lunes, 8 de junio de 2020

1973- TIEMPO PARA AMAR – Robert A.Heinlein (1)


En 1988 a Robert Anson Heinlein se le otorgó póstumamente la Medalla de la NASA por Servicios Distinguidos. En la ceremonia se dijo: “En reconocimiento de su meritorio servicio a la nación y a la raza humana por defender y promover la exploración del espacio. En sus docenas de novelas y ensayos excepcionalmente escritos y su película “Con Destino a La Luna”, ayudó a inspirar a la nación en su primer paso al espacio y la Luna. Incluso tras su muerte, sus libros perviven como testimonio a un hombre visionario y dedicado a apoyar a otros en sus sueños, exploraciones y logros”.


Lo que es cierto es que Robert A.Heinlein hizo más que ningún otro en el siglo XX para popularizar la CF, sacarla del guetto de las revistas baratas y llevarla a la publicaciones y formatos más sofisticados y las listas de best-sellers. En resumen, por darle al género la importancia cultural de que ahora disfruta. En un campo repleto de historias de éxito firmadas por escritores innovadores, Heinlein todavía destaca a la altura de Isaac Asimov o Arthur C.Clarke como un gran gigante del género. Fue el hombre que vendió la CF al público, y los historiadores del género, si no en otras cosas, sí coinciden en que tanto Heinlein como el editor John W.Campbell ejercieron la influencia necesaria para hacer de la CF lo que hoy es.

Fue la ficción de Heinlein la que capturó la imaginación de los lectores desde finales de los cuarenta con sus relatos juveniles y su “Historia del Futuro”; y la que en los sesenta dio un giro sorprendente con su inquietante “Forastero en Tierra Extraña”, un libro que superó con creces los círculos de los aficionados a la CF para encender un auténtico barullo cultural a su alrededor.

Pero en la última parte de su carrera, el ímpetu que le caracterizó empezó a perder fuelle y, como le había sucedido a otro grande antes que a él, H.G.Wells, las grandes ideas y las narraciones con pulso empezaron a dejar paso a lo que en buena medida eran ensayos en los que vertía sus opiniones sobre multitud de temas. Con el fallido “No Temeré Ningún Mal” (1970), Heinlein entró en esa fase final cuyos libros tenian poco que ver con aquellas dinámicas aventuras y thrillers que le granjearon la fama en los cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Cualquiera que se acerque a estos últimos títulos, dirigidos ya a un público adulto y escritos por un autor todavía más adulto, con el recuerdo de aquellas primeras novelas en mente, se va a sentir decepcionado.

Sus últimos libros vinieron lastrados por el tedioso ánimo sermoneador que el propio autor tanto había criticado en el pasado; la autoindulgencia; la autorreferencia; el solipsismo y los discursos hinchados, prepotentes y pedantes propios de un viejo cascarrabias. Paradójicamente, fueron también los libros más vendidos de su carrera. Pues bien, “Tiempo para Amar”, una de sus obras más extrañas, es un ejemplo de lo dicho, un compendio de todo lo que uno puede detestar de Heinlein y cuya lectura puede resultar difícil e incluso aburrida pese a sus destellos de brillantez.

Volvía el autor aquí a recuperar su cronología de la Historia del Futuro tejida en los años cuarenta y cincuenta y en cuyo cuento final, “Los Hijos de Matusalén”, se presentaba a Lázarus Long y las familias Howard. De hecho, su título completo es “Tiempo para Amar: Las Vidas de Lazarus Long”, el más “heinleniano” de todos sus personajes y al que volvería a retomar en otros libros posteriores, aunque ya solo como secundario.

Long es uno de los matusalénicos, individuos cuya extraordinaria longevidad fue producto de un dilatado experimento de cruce endogámico de hombres y mujeres con las genéticas adecuadas promovido por la Fundación Howard. Sobre esto ya hablé en su correspondiente entrada así que a ella me remito. En el momento en que arranca la novela, Long, contabilizando ya más de dos mil años de edad, es el hombre más Viejo del universo conocido. Nacido en 1916 con el nombre de Woodrow Wilson Smith, emigró al espacio cuando la Tierra acabó transformada en una pesadilla maltusiana. A lo largo de su vida, adoptó muchos nombres y profesiones y ahora, anciano y desilusionado, siente que lo ha hecho y vivido todo. Ha perdido el ánimo para continuar. Pero su intento de suicidio es frustrado por Ira Weatheral, jefe de las familias Howard, cuya sede está en el planeta Secundus. Ira opina que la sabiduría acumulada de Long es tan valiosa que no puede permitir que desaparezca sin más ni más, especialmente en el momento tan delicado que está atravesando el planeta, al borde de una crisis sociopolítica que podría destruir a las Familias Howard y el legado de Lazarus.

Así que, contra la voluntad de Long, lo confina en una clínica de rejuvenecimiento y le propone un trato: durante un periodo determinado de tiempo, Long no intentará suicidarse de nuevo y, cada día, todos los días, dedicará un tiempo a contarle a Ira sus vivencias, que a su vez serán registradas para la posteridad por Minerva, la inteligencia artificial que supervisa el funcionamiento del planeta bajo las órdenes de Ira. Mientras tanto, Minerva buscará y propondrá a Long actividades o desafíos que puedan devolverle las ganas de vivir. Es, como vemos, una premisa inspirada pero inversa a la de “Las Mil y Una Noches”: en vez de contar historias para ganarse el derecho a vivir, el narrador lo hace para ganar el derecho a morir.

Y de eso tratan la mayor parte de las casi 600 páginas del libro: Lazarus Long compartiendo condescendientemente su sabiduría en una serie de discursos, diálogos, parabolas y proverbios, todo ello salpicado con generosas dosis de sexo. La estructura que utiliza aquí Heinlein es un tanto desconcertante: un largo preludio que establece el marco general; dos historias independientes separadas por interludios tan extensos como ellas, y una tercera, la más larga, en la que el marco se convierte en una tercera historia que mezcla la clásica narración en tercera persona con cartas y un diario escritos por Lazarus.

A la novela le cuesta mucho arrancar. Nada menos que 86 páginas tarda en empezar la primera de las narraciones: “Historia del hombre que era demasiado perezoso para fracasar”, en la que se detectan tintes autobiográficos del propio Heinlein (el protagonista es un cadete y luego oficial naval antes y durante la Segunda Guerra Mundial) y que es un divertido canto a la pereza y la buena vida: “¿Qué: trabajar o madrugar? Ni lo uno ni lo otro es una virtud. No se produce más por levantarse antes: es como cortar un cabo de una cuerda y atarlo al otro queriendo hacerla más larga. En realidad, uno trabaja menos si se empeña en levantarse bostezando y todavía cansado. No se está ágil y se cometen errores que obligan a repetir la tarea, y este trajín resulta improductivo y engorroso, además de molesto para quienes dormirían hasta más tarde si el vecino no anduviera trasteando y haciendo ruido a horas intempestivas. El progreso no lo traen los madrugadores, Ira, sino los perezosos que buscan la forma más cómoda de hacer las cosas”.

Es este un cuento que, como he dicho, ensalza la pereza como virtud y no entendida como vagancia sino como aplicación ingeniosa del espíritu práctico. David Lamb, el protagonista, se las arregla siempre para conseguir trabajar lo menos posible obteniendo el máximo beneficio: se inscribe en la Academia Naval, esquiva sus estrictas reglas y los obstáculos de la propia sociedad. Se casa con su novia embarazada como solución menos peligrosa para su presente y futuro, aprende a volar y acaba trabajando como burócrata militar, haciendo que su vida –y, de paso, las de los soldados en el frente- sea más fácil y segura. El tema subyacente es que reduciendo la burocracia y aplicando la astucia para hacer que las leyes trabajen a nuestro favor, podemos mejorar el crecimiento económico y el desarrollo tecnológico. La historia, en definitiva, de un hombre que decidió afrontar la vida con absoluto pragmatismo.

En “Historia de los Gemelos que no lo Eran”, Lazarus encuentra a un par de jóvenes hermanos diploides en el Mercado de esclavos de un planeta y a los que bautiza Estrellita y Joe. Los compra y, como un Pigmalión futurista, les enseña los rudimentos del comportamiento social y a ser y sentirse libres antes de ayudarles a establecerse en un mundo donde nadie conozca su condición familiar (y es que ambos son, además de hermanos, amantes, primera introducción explícita en la novela del tema del incesto). Les financia una cafetería y va acompañándoles y aconsejándoles a lo largo de décadas y décadas conforme su negocio y su familia florece y se expande.

Si bien el primer cuento era asimilable a una fábula con moraleja, este segundo es bastante más complejo. Los gemelos son personas decentes pero han sido criados como esclavos (para un hombre que fue acusado muchas veces de racismo, Heinlein se pasó la vida odiando la esclavitud). Son incapaces de sobrevivir en el mundo real y Lazarus se ve obligado a enseñarles como ser humanos libres. El asunto es todavía más complicado dado que los gemelos se vendieron como pareja reproductora, lo que significa que ambos pueden engendrar incestuosamente un niño genéticamente defectuoso.

Quizá el tema central de la historia sea el de la educación de los hijos, aunque en este caso no se trate ni de vástagos naturales ni de niños. Lazarus actúa como un padre para los gemelos, animándoles incluso a que lo desafíen; y, al mismo tiempo y en secreto, les allana el camino para que se adapten a la sociedad. Para cuando siente que ha terminado su labor, los hermanos son adultos en el pleno sentido de la palabra. La seguridad y determinación con que Lazarus se enfrenta a la vida contrasta abiertamente con la ingenuidad de sus protegidos.

“La Historia de la Hija Adoptiva”, es quizá la más floja de las tres narraciones que Lazarus refiere a Ira y Minerva. En esta ocasión recuerda cómo adoptó la función de banquero en un mundo recientemente colonizado. Accidentalmente, adopta a Dora, una niña única superviviente de un incendio que acaba con el resto de su familia. Conforme Dora crece, se enamora de Lazarus (lo único que salva al personaje de ser un pervertido que acogió a una niña para luego, cuando creciera, aprovecharse de ella, es que ni eran esas sus intenciones ni parecía darse cuenta de los sentimientos de ella hacia él).

Cuando empieza a hacerse patente que Lazarus no envejece y que ello va a levantar sospechas entre la comunidad, se casa con Dora (que no es matusalénica como él) y deciden alejarse de la sociedad viviendo larga y felizmente como pioneros, teniendo hijos, afrontando los desafíos que plantea la Naturaleza, la escasez y el aislamiento hasta que, inevitablemente, Dora muere. Ésta fue, y sigue siendo, el gran amor de la longeva vida de Lazarus y la historia de su romance sirve para humanizar al protagonista, que a estas alturas del libro ya empieza a parecer un viejo demasiado quisquilloso y cínico.

A pesar de sus debilidades, excesiva longitud y ritmo lento, “La Historia de la Hija Adoptiva” funciona bien a dos niveles. Por una parte, resalta las obligaciones de un hombre hacia su mujer y su familia (si bien su enfoque machista ha envejecido bastante mal). Lazarus cree firmemente en poner por delante a los niños y mujeres en virtud del principio de que son ellos los que permiten sobrevivir a la especie. Por otro lado, es la historia de cómo una colonia puede fracasar o, al menos, corromper su esencia y desviarse del buen camino a causa de colonos que nunca debieron haber emigrado allí. Puede tratarse de idiotas que pensaron que se les daría todo hecho, o aspirantes a políticos que creen que el camino a la prosperidad puede legislarse.

El cuento bordea, como el anterior, el límite de lo moralmente aceptable (al menos de acuerdo con nuestra moralidad, claro). Pasando por alto la ética de casarse con una pupila (al fin y al cabo, a sus 2.000 años de edad, Lazarus no iba a encontrar a nadie que se acercara siquiera a la mitad de su edad), el tema del incesto ya había asomado en la narración anterior, pero se plantea de forma todavía más cruda aquí, dado que el aislamiento en el que vive la familia de Lazarus crea problemas a la hora de satisfacer las necesidades biológicas de sus hijos: “¿Debíamos tomar las cosas con calma y dejar que la naturaleza siguiera su antiguo curso? ¿Admitir la idea de que nuestras hijas iban ya, enseguida, a copular con nuestros hijos, y prepararnos para aceptar el precio? ¿Esperar un nieto anormal de cada diez por lo menos? No tenía datos sobre los que calcular con más aproximación el coste, ya que Dora no sabía nada de sus antepasados, y lo que yo sabía de los míos no era suficiente. Todo lo que tenía era la vieja y rudimentaria norma básica.”.

Finalmente, Lazarus recupera el interés por la vida cuando Minerva le ofrece la posibilidad de viajar hacia atrás en el tiempo –aunque antes encuentra fuerzas para fundar una nueva colonia de hippies y amor libre en el planeta Quintoinfierno-. Esto desemboca en la última de las historias, esta no narrada sino vivida sobre la marcha por Lázarus, y que se titula “Da Capo”. En ella, retrocede hasta el Kansas de 1916 para reencontrarse con su abuelo –que le enseñó muchas de las cosas que ya jamás olvidaría-, su madre… y él mismo siendo un niño. Su plan está a punto de descarrilar cuando se enamora de su madre, se siente obligado a alistarse en el ejército americano durante la Primera Guerra Mundial para no decepcionarla a ella y a su abuelo y a punto está de morir en las trincheras del Frente Occidental.

La parte final del libro sirve para contrastar el lejano futuro imaginado por Heinlein y la Norteamérica de principios del siglo XX (una época que él conocio dado que nació en 1907). Por una parte, encontramos un mundo en el que la tecnología ha permitido liberarse de las cadenas de la sociedad, desde los tabús del incesto y la homosexualidad a la guerra o el racismo. Incluso la muerte ha sido, en buena medida, dominada. Por otra, un país y un tiempo en el que esas cadenas continúan pesando sobre las vidas de todos los individuos. La gente del futuro, sencillamente, es incapaz de comprender el mundo en el que nació Lazarus. Heinlein subraya continuamente –en especial con el personaje de la madre de Lazarus- la constante hipocresía bajo la cual tienen que vivir las personas ordinarias para sobrevivir socialmente.

En muchos sentidos, este es un tema que permea todos los libros que escribió Heinlein en esta última etapa. Los hombres y mujeres están constreñidos por ataduras sociales que han de existir para facilitar la convivencia, pero que son a su vez producto de las circunstancias; y cuando éstas cambian, las ataduras deberían también cambiar. En 1916, una mujer que disfrutaba de sexo antes (o fuera) del matrimonio corría el riesgo de quedar embarazada y, por tanto, marginada socialmente. Más tarde, cuando aparecieron formas baratas y eficaces de control de la natalidad, las mujeres se liberaron de esa restricción. Heinlein era consciente de esas cadenas y gustaba de imaginar futuros en los que éstas no existieran y cómo podríamos librarnos de ellas.

Pero esta parte del libro incluye también uno de los asuntos más espinosos de la trama: la relación sentimental y sexual que entabla Lazarus con su madre. Uno podría argumentar que, una vez que se ha separado el sexo de la reproducción, el incesto ya no tendría por qué seguir siendo el tabú que es hoy. Pero a mí tal posibilidad me sigue pareciendo difícil de digerir –podría discutirse si el incesto es un tabú social o un condicionante de nuestra propia genética- y ello aun cuando queda claro que existe una amplísima brecha entre el Lazarus que conoció a su madre en la infancia y el que se reencuentra con ella veinte siglos después. Todo ese asunto, no puedo evitarlo, me deja un mal sabor de boca.

(Continúa en la siguiente entrada)

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