“El Juego de Ender” fue, desde el momento en que apareció, un clásico de la literatura de CF, una novela de gran poder de fascinación sobre generaciones de lectores e influencia incluso fuera del ámbito de la CF. Orson Scott Card adoptó un tema frecuente en la ficción bélica, el de la guerra vista a través de los ojos de un niño (tan sólo un año antes, J.G.Ballard publicaría su autobiográfica “El Imperio del Sol”) y lo reformula convirtiendo al infante en la figura central, no sólo de la narrativa, sino del gran conflicto intergaláctico que se describe.
El esquema básico de “El Juego de Ender” es muy similar al que utilizaran antes que él Robert Heinlein en “Tropas del Espacio” (1959) o Joe Haldeman en “La Guerra Interminable” (1974): el adiestramiento de jóvenes reclutas en un entorno bélico en el que la Humanidad se juega su existencia contra unos invasores alienígenas. Como en esas obras, los militares son presentados como una institución todopoderosa y manipuladora que devora los cuerpos y almas de soldados y oficiales. Pero más allá de ese armazón básico, la de Card es una historia que se define por un aguzado sentido tanto de la tragedia y la inevitabilidad como de la ironía. No se trata sólo de presenciar la pérdida de la inocencia, como es el caso de tantos dramas protagonizados por niños, sino de asistir horrorizado a cómo los adultos privan sistemática y deliberadamente de ese candor a los jóvenes que están a su cargo en nombre de un ideal superior que, a la postre, se revela como corrupto.
En el futuro que describe la novela, la Tierra se encuentra desde hace setenta años en un estado de continua alerta y temor ante un posible tercer ataque-invasión de una especie alienígena de mente-colmena a la que se ha bautizado como Insectores y con la que la comunicación ha resultado imposible. En la última de las incursiones, la especie humana se salvó sólo gracias a la intervención de un genio militar, Mazer Rackham, al que se dio por muerto en el curso de la batalla final. Desde entonces, el gobierno militar mundial, conocido como la Hegemonía, ha buscado por todo el mundo niños muy jóvenes y prometedores a los que ha monitorizado durante parte de su infancia mediante implantes cerebrales, escogiendo a los mejores y educándolos en una academia militar para que alcancen su máximo potencial como líderes de la Flota Internacional que deberá hacer frente a una nueva ofensiva insectora.
El protagonista, Ender Wiggin, es el más joven de tres hermanos y, como tal, una excepción en un mundo en el que la superpoblación se limita por el expeditivo método de prohibir a los matrimonios tener más de dos hijos. La razón por la que los padres de Ender recibieron la dispensa para un tercero es porque los dos primeros resultaron extraordinariamente prometedores en la academia, aunque el mayor, Peter, fue finalmente rechazado por su sociopatía e inclinaciones violentas y la segunda, Valentine, por todo lo contrario. Se esperaba que quizá un tercero reuniera las mejores cualidades de ambos y ninguno de sus defectos.
Ender, en su condición de anomalía social, es víctima de acoso escolar, pero él se defiende tan eficaz y expeditivamente que, con tan solo seis años, llama la atención del coronel Graff, quien lo identifica como un táctico brillante y un genial estratega. Ender es separado de su familia para seguir un adiestramiento militar en la Escuela de Batalla, localizada en una estación orbital. Allí añora a su hermana Valentine, con quien compartía un lazo especial, pero se siente aliviado por distanciarse de Peter, un celoso y despiadado psicópata que había incluso amenazado con matarle en varias ocasiones.
Pasa el tiempo y mientras Peter se convierte en una figura influyente de la política terrestre y Valentine modela el pensamiento social con sus escritos (ambos firmados con seudónimos para ocultar su todavía corta edad), sobre Ender recae la carga más pesada de todas: someterse a años de brutal adiestramiento en la Escuela de Batalla en compañía de otros cientos de niños y adolescentes. Privado de auténtico afecto y experiencias ajenas a la vida militar, perfecciona sus habilidades tanto participando en continuos y progresivamente más difíciles juegos de guerra en equipo desarrollados en gravedad cero; como sumergiéndose en entornos de realidad virtual en los que se le plantean desafíos mentales bajo la forma de una aventura fantástica.
Ender es un líder natural y sobresale de inmediato, pero lo que busca el coronel Graff es el comandante definitivo. La Flota Internacional sólo tendrá una oportunidad y, si falla, la Tierra no dispondrá de recursos ni tiempo para reunir otra. Necesitan al mejor estratega y a tal fin somete a Ender a todo tipo de infames zancadillas para que deba esforzarse al límite: ejerce una presión excepcional, hace que el resto de sus compañeros se indispongan con él, le priva de ayuda, protección o apoyo, colocándolo siempre en situaciones de inferioridad…
Pero Ender siempre prevalece y tras años de aislamiento y continuo entrenamiento, es trasladado a la Escuela de Alto Mando, en las cercanías del planeta origen de los Insectores, para terminar su formación bajo la tutela de Mazer Rackham, que resulta estar vivo, el único hombre que había conseguido vencer a los agresores y al que la Flota había tenido desde entonces viajando a velocidades relativistas para que, llegado el momento de la batalla final, pudiera transmitir a su sucesor todos sus conocimientos.
Sólo al final de la historia se descubre que, aunque Ender creía seguir adiestrándose en juegos de guerra, de hecho estaba guiando a la flota espacial en una batalla definitiva contra el mundo-hogar de los Insectores, con el resultado de que esa especie queda completamente exterminada. Ender ha ganado la guerra –que, como también se revela, ya no era tal puesto que los Insectores no tenían intención de volver a atacar, habiendo sido sus dos ofensivas producto de un error- pero a costa de convertirse en un xenocida.
¿Qué es lo que tiene esta novela para haber sido continuamente reeditada desde hace casi cuatro décadas, arrastrar a una legión de apasionados fans e igualmente apasionados detractores, generar un universo de secuelas y una superproducción cinematográfica y saltar incluso a la lista de lecturas obligatorias de muchos institutos norteamericanos? Quizá la única forma que tenga un lector del siglo XXI de obtener algo de perspectiva sobre la obra y el autor sea bucear un poco en sus orígenes.
La primera edición de “La Enciclopedia de Ciencia Ficción”, de 1979 y en la que sólo figuraba acreditado su fundador, Peter Nicholls, no incluía ninguna entrada dedicada a Orson Scott Card. No hay que extrañarse de ello. Éste había publicado su primera historia en “Analog” en 1977, pero la política de la Enciclopedia era la de –sólo con algunas excepciones- seleccionar únicamente a autores en cuya bibliografía figuraran novelas o antologías de relatos. Pero para la segunda edición, en 1993, cuando John Clute había asumido la función de editor, la Enciclopedia ya dedicaba a Card nada menos que dos páginas. En ese hiato de quince años, el escritor se había convertido en uno de las grandes estrellas de la CF mundial.
¿Qué había sucedido? Lo cierto es que las primeras novelas de Card a finales de los 70 y primeros 80 no eran particularmente brillantes, al menos en relación a sus cuentos y, en especial, a aquél primero que publicó, cuyo título fue “El Juego de Ender” y que quedó finalista en los Premios Hugo. Aunque ignorado por aquella edición de la Enciclopedia, ese relato fue la semilla de la novela que supondría su consagración como autor. En 1990, en la introducción a su colección de cuentos “Maps in a Mirror”, Card reconocía que: “La novela “El Juego de Ender” fue la única que surgió de un cuento que no había tenido intención de ampliar. De hecho, nunca esperé volver a hacer nada con Ender Wiggin… Estaba empezando a trabajar con la idea para una novela con el título de “La Voz de los Muertos” (…) y, de repente, se me ocurrió que la Voz debería ser Ender de adulto (…) Todos los problemas se resolverían si retrocedía y reescribía “El Juego de Ender” como una novela, añadiéndole todos los cambios necesarios para ser una preparación para “La Voz de los Muertos”.
El efecto que tuvo la versión novelizada de aquel cuento no lo anticipó nadie, como tampoco las consecuencias que tendría sobre la carrera de Card e incluso el propio género. Como apunta John Clute, antes de 1985, tras un prometedor comienzo, “la carrera de OSC parecía ir a la deriva”. De no haber sido por Ender y sus secuelas, Card bien podría tener la misma consideración que uno de tantos escritores de segunda categoría, respetables y profesionales, pero poco conocidos. De hecho, su preeminencia comenzó a desvanecerse a comienzos del siglo XXI, no tanto porque redujera el volumen de su producción como porque sus novelas, aunque siempre de interés, no añadían nada relevante a sus primeros trabajos. Todo lo que escribe Card es formalmente conservador, un reciclaje iterativo de la fórmula decimonónica “personajes, historia, atmósfera”. Pero en “El Juego de Ender”, no sólo encontró una premisa central muy ingeniosa, sino que fue capaz de desarrollarla de forma dramática al mismo tiempo que planteaba un auténtico dilema ético. Su acierto quedó reflejado en la obtención de los premios Hugo y Nébula aquel año.
En cuanto al género de la CF, el libro de Card contribuyó a la popularización del subgénero militar, que hasta mediados de los 80 había mantenido un perfil relativamente bajo; potenció el protagonismo de personajes adolescentes, facilitando así el auge de líneas de novelas para lectores de esa edad; integró el mundo de los videojuegos en el ámbito de la CF (un mérito compartido con la película de 1984, “Starfighter: la Aventura Comienza”); y, en fin, propició la génesis de incendiarias polémicas entre quienes defendían a ultranza la obra de Card y los detractores que creían ver en ella sexismo, racismo, homofobia, elitismo y fundamentalismo religioso.
¿Qué golpe de genio fue el que propulsó a este libro a semejante nivel de popularidad e influencia? Con la perspectiva que da el tiempo, es relativamente sencillo imaginarlo. Mientras que la mayoría de las novelas más polémicas incluyen uno o dos puntos de interés como mucho, la de Card está compuesta de más de media docena envueltos en una narrativa de transición a la edad adulta: una amenaza existencial para toda la especie humana; el contraste entre la naturaleza de una inteligencia alienígena y una humana; la otredad; el genocidio; los fines versus los medios; la teoría histórica del “gran hombre”; los límites del gobierno y las responsabilidades del ciudadano; el camino del héroe; los límites del sistema educativo; la ética militar; la naturaleza de los sociópatas y el poder; las dinámicas familiares; la rivalidad entre hermanos; la competitividad escolar y el acoso. Ni siquiera Robert Heinlein en “Tropas del Espacio” (1959), James Blish en “Un Caso de Conciencia” (1958), Philip José Farmer en “Los Amantes” (1961) o incluso Joanna Russ en “El Hombre Hembra” (1975) habían reunido en una sola novela tantos temas dignos de análisis, reflexión filosófica, debate y, por supuesto, polémica.
“El Juego de Ender” es una novela que no debería echar atrás a quien no sea particularmente aficionado a la CF. Sí, hay invasores alienígenas, tecnología futurista y viajes espaciales, pero la gran mayoría del libro no se centra en todo esto –aun cuando la amenaza que suponen los extraterrestres sí constituye una presencia constante-. De hecho, y con excepción de los últimos dos capítulos, puede ser incluso fácil olvidar que la historia se ambienta en el espacio porque cuarenta años después, la Sala de Batalla con gravedad cero no parece ya algo tan futurista. Lo que verdaderamente se cuenta aquí no es una guerra entre humanos y alienígenas, sino un ensayo sobre lo que puede causar la falta de comunicación, empatía y entendimiento.
Con una prosa transparente y tan poco refinada como absorbente, Card eleva esta novela por encima de la categoría de fábula moralista con giro sorpresa final gracias a su descarnada descripción de, primero, la crueldad con la que describe las interacciones entre jóvenes confinados en un ambiente cerrado y altamente competitivo; y, segundo, la disección de la lucha por el poder entre individuos, naciones y gobiernos.
Desde luego, uno de los puntos fuertes del libro es el estudio que hace de su protagonista, un niño al que los adultos arrebatan su infancia a temprana edad. De hecho, ni siquiera puede decirse que haya tenido infancia. A los seis años, ya sufre abusos periódicos por parte de su hermano Peter; es separado de su familia sin que ésta oponga resistencia ni vuelva a preocuparse más de él (con la excepción de Valentine); y en la Escuela de Batalla tiene que sobrevivir en un ambiente hostil. Bajo la superficie de su brillante mente lógica, bulle la rabia y la desesperación. Aprende por las malas que nunca tendrá verdaderos amigos (como mucho, aliados temporales o subordinados) y que ningún adulto le protegerá o consolará. Ender es, al mismo tiempo, un niño inocente y un monstruo destructor en el que todo el mundo ha depositado su esperanza, el trágico resultado de una sociedad desmoralizada y un entorno opresivo y falto de estímulos y emociones positivas más allá de la victoria en el siguiente ejercicio que se le presenta. Sus circunstancias suscitan cuestiones de moralidad. El haber sido guiado y manipulado para convertirse en un estratega casi sobrenatural y una fría máquina de matar, ¿lo exime de culpa? Lo que hacen sus profesores con él, ¿puede considerarse un lavado de cerebro? ¿Tiene capacidad de elegir?
Los juegos de guerra son juegos, sí, pero las consecuencias que tienen sobre los muchachos que participan en ellos son muy reales. Ender tiene un don para pensar de forma poco convencional, lo que le lleva a ganar invariablemente todos los combates, incluso cuando él o la escuadra que en un momento dado pasa a comandar, parecen tener todos los factores en contra. Ese currículo intachable le granjea enemigos entre otros comandantes menos hábiles, que se sienten humillados por alguien menor en edad y orgullo; hasta el punto de que uno de ellos llega incluso a atentar contra su vida. Cuando Ender se defiende de ese ataque utilizando las mismas habilidades y cabeza fría que le dan la victoria en la Sala de Batalla, al lector, si no lo ha hecho ya, se le cae la venda de los ojos: este mundo de juegos de niños es, de hecho, un mundo en el que se hallan muy presentes las duras realidades de la vida y la muerte.
Pero la realidad, la auténtica realidad, todavía no se ha desvelado en ese punto. La Flota Internacional tiene una agenda muy clara: luchar contra los Insectores. Lo que no son tan transparentes son sus métodos. Y esto en varios sentidos. Nadie fuera de la Escuela de Batalla sabe de la dureza de la vida de los muchachos allí y, de hecho, cuando se hace público el deliberado maltrato psicológico que Ender ha recibido, el coronel Graff es sometido a una investigación (un movimiento harto hipócrita dado que la guerra ya ha sido ganada y ahora sí pueden los militares hacer gala de escrúpulos):
“Fueron los profesores los que lo habían hecho. Y no había sido un accidente. Ender se daba cuenta ahora. Era una estrategia. Graff le había separado deliberadamente de los demás chicos, le había impedido acercarse a ellos. Y ahora comenzaba a sospechar las razones que había detrás. No era para unificar al resto del grupo; de hecho, eso lo dividía. Graff había aislado a Ender para obligarle a luchar. Para obligarle a demostrar, no que era competente, sino que era mucho mejor que cualquier otro. Ésa era la única manera de ganarse el respeto y la amistad de los demás. Le convirtió en un soldado mejor de lo que, de otra manera, habría sido. También le hizo solitario, temeroso, airado, desconfiado. Y, tal vez, también esos rasgos le hacían ser mejor soldado”.
(Finaliza en la siguiente entrada)
Un libro que cada cierto tiempo vuelvo a coger en mis manos y que cada vez parece una historia distinta...
ResponderEliminarEl juego de Ender es sin duda alguna uno de mis libros favoritos. En casa tenemos la anécdota de que en la adolescencia estaba dejando de leer y mi madre me recomendó dicho libro para que me reenganchase. Funcionó.
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