(Viene de la entrada anterior)
“El Aprendiz de Guerrero” (1986) presenta, por fin, a quien va a ser el héroe nominal de la saga, Miles Vorkosigan. Aunque Bujold la escribió inmediatamente después de “Fragmentos de Honor”, la acción de esta novela se ambienta una generación más tarde.
El hijo de Cordelia y Aral, Miles, nació con problemas de salud a raíz
de un ataque con gas soltoxina que sufrió su madre aún embarazada (un hecho que
se narrará años más tarde en “Barrayar”, 1991). Tuvo mucha suerte de
sobrevivir, aunque a menudo no se sienta agradecido por las secuelas que le
dejó aquella agresión: a los 17 años, tiene la estatura de un niño, la espina
dorsal combada, unos huesos muy frágiles y arrebatos maniacodepresivos. Y estas
no son lacras fáciles de sobrellevar cuando uno se cría en una cultura que elogia
las capacidades físicas de los muchachos y siente repulsión ante las
deformidades de cualquier tipo; y, no menos importante, en el seno de una
familia de alto postín en la que su abuelo fue un prestigioso general y su
padre un conde, oficial de alta graduación y antiguo regente del Emperador
mientras éste fue menor de edad.
Miles, sin embargo, quiere probarse a sí mismo y a los demás su valía
y está decidido a servir en el ejército, la institución más prestigiosa de su
planeta, Barrayar, siguiendo los pasos de su padre. Nada más empezar la novela,
habiendo pasado con brillantez los test intelectuales, debe afrontar los
físicos, para los cuales no está en absoluto preparado su frágil cuerpo. En una
caída, se rompe ambas piernas y, furioso y avergonzado, no tiene más remedio
que abandonar la Academia, lo cual supone una decepción para su familia, en
especial para su anciano abuelo, Piotr, al que ya en su momento le costó aceptar
a un nieto cuya madre era nativa de Colonia Beta y, encima, maldecido con
discapacidades físicas.
Para ayudarle a pasar el mal trago, Aral, su padre, le ofrece la oportunidad de alejarse por un tiempo y visitar a su abuela materna en Colonia Beta. Viajando de incógnito (porque un noble barrayarano no sería bienvenido en ese planeta), a Miles le acompaña su inseparable guardaespaldas, el sargento Bothari; y la hija de éste, Elena, una adición forzada por Miles, quien está enamorado de ella. Tiene la esperanza, además, de que ese viaje les permita a los dos averiguar algo más respecto a la misteriosa madre de ella, cuya pérdida lamenta silenciosamente Bothari pero de la que se niega a hablar.
Apenas ha llegado a Colonia Beta cuando una conversación casual le
lleva a interesarse por el piloto alcoholizado de un carguero, Arde Mayhew, al
que salva la vida a cambio de que se convierta en su súbdito. Luego hace lo
propio con un desertor barrayarano especializado en ingeniería llamado Baz
Jesek. Pero esas decisiones le han costado buena parte del dinero que su padre
le dio para su viaje y la única forma de recuperarlo que encuentra es aceptar un
transporte de contrabando de armas al planeta Tau Verde, asolado por la guerra
civil entre dos facciones, los Felicianos y los Pelianos, y sometido a un
bloqueo espacial por un ejército de mercenarios oseranos.
Miles y su pequeño grupo tienen que encontrar una forma de llevar su
cargamento a la superficie y recibir la paga correspondiente. Pero, tratándose
de Miles, la solución a su problema llega creando muchos otros. Cuando le llega
el turno de encarar la amenaza de una nave mercenaria que está patrullando la
zona, responde haciéndose pasar por líder de una fuerza mercenaria, los
Dendarii. El problema es que esa mentira acaba cobrando vida propia y, a través
de una mezcla de accidentes, carambolas, bromas del destino y decisiones no tan
bien meditadas como debiera, se encuentra comandando en cuestión de semanas
toda una flota de mercenarios oseranos, cuyo respeto se gana gracias a su
inteligencia, humanismo y dotes de liderazgo. Pero ese camino no va a ser ni
mucho menos fácil. Habiendo sido descalificado para la Academia se ha lanzado a
una situación en la que debe aprender rápidamente y de las formas más duras las
realidades del mando en el campo de batalla.
Cuando regresa a casa, Miles, ahora conocido entre sus hombres como Almirante Naismith (no quiso revelarles el muy conocido y temido apellido de su padre), destapa una conspiración contra Aral y, como gracia del Emperador, se le concede una segunda oportunidad de hacer carrera en el ejército barrayarano y es readmitido en la Academia para formarse como oficial.
Miles es dolorosamente consciente de que, para el canon barrayarano,
es un fracasado desde el punto de vista físico y, encima, es el primero en
reconocer que todo lo que está consiguiendo en el espacio de Tau Verde se basa
en un fraude, que su avance aparentemente irreversible hacia puestos de poder y
autoridad no es producto de una maquiavélica planificación sino el resultado de
ir apagando un fuego trás de otro, procurando ir siempre un paso por delante
del siguiente problema que él mismo genera: “Tengo
un impulso natural hacia delante. No hay ninguna virtud en ello, es sólo un
acto de equilibrio. No me atrevo a detenerme”.
Pero sabe que una vez en movimiento no puede detenerse, que si ralentiza ese impulso todo se vendrá abajo. Así que persevera no por valentía sino por miedo a lo que ocurriría si se detuviera. Su motivación es la necesidad de probarse a sí mismo, de demostrar su valía, y eso es lo que le hace ganarse la simpatía del lector por absurdo que sea el rumbo que tome. El momento en el que se confiesa sin reservas a su padre, es uno de los más conmovedores de la novela: “Sólo quería servir a Barrayar, como mi padre antes que yo. Cuando no pude servir a Barrayar, quise... quise servir para algo. Para... - alzó los ojos hacia su padre, impelido a una honesta y dolorosa confesión -, para hacer de mi vida una ofrenda digna que poner a sus pies. - Se encogió de hombros -. Volví a fallar”.
Por eso, aunque a primera vista, parezca una historia bastante
sencilla de tránsito a la madurez de un adolescente inseguro que supera sus
discapacidades y triunfa más allá de las expectativas propias y ajenas, no sólo
los temas presentes en la novela son más profundos e interesantes de lo que
podría esperarse (la lealtad, el deber, el peso de la herencia y esperanzas
familiares depositadas en uno mismo o la servidumbre inherente al liderazgo)
sino que la mezcla de géneros está bien equilibrada (drama familiar, intrigas
políticas, CF bélica) y los personajes bien perfilados.
El núcleo de la acción de la novela transcurre en el espacio del planeta Tau Verde, donde Miles conseguirá, sin utilizar prácticamente nada de violencia, hacerse con el control del ejército mercenario que lleva a cabo el bloqueo. Pero el núcleo emocional se halla en Barrayar. En “Fragmentos de Honor”, Cordelia había dicho que Barrayar devoraba a sus hijos, una metáfora que aquí cobra todo su sentido. Después de que Miles haya reunido una flota y sido aclamado como almirante por sus tropas, se encuentra de vuelta en su planeta natal afrontando cargos de alta traición. El clímax de la historia no consiste en la rendición de los mercenarios oseranos sino en la súplica que hace Aral por la vida de su hijo. El motor de toda la trama es el ansia de Miles por servir a una causa y demostrar –a sí mismo tanto como a los demás- su valía.
Y no lo tiene fácil porque Miles no es un héroe al uso. Sus
discapacidades le impiden acometer acciones físicas violentas y debe
contentarse con ordenárselas a terceros y quedarse al margen. ¿Con qué
frecuencia se ve al líder caer abatido en mitad de una batalla no por un
enemigo sino por una úlcera sangrante? Tiene tendencia a sufrir ataques de
depresión y dudas sobre su competencia, momentos en los que sus emociones
nublan su capacidad de pensar con claridad. Sus brotes depresivos contrarrestan
los maniacos, cuando desempeña una actividad frenética y consigue hazañas
impensables, sólo para sumirse en periodos de absoluta inactividad mientras a
su alrededor todo amenaza con desmoronarse, habiendo de ser otra persona la que
lo rescate del pozo y vuelva a ponerlo en marcha. Y, aunque sin duda
inteligente, sus planes suelen estar cocinados sólo a medias e implementados
esperando que la suerte acompañe. También está lastrado por cierto odio hacia
sí mismo que ya apuntaba antes: desearía ser más de lo que es, menos “monstruoso”
y más el hijo que –él cree- esperaba su padre.
Con todo, su trastorno nunca llega a convertirlo en el personaje
aburrido, autocompasivo y deprimente que ha menudeado en otras ficciones.
Apenas malgasta tiempo lamentándose por lo que los demás perciben como su
discapacidad. Se frustra, por supuesto, cuando sus limitaciones se interponen
en su camino, pero sólo cae en la autocompasión una vez, y muy brevemente, por
lo que el personaje no llega a resultar antipático. A todo ello se suma un sentido
del humor intensamente mordaz y una aguda inteligencia junto a un grado de ingenuidad
juvenil que evita convertirlo en un insufrible sabelotodo. Tiene el talento de convencer
a la gente para que haga lo que él desea, pero, al fin y al cabo, su edad y consiguiente
falta de experiencia, no le permiten anticipar las consecuencias que podrían
derivarse de tales órdenes.
Miles, por otra parte, demuestra una gran habilidad para meterse en el
papel del personaje que toque en cada momento: el Almirante Naismith, el Baba
que oficia los esponsales de Elena y Baz, un papel cómico en una imaginaria
obra que representa para su amada… Está claro que interpretar papeles ha
formado parte de su vida durante mucho tiempo, y eso explica (en parte) que
pueda comportarse como diferentes personajes con tanta facilidad. Sin embargo,
ser el almirante Naismith consiste en algo más que actuar. Quizás se detecten
aquí ecos de una de las mejores novelas de ciencia ficción de Robert A.
Heinlein, “Estrella Doble” (1956), en la que un actor adopta las funciones y
luego los valores y la personalidad de un político importante y se implica
tanto que su mascarada se vuelve inseparable de la realidad y, de hecho, crea
su propia realidad.
Por otra parte, el conflicto cultural ya planteado en “Fragmentos de Honor” entre Cordelia (que representa a la colonia Beta) y Aral (como símbolo de Barrayar) se interioriza en Miles, hijo de ambos planetas y sus respectivos valores, cuya reconciliación no es nada sencilla. Este choque tiene todo el sentido desde el punto de vista psicológico y argumental, pero no es lo que uno esperaría encontrar en una novela que muchos calificarían de “space opera juvenil”. El abuelo de Miles fue general; su padre almirante y regente; su madre no deja de repetirle que “las pruebas son un don y las grandes pruebas son grandes dones”. Miles se ha pasado gran parte de su infancia físicamente incapacitado y aplastado por las expectativas que en él ha depositado su familia.
Aunque Miles ocupa, desde luego, el centro de la historia, los
personajes que le rodean son también muy importantes e igualmente interesantes.
El sargento Bothari, su guardaespaldas desde que nació, esconde profundas
cicatrices espirituales, aunque hace falta haber leído “Fragmentos de Honor” y “Barrayar”
para entender plenamente su peculiaridad y por qué todo el mundo lo considera
aterrador. Bothari mantiene su cordura mediante la estricta observancia de las
tradiciones barrayaranas. Su historia personal suscita tanto horror como
compasión y es de agradecer que Bujold no solo no lo juzgue a pesar de sus
terribles pecados, sino que incluso se moleste en mostrar sus dos caras con
igual ecuanimidad, permitiendo que alcance una emotiva redención.
Su hija Elena, por el contrario, es un personaje nuevo. Aunque su padre está chapado a la antigua, decidido a cumplir todos y cada uno de los preceptos de la tradición barrayarana en lo que a ella respecta, Elena también fue en parte educada por Cordelia, que es lo más alejado que puede haber en ese planeta de un amante de la tradición. Al igual que Miles, Elena se encuentra en una especie de limbo cultural: quiere y es capaz de hacer cosas que la cultura barrayarana le impide sólo por haber nacido mujer. Miles la tiene en muy alta estima, la ve como todo lo que él podría haber sido de no haber nacido deforme y esta admiración alimenta el amor que siente por ella.
Como he apuntado, una de las subtramas nucleares de la novela está
relacionada con el misterio que rodea a la madre de Elena (y que no es tal si
antes se ha leído “Fragmentos de Honor”). (ATENCIÓN: SPOILER) Bothari violó a
la madre de Elena y luego fantaseó con que era su esposa. Cuando nació la niña
de un reproductor uterino, la acogió como expiación por sus pecados.
Miles ama a Elena, pero su relación es imposible, y no por las deformidades
de aquél. La necesidad de reconocimiento de Miles es un reflejo de la que
siente Elena por alcanzar la independencia. Como mujer en Barrayar, debe
someterse a las presiones sociales que relegan a las de su sexo a los roles muy
limitados y reglados de esposas y madres. Al trabajar junto a Miles con los
mercenarios, puede por fin sacar a la luz todos sus talentos reprimidos en
Barrayar. Miles, en un momento dado, reflexiona sobre el desperdicio de tal
potencial y, amándola como lo hace, se alegra de ver a Elena florecer. Ahora
bien, aquello que él admira de ella, es también lo que impedirá que acaben
juntos. Miles quiere sobresalir para ser aceptado en su propia sociedad y se
encuentra atado a su mundo por lazos familiares, de honor y servidumbre al
Emperador de los que no puede renegar. En cambio, Elena se da cuenta de que,
para sobresalir, alcanzar su potencial y obtener una auténtica identidad, debe
cortar los lazos con su planeta natal y, una vez que abandona éste para
acompañar a Miles a la Colonia Beta, ya no querrá regresar nunca más. (FIN
SPOILER)
Otro personaje que desempeña un papel menor en cuanto a presencia en la trama pero importante en el desarrollo de la misma, es Ivan Vorpatril, el primo de Miles. Él sí es admitido en la Academia, pero no es ni de lejos tan inteligente como Miles. Éste es consciente de ello y por mucho que aprecie a su primo, no puede impedir sentir cierta amargura ante el hecho de que aquél haya podido acceder a la carrera miliar sólo porque, a diferencia de él, es todo lo que se espera de un Vor (la clase aristocrática de Barrayar).
Y luego están los descarriados que Miles empieza a recoger y unir a su
causa. Arde Mayhew es un tipo aparentemente duro, pero con un corazón de oro y
una edad que se niega a aceptar. La vida no lo ha tratado bien y a lo único que
aspira es a seguir haciendo lo que ama –pilotar viejos cargueros para los que
ya no hay repuestos ni mecánicos-, pero el mundo se lo pone difícil. Hay
razones para ello, empezando porque su equilibrio mental no es todo lo firme
que debería. Sin embargo, hace lo que puede por seguir adelante, permanece fiel
a Miles y ejecuta algunas maniobras decisivas en la contienda en la que
participa.
Por su parte, Baz Jesek, el desertor barrayarano, consigue sobreponerse al terror que le inspiran las batallas y se convierte en uno de los comandantes más fiables de Miles; tanto, de hecho, que cuando ése se sume en un bloqueo emocional tras la muerte de Bothari, son él, Mayhew y Elena quienes dirigen y mantienen unido el ejército mercenario. También los mercenarios son interesantes, en particular Bel Thorne, un hermafrodita betano, dado que, aunque no se desarrolla demasiado en esta novela, se dan pistas que apuntan a que su inteligencia bien podría estar a la altura de la de Miles.
Rasgo característico de Bujold es que el final no resulta en absoluto
tan feliz como pueda parecer a primera vista. (ATENCIÓN SPOILER) Miles debe
delegar su mando sobre los mercenarios –ahora rebautizados como Dendarii- para
volver a ser cadete (siguiendo el camino ya trazado por los héroes juveniles de
Robert A.Heinlein en “Cadete del Espacio” (1948) o “Jones, el Hombre Estelar”, 1953).
Así que no sólo se ve obligado a renunciar a una carrera de éxito, aunque sea
temporalmente, sino que el sargento Bothari, es asesinado, y Miles fracasa en su
intento de conquistar a Elena, que prefiere casarse con un desertor y seguir
una carrera como mercenaria. Además, es salvado de la cárcel o incluso de la
ejecución por el delito de comandar un ejército privado gracias a la intervención
personal de su amigo de la infancia, el Emperador, es decir, aprovechándose del
tipo de favoritismo que tanto le disgusta y avergüenza. Ya se esbozan aquí, por
tanto, los parámetros del ambiguo éxito que irá obteniendo Miles en sus futuras
aventuras. Sí, ha ganado experiencia y reconocimiento y ha salvado a su padre
del descrédito político o incluso la cárcel; pero, por el camino, ha perdido a
Bothari, a Elena, a su abuelo... (FIN SPOILER).
Bujold comenzó “El Aprendiz de Guerrero” en otoño de 1983, tan sólo unas
semanas después de enviar “Fragmentos de Honor” a una editorial. La primera
imagen que le vino a la mente fue la muerte de Bothari, y “el resto del libro fue escrito, más o menos, para llegar a ese punto y
explicármelo a mí misma de forma satisfactoria”. Su intención inicial era
que Bothari muriera defendiendo a Miles, un acto clásico de heroísmo. Lo que
ocurrió finalmente no tuvo nada que ver, pero resultó mucho más interesante:
Bothari es asesinado por una de las reclutas mercenarias de Miles, una mujer a
la que Bothari había violado durante el conflicto con la Colonia Beta en
“Fragmentos de Honor” y que había dado a luz a su hija, Elena. Bothari no
intenta defenderse y deja que la mujer se cobre su venganza. Miles se queda
desamparado, privado de quien había sido su apoyo, servidor y amigo desde que
tuvo uso de razón. Elena también sufre un shock al descubrir que fue producto
de una violación, una revelación que transforma por completo su relación con
Miles.
El otro cambio que efectuó Bujold durante el proceso de revisión fue
eliminar a Nile, la hermana pequeña de Miles (llamada así por un personaje de
un par de relatos de James Schmitz, ya lo mencionamos, una de las influencias
confesas de la escritora). No sólo Nile ocupaba “el mismo nicho ecológico” que Elena, sino que había una alta
probabilidad de que los lectores confundieran en algún momento los nombres de
ambos hermanos.
El argumento, así como toda la idea de “impulso natural”, se basaba en parte en el cuento que inspiró el título, “El Aprendiz de Brujo” (Goethe, vía Disney y la música de Dukas), en el que un desventurado joven comete un error y se ve arrastrado cada vez más profundamente a un escenario de pesadilla creado por su equivocación. Pero también era, según Bujold, un “romance teológico”, en el que Miles se enfrentaba a sus más obvios pecados: el orgullo, la imprudencia y la desesperación. Miles es alguien por quien el lector pronto desarrolla afecto, pero está lejos de ser perfecto (lo cual es, por supuesto, la razón por la que siempre ha sido tan interesante).
El más atractivo de todos los ejercicios de Bujold en la construcción
de su universo es, probablemente, Cetaganda. Los cetagandanos aparecen, al
principio, en “Fragmentos de Honor” y luego en “El Aprendiz de Guerrero” descritos en
términos más bien anodinos como instigadores de una invasión de Barrayar y sus
oponentes en tres guerras. Es en esta novela cuando realizan su primera y muy
llamativa aparición física cuando Miles descubre que entre los nuevos reclutas
de los Dendarii hay “dos docenas de cetagandanos,
diversamente vestidos, pero todos con la pintura facial de ceremonia recientemente
aplicada; parecían un escuadrón de los demonios que adornan los templos chinos”.
En el siguiente libro, “Ethan de Athos”, publicado el mismo año, los cetagandanos
se convertirán en un elemento importante de la trama.
La historia avanza muy deprisa, quizá demasiado en ocasiones, y la
situación en la que se encuentran los personajes cambia varias veces en un
mismo capítulo, lo que deja tanto a Miles como al lector un poco confusos
respecto a cómo han llegado las cosas a ese punto con tanta rapidez. Aun así,
la trama está muy bien hilvanada e incluye algunos giros y sorpresas tan
improbables como eficaces desde el punto de vista dramático. Hay varias batallas
espaciales, pero Bujold las describe con la suficiente concisión como para que
aquellos no particularmente interesados en la CF militar puedan asimilarlas sin
problema. Además, normalmente la narración se centra más en los personajes que
en la acción física o las táciticas militares.
De todas formas, no creo que el principal interés de Bujold fuera el
de cómo Miles se las arregl para entregar su cargamento de armas, sino en
colocar a sus personajes en un punto determinado. Y lo hace de forma muy
entretenida, aunque a veces no del todo verosímil. Miles demuestra varias veces
un talento estratégico propio de un general con una experiencia de décadas; y
Elena, que sólo ha vivido con su padre en Barrayar y que ha sido víctima de la
misoginia cultural de ese planeta, se convierte con notable rapidez en una
eficaz y valiente guerrera y una oficial de primer orden, una transformación
que no queda explicada solamente por el trauma de descubrir el lado oscuro de
su padre antes de perderlo. Ninguno de los endurecidos mercenarios que se
cruzan en su camino parece cuestionar que estos dos adolescentes sean los
representantes de una poderosa fuerza de soldados de fortuna. Es absurdo y poco
lógico, pero Bujold se las arregla para que, como digo, el viaje resulte
entretenido. El lector puede relajarse y observar cómo Miles exhibe su talento
mientras trata de ignorar la vocecita en el fondo de su cabeza que le dice que
nada de esto sería posible, independientemente de cuántos juegos de estrategia
hubiera tenido Miles en su infancia.
Como decía, Bujold necesitaba esta novela para llevar a los personajes
a determinada casilla de salida. Por los motivos antedichos, no creo que lo
haga de la forma más lógica posible, pero, repito, el conjunto no sólo es
divertido sino que incluye momentos de gran intensidad dramática y emocional;
mueren personajes importantes a los que el lector probablemente haya cogido
cariño y el protagonista sufre tratando de ajustarse a la visión de gran
general que sus nuevos subordinados tienen de él y para los que sirve de fuente
de inspiración: “Héroes. Brotaban
alrededor suyo como semillas. Un portador. Aparentemente él era incapaz de
contraer la enfermedad que él mismo diseminaba”.
“Aprendiz de Guerrero” no es novela excelente pero sí esencial dentro de la serie: conocemos a su protagonista y lo vemos dar los primeros pasos, aparecen los mercenarios Dendarii y bastantes otros personajes que desempeñarán papeles importantes en otros libros: Ivan, Alys, el Emperador Gregor, Elena, Bel Thorne, Elli Quinn… Estilísticamente, está un escalón por encima de “Fragmentos de Honor”, aunque el margen de mejora es aún considerable.
(Continúa en la siguiente entrada)
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