viernes, 2 de agosto de 2024

1990- HARD BOILED – Frank Miller y Geof Darrow

 


“Hard Boiled” fue la obra de debut americano de Geof Darrow y se publicó cuatro años después de que la industria del comic de ese país experimentara una profunda transformación a tenor del impacto que causaron obras como “El Regreso del Caballero Oscuro” (1986), de Frank Miller, y “Watchmen” (1986), de Alan Moore. Este comic de ciencia ficción distópica asienta sus bases en esas obras y propone una exploración iconoclasta, radicalmente genial y desafiante de la violencia en el medio audiovisual.

 

Ambientada en un deprimente y angustioso futuro distópico, “Hard Boiled”, publicada inicialmente como una miniserie de tres números de gran formato aparecidos a lo largo de otros tantos años, presenta una sociedad entregada a todo tipo de excesos y depravaciones como reflejo de la codicia y deshumanización de las corporaciones que la gobiernan. Uno de esos conglomerados empresariales, Willeford Home Appliances, no sólo fabrica electrodomésticos, tal y como sugiere su razón social, sino que también hacen androides y ginoides con inteligencia artificial que parecen, piensan  actúan como humanos corrientes, aunque en secreto son unos imparables asesinos corporativos con la misión de eliminar a cualquier competidor que se oponga al dominio de su fabricante.

 

Aunque él mismo lo ignora, Nixon es uno de ellos. Tras cada misión, es reconstruido para que pueda integrarse en una familia de clase media como amante padre y esposo llamado Carl Seltz que, oficialmente, trabaja como investigador de una compañía de seguros. Sin embargo, sus arranques de ira y fallos de programación le llevan a interferir con una revolución robótica de la que puede convertirse tanto en su líder como en su aniquilador.

 

Uno de los aspectos que inevitablemente más llaman la atención de este comic es su espectacular y excesivo dibujo, especialmente en aquellos años en los que los dibujantes solían seguir ciertas pautas endogámicas y respetar influencias muy concretas de los popes del comic norteamericano.

 

Uno de los factores decisivos que separan a Darrow del dibujante medio estadounidense es su apertura a un amplio rango de influencias internacionales más allá de los clásicos americanos del género de aventuras, acción y superhéroes. De todas ellas, la de Moebius es la más evidente. Se conocieron en los años 80, mientras Darrow trabajaba como diseñador de personajes para series de dibujos animados y el francés residía temporalmente en Los Angeles mientras colaboraba en la película “Tron” (1982). Éste le presentó a los responsables de “Los Humanoides Asociados” (la editorial que publicaba la revista “Metal Hurlant”, una leyenda en el comic fantacientífico) y la sintonía fue tan buena que Darrow se mudó a Francia para trabajar, llegando a colaborar con Moebius en un portafolio titulado “La Cité de Feu”. También pueden rastrearse influencias de las películas de kung fu y de monstruos así como cierto rastro de Hergé en su forma de afrontar las formas y el color.

 

Las viñetas de “Hard Boiled” parecen imaginadas por El Bosco en pleno delirio mental: una barroca avalancha de decadencia y violencia representada con un detalle enfermizo y que atrapa la vista y el estómago del lector con su estética retrofuturista. En el corazón de su dibujo anida una exploración básica de los contrastes: grande versus pequeño; multitudes versus individuo; rápido versus lento… Esto crea una dinámica interesante que empuja la mirada y la acción a través de las densas viñetas…. al tiempo que le exige que se detenga y observe todo con atención. La trama es rápida, las secuencias de acción explosivas, el dibujo limpio y claro… herramientas perfectas para una lectura acelerada. Sin embargo, el grado de detalle de las imágenes obligan a ralentizar el ritmo hasta prácticamente detenerse. Es un contraste brutal, incluso violento que puede confundir e incomodar al lector. Incluso aquel que no se pare a analizar la estructura narrativa y artística de “Hard Boiled”, se dará cuenta de que hay algo raro, extraño, que lo distancia de otros comics.

 

El exceso visual de Darrow, aparte de ser una marca personal de su estilo, está en sintonía con uno de sus temas de fondo: la cultura corporativa fuera de control. Logos, anuncios, carteles, referencias a iconos de la cultura popular (los Picapiedra, Astro Boy, Nancy, Porky, Batman, Piolín, Homer Simpson, Duran Duran, Hanna Barbera, Tintin, Popeye, Psicosis, Bambi…) están dispersos por todo el comic. Hay pegatinas de los Ramones; coches que se llaman Stallone, Eastwood o Norris; señales en la autopista en las que pone “Goldie Hawn”; latas gigantes de Pepsi y 7up; envoltorios de Snickers y bolsas de Cheetos… todo excesivo y abundante hasta traspasar ampliamente la línea no ya de lo creíble sino de lo absurdo.

 

Darrow ha dedicado a este comic una cantidad insensata de tiempo a estudiar las texturas, pliegues y caídas de cada prenda; los pernos, tornillos, rodamientos y bujías de cada máquina; y la forma en que se retuerce el metal de la carrocería de los automóviles al estrellarse. Y de esto último hay mucho. Para muchos dibujantes, representar coches supone un serio problema que tratan de esquivar siempre que pueden. Su dificultad probablemente esté relacionada con la combinación de formas rectas y curvas y los juegos de perspectiva y escala a que dan lugar. Darrow es todo lo contrario: le encanta dibujar coches y cuanto más numerosos, grandes y grotescos, mejor.

 

Tampoco tiene ningún escrúpulo a la hora de representar la violencia. De hecho, hay tanta y tan brutal que todo parece sacado de un dibujo animado de mal gusto (a un hombre, por ejemplo, le arrancan el brazo y luego lo empalan con él). Se ha querido ver en esto una parodia del nivel de violencia y crudeza que se impuso en los comic-books norteamericanos tras la publicación de ciertas obras de tono adulto a finales de los 80. Es como si Miller y Darrow, conscientes del mal uso que se estaba dando a ese enfoque, hubieran decidido coger el toro por los cuernos y llevarlo hasta sus últimas y lógicas consecuencias, marcando un punto y final más allá del cual no se pudiera hacer nada peor –al menos en los comics comerciales-. Personalmente, creo que su intención iba incluso más allá del medio dibujado, como expondré a continuación.

 

La influencia europea es también evidente en la aplicación del color. El colorista de Darrow, Claude Legris, utiliza una mezcla de tonos pastel suaves con otros más luminosos y agresivos con el fin de subrayar aún más esa mencionada sensación de contraste que permea toda la obra. El mayor tamaño de página y tramaje que Dark Horse autorizó para esta obra, le concede al colorista trabajar con mayor detalle y profundidad que en los comics normales contemporáneos (aunque no tanto como hoy permite la tecnología digital). Si se examinan conjuntamente las páginas en blanco y negro y las de color, salta a la vista el papel que juega éste a la hora de dirigir la vista del lector. El entintado de Darrow es tan denso y meticuloso, que lo más probable es que el lector se pierda en ese marasmo de líneas. Y es el color el que ejerce entonces de guía, poniendo el foco en la zona precisa de la viñeta y ayudando a priorizar la importancia de los elementos presentes en la misma. Como detalle curioso, la sangre no siempre es roja. En algunas páginas, las de violencia más extrema, se colorea negra. Lo cual lleva a sospechar si no hubo alguna llamada de atención por parte del editor al respecto, quizá temeroso de las reacciones de crítica y público (aunque, de ser así, me parecería una estupidez habida cuenta de lo explícito que es este comic más allá del color de la sangre).

 

Frank Miller declaró en diversas entrevistas que, tras ver las tres primeras páginas dibujadas por Darrow, tuvo que cambiar por completo su manera de abordar la escritura de este guion. Tanto, de hecho, que el tono general de la obra hubo de reformularse íntegramente, pasando de ser una historia de ciencia ficción realista a una sátira oscura y exagerada: “Yo había escrito una historia de ciencia-ficción seria y, cuando vi las páginas, me caí de culo. Me asusté. No tenía ni idea de qué hacer. Era completamente distinto de cualquier cosa que se me hubiera ocurrido hacer. Tan excesivo que era impresionante. Y comprendí que iba a ser una comedia. Porque era tan descomunal que sería insoportable si fuera en serio”.

 

Así que, inesperadamente para él, Miller se vio obligado a desempeñar el papel de contención ante la explosión visual de Darrow, recortando el texto y los diálogos para dejar espacio a la incontinencia visual de su colaborador. Si Miller describía una persecución en coche por una autopista, Darrow no sólo dibujaba tantos automóviles que apenas se veía el asfalto, sino que el coche de la policía era doce veces más grande que el resto. Muchas veces a lo largo del comic, Darrow juega visualmente con las mencionadas dicotomías “grande-pequeño”, “multitud-unidad” o “rápido-lento”. Una espectacular secuencia empieza mostrando el reguero de muertos que ha ido dejando Nixon tratando de abrirse camino ante un ejército de guardias de seguridad hasta culminar en una doble página-viñeta en la que aparece él rodeado por el enemigo que ha sobrevivido… y el que ha liquidado, que asciende nada menos que a 578 cadáveres.

 

Miller no se desvía demasiado de ciertos temas y tópicos de la CF, desde la distopía caótica presidida por grandes corporaciones a la rebelión de los androides contra los humanos. Lo que sí aporta un toque refrescante es su tono. “Cuando escribí las palabras: “Vamos, ven a buscarme, capullo”, caí en la cuenta de que iba a ser una comedia”. Ese matiz de comedia desoladora que arranca sonrisas culpables al lector, es lo que lo hace sobresalir a “Hard Boiled” del resto de comics contemporáneos. Es más, en su edición original, la editorial Dark Horse no tuvo inconveniente (más bien presumió de ello) en publicar en la sección de cartas de lectores misivas muy indignadas con la exhibición de violencia gratuita y la amoralidad de la historia y las imágenes.

 

Y es que, si algo hay que llame la atención en este comic además de su dibujo, es su nivel de violencia. A la hora de considerar este aspecto, es necesario revisar la carrera de Frank Miller antes y después de “El Regreso del Caballero Oscuro” (1986). Esta obra fue una suerte de bisagra no sólo para la historia del comic sino para el propio autor, que después tuvo dificultades para volver a escribir algo “serio”. Con la excepción de “Batman: Año Uno” (1987) y “Daredevil: Born Again” (1986), cada uno de sus trabajos posteriores fue cargando cada vez más las tintas en lo satírico, lo grotesco y lo excesivo, desde “Daredevil: Amor y Guerra” a “Sin City” pasando por “Give Me Liberty” o “DK2”. Incluso su trabajo más serio después de “Caballero Oscuro”, “300” (2000), contiene elementos que resulta imposible tomar en serio so pena de que la obra se desplome. Miller empezó a satirizar la violencia en “Caballero Oscuro” e, inmediatamente después, en “Elektra Asesina”, que salió más o menos por las mismas fechas. En “Hard Boiled”, simplemente fue más lejos de lo que había ido antes y de lo que llegaría posteriormente. Y ello para resaltar un mensaje, muy simple pero también, a la vista de las mencionadas cartas de lectores indignados, muy importante.

 

Naturalmente, es imposible soslayar el hecho de que “Hard Boiled” es un comic tan sangriento como poco concreto. La trama es muy escasa. Nada se explica ni se resuelve. De partida, no sabemos quién es Nixon (o Carl Seltz, o Harry Seltz o Harry Burns) o qué hace exactamente, para qué y de parte de quién. Al principio parece un ciborg, pero tampoco queda del todo claro. Luego pensamos que es algún tipo de enloquecido investigador, pero al final descubrimos la verdad: es un asesino cibernético al servicio de la corporación que lo fabricó, “Willeford Home Appliances”, con la misión de matar a los competidores de ésta. Sin embargo, se niega a aceptar la verdad y se empeña en autoconvencerse de que es un honrado investigador de seguros que vive en los suburbios con una agradable esposa y dos niños. Es un psicótico, claro, pero también alguien que desea tener una vida feliz o, al menos, la ilusión de una. Este es uno de los puntos que más desea subrayar Miller, pero sobre ello volveré más tarde.

 

El primer y más obvio tema que Miller y Darrow quieren abordar es la veneración que la sociedad dispensa a la violencia. Como dije, este pensamiento no es precisamente original, pero ello no quita para que sea lo suficientemente importante como para recuperarlo con cierta frecuencia. A menudo, cuando los creadores abordan este asunto se encuentran con los lamentos de padres indignados o defensores de la moralidad que no levantan tanto la voz cuando se trata del cine. Basta con echar un vistazo a la cantidad de películas taquilleras de aquella misma época que exhibían lúdicamente la violencia: “Batman”, “Arma Letal 2”, “Solo en Casa”, “Desafío Total”, “La Jungla de Cristal 2”, “Terminator 2”… Desde luego, hubo mucha gente que fue a ver esas películas y todas las mencionadas y muchas otras mostraban la violencia o bien en un contexto humorístico o bien ignorando sus efectos o, peor aún, justificándola como algo necesario o incluso recomendable para que los “malos” se llevaran su merecido. No quiero decir con esto que me oponga frontalmente a este tipo de violencia, sólo señalo que, como sociedad –y especialmente la norteamericana-, nos sentimos atraídos a convertirla en objeto de diversión. En “Hard Boiled”, Miller y Darrow rompieron esa especie de acuerdo social implícito de la industria del entretenimiento con sus consumidores, mostrando sus vergüenzas y suscitando la ira de mucha gente.

 

¿Y cómo rompieron ese acuerdo? Bueno, la mayoría de las veces en que se muestra violencia exagerada o gratuita, el espectador obtiene algún tipo de satisfacción, de liberación, de catarsis. Puede ser a través del humor (acompañando la agresión con alguna frase contundente o ingeniosa) o quizá porque la víctima no sea realmente humana (en el caso de “Terminator 2”, por ejemplo), por lo que no se trate de un auténtico asesinato; o puede que los villanos sean realmente perversos, degenerados y detestables, por lo que su ejecución equilibra de alguna forma la balanza cósmica. Lo que el espectador busca, como digo, es esa especie de catarsis… a menos que entendamos que la película (o el comic) se está tomando en serio a sí misma.

 

Una de las razones por las que hubo tanta gente que se ofendió con “Pulp Fiction” no fue que Tarantino no ofreciera en ella esa catarsis (apoyada muchas veces en un humor negro) sino que la violencia en sí parecía realista aun cuando el director no se la tomara en serio. Precisamente eso es lo que hacen Miller y Darrow en “Hard Boiled”: es un tebeo moderadamente cómico, pero no hasta el punto de ofrecer una liberación. Es una violencia tan excesiva, que no cabe un análisis de los efectos de la misma. Ya en la primera doble página-viñeta (páginas 4 y 5) pueden contarse más de cincuenta cadáveres. Son muertes fortuitas, al azar y, si es ligeramente gracioso, es simplemente por lo surrealista y desproporcionado de la imagen. No es cómico en el sentido convencional, es decir, el bueno hace un chiste que nos recuerda que lo que ha hecho o está a punto de hacer es correcto porque la víctima es malvada. Es gracioso de la misma forma en que lo es “Pulp Fiction”: el lector sonríe incómodo, sintiéndose culpable por no estar completamente seguro de si es correcto hacerlo.

 

Miller repite a lo largo de todo el comic esta yuxtaposición de violencia extrema con humor incómodo. La segunda doble página-viñeta (páginas 9-10 del número 1) es un primer plano del protagonista. Le han disparado, reventado y empujado contra un alambre de espino que ha quedado enrollado en su cuerpo y cabeza; fragmentos de vidrio sobresalen de su cuero cabelludo y rostro, y los dedos de su mano izquierda (con la derecha todavía sostiene una pistola) están doblados de forma antinatural. Esta imagen aterradora viene acompañada por estas palabras: “Que nadie se mueva. Mi nombre es Nixon. Soy recaudador de impuestos”. Esta dicotomía imposible entre lo que vemos en la página y lo que dice Nixon nos hace reír, claro, y es una señal de que Miller y Darrow no siguen las reglas, porque simultáneamente, nos provoca una reacción visceral adversa que nos mueve a dar un paso atrás y considerar lo que ambos autores están haciendo con nosotros.

 

Y lo que hacen es ridiculizar nuestra veneración por la violencia en la cultura del entretenimiento. Ya lo dije: no es un mensaje nuevo ni sofisticado, pero sí uno que debe repetirse en aras de nuestra propia salud mental. En los comics, el recurso para transmitirlo suele ser el humor, pero Miller y Darrow toman la dirección opuesta y nos dicen: “¿Queréis violencia? Pues vaya si os vamos a dar violencia”. Y lo hacen sin apenas ironías (cualquier destello de humor queda amortiguado por el hecho de que Nixon es un psicótico), así que nunca tenemos una oportunidad clara de reírnos abiertamente con lo que hace el protagonista y, progresivamente conforme el comic avanza, la sensación de incomodidad aumenta.

 

Miller y Darrow no quieren que nos sintamos cómodos con la violencia y por eso aquellos que criticaron en su día la obra a causa de ella no entendieron qué estaban tratando de conseguir los autores: que reconsideremos nuestra actitud hacia ciertos rasgos de la cultura popular y reflexionemos sobre el por qué “Hard Boiled” nos desconcierta, satura e incluso enoja mientras que la violencia también omnipresente en el cine, la televisión o los comics de superhéroes, nos parece aceptable.

 

Ese efecto, repito, lo consiguen no permitiendo que podamos reírnos de su propuesta. Tampoco ofrecen un análisis mínimamente profundo de la violencia que dispensa Nixon: mata a cientos de personas, pero nadie parece darse cuenta. Ése es el factor que convierte “Hard Boiled” en una devastadora sátira: de la misma forma que en el comic a nadie le importa lo que hace Nixon, en el mundo real tampoco parece importarle a nadie la escalada de violencia en la cultura popular.

 

Cuando Nixon persigue al robot que ha “secuestrado” a una “niña” en el número 2, lo hace abriéndose paso a toda velocidad por un monumental atasco de tráfico en una autopista hasta llegar a las calles de la ciudad, donde él y su adversaria se disparan indiscriminadamente. Los viandantes próximos caen al suelo reventados a balazos mientras el resto siguen caminando ocupados en sus asuntos como si todo aquello no les afectase. Este hastío se extiende a los jefes de Nixon en Willeford. En el número 3, un científico se encuentra con un robot que está descuartizando y tirando por el inodoro un cadáver, pero ignora el sangriento espectáculo y conversa con el ciborg con total naturalidad. Con “Hard Boiled”, Miller y Darrow crean un espejo de nuestra sociedad con el que, como en toda buena sátira, revelan cosas que preferiríamos no ver: ¿Por qué ignoramos la violencia real y disfrutamos con la violencia falsa? ¿Por qué nos indignamos con las viñetas de un comic cuando en el mundo real suceden cosas horribles que preferimos pasar por alto?

 

Igualmente, los autores también ridiculizan la conexión entre violencia y sexo, tan presente en nuestra sociedad que, inevitablemente, nos torna insensibles a ella. Sí, es inquietante ver escenas como esa del primer volumen en el que, mientras practica el sexo con su esposa, Nixon experimenta fogonazos en su cabeza en los que visualiza sus asesinatos (incluyendo cómo dispara a un tipo en la entrepierna). Pero, ¿es con Miller y Darrow con quienes debemos indignarnos por mostrar, amplificado y deformado grotescamente, algo que está muy presente en la cultura del entretenimiento?

 

En el mundo de Nixon, el sexo es omnipresente: al principio del número 1, el automóvil que lo arrolla atraviesa una pared y entra en lo que parece un estadio en cuyo interior hay gente copulando mientras son asesinados frente a fanáticos que los animan. También aquí, Miller y Darrow violan el contrato social con el lector al llevarlo hasta sus últimas consecuencias: cogen el subtexto de tantos productos culturales (el sexo es violento, la violencia es sexy y, si mezclamos las dos cosas, el público se excita), nos lo ponen delante y nos exigen que pensemos en ello. Mucha gente no quiere enfrentarse a ese lado oscuro y reacciona escribiendo cartas furiosas. Miller y Darrow señalan que sexo y violencia están vinculados, no necesariamente en la realidad (¿cuánta gente se excita realmente con la violencia?) pero, desde luego, sí en el entretenimiento audiovisual. ¿Cuántas películas o series de televisión hemos visto en los que las peleas terminan en la cama?

 

Hay otro tema subyacente en la escueta trama que teje Frank Miller en “Hard Boiled” y que aflora sobre todo al final. Es ahí cuando descubrimos que todo gira alrededor de una conspiración urdida por Barbara, una ginoide de Willeford Home Appliances, para convencer a Nixon de que se rebele contra su programación y libere a los androides del control de las corporaciones. En el nº 3, Nixon se entera de todo el plan gracias a una sexy ginoide que trata de seducirle y convencerle para que no siga viviendo una mentira. La reacción de aquél es destrozarla y luego ir a ver a sus programadores en Willeford para asesinarlos, aunque, al final, decide someterse y entregarse a cambio de que lo reprogramen tal y como era antes.

 

Es un desenlace que difícilmente puede ser más cínico y desesperanzador: Nixon renuncia a su solicitado papel de héroe, de mesías, y opta por regresar con su “familia” y la agradable y tranquila normalidad que la acompaña. Miller va subrayando este aspecto a lo largo de todo el comic: Nixon es sólo un tipo corriente haciendo su trabajo (sea cual sea éste en cada momento) y lo único a lo que aspira es a pasar el día y regresar a casa con su esposa, sus dos adorables gemelos y su perro. Incluso en plena persecución de un ciborg por la ciudad, se repite a sí mismo lo magnífica que es su vida “normal”.

 

De este modo, Miller dirige su corrosiva mirada hacia el ideal suburbano norteamericano. Nixon, ante los horrores de la vida real elige no afrontarlos. Tiene la oportunidad de cambiar la realidad, pero prefiere retirarse a un espejismo de felicidad del que sólo obtendrá placeres banales. La diferencia entre Nixon y nosotros, nos dice Miller, es que aquél está programado y no tiene una auténtica capacidad de elección, mientras que los norteamericanos, cual avestruces, sí escogen esconder sus cabezas en la arena, que es mucho peor, amoldándose a los papeles que la sociedad ha diseñado para ellos. Y todo esto nos lleva a identificar a ciertos lectores que, al mismo tiempo que se irritan ante la ridículamente exagerada violencia de “Hard Boiled”, deciden ignorar deliberadamente la muy real violencia que impregna la sociedad en la que viven. Al fin y al cabo, en el comic nadie muere de verdad, mientras que en nuestro mundo se producen víctimas todos los días sin merecer la atención de nadie más que sus más allegados.

 

Nixon es nosotros: disfrutando de violencia estilizada y falsa (no hay diferencia entre él destruyendo ciborgs fabricados por una corporación y la gente que en sus cuartos de estar tirotea personajes digitales en un videojuego) para luego refugiarnos en una confortable burbuja en cuanto los medios de comunicación nos ofrecen algo del mundo real a lo que nos resulta incómodo enfrentarnos.

 

Por todo lo expuesto, “Hard Boiled” es, dependiendo del punto de vista, tanto un comic que todo el mundo debería leer como uno no apto para todas las sensibilidades. A un nivel muy primario, es todo aquello de lo que lo acusaron los más indignados lectores: truculento, horrendo, insensible y sin sentido. Pero quienes se quedaron en ese análisis superficial, no se detuvieron a pensar las razones por las que se sentían tan incómodos con esta mezcla delirante de CF y serie negra. Dado que, obviamente, la violencia presente en estas páginas no puede tomarse en serio, ¿qué es realmente lo que los autores pretendían? ¿Ofrecer un espectáculo visual de consumo tan rápido como vacío de contenido? En “Hard Boiled” no hay que buscar personajes sofisticados que se comporten de acuerdo a ciertas motivaciones o intereses bien perfilados; ni tampoco una trama inteligente repleta de giros y capas conceptuales. No, Miller y Darrow ofrecen con él una sátira corrosiva que apunta con dedo acusador a una enfermedad social de la que todos participamos y a la que preferimos ignorar.

 

 

 

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