino que la propia Bai-lin
"cree" que está al otro lado del mundo en una misión arqueológica y
que puede volver a casa en cualquier momento. Esto deja a la abuela en un grave
aprieto al intentar proteger la ignorancia de ambas partes, lo que le causa todavía
más sufrimiento y confusión. Este segmento suscita dilemas muy interesantes
acerca de cómo la negativa a reconocer y asumir una pérdida puede conducir a un
sufrimiento todavía más prolongado. Por desgracia, esos conflictos están
planteados de forma equivocada porque, aunque Wonderland se promociona como una
tecnología que puede facilitar la transición hacia la muerte, no tiene en
cuenta ésta, sino que se dedica a manipular los sentimientos de los
supervivientes mediante fantasmas digitales.
Por eso la trama más interesante es la de la azafata y su
novio comatoso. Al principio de la película, Tae-joo recupera la consciencia y Jung-in
tiene que lidiar con la realidad de quién es su auténtico novio ahora (el
accidente que sufrió le ha dejado secuelas) frente a la versión idealizada
digital con la que ha estado relacionándose todo ese tiempo atrás. El interés y
carga emotiva de este caso reside en que el avatar generado por la IA resulta
no estar relacionado con la personalidad auténtica del difunto (lo cual hace
que las otras subtramas pierdan buena parte de su sentido). Pero es que,
además, esta disociación entre nuestros recuerdos y expectativas y la realidad
es algo que sucede en nuestro mundo y sin intervención de ninguna IA. Cuando
las personas quedan separadas debido a una guerra, la inmigración o el trabajo,
nuestras mentes crean version
es idealizadas de ellas que, en el reencuentro y
la recuperación de una rutina, chocan con la realidad.
Hay un momento en el que Jung-in le dice a Tae-joo -quien no se comporta como antes del coma debido a las mencionadas secuelas: "Este no eres tú". Esto hace que él empiece a preguntarse quién es entonces. ¿Cómo se supone que debe comportarse? ¿Acaso ella lo conoce mejor que él mismo? ¿Quién puede decir qué es real? Sin embargo, el problema reside en que, durante mucho tiempo, ella se ha aferrado y acostumbrado a la versión perfecta del Tae-joo astronauta, un avatar sin necesidades propias que solo existe para alimentar la felicidad de ella: es amable, siempre está disponible y atento al estado físico y anímico de su compañera, animoso, alegre, nunca se enfada y jamás decepciona... Mientras esperaba a que Tae-joo despertara, Jung-in se encariñó de alguien que se parece a él, pero no lo es. ¿Cómo puede el auténtico Tae-joo (o cualquiera de nosotros) estar a la altura de una versión perfeccionada de sí mismo que otra persona ha diseñado para cubrir sus carencias emocionales?
La trama entra ya en el terreno de lo fantástico cuando Bai-li
se da cuenta de que no es real. Sus recuerdos empiezan a aflorar: nunca fue
arqueóloga, nunca pasó tiempo con su madre e hija porque siempre estaba
trabajando, y lo último que recuerda antes de despertar en un lugar modelado
como un Oriente Medio de pacotilla es que estaba muriendo. Extraña a su
familia, desea reencontrarla, siente emociones complejas y, sin embargo, no se
la considera humana porque su madre, incapaz de aceptarla como su auténtica
hija y consciente del daño que puede estar provocando ese engaño en su nieta, decide
desactivar su servicio. Con un solo clic, elimina a esta IA capaz de amar y
anhelar. En su defensa hay que decir que la anciana no sabía que la IA Bai-li
pudiera tener una auténtica consciencia. Lo mismo ocurre con Hae Ri y Hyeon
Soo, quienes se sorprenden al descubrir que no pueden desactivar a Bai-li
porque es un ser autónomo que ha recuperado el control de su propia existencia.
Ahora que los dueños de la empresa –que, por otra parte, no
parecen unos tiburones capitalistas y demuestran empatía con sus clientes- saben
que los duplicados digitales generados por su IA son seres autoconscientes y
sentientes, podríamos pensar que no los desactivarían con tanta ligereza. Al
fin y al cabo, hacerlo equivaldría a un asesinato. Sin embargo, poco después,
Jung-in llama a la empresa para pedirles que desactiven la IA Tae-joo, y los
socios acceden a ello sin dudarlo. También desactivan al nieto virtual cuando
su abuela fallece y ya no puede seguir pagando la suscripción a Wonderland.
Esta última historia es una de las más siniestras del
conjunto. Como he apuntado antes, Song Jeong Ran es una anciana que, habiendo
perdido a su nieto, se suscribe a Wonderland porque quiere seguir comunicándose
con su último familiar vivo. Sin embargo, el servicio que se suponía le
brindaría consuelo se convierte a no mucho tardar en una pesadilla capitalista
cuando ese nieto, Jin Gu, empieza a exigirle que le compre mejor ropa, coches,
etc. Y es que otra de las fuentes de ingresos de Wonderland consiste en las
compras de objetos virtuales –con dinero muy real, eso sí- por parte de los
suscriptores para mejorar el entorno de los avatares. Para mantener feliz a su
nieto (detestable incluso siendo una simulación idealizada), la anciana trabaja
a doble turno para poder satisfacer las continuas exigencias de aquél. La
pregunta es, ¿por qué la suscripción no cubre el coste de esos artículos? ¿Cómo
es posible que comprar una camisa o un coche digitales cueste tanto dinero que
una persona pueda terminar arruinándose?
Hae Ri, parece genuinamente preocupada por la apurada abuela
y actúa generosamente al ofrecer el reemplazo, sin coste adicional, del viejo
coche del caprichoso nieto. Sin embargo, como ella es la creadora de este
software, si así lo deseara, podría ofrecer gratis todos esos artículos para
todos sus clientes. Ayuda a Jeong Ran, sí, pero debe haber otros como ella que
se sientan atrapados por ese consumismo azuzado contra ellos por meras
simulaciones digitales que se aprovechan de sus sentimientos para que
desembolsen continuamente más y más dinero.
La pesadilla no termina ahí. De acuerdo a lo que vemos, una
vez que alguien elige la ubicación de su propio paraíso o el de su ser querido,
no se puede cambiar a menos que quien paga la suscripción así lo solicite. Por
ejemplo, el paraíso de Bai-li está en Oriente Medio, mientras que el del
personaje de Yong Sik se localiza en Hawai. Pero el peor de todos ellos es el
de Tae-joo: el espacio exterior, en una estación orbital. Fue su novia Jung-in
quien eligió ese entorno por motivos puramente egoístas: como el auténtico
Tae-joo aún seguía vivo –aunque en coma-, se sintió menos culpable “enviándolo”
digitalmente al lugar más lejano, inaccesible y sin retorno posible. Pues bien,
como sabemos por las escenas desde la perspectiva de los avatares (en concreto
el de Bai-li), éstos no se “apagan” al terminar la llamada de sus seres
queridos, sino que siguen con sus “vidas” simuladas. Esto significa que Tae Joo
está completamente solo y no tiene a nadie con quién hablar mientras Jung-in
está ocupada con su trabajo.
Pero es que Jin-gu en Londres, Yong-sik en Hawái y Bai-li
en Oriente Medio tampoco lo pasan mejor. Ellos son las únicas IAs duplicadas a
partir de un ser humano vivo. Todos los que les rodean y con quienes interactúan
son, utilizando argot de videojuegos, PNJ, Personajes No Jugadores. Esto se
confirma cuando Bai-li intenta huir de su “paraíso” y todos los que creía que
eran sus amigos y colegas empiezan a fallar y repetir el mismo diálogo una y otra
vez, como si sus programas no estuvieran preparados para esa eventualidad. Esto
es, los avatares (si, como da a entender la historia, son autoconscientes,
seres vivos a todos los efectos excepto el biológico), están completamente
solos en sus respectivos “cielos”, rodeados de personajes que nunca los
comprenderán del todo y que se limitan a interpretar una pantomima.
En resumen, que el "cielo" que vende Wonderland
es, después de todo, un infierno. Los avatares tienen emociones humanas, pero
se convierten en meras muletas emocionales de los que dejaron atrás sin que
éstos los traten, en el fondo, como los seres conscientes que son. Tampoco
tienen el poder de cambiar la situación en la que se encuentran, por mucho que
lo intenten. No solo sus vidas están a merced de quienes pagan las
suscripciones a Wonderland, sino que su muerte está a solo un clic de
distancia.
Por todo lo dicho, la conclusión y mensaje final de la
película me resultaron tan inesperados como incoherentes. La narrativa parecía
tender hacia una crítica de ese uso particular de la IA. En todos los casos, la
tecnología Wonderland era, en última instancia, perjudicial para el bienestar
emocional de los usuarios, fueran humanos o avatares. Sin embargo, en lugar de
adoptar una postura clara, el guion opta por nadar y guardar la ropa
presentando múltiples y divergentes finales: algunos personajes se ven
afectados positivamente por Wonderland, mientras que otros deben lidiar con sus
consecuencias; algunos deciden eliminar la aplicación, mientras que otros siguen
usándola. Podría argumentarse que tal resolución es lo más cercano a la
realidad. La IA de Wonderland no es un peligro absoluto ni tampoco el Santo
Grial. Dependiendo del uso que cada cual le dé, puede ser tan pernicioso como
beneficioso. El problema es que todas las historias principales habían
discurrido en la misma dirección: los usuarios humanos acababan siendo
dependientes de la aplicación e incapaces de superar el periodo de duelo; y los
avatares, o bien “morían” al cancelarse la suscripción o bien tomaban
conciencia de su auténtica naturaleza y entonces se sentían más solos que nunca
en una realidad falsa. Tratar en el último momento de suavizar las situaciones
descritas es incoherente desde el punto de vista narrativo.
Recogiendo influencias tanto de la obra de Philip K.Dick
como de la televisiva “Black Mirror”, Wonderland es un drama de CF entretenido
que invita a la reflexión sobre el estado actual de la IA y su relación con el
duelo, la pérdida, el apego emocional y los riesgos emocionales de vivir en una
fantasía alejada del mundo real. Pero si bien la historia plantea muchas
preguntas y dilemas de interés y tiene una esencia con enorme potencial, falla
en su ejecución al optar por un tono ligero que no consigue transmitir el
impacto emocional esperado en cuanto a los peligros o beneficios que una
tecnología tal podría llegar a representar. Parece, en fin, un borrador preliminar
para una miniserie televisiva en el que todavía hay que invertir mucho tiempo para
encontrar el tono adecuado, matizar y dar vida a unos personajes demasiado
plastificados, explorar los dilemas éticos y empresariales más allá de lo
superficial y llevar hasta sus últimas consecuencias la premisa de partida. Una
lástima que tan buen material se desperdicie en un guion que no está a la
altura.
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