Cuando se piensa en el ciberpunk y el anime televisivo, quizá la obra que justificadamente primero venga a la cabeza sea “Ghost in the Shell: Stand Alone Complex”. Pero otra incursión muy meritoria y quizá más original en ese subgénero, salida además del mismo estudio (Production I.G.), es “Psycho-Pass”, que desde su primera temporada, emitida por televisión como historia autocontenida de 22 episodios entre 2012 y 2013, ha acumulado excelentes críticas y un nutrido grupo de seguidores que por el momento ha asegurado su continuidad, ya transformada en franquicia multimedia.
En el Japón del año 2113, la sociedad parece disfrutar de una utopía. Los avances tecnológicos han facilitado la vida en todos los ámbitos, permitiendo por ejemplo la automatización de la producción de alimentos y la instauración de un sistema autárquico que ha conseguido evitar el caos en el que vive sumido buena parte del resto del planeta. Y, sobre todo y este es el punto alrededor del cual gira la serie, apenas hay crimen o violencia. Aunque recuerde bastante al sistema de prevención del delito que encontramos en, por ejemplo, “Minority Report” (2002) o la televisiva “Person of Interest “(2011-16), lo que se plantea es más bien la lógica derivada de la opinión general de que los crímenes los cometen quienes son psicológicamente capaces de ello.
El logro que ha supuesto la reducción drástica de la criminalidad ha sido posible porque la tecnología permite medir continua e instantáneamente el estado mental de todos los ciudadanos (su nivel de estrés, hormonas, alteración de pautas cerebrales… ) y cruzarlo con su historial médico y psicológico. Se detecta así cualquier alteración que haga a un individuo proclive a actuar violentamente, pudiendo las autoridades actuar preventivamente sobre él, obligándolo a someterse a rehabilitación y ajuste psicológico o, en el caso de que hubiera llegado demasiado lejos y cometido un crimen, ejecutarlo en el acto para evitar daños ulteriores a la sociedad.
Así, las ciudades de Japón –la acción se ambienta en Tokio- están continuamente vigiladas y supervisadas por el Sistema Sibyl, una inteligencia artificial que escanea a todos los ciudadanos en todo momento y que, con toda la información cerebral y biológica recopilada, calcula sus psico-pass, un Coeficiente Criminal: la tendencia expresada en porcentaje y color de que un sujeto en concreto cometa algún tipo de acto criminal.
Ciertamente, ese sistema ha conformado una sociedad pacífica en la que el crimen es muy raro pero que tiene sus propios y nada despreciables problemas. Empezando por los agentes de la ley. Para investigar los crímenes, ha de comprenderse la mente criminal, incluso poniéndose en su lugar. Y eso –por no hablar de una vida en estrecho contacto con la peor faceta de la naturaleza humana- tiene un coste psicológico: cinismo, infelicidad, estrés, inclinación a la violencia, desgaste emocional… que acaba por enturbiar el psico-pass hasta niveles peligrosos. Es por ello que la policía de ese futuro está dividida en dos secciones.
Los Ejecutores son quienes persiguen físicamente a los criminales –o potenciales criminales- y se enfrentan con ellos, utilizando la fuerza letal si es necesario. Para ello, van armados con los Dominator, unas imponentes pistolas que, al apuntar al objetivo, escanean automáticamente su psico-pass. Si éste es bajo, no se activan; si es alto, conectan con el Sistema Sibyl y reciben autorización para disparar una descarga de energía que pulveriza al blanco. Estos Ejecutores son personas psicológicamente inclinadas al crimen que, de no haber sido reclutadas para servir en ese departamento, habrían permanecido aislados y en permanente rehabilitación el resto de sus vidas. Varios de ellos son antiguos inspectores que cruzaron la raya; otros, deshechos sociales que han aceptado formar parte de las fuerzas de la ley a cambio de tener un mayor grado de libertad –siempre vigilada, eso sí-.
Los Ejecutores son acompañados y supervisados por los Inspectores, que son quienes llevan a cabo las investigaciones propiamente dichas, dan las órdenes y tienen un ojo puesto en aquéllos para detenerlos si cruzan la raya. La principal misión de los Ejecutores, por tanto, es la de servir de amortiguador emocional para los Inspectores y que éstos no vean su psicopass enturbiado, algo que no siempre funciona como debiera.
Akane Tsunemori es la primera de su promoción de inspectores. Con su inteligencia, podría haberse dedicado a cualquier profesión pero por alguna razón decidió dedicar sus capacidades a la defensa de la ley, empezando en el primer episodio como inspectora novata e insegura. Pero toda su honestidad no la ha preparado para la realidad que sobre el terreno se encuentran los agentes de policía en su trabajo de prevención del crimen y el impacto que supone a título personal infligir castigos a personas que en muchas ocasiones son inocentes pero que no han podido controlar su psico-pass.
También debe habituarse al poco convencional grupo de Ejecutores que debe supervisar en la División 1, en especial Shinya Kogami, un antiguo y brillante inspector que vio manchado su psico-pass tras una escabrosa investigación sobre un asesino en serie y que ahora se ha endurecido para apretar el gatillo sin preguntar siempre que el sistema Sibyl lo autorice. La energía y bondad de Akane, que formula abiertamente sus dudas respecto a ciertos procedimientos, despierta algo en él que creía ya extinto.
Uno de los aspectos más interesantes de “Psycho-Pass” es lo bien que integra los temas más característicos de las narrativas imaginadas por el escritor Philip K.Dick. No se trata sólo de que la propia historia lo mencione o que los creadores lo citen como una de sus influencias, sino que reproduce lealmente su espíritu. Así, la serie se fija en la sociedad moderna, introduce un elemento de ciencia ficción que permite un avance concreto (el Sistema Sybil y su monitorización instantánea de los cerebros de los ciudadanos) y examina las consecuencias que ello tiene sobre los individuos y la propia sociedad. En el proceso, Akane descubre –y no entraré en spoilers- que la fachada utópica oculta un secreto inconfesable y que la realidad no es lo que parece. La premisa de “Psycho-Pass”, ya lo he mencionado, es similar a la del relato de Dick “Minority Report” (1956), en el que se describía el pre-crimen: unos telépatas podían preveer cuándo, dónde y por quién iba a cometerse un crimen, permitiendo a la policía intervenir antes de que éste tuviese lugar. En el anime, los mutantes han sido sustituidos por la tecnología, pero por lo demás la situación es muy similar.
Lo cual lleva a preguntarse, ¿qué tipo de sociedad resultaría de semejante avance tecnológico y tal cambio en la actitud colectiva respecto al criminal? Todo el mundo en “Psycho-Pass” está obsesionado con minimizar su porcentaje-color y se rodea de apoyos tecnológicos para mantener el equilbrio. Por la misma razón, toman sus decisiones personales o profesionales en base a lo que Sybill les sugiere de acuerdo a los resultados de unos test a los que somete a todos los ciudadanos. En muchos casos esto degenera en ciudadanos sumisos, que no se cuestionan nada por miedo a poner en peligro su serenidad mental y, por ende, su psico-pass; en otros, incuba una infelicidad y una tensión que estalla en comportamientos antisociales o autodestructivos. Por eso, cuando Sybill detecta un crimen, éste normalmente no está planificado (ya que el sujeto habría sido detectado desde el principio por sus escáneres) sino súbito, espontáneo y explosivo; gente que de repente sucumbe al estrés y su psico-pass se hunde tanto que Sybil ya no les va a dejar que opten voluntariamente por la terapia sino que se les va a apartar forzosamente de la sociedad.
El resultado es una sociedad bienpensante e ingenua para la que está prohibido todo aquello que podría alterarla. Las escenas del crimen, por ejemplo, son rápidamente rodeadas por drones terrestres recubiertos holográficamente con imágenes de amables ositos que impiden acercarse o siquiera ver lo que hay detrás. Los artistas han de ser calificados como psicológicamente aptos para su profesión e incluso así tienen vedado internarse en territorios creativos considerados “peligrosos”.
Y entonces, coincidiendo con la incorporación de Akane a la División 1, se manifiesta la serpiente en el paraíso. ¿Qué pasaría si alguien pudiera engañar al psico-pass? ¿Alguien tan diferente psicológica y biológicamente que no quedara registrado en los escáneres? En la actualidad, ciertos sociópatas pueden burlar a los detectores de mentiras, así que, ¿por qué en esa sociedad del futuro no pueden surgir “criminales asintomáticos” que no sólo esquiven la tecnología de detección criminal sino que, para colmo, tengan peligrosas inclinaciones megalomaniacas? Cuando eso sucede, sólo es necesaria una persona para poner en jaque a todo el Sistema Sybil y su nombre es Shogo Makishima, que desafiará la habilidad, inteligencia y cordura de todos los miembros de la División 1.
La investigación de una serie de asesinatos concluye que están relacionados con un antiguo caso sin resolver que dirigió el entonces aún inspector Kogami. La División se da cuenta de que, aunque el asesino es diferente en cada ocasión, existe tras todos ellos un responsable que durante bastante tiempo consigue mantenerse en la sombra: Makishima.
A Makishima, inteligente y carismático, le frustra no ser reconocido como humano por Sybil y ha llegado a la conclusión de que el conformismo que ha propiciado el control de esa inteligencia artificial está eliminando el libre albedrío y la individualidad y sumiendo a la sociedad en la misma catatonia espiritual y mental que aqueja a los más fieles defensores del sistema psico-pass. ¿Su solución? Sacar a la sociedad de su ensimismamiento a base de horrendos crímenes. Con la fiabilidad de Sibyl en entredicho, Akane debe reflexionar sobre el verdadero significado de la justicia y si ésta puede ser impartida por un sistema que quizá esté corrupto.
La historia que desarrolla la primera temporada de “Psycho-Pass” es absorbente y aunque sus giros no son extraordinariamente originales, su ritmo y sucesivos clímax la convierten en una de esas series que casi obliga al espectador a ver otro episodio más y averiguar qué ocurre a continuación (a lo cual ayuda su ajustada duración de veinte minutos). Es asimismo encomiable que no estemos ante una de esas obras de CF que se apoyan sobre una densa exposición informativa en el primer episodio, sino que vamos descubriendo cómo es y funciona ese futuro a medida que van pasando los capítulos. Cada nueva adición está desarrollada e insertada lógicamente a partir de lo ya expuesto previamente. También es de alabar que los guionistas eviten tropezar en el cliché sobado sobre inteligencias artificiales al llegar el clímax definitivo de la temporada, en el que Akane descubre la verdadera naturaleza del Sistema Sibyl, optando por un desenlace ambiguo y agridulce.
También las caracterizaciones están bien trabajadas y cada personaje sirve para dar voz a una actitud diferente hacia la forma en que Sibyl dirige la sociedad. Makishima es un villano con carisma y, entre los policías, la difícil sintonía que alcanzan Akane y Shinya Kogami está retratada con brillantez. Del resto, destaca Nobuchika Ginoza. Aunque comparte rango con Akane, se considera su superior en virtud de sus años de experiencia. Es un individuo rígido y emocionalmente distante, especialmente con los Ejecutores. Tomomi Masaoka es el mayor de todos ellos y, como Kogami, un antiguo inspector caído en desgracia. Sus años de experiencia han incrementado su cinismo pero no tanto como para no valorar el sólido sentido moral de Akane, su optimismo vital y bondad desinteresada. Es por ello que se convertirá en su guía y mentor durante ese difícil periodo de aprendizaje.
Pero, sobre todo, esos personajes evolucionan. Al término de la primera temporada, puede verse claramente como los supervivientes –porque no todos ellos saldrán con vida del enfrentamiento con el letal Makishima- han cambiado merced a las vivencias que han experimentado y la influencia que sobre ellos han ejercido sus compañeros. Akane, sin perder del todo su sólido sentido de la justicia, sí ve disolverse esa ingenuidad original que le hacía ver su mundo como una utopía; Kogami recupera su instinto policial y siente despertar en él la chispa de rebeldía contra el sistema; y Ginoza se reconcilia con la parte de su pasado que le avergonzaba y le urgía a ser más estricto en su función de lo necesario.
Los estudios I.G. vuelcan en “Psycho-Pass” sus años de experiencia en otras series como “Ghost in the Shell” a la hora de crear mundos futuristas. Sus diseños son verosímiles, ricos en detalles y rebosantes de vida. La animación, que mezcla finamente las técnicas tradicionales con el CGI 3D, es fluida. Por el contrario, el diseño de los personajes no es particularmente inspirado y se me antojan todos muy genéricos. La serie tiene una paleta de colores apagados que, junto a la atmósfera neblinosa de las escenas de acción, contribuyen a dar una pátina de realismo distópico.
(Finaliza en el siguiente artículo)
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