viernes, 4 de agosto de 2017

1952-MERCADERES DEL ESPACIO - Frederik Pohl y C.M.Kornblunth (1)



Dos de las preocupaciones existenciales que dominaron la segunda mitad del siglo XX fueron el holocausto nuclear y la integridad humana ante la amenaza cibernética. Pero al mismo tiempo, hoy se mira la década de los cincuenta con cierta nostalgia como la última época en la que reinó cierta seguridad económica, cohesión social y efecto benigno de la tecnología sobre la vida cotidiana. Símbolo de ese optimismo y bienestar son esas aletas que adornaban las carrocerías de los automóviles americanos de entonces, un detalle que sugería audacia, velocidad y modernidad. Los propios coches, a su vez, fueron el elemento característico y prominente de toda una sociedad convencida de su papel de baluarte de la libertad y motor económico y tecnológico del mundo. El gasto en armamento y los grandes proyectos de infraestructuras constituían las bases de ese edificio ideológico conocido como American Way of Life, el cual aprovechaba incluso los movimientos críticos con él –la abstracción modernista, el rock and roll, los beatniks…- para fortalecerse, aduciendo que esas corrientes no eran sino prueba de la Sociedad Libre que les había acogido en su seno; manifestaciones contraculturales culturales que, por otra parte, no tardaba en incorporar al sistema, debidamente diluidas, eso sí.


En 1960, el sociólogo Daniel Bell anunciaba el Fin de la Ideología, definiendo como tal “el agotamiento de las ideologías del siglo XIX, especialmente el Marxismo, como sistemas intelectuales que puedan reclamar la verdad para sus diferentes visiones del mundo”. Estados Unidos optó por renegar del peligroso fanatismo emocional y el colectivismo. Occidente había alcanzando un consenso respecto a que el mejor sistema ensayado hasta la fecha era el capitalismo. No era perfecto, claro, y Bell afirmaba que aún quedaba lugar para el pensamiento utópico en tanto en cuanto fuera “anti-ideológico pero no conservador”. Este tipo de afirmaciones son características de los años cincuenta, no tanto por su diagnóstico de la situación como por sus contradicciones: el final de la ideología anunciado con un brío y convencimiento claramente ideológico.

El ensayo de Bell proseguía enfrentándose a los intelectuales estadounidenses que veían dicho consenso sobre el capitalismo de maneras muy diferentes, por no decir opuestas: como el producto de un régimen represivo que encarcelaba a los disidentes y medicaba a los “desviados”; como una tiranía de igualitarismo en
un entorno suburbano; como una sociedad conformista e interesada solo por intrascendencias escupidas por la “cultura de masas”…

Todo este discurso intelectual estaba presente de una manera u otra en la esfera pública norteamericana y, por tanto, acabó encontrando su traslación en la ciencia ficción de los cincuenta. Este tipo de CF tendía a evitar los compromisos con el realismo científico o la alabanza de la tecnología, interpretando el futuro y sus problemas a través de la lente de la sociología, la psicología y la economía. Aquí es donde puede encontrarse el comienzo de esa distinción crucial en el género entre “ciencia ficción dura” y “ciencia ficción blanda” que tanta relevancia adquiriría en los años sesenta pero que críticos y comentaristas ya utilizaron en los cincuenta.

Quizá el mejor ejemplo de esta nueva ciencia ficción americana sea la novela “Mercaderes del Espacio”, que escribieron conjuntamente Frederik Pohl y Cyril
M.Kornbluth y que fue serializada a mediados de 1952 en la revista “Galaxy Science Fiction” (con el título “Gravy Planet”) antes de ser recopilada como volumen independiente un año después. Fue aquel un gran año para esa cabecera. Tras haber publicado “Amo de Títeres” o “El Hombre Demolido”, la revista dirigida por Horace L.Gold regaló a sus lectores “Bóvedas de Acero” o “Anillo Alrededor del Sol”. Su ciencia ficción satírica y centrada en aspectos sociales había ya empezado a eclipsar el tipo de historias racionalistas y construidas alrededor de la ciencia y la ingeniería que caracterizaban a su directa competidora, “Astounding Science Fiction”. “Mercaderes del Espacio” puede que sea el mejor ejemplo del tipo de ciencia ficción que defendía “Galaxy”.

Aunque el periodo más conocido y exitoso de la carrera profesional de Pohl fue probablemente el de finales de los setenta, cuando ganó los Premios Nebula y Hugo por novelas como “Pórtico” u “Homo Plus”, lo cierto es que su obra anterior era ya muy extensa, si bien bastante de ella eran colaboraciones con otros autores, entre ellos Cyril M.Kornbluth. Ambos habían sido aficionados a la ciencia ficción desde niños y en su juventud militaron en las filas del grupo neoyorquino de los
Futurianos, época en la que Pohl, además, había tenido una breve relación con la Liga de Jóvenes Comunistas (durante toda su carrera mantuvo sus inclinaciones izquierdistas). La carrera de Kornbluth fue, por desgracia, breve: murió en 1958 a los treinta y cuatro años de edad, dejando tras de sí bastante obra corta y diez novelas, la mayoría de ellas colaboraciones con otros escritores.

Pohl y Kornbluth coescribieron bajo seudónimos varios cuentos desde finales de los años
treinta hasta principios de los cuarenta, antes de ser llamados a filas. Pohl, además, editó simultáneamente dos revistas de corta vida: “Astonishing Stories” y “Super Science Stories”. Tras servir en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, cada uno desarrolló su vida profesional en el ámbito de empresas relacionadas con los medios de comunicación: Kornbluth como recopilador de noticias en una emisora de radio de Chicago, y Pohl como editor y redactor de una agencia publicitaria en Madison Avenue, Nueva York (aunque no tardó mucho en reconvertirse en agente literario de muchos escritores de CF, entre ellos Isaac Asimov). Las ocupaciones de ambos, por tanto, les brindaron una posición privilegiada desde la que observar el nuevo énfasis en el consumismo dominante de la economía americana tras la guerra. Y esas observaciones, modeladas en forma de sátira y articuladas en forma de diversos cuentos y novelas, hallaron su máximo exponente en “Mercaderes del Espacio”.

El futuro que nos presenta la novela está dominado por enormes corporaciones multinacionales, las más poderosas e influyentes de las cuales son las relacionadas con la publicidad y la comunicación de masas. En este sentido, como en muchos otros, el libro es hijo
de su tiempo, ya que muchas novelas y películas de la época se hicieron eco de la creciente importancia de la publicidad en la cultura americana contemporánea. Por ejemplo, “Mercaderes de Ilusiones” (1946), dirigida por Frederic Wakeman, ya había criticado las tácticas agresivas y poco éticas del mundo publicitario, mientras que el bestseller “El Hombre del Traje Gris” (1955, llevado al cine un año después), de Sloan Wilson, atacaba el conformismo que amenazaba no sólo la identidad individual sino que prometía cierto nivel de confort para aquellos que se doblegaban a la masa. De hecho, la novela, a pesar de ciertas críticas a la cultura corporativa y su énfasis en situar el éxito por encima de todo lo demás, era en el fondo un texto positivo que aseguraba a los americanos que podían triunfar y, al mismo tiempo, seguir siendo ellos mismos. “Mercaderes del Espacio” se muestra menos seguro del valor redentor del capitalismo.

En la novela, la vida cotidiana está dirigida por el consumo y éste lo orquestan las agencias
publicitarias, enfrascadas en largas y violentas rivalidades mientras llevan a cabo su “sagrada” misión de fomentar el consumo hasta niveles suicidas. Los gobiernos son irrelevantes ante su poder (el desautorizado presidente de los Estados Unidos comparte taxi con el protagonista hacia el final del relato), la religión no es sino otro producto a vender y el arte no relacionado con la publicidad ha desaparecido. De hecho, el capitalismo ya se ha extendido por todo el globo, dejando el camino abierto a la siguiente etapa: la expansión a otros mundos.

El narrador y protagonista es Mitch Courtenay, un ejecutivo que trabaja para el gigantesco conglomerado publicitario Fowler Schocken y que recibe una promoción en su carrera profesional al ser nombrado responsable del próximo proyecto de la compañía: colonizar Venus, un planeta del que ha obtenido derechos exclusivos gracias a sobornos y manipulaciones políticas. El trabajo de Courtenay no sólo es supervisar el desarrollo de tecnologías que permitan llevar a cabo dicha colonización, sino lanzar una campaña de publicidad con la que convencer a potenciales colonos, algo nada fácil dado que se trata de un planeta que, durante mucho tiempo antes de que la terraformación dé resultado, será letal para los humanos. Es un trabajo difícil que, sin embargo, tiene una recompensa a la altura, porque una vez colonizado Venus, Fowler Shocken se asegurará el control de todo un nuevo mercado de ámbito planetario, incluidas sus ventas y compras de materias primas y productos elaborados a la Tierra.

Ese encargo debería ser el sueño de todo ejecutivo de publicidad, la cuenta definitiva. Tal y
como Courtenay reconoce: “¡El valor potencial del negocio equivalía al de todo el dinero circulante! ¡Todo un planeta, y del tamaño de la Tierra, tan rico en teoría como la Tierra, y cada micrón, cada miligramo, totalmente nuestro!”. Ahora bien, por si el trabajo no fuera ya complicado de por sí, el protagonista debe hacer frente a los problemas de su vida personal, ya que su “esposa temporal”, la doctora Kathy Nevin, quiere romper su preacuerdo matrimonial; y su rival en la empresa, Matt Runstead, parece estar saboteando todos sus esfuerzos. Además de todo esto, Fowler Schocken, está inmerso en una fuerte rivalidad con sus enemigos corporativos, Taunton Associates, y en este futuro esas hostilidades tienden a ser muy sangrientas. Se nos cuenta, por ejemplo, que la dirección de empresas enteras es a veces liquidada en este tipo de guerras y que las escaleras de la Oficina Central de Correos de Londres todavía está teñida de la sangre de una batalla librada por conseguir un contrato de reparto entre United Parcel y American Express.

En el curso de su misión, el propio Courtenay queda atrapado por esta guerra cuando viaja hasta la Antártida para acusar a Runstead de traición a la empresa. En un paraje solitario es dejado inconsciente por un atacante misterioso y despierta en un transporte que lo está llevando como trabajador semiesclavo a una gran plantación proteínica en Costa Rica. Allí, el antaño acaudalado y poderoso Courtenay cae hasta lo más hondo de la escala social, experimentando de primera mano cómo viven los “consumidores” (que es como la élite llama despectivamente a la clase trabajadora). Los obreros de la plantación acaban convertidos en adictos por la propia empresa que, además, se asegura de generarles tantas deudas con ella que nunca podrán liberarse de su contrato.

Mientras se encuentra allí, Courtenay entra en contacto con los Conservacionistas o Consistas. Se trata de una sociedad secreta de ámbito global que trata de impedir –a veces mediante actos terroristas- el deterioro medioambiental del planeta por parte del capitalismo industrial. Aunque el tema ecologista es secundario en la novela respecto a la sátira de la codicia e imperialismo capitalistas, es también importante e indicador de hasta qué punto la ciencia
ficción fue pionera en asumir su ideario (cuyo inicio muchos sitúan en el libro de ensayo científico “Silent Spring” (1962), de la bióloga Rachel Carson). El caso es que Courtenay, transformado en propagandista, presta a los consistas su talento como publicista con la esperanza de que le ayuden a volver a Nueva York y recuperar así su antigua vida. Reorganiza su campaña subversiva y modifica la terrible prosa de sus panfletos, ganándose el aprecio de sus nuevos jefes de la resistencia.

Efectivamente, acaba regresando a Nueva York donde (ATENCIÓN: SPOILER) una trama cada vez más rocambolesca e inverosímil narrada al estilo de la ficción detectivesca, revela que tanto la doctora Nevin como Runstead eran en realidad agentes consistas. Courtenay también descubre que le habían llevado a Costa Rica tanto para abrirle los ojos a la realidad de la clase trabajadora en el Tercer Mundo como para protegerle de los asesinos de Taunton Associates, ya que éstos esperan arrebatarle a Fowler Shocken el contrato de Venus por cualquier medio, incluido el asesinato de sus directivos. Irónicamente, Courtenay obtiene el control de su empresa justo cuando ya ha dejado de creer en el sistema. Cuando se descubre públicamente que está utilizando los inmensos recursos de la compañía para sabotear ese mismo sistema, se une a un grupo de consistas que se dirigen a Venus, como si de unos nuevos Puritanos se trataran, dejando atrás una Tierra irrecuperable (FIN SPOILER).

Como ya dije, “Mercaderes del Espacio” es, en muchos sentidos y tanto para bien como para mal, una obra de su tiempo; y no sólo porque determinados detalles científicos (como el insuficiente conocimiento de las condiciones planetarias de Venus) o tecnológicos hayan quedado desfasados. La sencilla trama inicial acaba complicándose de una forma absurda que debe mucho al espíritu pulp. El papel de las mujeres en la obra es ambivalente: por un lado, tenemos a la amante y “casi esposa” de Courtenay, Kathy Nevin, una cirujana de espíritu independiente y con las ideas muy claras; pero la balanza queda compensada por Hester, la tópica secretaria enamorada en secreto de su estúpido jefe. Por otra parte, seguro de que en los años cincuenta la idea de un contrato matrimonial de periodo limitado que pudiera no renovarse y que la mujer tuviera plena libertad para elegir resultó novedoso y atrevido.

Sus personajes son muy básicos y sirven más como peones de la trama que como auténticos y bien perfilados actores de la misma. La única excepción podría ser el protagonista puesto que al ser también el narrador en primera persona, nos revela mucho de sí mismo, sus opiniones sobre lo que le rodea y sus sentimientos. Que Courtenay comience su personal viaje hacia la iluminación siendo un auténtico idiota, le da un bienvenido cariz de verosimilitud. Ama de verdad su profesión y cree en el sistema para el que trabaja: las sagradas ventas (“Nos sentíamos capaces de hacer
cualquier cosa en honor del dios de las Ventas”) y la lealtad sin fisuras a la empresa. No le resulta fácil cambiar su visión de las cosas y su fe en la publicidad no flaquea ni siquiera cuando se ve reducido al estatus de “consumidor” en la plantación de Costa Rica, donde todavía desprecia a los consistas como “fanáticos estériles” que rechazan el capitalismo en lugar de “haber ocupado su puesto en el mundo, comprando y usando, dando trabajo y beneficios a sus hermanos de todo el mundo, acrecentando constantemente sus deseos y necesidades, trabajo y los beneficios en el círculo del consumo, y criando niños que serían a su vez consumidores”. Al final del libro, en cambio, ya ha llegado a la conclusión de que “el interés de los productores no es el interés del consumidor. Casi todo el mundo es desgraciado. Los trabajadores no encuentran automáticamente el empleo para el que son más aptos. Los hombres de empresa no respetan las leyes del juego”.

Pero lo realmente original de la novela y lo que sorprendió a los lectores de la época no fue ni su trama ni sus personajes sino su aproximación al género, haciendo de la sociología y la economía su idea central en lugar de la tecnología o la ciencia. Hay cohetes en “Mercaderes del Espacio”, sí, pero en realidad de lo que trata es de los ambiciosos ejecutivos que tiran de los hilos en sus despachos. Las peripecias del argumento no son más que el marco del que colgar la sátira político-económica que constituye su auténtico interés, una sátira que examina tanto el clima político de los Estados Unidos de comienzos de los cincuenta como la dirección general que el capitalismo de consumo estaba tomando.

En un discurso pronunciado en el Congreso de la nación por Courtenay justo antes de que se revele su nueva filiación, construye una obra maestra de fiel americanismo diseñado para ocultar el plan consista: “Y les vendí a los legisladores lo que ellos querían. Les hablé brevemente de la iniciativa americana y de la patria. Les ofrecí un mundo abierto al saqueo, y luego la posibilidad de robarnos todo el universo. Sólo era necesario que los esforzados pioneros de Fowler abrieran el camino. Les ofrecí una brillante imagen de una fila de planetas explotados por sus únicos propietarios: los hombres de negocios norteamericanos que habían creado la grandeza de la civilización. Les gustó muchísimo. El aplauso fue ensordecedor.” Courtenay, como buen publicista que es, les ha ofrecido a los congresistas (que ya no representan a los votantes sino a corporaciones específicas), lo que quieren oír: un paraíso capitalista en el que todo el espacio ha sido rehecho a imagen y semejanza de América.



(Finaliza en la siguiente entrada)

2 comentarios:

  1. muy interesante la entrada, para mi lo mejor de la cf es cuando hay un mix de varias disciplinas como sociologia antropologia historia psicologia y no solamente ciencias duras. de pohl solo lei jem que primero no me gusto por poco verosimil pero si sabes leer entre lineas es interesante como describe los estereotipos de los paises y la guerra fria futura que describe. lo de los animales fantasticos es un poco pesado pero se aguanta. es muy bueno como describis aspectos interesantes la vida y el pensamiento de los autores, que no esta en wikipedia u otros lugares. saludos saludos.

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  2. Pues, desde luego, te recomiendo calurosamente las otras dos grandes obras de Pohl -al menos a mi juicio-: Homo Plus y Pórtico, ambas comentadas en este blog. Las dos mezclan el sentido de lo maravilloso relacionado con la exploración espacial (Homo Plus) o el encuentro con lo alienígena (Pórtico), pero con un fuerte componente psicológico. Un saludo

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