(Viene de la entrada anterior)
En sus argumentos y tono, “Nexus” es una mezcla de estilos y géneros. Para una serie que algunos podrían resumir burdamente como “vigilante del espacio imparte justicia despiadada”, invierte más tiempo en la interacción entre los personajes y el desarrollo de diferentes maquinaciones y planes que en la acción pura y dura. Baron y Rude no se confinaron a un solo enfoque y fueron oscilando entre el drama cósmico más perturbador y la sátira más lúdica, no siempre, es verdad, manteniendo cierta coherencia respecto a los personajes.
Por ejemplo, en un episodio los representantes del gobierno galáctico conferencian sobre Nexus, preocupados de que éste extraiga su poder drenando estrellas, lo que supondría una amenaza para toda la galaxia. No mucho después, parece que lo único que les interesa es que Nexus comparta con ellos sus recursos energéticos, sin importar de dónde procedan.
Existe también un continuo goteo intencionado de extravagancias que le confieren a la colección una personalidad propia. Que algunos alienígenas tengan nombres como Dave, Judas o Tyrone obedece a un propósito cómico. Esas excentricidades, que añaden riqueza al universo de Nexus, parecen ir incrementándose conforme avanza la serie y explican al menos en parte por qué ciertas tramas relajan demasiado su coherencia insertando escenas que sólo obedecen a un capricho de los autores, como esa en la que la chica felina Jil, ejerciendo de abogada de Sundra ante un tribunal, se enzarza en un breve duelo de bufidos gatunos con el fiscal, de su misma especie. La razón, se nos dice, es que ambos géneros de esa especie alienígena son incompatibles fuera de la temporada de apareamiento. Podría pensarse que ese momento está pensado para conformar el tono que va a tener el drama judicial subsiguiente… pero es que ambos personajes no vuelven a compartir ninguna escena.
Pero esto es una pega muy menor porque esa diversidad de tonos, géneros y argumentos, del drama a la comedia, de las batallas espaciales al thriller político pasando por los viajes a diversos mundos y los flashbacks a los pasados de los personajes, hacen de estos primeros quince números una lectura siempre dinámica, con una sorpresa detrás de otra y sin tiempo para el aburrimiento.
Devoto fan de los dibujos animados de los sábados por la mañana cuando era un niño, Steve Rude diseñó a Nexus a partir del personaje Space Ghost, de Hanna-Barbera (creado, a su vez, por otro grande del comic e influencia de Rude: Alex Toth), y cuando le preguntaron sobre sus expectativas con este nuevo comic, dijo: “Creemos que vamos a conseguir algo grande con Nexus, si no ahora, en unos pocos años. Creo que la gente hablará de él porque es diferente”. Y tuvo razón, el trabajo de Baron y Rude fue tan apreciado por crítica y público que acabaría ganando varios premios Eisner.
En “Nexus”, encontramos desde el comienzo un diseño y un espíritu que remite al “Flash Gordon” de Alex Raymond o al “Magnus Robot Fighter” de Russ Manning, comics clásicos cuya ingenuidad y arte se ven aquí potenciados y matizados por un mensaje filosófico y político más sofisticado y sutil que nos llama a reflexionar sobre las dictaduras, el trato a las víctimas y el castigo aplicable a los criminales de guerra.
El traje de Nexus, ceñido al cuerpo y de líneas limpias y elegantes, puede hacernos sospechar que estamos ante otra historia de superhéroes en el espacio. Pero la sustancia de la colección es mucho más turbia, porque bajo el decorado de viajes espaciales, extraterrestres, imperios galácticos y excentricidades gráficas y narrativas de todo tipo, Baron y Rude también nos hablan de genocidios, justicia personal, castigo divino, trapicheo político, esclavitud, corrupción o sexo liberal. Es esta profundidad en sus temas y en la forma de abordarlos lo que eleva a este comic por encima del plano del mero entretenimiento, aun cuando en esto también logre plenamente su objetivo gracias a una lectura salpicada de humor, romanticismo, acción, épica y sorpresas continuas. De hecho, el propio Baron ha afirmado que nunca pretendió lanzar sermones morales o declaraciones políticas en sus historias y que su principal meta siempre fue entretener.
Los primeros episodios se centran en la situación de Horatio Hellpop, sus dudas morales y deberes sociales, sus misiones y la interacción que mantiene con los personajes que enriquecen la colección. Vemos su infancia, sus tormentos, la ironía del destino que le convirtió en asesino de asesinos tras haber sido hijo del responsable de un genocidio, el amor que descubrió con Sundra Peale, la amistad con Dave y Judas, etc. Mike Baron se toma su tiempo para ir presentando el pasado de todos ellos, pero siempre a buen ritmo e introduciendo numerosos giros, desvíos e incluso inesperados cambios de tono, como ese poético y conmovedor momento en el que Nexus permite que uno de sus objetivos, una anciana resignada y cansada, se suicide en lugar de matarla.
Baron también se sirve de esta narración a largo plazo para subrayar la ambigüedad del protagonista y el impacto que tienen sus actos: no duda en ejecutar a sus objetivos en público o romper todas las relaciones con la Tierra (y el gobierno galáctico) para salvar a Sundra. Nexus es perfectamente consciente de lo que hace en su papel de cazador de hombres y, al mismo tiempo, es también una víctima, obligado a sumergirse regularmente en el tanque para apaciguar las pesadillas que preceden a una misión. Surge entonces la cuestión de si Horacio actúa libremente o impelido por una fuerza superior. ¿Lleva a cabo sus ejecuciones con el fin de sobrevivir él mismo? ¿O lo hace para redimir el pecado de su padre? ¿Tiene justificación moral que ejecute a un criminal retirado muchas décadas atrás y que ha tratado desde entonces de compensar sus faltas? Nexus tiene una dimensión trágica, podría decirse incluso metafísica, que lo convierte en un personaje inquietante y conmovedor a un tiempo.
Mientras que inicialmente Baron describe a Nexus como un individuo taciturno, quisquilloso, centrado y dotado de considerables recursos materiales (sobre los que no se dan explicación), luego matiza esa imagen al mostrarlo como alguien atormentado por la duda y que sufre sin poder compartir su carga con nadie. No está claro si abre Ylum a los refugiados llevado por una genuina compasión, su sentido de la responsabilidad o en la esperanza de no sentirse solo.
En cualquier caso, uno de esos refugiados, Tyron, acaba convertido en presidente de la luna y relega a Nexus a un segundo plano en la jerarquía de esa sociedad. A partir de ese momento, en el que Nexus se convierte casi en un invitado en su propia casa, la serie gana en sabor y carácter humano. Baron aprovecha entonces para añadir algunos toques políticos. Ylum es casi una democracia y Horatio parece hallarse ideológicamente más bien a la izquierda. Pero, al mismo tiempo, el régimen al que sirvió su padre está claramente inspirado en la dictadura comunista de la Rusia soviética y el papel de Nexus como azote y verdugo de tiranos contrasta con su postura en principio liberal.
Baron acierta de pleno al separarse cada vez más, conforme avanza la serie, de los códigos propios del comic de superhéroes. De hecho, uno de los aspectos más refrescantes de la colección consiste en sumergirse en la exploración de ese universo que van creando los autores sobre la marcha. No se trata solamente de descubrir cómo se resolverá tal o cual conflicto sino de lo originales que son estos: los personajes pierden sus cabezas y las recobran; los clientes del club nocturno de una estación espacial organizan una trifulca épica; un pozo gravitatorio conduce a la nave de Nexus a una brecha dimensional hacia un mundo controlado por una manta-raya voladora de un solo ojo; las peleas en el clímax de algunos episodios se dirimen inesperadamente con una discusión filosófica o un concurso de rimas…. Y en mitad de esa locura se alza el propio Nexus, el verdugo cósmico, tratando de encontrarle sentido al universo y un poco de paz para sí mismo.
La cuestión de la sexualidad también está tratada de forma clara, sin tabúes ni eufemismos. Horatio aún es virgen cuando conoce a Sundra; ésta es bisexual, sugiriéndose una relación con Úrsula y mostrándose abiertamente otra con Jil. Menos conseguida es la intención de Baron de utilizar a Judas Macabeo para encarnar la imaginería gay de las películas de gladiadores, pero, al fin y al cabo, hay que concederle el mérito de haberse atrevido a introducir este aspecto en un mundo, el de los comics mainstream de los años 80, todavía muy pacato en todo lo referente al sexo.
Sin duda, “Nexus” no habría sido lo mismo de haber contado con otro dibujante que el excepcional Steve Rude. Es cierto que los tres primeros números de Capital, en blanco y negro, son algo toscos. Las ambiciosas soluciones narrativas demuestran que Rude tiene talento y potencial, pero sus personajes denotan rigidez y los fondos aún no están bien trabajados, especialmente en el primer número. Sin embargo, la mejora es patente en cada número y tras unas cuantas entregas, una vez se produce la transición al color y, ya en First, la entrada como apoyo de su primer entintador, Eric Shanower (quien luego tendría una interesante carrera como autor completo), ya ha emergido un artista destinado a convertirse en un grande del comic.
Rude demuestra en cada número un prodigioso sentido de la composición; un gusto exquisito en el diseño; una línea fina y elegante; dominio de la anatomía, la expresividad facial y el lenguaje corporal; meticulosidad a la hora de trabajar los fondos (a menudo llenos de pequeñas figuras y detalles que llaman al ojo para descubrirlos); y una preocupación constante por la legibilidad sin caer en la monotonía narrativa.
Lo único que siempre se negó a dibujar –para desesperación de Baron- fueron escenas particularmente agresivas en cuanto a violencia explícita. ”Cualquier idiota puede dibujar un ojo arrancado de la órbita”, dijo en una entrevista. Él siempre prefería enfocar escenas como esas de una manera más indirecta, más sutil, como cuando el Cuatro se vuelve loco en Marte y empieza a asesinar a diestro y siniestro. Baron quería mostrarlo en pleno frenesí caníbal, pero Rude prefirió no perder su clase y sugerirlo sólo a través de siluetas.
En ese momento, Rude, que había asistido a varias escuelas de arte y que se decantaba claramente por los clásicos de la ilustración y el comic de estilo naturalista, bebía de múltiples influencias, desde ilustradores como Andrew Loomis, Norman Rockwell, N.C.Wye o Harry Anderson a dibujantes de comic como Russ Manning (el dibujante, entre otros muchos comics, del mencionado “Magnus Robot Fighter”), Alex Raymond, Russ Heath o Alex Toth, todos ellos referentes de la elegancia y el diseño clásico que pueden entreverse claramente en la estética retro de “Nexus”.
Eso sí, la inspiración para el atractivo rostro de Horatio le vino de unas fotonovelas de “Star Trek” que compró entre el dibujo del primer episodio y el segundo. Pensó que las fotos de Kirk le ayudarían a dibujar la cabeza de Nexus y no tardó en incorporar otros de sus rasgos al personaje. En ese momento en el que empezó a estudiar fotografías y adaptarlas (no necesariamente de forma literal) a sus dibujos, la calidad de su arte empezó a progresar a un ritmo pocas veces visto en el mundo del comic. Y, por si esto fuera poco, en los diez años que se encargó de Nexus no dejó de asistir a clases de dibujo para seguir mejorando diferentes aspectos.
Sus méritos no se limitan exclusivamente a la creación y dibujo de personajes y entornos extravagantes, sino que se amplían al resto de aspectos gráficos del comic: el dinamismo y la energía de las coreografías de combates y escenas muy físicas; la elección de sus encuadres; la eficacia y diversidad de sus composiciones de página; el cuidado a la hora de tratar las sombras; los juegos con la perspectiva y la profundidad de campo; la síntesis de la línea… Una labor, en fin, impecable y de una factura impermeable al paso del tiempo.
Bastan un puñado de episodios para volverse “adicto" a estos mundos tan extraños como las criaturas que lo habitan y las aventuras que corren. Y ello es mérito tanto del ingenio de Baron como del virtuosismo de Rude, que en esta primera etapa de la colección sentaron las bases para una novedosa y muy personal serie de ciencia ficción que combinaba la space opera escapista con la filosofía, el humor y el humanismo.
(Continúa en la siguiente entrada)
No hay comentarios:
Publicar un comentario