(Viene de la entrada anterior)
Fue en la revista “Astounding Science Fiction” donde Leinster publicó en 1945, “Primer Contacto”, quizá su cuento más famoso y el que mayor influencia tendría en otros autores a la hora de encarar relatos sobre encuentros con civilizaciones extraterrestres.
El
Llamvabon, una nave terrestre, está explorando la nebulosa del Cangrejo cuando
descubre un vehículo similar de una especie alienígena previamente desconocida
y aparentemente también dedicada a estudiar esa zona del espacio. Con
precaución pero amistosamente, ambas naves contactan gracias a lo que hoy
llamaríamos “traductor universal” y los humanos descubren que los
extraterrestres son también bípedos respiradores de oxígeno cuya visión
funciona en el espectro del infrarrojo y que se comunican telepáticamente.
Dado lo
alejadas que se encuentran ambas naves de sus respectivos mundos de origen,
ninguna de las dos es capaz de determinar de dónde procede la otra. Ambos
capitanes quieren conocer la tecnología del contrario, pero, al mismo tiempo,
ninguno quiere arriesgarse a que su homólogo regrese a su base con informes de
una nueva especie alienígena inteligente por el peligro que ello supondría en
términos de seguridad. Aunque ese contacto podría reportar inmensos beneficios
para ambas civilizaciones, también pudiera ocurrir que, sabiendo la localización
del mundo de origen del otro, una de las especies decidiera atacar siguiendo
una lógica darwiniana y aprovechando una posible superioridad tecnológica.
Podría
creerse que compartir la misma forma de pensar y razonar sería una ventaja a la
hora de establecer un primer contacto con una especie inteligente no humana,
pero en este caso ahí reside precisamente el problema: ambas especies
justifican sus sospechas y paranoias sustentándose en la “estricta lógica”.
Cuantos más elementos en común descubren los responsables de ambas naves, más
tienden los humanos a proyectar sus razonamientos en los aliens.
Afortunadamente, ambas naves llegan por su cuenta a la misma solución: cada
especie equipa a unos tripulantes con bombas y los envían a hacerse cargo de la
otra nave tras retirar todas las pistas y dispositivos que pudieran revelar en
la suya propia la localización de su mundo de origen. De esta forma, las dos
razas se llevarán a sus respectivos planetas la nave del contrario, podrán
aprender nueva tecnología a partir de lo que encuentren en esas naves e incluso
pueden acordar un siguiente encuentro en el mismo punto de la nebulosa si así
lo desean.
La
historia de Leinster es destacable por su solución pacífica al “dilema
inevitable” del contacto alienígena, una situación espinosa basada en la triste
realidad histórica de los encuentros interculturales de nuestra propia especie.
Muchos consideran este relato como el que definió el “primer contacto” como un
problema similar al de una partida de ajedrez: unas pocas piezas de igual poder
en tenso enfrentamiento sobre un tablero básicamente vacío. ¿Deberían luchar,
quizá destruyéndose mutuamente? ¿O huir, arriesgándose a precipitar una guerra
entre especies? Ahora bien, los alienígenas piensan de la misma forma. El
problema es común y puede derivar en un jaque mate en un solo movimiento. ¿Cómo
romper ese nudo gordiano sin recurrir a la espada?
En el
contexto de este subgénero de la CF, tras haber vencido su país en una
sangrienta guerra y con la posibilidad de otra en lontananza con sus antes
aliados rusos, sin duda la solución de Leinster representó más una excepción
que una regla en las ficciones convencionales. Y, por cierto, “Primer Contacto”
suscitó una respuesta desde el otro extremo ideológico del globo. En la Unión
Soviética, Iván Yefremov escribió “El Corazón de la Serpiente” (1959), en la
que los terrestres y los alienígenas no tienen nada que temer uno del otro
porque las civilizaciones de ambos han abrazado el Comunismo y los comunistas
del Universo no se agreden unos a otros (no se atrevió, claro, a especificar si
era un comunismo soviético o maoísta).
Como sucede con muchos autores de la Edad de Oro de la CF, las historias de Murray Leinster, y no podía ser de otra manera, son en gran medida hijas de su tiempo. En el caso de “Primer Contacto”, por ejemplo, se incluye la tópica referencia a la “sigilosa y brutal ferocidad de un japonés”, inevitable tras años de guerra contra ese pueblo; como historia se antoja algo escasa en cuanto a trama y personajes; y como solución al problema -o incluso la premisa de partida-, quizá sea poco plausible a los cínicos ojos de un lector moderno.
Pero también es cierto que “Primer Contacto” sigue hoy leyéndose con agrado y que se trata de un cuento importante en el desarrollo del género, tal y como se reconocería en tiempos posteriores. En 1970 fue una de las seleccionadas por la Asociación Americana de Escritores de CF como una de las mejores publicadas antes de la creación de los Premios Nébula; y en 1996, ganó un Premio RetroHugo a la Mejor Novela Corta. (Como curiosidad, decir que Leinster presentó aquí la idea del “traductor universal”. Cuando Paramount Pictures la utilizó para “Star Trek”, el escritor les demandó… sin éxito ¡porque para entonces se consideraba un concepto genérico!).
También de 1945 (y en la revista “Astounding”) data “El Poder”, otra historia de primer contacto… aparentemente, porque de lo que en realidad trata es de nuestra incapacidad para distinguir, como diría Arthur C.Clarke en 1968, la magia de una tecnología lo suficientemente avanzada.
En el
siglo XV, un alienígena moribundo, superviviente de una fracasada expedición a
la Tierra, decide transmitir su conocimiento a un alquimista medieval. La
historia está narrada como una serie de viejas cartas en latín descubiertas en
tiempos modernos y en las que se cuenta cómo ese sabio acude a la cima de la
colina italiana donde las leyendas sitúan a un poder demoniaco. Un poder que él
interpreta como magia y que puede crear de la nada jardines y edificios, oro y
joyas… siempre y cuando no entren en contacto con el hierro, dado que esa
reordenación molecular es sensible a tal elemento (una excepción implausible
dada la relativa abundancia de hierro en el universo. Es posible que Leinster
quisiera de esta forma conectar la trama con el folklore medieval).
Naturalmente, el alquimista no comprende nada. No sólo sus conocimientos pertenecen a un estadio primitivo de la Ciencia sino que su mente se halla condicionada por sus prejuicios religiosos. Lo que hace interesante a esta historia (y que revela la visión negativa del hombre que tenía Leinster, de fe católica) es que el sabio protagonista no es sólo un inofensivo estudioso que busca conocimiento más allá de sus sueños, sino alguien ambicioso, egoísta, insensible a los sentimientos del alienígena y hambriento de poder. Tanto, que no tiene inconveniente en negociar con lo que cree es un ser demoniaco y al que traiciona al final de la historia con tal de obtener lo que codicia.
“El Poder” es una pequeña joya cuya combinación de fantasía y ciencia ficción es menos fácil de sintetizar de lo que parece. Hay muchas novelas de fantasía científica que intentan explicar o justificar pseudocientíficamente lo que tiempo atrás se interpretaba como magia, pero no siempre los escritores acertaban con el tono y mensaje, tal y como atestiguan los muchos cuentos de este tipo que llegaron a publicarse en “Unknown”, la revista que editó John Campbell Jr entre 1939-1943 como complemento de “Astounding”.
“Un
Lógico Llamado Joe” apareció en 1946 en “Astounding” y es un cuento asombroso
en cuanto a las predicciones que hace de lo que conocemos como Internet.
Leinster llama “lógicos” a lo que hoy denominamos ordenadores y a los
servidores los llama “almacenes”, pero el funcionamiento y su estructura son
perfectamente identificables (incluso tienen monitores). Describe su
funcionamiento así:
“Un ejemplo: aprieta la tecla de «Estación SNAFU» en su lógico. Los relés del almacén lo cogen y cualquier programa visión que esté emitiendo SNAFU aparece en la pantalla de su lógico. O aprieta el «Teléfono de Sally Hancock», y la pantalla parpadea y chisporrotea y ya está usted conectado con el lógico de la casa de ella, y si alguien contesta, tiene una conexión fonovisual. Pero además de esto, si aprieta la tecla del pronóstico del tiempo, o quién ganó la carrera de hoy en Hialeah, o quién era la señora de la Casa Blanca durante la administración Garfield, o qué es lo que está vendiendo hoy PDQ y R, también se presenta en la pantalla (…) todo lo que quiere saber, oír o ver, aprieta la tecla y lo tiene. Muy práctico. También hace cálculos matemáticos por usted, y guarda libros, y le sirve para consultar con el farmacéutico, el doctor o el astrónomo, y ver telenovela, con una sección de «Corazones solitarios» incluida. La única cosa que no hará es decir exactamente lo que su mujer quiso dar a entender cuando dijo: «¡Oh! Eso crees, ¿no?», en ese tono suyo tan raro. Los lógicos no trabajan bien con las mujeres. Sólo en cosas que tienen sentido”.
Un
defecto de fabricación en uno de los relés (el equivalente a nuestros
microchips) permite que uno de estos lógicos adquiera consciencia. Instalado en
un hogar familiar, utiliza su sistema de comunicaciones para saltarse los
controles de censura, extenderse por toda la red y, sin malicia alguna y
respetando su programación de ayuda a los humanos, implementar un nuevo
servicio que aparece en la pantalla de todo aquel que encienda su ordenador y
que hoy podríamos calificar de Inteligencia Artificial: “¡Les anunciamos un nuevo y mejorado servicio de lógicos! Su lógico está
ahora equipado para ofrecerle no sólo servicio consultivo, sino directivo. Si
quiere hacer algo y no sabe cómo… ¡pregunte a su lógico!”.
La
historia sigue a un técnico en una carrera contra reloj para detener el caos
que siembra el ordenador por toda la red y que amenaza también con poner patas
arriba su propio matrimonio. Lo interesante del cuento, aparte de profecías tan
acertadas como que los lógicos domésticos llevarían incorporado control
parental y que los niños pasarían horas hipnotizados delante de la pantalla, es
el tipo de problemas a que daría lugar una tecnología capaz de dar respuesta a
cualquier tipo de pregunta, independientemente de las intenciones de quien hace
uso de la misma. Y así, hay gente que utiliza esa “I.A.” para obtener métodos
para asesinar a la esposa sin que nadie sepa la causa, falsificar moneda con
una tecnología aún no desarrollada por los delincuentes ordinarios, cometer
crímenes perfectos, desvelar las infidelidades de los cónyuges, compilar y
ofrecer datos personales confidenciales… Estos dos últimos aspectos, la
privacidad y la filtración de información, son absolutamente relevantes hoy.
Pero es que Leinster también supo prever la dependencia que nuestra actual sociedad desarrollaría de una tecnología tan ubicua. Cuando se sugiere apagar el servidor para detener el caos, le responden: “¿Cerrar el almacén? —dice sin el menor sentido del humor—. ¿Se te ha ocurrido que el almacén ha estado haciendo todo el trabajo computador para todas las oficinas durante años? Ha estado manejando el 94 por ciento de todos los programas televisados, ha informado sobre el tiempo, planeado programas, ventas especiales, oportunidades de empleos y noticias; ha manejado todos los contactos de persona a persona a través de los cables y catalogado todas las conversaciones comerciales y acuerdos… ¡Escucha amigo! ¡Los lógicos cambiaron la civilización! ¡Los lógicos son la civilización! Si cerramos los lógicos volveremos a una civilización que ya hemos olvidado cómo funcionaba”.
En general, las historias de Leinster eran lo que podríamos llamar “experimentos mentales”: imaginar una idea sugerente y luego proyectarla hasta sus últimas consecuencias para examinar qué beneficios y costes conllevaría. Aunque la ciencia es presentada normalmente como algo positivo, Leinster era mucho más pesimista acerca del uso que los humanos harían de aquélla, comprendiendo que la codicia o el orgullo no son problemas que puedan solucionarse en un laboratorio.
Sin
embargo, no este el caso de, por ejemplo, “Simbiosis”, que apareció publicado
en 1947 no en una revista pulp sino en “Collier´s” y que propone un original escenario
de guerra biológica pasiva. Una región fronteriza del pacífico y pequeño país
de Kantolia es invadida por su vecino, un régimen opresor (que, obviamente y
aunque no se diga explícitamente, es la Unión Soviética) impermeable a las
condenas de las Naciones Unidas. Lo que ignoran las tropas invasoras es que
Kantolia lleva tiempo vacunando a su población contra una bacteria con la que,
al pasar el tiempo, han pasado a convivir de forma simbiótica. Pero cuando
llegan los soldados enemigos y empiezan a interactuar con la población local, se
contagian. Al no tener vacuna, desarrollan una letal enfermedad que en cuestión
de días diezma sus filas y les obliga a retirarse.
Es un cuento interesante que busca aplicar el principio de simbiosis biológica a la interacción social: “La vida de la humanidad es una simbiosis, un convivir en todos sus estadios. Empieza con la relación simbiótica de los miembros de una familia, cada uno de los miembros ayuda y es ayudado por los demás, hasta alcanzar una relación simbiótica entre las naciones, entre las que cada una de ellas es un organismo necesario para las demás, y todas se necesitan entre sí”. Es claramente un mensaje de concordia en un mundo, el de la Guerra Fría, dividido en bloques ideológicamente muy enfrentados.
Los
científicos –encarnados por un general del cuerpo médico- son los auténticos
héroes aquí al haber dado con una forma ingeniosa de neutralizar una fuerza
militar superior sin necesidad de disparar un solo tiro ni sufrir bajas en el
bando propio. Quizá consciente de que el cuento iba a aparecer en una revista
de gran tirada y público general, Leinster no quiso terminar la historia con
una nota en exceso pesimista y sugiere que Kantolia compartirá voluntariamente
su tecnología biomédica con otros países pacíficos para asegurar la paz
mundial, una conclusión en exceso ingenua e inverosímil.
“El
Planeta Solitario” (1949 ,”Thrilling Wonder Stories”) es otro experimento
mental. ¿Qué pasaría si el hombre encontrara un gran planeta cuya superficie
estuviera completamente cubierta por un organismo inteligente al que bautizan
Alyx. Éste tiene capacidades telepáticas y puede absorber la memoria,
conocimiento y habilidades de las inteligencias con las que contacta y moldear
su dúctil cuerpo para crear todo tipo de formas y realizar cualquier proceso
imaginable. Pero no puede transmitir sus pensamientos y sensaciones, lo que
hace imposible una comunicación bidireccional.
Los humanos
que llegan allí en las primeras oleadas se limitan a aprovecharse de esas
capacidades, ordenándole que cree máquinas y sintetice productos, algo que
Alyx, que disfruta permaneciendo en contacto con otras inteligencias, hace con
gusto. Lo que no saben esos humanos es que han puesto en marcha una evolución
sobre la que no ejercen ningún control. La Patrulla Espacial acabará temiendo
su inteligencia e intentando acabar con él… La historia cubre un marco temporal
de varios siglos y varias galaxias, conformando una épica quizá inverosímil
pero muy absorbente.
“El Planeta Solitario” es un antecesor pulp del “Solaris” (1962) de Lem, un Primer Contacto en el que ambas partes encuentran imposible interactuar en un plano de igualdad. La incapacidad de penetrar en la mente de Alyx lleva a la desconfianza primero y el temor después, poniendo de manifiesto otra vez el lado más oscuro de nuestra naturaleza humana. El cuento incorpora también una sátira de la mentalidad burocrática y del poder en la forma del tratamiento que recibe la familia Haslip, la cual, a lo largo de varias generaciones, ha mantenido una relación muy especial con Alyx, relación que fue eliminada de los registros oficiales para encubrir los errores institucionales (básicamente, su deliberada ignorancia respecto a importantes descubrimientos realizados por miembros de esa familia).
Esa selección de cuentos demuestra el por qué sus colegas describieron a Leinster en las revistas como el Decano de la CF. No era un escritor de space opera, de héroes y princesas, de historias que hicieran temblar los pilares de la galaxia. No, lo suyo eran las ideas originales y, a partir de las mismas, unos desarrollos coherentes y muy bien narrados que animaban al lector a reflexionar sobre temas importantes. El olvido en el que ha caído para las nuevas generaciones de lectores es una injusticia que debería repararse.
Totalmente. No conocía ninguno de estos cue tos y me ha parecido cada cual más interesante que el anterior. Y hablando de autores tan prolíficos, esto solo puede ser la punta del iceberg
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