Si se le pregunta a un aficionado acerca de autores famosos de CF, Murray Leinster no será probablemente uno de los primeros nombres que vendrán a su mente. Incluso en vida y gozando del respeto y aprecio de sus colegas, Leinster quedó marginado por el resplandor de otros escritores más populares. Pero fue él quien, por ejemplo, acuñó el término “Primer Contacto”, imaginó lo que podrían ser las actuales inteligencias artificiales que tanta tinta –electrónica- están haciendo correr o imaginó conceptos como el “traductor universal” o los “universos paralelos”. Repasando su extensa carrera, es fácil comprobar que, en sus diferentes etapas, Leinster supo ofrecer historias novedosas con ideas que le hacen merecedor de un mayor reconocimiento del que actualmente tiene.
Murray Leinster fue el seudónimo más utilizado por William Fitzgerald Jenkins, un pionero en el entonces joven género de la ciencia ficción y un prolífico escritor en todas las variedades temáticas de la literatura Pulp, desde la aventura al terror pasando por los westerns o el romance. También escribió guiones para el cine, la televisión y la radio. Una carrera, por tanto, muy prolífica que a lo largo de medio siglo incluyó más de un millar de relatos y docenas de novelas y antologías antes de que su retiro en 1968 tras la muerte de su esposa. Falleció en 1975 dejando un inmenso legado esperando a ser redescubierto.
Debido a la precariedad económica que padeció su familia, Leinster, nacido en 1896, hubo de abandonar la escuela mucho antes de lo que hubiera deseado y nunca volvió a tener la oportunidad de asistir al instituto o la universidad. Su sueño había sido estudiar Química y lo cierto es que, a tenor del enfoque que daba a muchos de sus relatos, poseía una mente aguda y lógica que le hubiera permitido cursar esa disciplina, aunque ello quizá nos habría privado de la exuberancia de su imaginación.
Durante toda su vida fue también inventor y, con su propio nombre, William Jenkins, patentó un sistema de proyección frontal, el Sistema Jenkins, que sería utilizado por los departamentos de efectos especiales del cine para hacer que los actores parecieran estar sobre un fondo previamente grabado. Cuando los productores de “2001: Una Odisea del Espacio” (1968) trataron de copiarlo para esquivar el pago de derechos, hubo de defender su propiedad ante los tribunales. Por otra parte, sirvió en las dos guerras mundiales en las que participó su país: en la Primera, dentro del Comité de Información Pública y en la segunda, para la Oficina de Información de Guerra.
En 1916, Leinster publicó su primera historia y en 1919, en las páginas de la revista “Argosy” debutó en la CF con “Runaway Skyscraper”, un cuento sobre el viaje hacia atrás en el tiempo del icónico rascacielos neoyorquino de MetLife. Por entonces, ni siquiera existía el término “ciencia ficción”, denominándose este tipo de relatos “romances científicos”. Tampoco el género, confinado en Estados Unidos a un formato y un público muy concretos, tenía la sofisticación que más adelante alcanzaría, siendo su principal representante en ese país Edgar Rice Burroughs, en cuyas novelas había más fantasía y aventura escapista que ciencia. Otras incursiones de Leinster en el género por aquellos años fueron “Un Mundo Monstruoso” (1920) o “Polvo Rojo” (1921), en los que humanos degenerados de una Tierra futura luchaban contra insectos gigantes (ambos, junto con una secuela posterior fueron novelizados en 1953 bajo el título “Planeta Olvidado”, cambiando la localización de la aventura a otro planeta poblado artificialmente con formas de vida primitivas). Ya por entonces, Leinster trataba de “racionalizar” sus propuestas “científicas” de una manera más rigurosa que la mayoría de sus colegas.
A finales de los años 20, cuando el romance científico dejó paso a la ciencia ficción apocalíptica y los sabios locos que inventaban artefactos que podían destruir el mundo, Leinster se apuntó a la moda con relatos como “Darkness of Fifth Avenue” (1929), “The Storm that Had to be Stopped” (1930) o “The Murder Madness” (1930), en los que científicos criminales amenazaban al mundo con un invento que podía oscurecer el Sol, huracanes artificiales y una droga que sumía a la población en un frenesí homicida.
Pero ya en la década de los 30, empezó a aumentar la demanda de historias más realistas y sobrias y Leinster demostró una vez más su capacidad de adaptación. En este contexto se encuadran relatos como “Tanks” (1930), una batalla futurista narrada desde el punto de vista de los soldados comunes; o “The Power Planet” (1931), un incidente internacional en una estación espacial -y el primer relato realista sobre este tipo de instalaciones escrito por un americano-.
En los años 40, Leinster fue uno de los pocos veteranos del Pulp que sobrevivió a la transformación que estaba experimentando la Ciencia Ficción siguiendo las estrictas pautas que el editor John W.Campbell Jr impuso a sus autores en la revista “Astounding Science Fiction”. De hecho, no se limitó a sobrevivir, sino que su imaginación floreció y fue uno de los principales colaboradores de esa publicación desde su primer número. En este periodo sus cuentos aparecieron también en otras cabeceras punteras del género como “Amazing Stories”, “Galaxy Science Fiction” o “The Magazine of Fantasy and Science Fiction”.
Pero sus historias de otros géneros aparecieron en otras muchas revistas pulp, como “Argosy”, “Black Mask”, “Breezy Stories”, “Cowboy Stories”, “Danger Trails”, “Detective Fiction Weekly”, “Love Story Magazine”, “Mystery Stories”, “Snappy Stories”, “Smashing Western”, “Weird Tales” o “West”. También en cabeceras de más prestigio, como “The Saturday Evening Post”, “Collier’s Weekly” o “Esquire”. En una etapa posterior, Leinster encontró trabajo en otro ámbito, el de las novelizaciones, firmando dos ambientadas en el universo de la serie de televisión “El Túnel del Tiempo” (1966-67) y otras tres en el de otro programa, “Tierra de Gigantes” (1968-70). Ganó un Hugo en 1956 por la novela corta “Equipo de Exploración” y obtuvo una nominación a otro en 1960 por “Los Piratas de Zan”.
En 1978, tres años después de su muerte, se editó una compilación de algunos de sus mejores cuentos bajo el título “The Best of Murray Leinster”, que en España se tituló “Planeta Solitario” en una edición de Caralt de 1980.
El primero de esos cuentos, “Al Margen del Tiempo”, a menudo se ha calificado como la primera historia de universos paralelos. Teniendo en cuenta que se publicó originalmente en “Astounding Science Fiction” en 1934, es asombroso lo bien que ha aguantado el paso del tiempo. Muchos años después, en 1987, Frederik Pohl modernizaría el concepto en términos de la física cuántica en su novela “La Llegada de los Gatos Cuánticos” pero Leinster ya imaginó y explicó perfectamente el concepto en este cuento, introduciendo además algunos giros originales.
Para empezar, los personajes no abandonan su línea temporal sino que Leinster presenta la idea de una Tierra que ha quedado “ocupada” parcialmente por zonas de otras Tierras paralelas; zonas, además, bien delimitadas geográficamente. Así, cuando los personajes salen de su Virginia natal, se encuentran con una región límitrofe en la que América fue colonizada por los vikingos; en otra, fueron los chinos quienes se asentaron en esas tierras; otro universo tiene todavía dinosaurios; en el de más allá, el Imperio Romano aún pervive y en su vecino, el Sur ganó la Guerra Civil.
Pero, además, el protagonista de este cuento, el matemático y docente universitario Profesor Minott, es un individuo que ni responde al arquetipo de sabio científico tan común en la CF de aquella época ni de ningún modo puede calificársele de héroe. Es el único que predijo el evento cósmico-dimensional que iba a trasladar a un cuarto de la superficie terrestre en otros universos, sustituyéndolo por “trocitos” de otras Tierras. Pero en lugar de avisar a la comunidad científica, guarda el secreto y se prepara cuidadosamente para aprovechar el fenómeno y satisfacer sus más oscuros deseos.
Y es que él no desea ser para siempre un oscuro académico de una universidad de segunda. Así que prepara armas, caballos y libros científicos, reúne a algunos asustados estudiantes que él cree le podrán ser de utilidad y emprende un viaje por las otras realidades tratando de encontrar una donde sus conocimientos científicos le conviertan en rey y señor absoluto. Aún peor, espera que en ese mundo podrá por fin dar rienda suelta al deseo que siente por una de sus alumnas, a la que elige para la partida exclusivamente por la fantasía de convertirla en su reina.
Los estudiantes, ignorantes al principio de los planes de su profesor, le siguen, acobardados como están ante los incomprensibles fenómenos que les rodean. Cuando descubren su papel de peones y que no volverán nunca a sus hogares, empieza a gestarse entre sus filas una rebelión que, si no estalla de inmediato es sólo porque Minott es el único que sabe lo que ocurre y hacia dónde ir. Ciertas situaciones de peligro demuestran que sus dotes de líder no eran tantas como creía, que su soñada reina no alberga los mismos sentimientos hacia él y que las Américas colonizadas por romanos, chinos o aún habitadas por nativos, no son tan maleables bajo su influencia como él había pensado.
Una historia, en fin, no sólo pionera sino emocionante y muy bien narrada. Leinster plantea un concepto nuevo y sigue las implicaciones del mismo sin necesidad de utilizar arquetipos heroicos. Es fácil ver por qué este cuento inspiró todo un subgénero de la CF vigente hasta hoy.
(Finaliza en la siguiente entrada)
Bien dices, que Leinster no es el primer nombre que viene a la mente, y sin embargo es muy diafrutable. Ya había leído Al Margen del Tiempo en un recopilatorio que no logro recordar (¿Cronopaisajes, de Ediciones B, quizás?) y la disfruté mucho, especialmente por el personaje del profesor. Quizás la presencia de Leinster en la mente del aficionado medio, como yo, se enfrenta a que no creó, que yo recuerde, ninguna saga (como Asimov o Williamson, ni tenía un estilo literario muy acusado como Heinlein o Brown. Pero estos autores que ahora se ven de segunda fila merecen mucho más reconocimiento, al igual que esas antologías variadas que nos permiten (re-)descubrirlos. Gracias por rescatarlos del abismo del olvido
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