domingo, 28 de mayo de 2023

1981- NEXUS – Mike Baron y Steve Rude (3)


(Viene de la entrada anterior)

 

Tras presentar en los primeros doce números al personaje, el reparto principal y el entorno en el que todos ellos iban a desenvolverse, Mike Baron continuó engarzando una trama tras otra, todas ellas originales e impredecibles.

 

El tormento psicológico que sufre Horatio por la tarea de verdugo galáctico que se ve obligado a desempeñar le lleva a someterse a una operación quirúrgica que elimina las pesadillas y el dolor, pero también atenúa sus emociones. Ello le lleva a rodearse de malas compañías y aislarse de quienes habían sido sus más fieles amigos. Engorda, se hace adicto a las drogas, se torna irritable… y, sobre todo, deja de ser el ejecutor implacable temido por todos los tiranos. Los soviéticos deciden aprovechar su lamentable estado para deshacerse de él y envían a uno de sus asesinos para infiltrarse en la comunidad de Ylum y matarlo. Mientras tanto, la Red está experimentando con nuevas fuentes de energía para alimentar los planetas de su sistema, pero no están ni mucho menos seguros de que el procedimiento no acabe provocando una destrucción a escala inimaginable.

 

Tras una etapa errática, Horatio se recupera cuando, arriesgando su propia vida, Sundra descubre la fuente de los poderes de Nexus: el Merk, una criatura alienígena que se esconde en el corazón de Ylum. Horatio accede a continuar con su papel de justiciero siempre y cuando el Merk deje de atormentarle con pesadillas y coaccionarle para actuar. A partir de ese momento, es libre de proceder según su propio criterio. El respiro durará poco cuando Ursula reaparece y le revela a Horatio que es el padre de sus dos precoces hijas; luego, Steve Leberq, un pirata aliado con los soviéticos, lo desafía; y finalmente, la ejecución del General Loomis deja a tres huérfanas decididas a vengarse del verdugo de Ylum...

 

Hacer un análisis completo de la multitud de tramas y personajes que pueblan los números 12 a 25 de la colección no es tan fácil como acometer su lectura. Son aventuras accesibles (aunque conviene conocer previamente la primera andadura del héroe), entretenidas e ingeniosas, abundantes en acción, con situaciones que van de lo trágico a lo cómico y un reparto estrambótico. Baron no se contenta con ofrecer una sencilla ópera espacial con sus predecibles batallas espectaculares, adversarios pintorescos y escenarios exóticos sino que invita al lector a reflexionar sobre la atípica condición de su héroe en un momento en el que se encuentra atravesando una crisis existencial. Es una etapa con carga dramática, sí, pero también se atreve Baron a darle un giro satírico retratando a un Horatio que remite directamente al Elvis Presley crepuscular: desganado, inactivo, obeso y drogadicto.

 

Cuando toca fondo, es llamado al orden por Alfa y Beta, sus dos amigos imaginarios de la infancia que en realidad son los mensajeros del Merk, se recupera y recompone, de nuevo listo para luchar. Durante toda esta etapa, además, Baron juega con el suspense: el lector sabe que el asesino enviado por los Sovs está muy cerca del héroe y, aunque cabe adivinar que no tendrá éxito en su misión (puesto que de otro modo se acabaría la colección), mantiene la incognita de cuán grave será el daño que infligirá y si Nexus es consciente del peligro que corre (algo que se sugiere en varias escenas).

 

Baron tampoco descuida a los personajes secundarios a los que les brinda tiempo y espacio, como Sundra Peale, sobre cuyo pasado aprendemos más, y que juega un papel crucial informando a Nexus del auténtico origen de su poder; o Judas Macabeo, que protagoniza un episodio completo, el nº 17, en el que se saca jugo su potencial cómico y filosofía vital. Es un acierto que estos personajes, a diferencia de lo que sucede en muchas otras series, no dependan del héroe; lo complementan, le ayudan, pero también tienen su propia vida, sus propios problemas que resolver, lo que justifica perfectamente que desaparezcan durante varios episodios seguidos.

 

Baron también se sirve de esos personajes para enfatizar que el entorno de Horatio es esencial para su desarrollo como personaje, como cuando debe hacer frente a las consecuencias de que Tyrone, el presidente de Ylum, se esfuerce por levantar una auténtica democracia, haya de lidiar con el problema de los refugiados o liderar la defensa de la luna cuando es atacada por los Sovs y, privado temporalmente de sus poderes, forzado a huir para cumplir con las exigencias del Merk.

 

Gráficamente, “Nexus” continúa beneficiándose del magnífico trabajo de Steve Rude, muy influenciado por el clasicismo de Andrew Loomis (cuyo apellido inspiró el del general y sus hijas que aparecen en el nº 25) y Russ Manning. Sus personajes irradian una belleza atemporal que esquiva los estereotipos del comic-book norteamericano: los hombres son atléticos sin ser esculturales, las mujeres son elegantes y sensuales sin rozar la burda provocación y los alienígenas ofrecen todo tipo de morfologías. Como en los números precedentes, Rude pone un cuidado obsesivo en el diseño y dibujo de los fondos tanto interiores como exteriores, el vestuario, los vehículos… Las páginas están montadas con inventiva, fluidez y uso de atrevidos planos y juegos de sombras, pero siempre al servicio de la legibilidad y con el ánimo de sorprender continuamente al lector y enriquecer la historia. Y más difícil todavía, es capaz de demostrar su talento sin eclipsar nunca el guión.

 

La única pega que podría ponérsele a este segundo bloque de episodios es que el efecto sorpresa ha desaparecido y que su desarrollo es algo más irregular, como esas apariciones del cómico –con bastante poca gracia, a mi entender- Clonezone; o ese paso en falso que es el episodio dibujado por Keith Giffen, colocado en medio de un arco argumental y que ni es interesante ni está bien resuelto gráficamente. Pero, en general, estas no son más que pequeñas reservas que no disminuyen sustancialmente la calidad de este segmento.

 

La serie empieza perder algo de fuelle en los siguientes capítulos, más o menos del 26 al 39. Después de haber establecido en los primeros 25 un considerable número de temas que, encadenados y superpuestos, conformaban un serial de aventuras y psicodrama tan trepidante que no importaba demasiado ni su coherencia ni su desenlace, Baron parece aquí tan interesado en continuar con las peripecias espaciales con giros inesperados como de recapitular lo sucedido hasta ese momento y asegurarse de que el lector no lo olvide.

 

Horatio Hellpop continúa inspeccionando los restos arqueológicos de Ylum sin que el Merk, la criatura que le otorga sus poderes, le ayude a comprender su significado, pero debe abandonar rápidamente su investigación para retomar su actividad como verdugo galáctico y enfrentarse a Clayborn, quien le hace pasar un mal rato utilizando sus sueños contra él. De regreso a Ylum debe gestionar la llegada de su tío Lathe, un sacerdote fanático de la Orden de Elvon, que se opone al progreso tecnológico y que va a robar armas para destruir la estación del Pozo de Gravedad, el antes mencionado proyecto energético que quedó interrumpido in extremis por Nexus. Para recompensarlo, el Merk le confía a Horatio una preciosa reliquia: un dispositivo que le permite moverse en el tiempo y el espacio y con el que visita la biblioteca de Alejandría.

 

Mientras tanto, Judas Macabeo consigue el trabajo de maestro de las dos hijas de Ursula XX Imada, Sheena y Scarlett, cuyo padre es Nexus y de quien han heredado grandes poderes. Y a nivel galáctico, se agravan las tensiones entre la Tierra, Marte, Procyon e Ylum a cuenta de los recursos energéticos y los medios necesarios para generarlos.

 

Kreed y Sinclair (los dos alienígenas de la secta de asesinos Quatros y guardaespaldas de Horatio) requieren la presencia de Nexus durante la asamblea anual de asesinos en el planeta Acacia. Una vez allí, se encontrarán atrapados en el corazón de una venganza urdida por una víctima de los dos ex asesinos. Después, Nexus debe ejecutar a otro tirano, pero cuando llega al planeta en cuestión, la población oprimida le suplica que lidere su revolución o, al menos, que los reciba como refugiados en Ylum.

 

Horatio decide visitar a sus hijas, aunque Ursula Imada se lo prohíbe. Durante su ausencia, encomienda a Kreed y Sinclair la tarea de encargarse de una lista de criminales de guerra, pero los dos Quatros, poseídos por un ataque de locura, perpetran una terrible masacre en Marte. Nexus acude a poner fin al desastre, pero se niega a entregar a los culpables a las autoridades marcianas y se los lleva de vuelta a Ylum. Más tarde, regresa al Imperio Soviético para visitar varias iglesias con la esperanza de encontrar una conexión con los restos arqueológicos de Ylum, pero su plan se ve frustrado cuando debe rescatar a una sacerdotisa perseguida. No sospecha que las tres hijas del general Loomis, el tirano a quien mató, Michana, Lonnie y Stacy, están trabajando en su venganza, adquiriendo poderes similares a los suyos.

 

La primera consecuencia de la narrativa híbrida que comentaba más arriba es que el papel original de Nexus como verdugo solo se retoma ocasionalmente. Es cierto que aún lleva a cabo algunas misiones de “ajusticiamiento” de tiranos, pero, en el recuento final, estos episodios lo muestran más tiempo reaccionando a situaciones generadas por elementos ajenos a él que desempeñando su rol de Nexus. Horatio ya no siente la presión de las pesadillas que le impelían a actuar y sus obligaciones como Nexus pesan menos que su sentimiento paternal, sus investigaciones arqueológicas o su deseo de reconectar sentimentalmente con Sundra Peale. Es como si se hubiera convertido en un héroe a tiempo parcial, interviniendo en intrigas en las que lo que está en juego tiene poco que ver con él.  

 

Este nuevo enfoque deja una sensación extraña, incluso frustrante. Es como si Mike Baron se hubiera quedado atrapado en su propio cesto de miel: su fértil imaginación le había permitido en este punto crear una enorme cantidad de situaciones, personajes, lugares… y ahora se ve obligado a desarrollar todo ese corpus, hacerlo evolucionar y crear interrelaciones. Y eso significa que tiene que invertir más tiempo en ello, restándoselo al protagonista nominal. Por eso, el aficionado que hubiera seguido la serie desde el principio movido por la fascinación que le causaban las insólitas aventuras de ese antihéroe de moral ambigua, ahora puede sentirse decepcionado.

 

No todas las tramas se resuelven y cuando lo hacen, a veces, es de forma brusca e inverosímil (¿cómo explicar que Nexus no castigue a Kreed y Sinclair, responsables de una auténtica carnicería en Marte, como sí hace con todos los asesinos en masa que suele ejecutar?). Otras subtramas derivan sin rumbo fijo, como es el caso del de las hijas de Horatio y Úrsula (la idea era interesante pero el guionista parece avergonzarse ahora de la ocurrencia y no parece saber qué hacer con ella). Hacia el final, la reaparición de las chicas Loomis y su plan de venganza revive un poco el interés, pero obviamente Baron no tiene prisa por avanzar demasiado rápido.

 

Sin embargo, sigue habiendo secuencias muy evocadoras, colocadas quizá más al margen de las tramas principales de lo que sería deseable, como la de esa cápsula que permite a Horatio (con Dave o Sundra) viajar en el tiempo y el espacio; o la historia de la sacerdotisa. Ambas reinterpretan a Nexus como explorador o justiciero más que como un atormentado verdugo.

 

Este bloque de episodios también cuenta con una gran cantidad de secundarios interesantes que no solo aportan alegría visual sino que le dan a las historias una interesante ambivalencia. Así, Ylum no es solo un refugio utópico para víctimas de regímenes opresivos sino también un lugar al borde de la superpoblación en el que los matones intentan imponerse por la fuerza y donde las autoridades a menudo se ven abrumadas por los problemas que deben afrontar. Sencillamente, no hay suficiente espacio para todos los que allí quieren ir, ni siquiera para los que ya han llegado, por lo que, en última instancia, la noción de Ylum como refugio es relativa. Implícitamente, Mike Baron sugiere que, aun armado con las mejores intenciones, uno no puede aliviar toda la miseria del mundo; y que el que ayer fue perseguido, puede convertirse en perseguidor si no hay una autoridad que administre el lugar con sabiduría y eficacia. Es una lástima que Baron, limitado por lo ya contado en historias anteriores, las subtramas en curso y el espacio disponible, solo pueda escribir papeles secundarios para personajes que merecen algo más que simple figuración.

 

Nexus ha empezado a ser, como serie, víctima de su riqueza de personajes e historias. Pero eso no significa tampoco, ya lo he dicho, que estemos ante una etapa prescindible. Merece la pena tener algo de paciencia con estos quince episodios de transición algo más dispersos que los anteriores porque el viaje en su conjunto merece la pena. Además, de vez en cuando, en algún capítulo y con una concision magistral, Baron nos recuerda por qué Nexus es tan fascinante, reuniendo varios hilos narrativos en torno a un tema específico y completando un lienzo hasta entonces fragmentado.

 

El número 31 es un buen ejemplo de ello. En él, Horatio mata al dictador de un planeta pero la gente a la que cree haber liberado sabe que eso no es suficiente. El Partido al que pertenecía aquél pondrá a otro en su lugar y la violencia continuará. Es necesario acabar con todo el sistema y quienes lo defienden para asegurarse de que la situación mejorará de forma real y duradera. Por tanto, suplican a Nexus que lidere una revolución. Horatio se ve atrapado por los acontecimientos. Dado que ya no obedece los dictados del Merk sino a su propia conciencia, se encuentra obligado moralmente a involucrarse en una marea que podría causar aún más daño y, por tanto, dejar sin efecto su acción inicial. En lugar de optar por una aproximación más héroica –y tópica-, Baron prefiere subrayar los límites tanto de una revolución popular como del propio héroe.

 

No es la única ocasión en la que se subrayan las limitaciones de Nexus y su necesidad de reflexionar sobre el papel que debe o puede jugar cuando se amplía la escala de los problemas. Otro ejemplo: estando investido de un poder –y, por tanto, influencia- considerable, Nexus se halla involuntariamente en el corazón de los movimientos políticos interplanetarios cuando se trata de negociar la energía que cubra las necesidades de todas las civilizaciones. Ya no se trata sólo de un verdugo que sale de su base ocasionalmente para asesinar a algún tirano sino de una especie de árbitro galáctico, un papel más ambiguo e incómodo para un personaje reacio a moverse en esos niveles. Este tipo de evolución del protagonista es una muestra de la minuciosidad con la que Baron fue construyendo su particular universo. Pocos comics de los 80 ofrecían tal ambición conceptual sin por ello perder capacidad de entretenimiento.

 

La otra razón por la que la valoración de estos episodios es más tibia que los que marcaron el arranque de la serie es que Steve Rude solo dibuja poco más de la mitad de ellos, esto es, ocho de catorce. Desde luego, los que vienen firmados por él mantienen el mismo nivel de excelencia: una línea elegante, clara y clásica, abundancia de detalles que no entorpecen la visibilidad de la acción principal, composiciones ingeniosas, gran diseño de personajes… Ocho episodios son más que suficientes para recomendar la lectura de esta segunda etapa.

 

El peso de Steve Rude en la calidad y éxito de la serie se ponen de manifiesto en el mismo momento que le cede la parte gráfica a otro colega. Aunque éste sea muy válido, el sentimiento es de que se ha perdido algo, que la canción ya no suena tan afinada. Decir que uno de sus sustitutos es Mike Mignola (nº 28) resulta engañoso porque aquí aún lo encontramos como un novato algo torpe al que todavía faltaba bastante recorrido para saltar al estrellato con “Hellboy”. No se puede negar que Rick Veitch (nº 29) es un buen dibujante y que sus composiciones de página son tanto o más atrevidas que las de Rude, pero su estilo carece de la misma elegancia. El dibujo de Gerald Forton (nº 31) ha envejecido tremendamente mal y Jackson "Butch" Guice (nº 32) también estaba muy lejos del nivel por el que hoy le conocemos.

 

De entre los sustitutos de Rude en estos episodios, solo hay dos que destacan. Por una parte, José Luis García López, uno de los puntales gráficos de DC Comics, es tan sobresaliente que casi nos hace olvidar a Rude gracias a su dominio de la figura y expresividad, la vida que desprenden sus personajes y la atención que pone en los detalles (incluso se permitió divertirse “colando” como extras de una viñeta a Batman, Wonder Woman o GrimJack). De hecho, su profesionalidad es tal que nadie diría que ese número no fuera para él sino un trabajo puntual y alimenticio. Por otra está Paul Smith, a quien los seguidores de los X-Men conocían bien gracias a su magnífica etapa en su colección (allá por 1983) y cuyo estilo sencillo pero muy elegante será habitual en “Nexus” a partir de este momento.

 

Si el lector se quedó atrapado por la serie en sus números iniciales de la serie, no debería abandonarla por mucho que los episodios 26 a 39, en su conjunto, no brillen con la misma intensidad. Y ello porque se cuentan cosas importantes de cara al futuro del personaje y porque, a pesar de todo, los capítulos que vienen firmados por Baron con Rude o Smith son soberbios.  

 

(Finaliza en la siguiente entrada)

 


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