El californiano Greg Bear fue uno de los grandes nombres de la CF de los 70, 80 y 90, un autor que hasta su muerte en 2022 se sintió igualmente cómodo mezclando en las mismas obras CF dura con elementos cuasi fantásticos o géneros a priori dispares como firmando novelas adscritas a universos ya bien asentados (Star Trek, Star Wars, Halo, Fundación). Escribió más de cincuenta libros, ganó premios prestigiosos como el Nébula o el Hugo, fue uno de los fundadores de la San Diego Comic-Con y sirvió como presidente de la Science Fiction and Fantasy Writers Association.
Bear era un autor del que siempre se podían esperar trabajos sólidos con un claro peso científico. El mismo año que apareció “Música en la Sangre”, con el que ganó los Premios Hugo y Nébula y de la que se dijo fue una novela visionaria, se publicó también “Eón”, en la que siguió explorando tanto sus obsesiones apocalípticas (en esta ocasión no vía nanotecnología inteligente sino con el mucho más real armamento nuclear) como la esperanza de una diáspora humana por el espacio –ambos conceptos se fusionarían otra vez un par de años más tarde en “La Fragua de Dios”-.
En diciembre de 2000, un asteroide con forma de patata y unas dimensiones de 300 X 100 km, entra en una órbita excéntrica pero cercana a la Tierra. Los científicos calculan sin dificultad que se trata de un objeto hueco y los Estados Unidos son los primeros en llevar hasta allí un equipo y reclamarlo para sí. Los exploradores encuentran una serie de enormes cámaras artificiales conectadas por unas compuertas igualmente colosales. Cada una de ellas contiene un hábitat diferente: en varias hay ciudades abandonadas, otra es enteramente un ecosistema natural; otra está íntegramente ocupada por una compleja maquinaria…
Cinco años después, la Piedra –como la llaman los norteamericanos- ya cuenta en su interior con un amplio contingente multinacional integrado por científicos y personal auxiliar, pero son los Estados Unidos los que controlan el lugar con sus propias fuerzas militares. Y, en concreto, ponen un especial cuidado en restringir el acceso a las bibliotecas de las ciudades desiertas, donde han hallado una información que puede alterar gravemente el curso de la Historia.
Y es que lo que todavía muy pocos saben es que la Piedra proviene de un futuro -aunque no se sabe si es necesariamente el nuestro- y fue –o será- construido por los descendientes de quienes lograron sobrevivir a la Muerte, una guerra nuclear global que podría estar a la vuelta de la esquina en el futuro inmediato. La Tierra ya padeció un conflicto nuclear limitado a comienzos de los 90, al que bautizaron posteriormente como Pequeña Muerte, y aunque nadie quiere que se repita, el clima político está deteriorándose seriamente a raíz de la aparición de la Piedra. Para no sembrar la alarma ni empujar a los soviéticos a dar el primer golpe, las autoridades estadounidenses han restringido, como decía, el acceso a esa información, lo que ha elevado considerablemente los niveles de paranoia de otras naciones, especialmente los rusos.
En este contexto, la joven matemática Patricia Vasquez es reclutada para una misión en la Piedra en base a un trabajo académico que escribió y cuyo tema parece tener conexión con algo que se ha encontrado allí: tras la última de las Cámaras, se abre un Pasillo, un tubo aparentemente infinito que, evidentemente y puesto que no tiene prolongación física en el exterior de la Piedra, es una especie de portal dimensional. La hipótesis que se maneja es que los antiguos habitantes de las ciudades de La Piedra se marcharon por este Pasillo hacia un destino desconocido. Garry Lanier, el administrador del lugar, le da pleno acceso a todos los rincones y recursos del asteroide, en especial a las bibliotecas, donde Patricia averigua que quienes ahora allí se encuentran podrían, tras el holocausto nuclear que se está gestando en la Tierra, ser los fundadores de una nueva civilización en el interior de la propia Piedra.
Finalmente, las peores previsiones se confirman: la guerra nuclear arrasa la Tierra y mata a miles de millones de personas. Como parte de la estrategia soviética, un contingente armado asalta la Piedra para hacerse con el control, pero fracasan. En ese último reducto de la Humanidad, ya no tienen sentido los bandos –pese a que algunos fanáticos del régimen soviético se empeñen en no asumirlo- y, habiendo suficiente espacio allí y siendo por el momento el único lugar habitable para el hombre, los supervivientes se esfuerzan por organizarse y convivir.
Pero durante el combate, Patricia es secuestrada por Olmy, un humanoide enviado por los constructores originales de la Piedra, que han detectado que su antiguo hogar ha sido invadido por sus propios antepasados. Hace mucho tiempo, los habitantes primigenios de la Piedra construyeron una gran ciudad que lleva cinco siglos desplazándose a lo largo del Pasillo y que ya se encuentra a un millón de kilómetros del asteroide. Por el camino, han ido abriendo portales a otros universos alternativos y creando un imperio comercial con otras culturas tanto humanas como alienígenas.
Patricia y sus captores son perseguidos por un grupo de cuatro compañeros de la Piedra liderados por Lanier. Los cinco llegan a Ciudad Axis, donde son capturados y utilizados como peones de los retorcidos juegos políticos que libran sus diversas facciones: hay tradicionalistas como Olmy, que asumen su herencia biológica y conservan sus cuerpos humanos; otros, los Neomorfos, cambian sus cuerpos por otros completamente diferentes; y también hay seres virtuales que habitan los bancos de memoria de la ciudad.
Y todos ellos, a su vez, se hallan inmersos desde hace siglos en un conflicto ideológico entre dos facciones: los Naderitas, que desean limitar todo lo posible el uso de la tecnología; y los Geshels, favorables a lo contrario. No se trata de una mera discusión académica porque de la postura que se adopte dependerá la estrategia para enfrentarse a la amenaza de los Jarts, unos alienígenas hostiles que han infestado extensas secciones del Pasillo. Éste es en realidad un constructo espacio temporal que permite el acceso a un gran número de realidades alternativas y fue su creación la que “empujó” a la Piedra de vuelta al universo y tiempo en los que comienza la acción del libro.
Lo cierto es que resulta difícil resumir todo lo que ocurre en las más de seiscientas páginas del libro sin entrar en spoilers, así que tampoco voy a ir más allá. Como el breve resumen ha dejado claro, hay muchísimos personajes, viajes, descubrimientos épicos y revelaciones sorprendentes.
“Eón” es como una película de CF épica, con ideas de altos vuelos, conceptos inabarcables y una imaginería fastuosa… pero con poca lógica y muy lastrado en su primera parte por un escenario geopolítico que quedó rápidamente superado por el tiempo. Lo mejor es leerlo lo más rápidamente posible sin pararse a reflexionar demasiado sobre su fundamento científico so pena de que empiecen a aparecer serias grietas en sus ínfulas de CF dura. De hecho, aunque hay mucha tecnocháchara, hay poca ciencia de verdad. No parece que tener a un genio de las matemáticas deambulando con un aparato para comprobar el valor local de “pi” o describir superficialmente ordenadores que se comunican “subliminalmente” con los humanos puntúe como CF dura.
O la propia Piedra: un asteroide de gran tamaño que en su órbita llega a acercarse a tan solo 10.000 km de la Tierra, lo que ejercería una influencia gravitatoria superior a la de la Luna (que es más masiva, pero está mucho más lejos). Por otra parte, gira sobre sí misma lo suficientemente rápido como para generar el 60% de la gravedad terrestre en las zonas designadas como hábitat. Ahora bien, aunque el material rocoso no tiene una resistencia capaz de asumir ese giro. no sólo la Piedra no se deshace poco a poco dejando su sustancia desperdigada por el vacío sino que ha permanecido tan inmutable en el curso de los siglos que los astrónomos del siglo XXI son capaces de identificar cuál es en concreto de entre todos los cuerpos que hoy se encuentran en el cinturón de asteroides -y que en el futuro será elegido por nuestros descendientes como vehículo-habitat-.
También es difícil de creer que una civilización capaz de enviar una nave generacional tan enorme a otros sistemas estelares, de construir un sistema de propulsión que no pueden comprender los mejores ingenieros del siglo XXI y que cuenta con unos cuasi mágicos sistemas de regulación inercial, elegirían la Piedra como solución óptima a la hora de abordar un viaje espacial de siglos de duración: para cuando llegara a su destino, lo más seguro es que éste bullera de naves aún más avanzadas diseñadas en los siglos transcurridos desde que el asteroide iniciara su periplo.
Por otra parte y como decía antes, el libro es muy hijo de su tiempo, una época en la que la política exterior del presidente Ronald Reagan había conducido a un segundo florecer de la Guerra Fría y al renacimiento del miedo al conflicto nuclear global. Así, Bear no solo no pudo concebir un futuro, a la vuelta de quince años, en el que la Unión Soviética no hubiera desaparecido (algo que sí sucedió apenas cuatro años después) sino que el escenario apocalíptico que imagina bien lo podría haber suscrito un autor que escribiera veinte años antes.
Podríamos argumentar que cualquier ficción especulativa asume el riesgo de, en algún momento del futuro, quedar sobrepasada por los acontecimientos históricos. Bear vivía inmerso en un mundo en el que la amenaza nuclear parecía algo perfectamente factible. Basta recordar que sólo un año antes de que escribiera el libro, en 1983, el estreno en televisión de “El Día Después” causó un enorme impacto social. La pervivencia de la Unión Soviética no estaba en cuestión. De hecho, cuatro años después de aparecer la novela, el mundo asistió atónito a la caída del Muro de Berlín y la rápida descomposición de ese país. Así que cuando apareció “Eón”, el futuro que planteaba no parecía algo tan imposible.
Más problemático es que los personajes que presenta Bear no hayan evolucionado más allá de los arquetipos primarios de la Guerra Fría. Los americanos son unos paranoides dispuestos a reservarse todo el conocimiento: “Las bibliotecas eran una reserva exclusivamente americana, por orden directa (…) del Presidente”, como si éste ostentara el poder de imponer semejante edicto amenazando con destruir esos lugares si un pie impuro y no americano osara hollar su suelo.
La idea de que la evidente y creciente brecha tecnológica entre Estados Unidos y la Unión Soviética pudiera impulsar a los rusos a cometer alguna estupidez, es verosímil, pero casi todo lo demás que tiene que ver con éstos parece sacado de una parodia del primer James Bond. En los años 80, los oficiales políticos encargados de mantener la moral de las tropas y asegurarse de que no se desviaran de la doctrina comunista ya no eran más que unos matones cínicos sin convicciones ideológicas. Que una sola unidad de élite integrara tres de esos custodios de la fe soviética y, además, profundamente fanatizados, era tan irreal como risible. Por su parte, los chinos de ese futuro se limitan y conforman con tantear tímidamente la situación tratando de averiguar cuál es el papel que los demás les van a dejar jugar; y el resto de las nacionalidades parecen haber sido incluidas exclusivamente como aderezo exótico del choque de superpotencias principales. En este sentido, “Eon” es un libro al que el tiempo no ha tratado bien por la sencilla razón de que Bear no fue capaz de prever una evolución geopolítica además de tecnológica.
En otro orden de cosas, el argumento es tan retorcido y complejo, tan prolijo en tecnocháchara, que, aunque supone un desafío mental para las mentes más inquietas, también tiene el efecto de narcotizarlas. La trama queda interrumpida por demasiadas y demasiado largas discusiones sobre túneles, maquinarias, entornos e intrigas políticas y brechas sociológicas tanto en La Piedra como entre los habitantes de Ciudad Axis. En especial, la bizantina dinámica política de este último lugar es en exceso complicada y no está adecuadamente explicada. La historia de las diversas facciones en juego es interesante pero sus motivaciones no quedan bien aclaradas, por no hablar de que Bear introduce demasiados nombres como para seguirles la pista a todos. Para empeorar aún más las cosas, algunos de esos personajes cambian de bando o desvelan sus auténticas motivaciones y alianzas antes incluso de que el lector haya comprendido cuáles eran las originales y, por tanto, apreciado el dramatismo e implicaciones del movimiento.
Tampoco el trabajo de caracterización es precisamente memorable, ni siquiera al nivel de los protagonistas, con los que no es fácil establecer lazos de empatía. A nivel general, los personajes se comportan de una forma ilógica. La veintena de personas que saben de la inminencia de una catástrofe nuclear, deciden no compartir esa información con nadie, ni siquiera con sus seres queridos, sin que ello parezca causarles demasiado tormento. Además, enfrentados a un problema de dimensiones jamás vistas, deciden poner todos los huevos en la misma cesta, a saber, un genio de las matemáticas de 24 años y, como parece que el tiempo no es un factor relevante, no se molestan en informarle rápidamente de lo que está en juego sino que la dejan que vaya experimentando a su marcha las maravillas del asteroide y revise sin orientación previa el material de las bibliotecas.
Pero es que tampoco hay indicios de que Patricia Vasquez sea el prodigio científico que todos dicen que es. Desde el momento de su presentación, se insiste múltiples veces en la brillantez de su cerebro, pero no solamente han de pasar muchas páginas hasta que demuestra algo de esa genialidad sino que continuamente duda de sí misma y es la única que no sigue ningún tipo de procedimiento no ya científico sino simplemente lógico, para llegar a sus conclusiones. Por ejemplo, hacia el final del libro, está decidida a viajar a un universo alternativo en el que sus padres aún sigan vivos, pero, obviando cualquier pretensión de método científico, dice estar absolutamente convencida de adivinar cuál de las realidades escoger para conseguirlo. Se comporta como una niña mimada que de vez en cuando se sume en una especie de trance del que emerge con una solución matemática revolucionaria. En un momento determinado, llega incluso a convencer a otro personaje para tener sexo con ella y así relajar y purificar su propia mente a fin de volver a centrarse en su investigación. El único personaje que parece tener algún tipo de desarrollo es Lanier, que en un instante de debilidad y ya mediada la novela, comienza una relación con otra de las científicas. Es una lástima que se le utilice básicamente como observador pasivo y sin un papel auténticamente relevante en el curso de los acontecimientos.
Como he dicho al principio, Bear escribiría sólo dos años después “La Fragua de Dios” (1987), una novela que también mezcla subgéneros, que volvía a presentar un escenario de la Guerra Fría y en la que tenía lugar un evento apocalíptico. Pero allí los personajes, aunque tampoco estaban muy trabajados, al menos sí ejemplificaban bien determinadas actitudes o ideologías frente a los eventos que se narraban. En “Eón”, Bear decidió –quizá deliberadamente- centrarse en la pura escala, algo que conviene tener en cuenta a la hora de abordar el libro y reducir las probabilidades de sentirse decepcionado. Simplificando burdamente, podría decirse que “Eón” bebe conceptualmente de obras anteriores muy influyentes como “Cita con Rama” de Clarke, “MundoAnillo” de Niven o “Titán” de John Varley, pero no está a la misma altura de ninguna de ellas.
Y sí, en “Eón” hay grandes escenas y conceptos de un alcance que desafía la imaginación: enormes ciudades construidas en un asteroide vaciado, un túnel tan ancho y largo que una ciudad con decenas de millones de habitantes puede desplazarse por él durante siglos, un número infinito de universos paralelos, alienígenas y tecnologías que sin duda parecieron muy originales cuarenta años atrás. El problema es que todo ello queda separado por muchas páginas de interés menor pobladas por personajes que no interesan demasiado. Un editor juicioso probablemente habría reducido la extensión de este volumen en al menos un tercio sin por ello perder esencia en el proceso.
De hecho, se diría que la idea original de Bear había sido la de publicar “Eón” en dos volúmenes, ya que el libro puede dividirse fácilmente en dos historias de casi la misma extensión pero con tonos y temas bastante diferentes. En la primera mitad tenemos una aventura espacial de CF dura –lo de “dura”, ya lo he dicho, más superficial que real- a gran escala, con tintes apocalípticos y en general bastante lenta debido a las abundantes descripciones del asteroide, aunque hacia el final se acelera la acción con la intrusión de los soldados soviéticos. La segunda parte se interna en el terreno de los universos paralelos y la space opera, centrándose en la construcción de mundos y la descripción de las dinámicas políticas de una sociedad del futuro muy transformada por los acontecimientos y avances tecnológicos.
No faltan los aficionados entusiastas de “Eón” (de hecho, derivó en una trilogía, compuesta también por “Eternidad”, 1988; y “Legado”, 1995), al que consideran uno de los mejores libros de CF de los 80 gracias a su extraña mezcla de ideas y subgéneros (megaestructuras, apocalipsis nuclear, viajes en el tiempo y paradojas temporales, space opera, historia alternativa, primer contacto). Es cierto que ofrece suspense y acción, ideas y conceptos originales y fascinantes y un sentido de la escala sobrecogedor. En este sentido, satisface esa exigencia de la buena CF de inspirar el sentido de lo maravilloso.
Ahora bien y desde un punto de vista estrictamente personal, esas virtudes no compensan lo que yo identifico como obstáculos: una extensión innecesaria, prolijidad en detalles y explicaciones técnicas que aportan poco y abultan mucho, personajes no lo suficientemente carismáticos o una prosa elegante (de hecho, ésta es eficaz pero plana, excesiva en cantidad y poco evocadora en calidad). Puede que “Eón” sea considerado por muchos un clásico, pero esa categoría no le garantiza sobrevivir con gallardía el paso del tiempo. Es posible que pueda sorprender a un lector joven que esté dando sus primeros pasos en el género, pero es igualmente fácil que uno más bregado lo vea como una mezcla desordenada de tropos de la CF ya muy utilizados.
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