miércoles, 24 de septiembre de 2025

1960- PROBLEMAS CON LOS LÍQUENES – John Wyndham



En 1960, el británico John Wyndham ya era bien conocido por haber creado lo que Brian W. Aldiss denominaría posteriormente “catástrofes confortables”, una modalidad de la que ya he hablado en otras entradas y que, sobre todo, el escritor definió gracias, sobre todo, a una serie de cuatro novelas de gran éxito publicadas en la década anterior. En “El Día de los Trífidos” (1951) abordaba el tema de las plantas carnívoras que se desplazaban por un mundo poblado por humanos ciegos. En “El Kraken Acecha” (1953), la Humanidad debía hacer frente a un ataque alienígena proveniente de los océanos. En “Las Crisálidas” (1955), describía un mundo postapocalíptico y la sociedad puritana resultante. Y en “Los Cuclillos de Midwich” (1957), narraba cómo un pueblo era aterrorizado por niños de origen extraterrestre con habilidades mentales.

 

Sin embargo, la novela que vino después, “Problemas con los Líquenes”, no trata de cataclismos, invasiones ni alienígenas, sino de la conmoción social que se produce tras el anuncio del descubrimiento de una sustancia que podría conducir a una utopía… o ese parece. Aunque sea menos entretenido que las cuatro novelas antedichas, el libro fue otro éxito para Wyndham,.

 

La novela se abre con un funeral al que asiste una multitud de mujeres de luto, que lloran desconsoladamente la pérdida de una de las suyas. A continuación, la acción retrocede catorce años al pasado, cuando la joven Diana Brackley se gradúa en un instituto de señoritas. Hermosa, inteligente y con un buen gusto innato en el vestir, sorprende a sus padres cuando les comunica su intención de matricularse en la universidad de Cambridge para seguir su vocación por la bioquímica en lugar de casarse, ser madre y dedicarse a las tareas domésticas. La opinión de la joven, expresada con absoluta serenidad, es que la sociedad considera que una mujer tiene más éxito si es atractiva físicamente que si es inteligente, pero no está dispuesta a amoldarse al sentir de la mayoría: “¿Por qué las madres siguen pensando que es mucho más respetable ser una buena compañera de cama que una chica inteligente? Quiero decir, lo sensato sería esperar lo contrario”.

 

Terminados sus estudios, es contratada por una prestigiosa institución privada de investigación, Darr House, dirigida por Francis Saxover, un científico de mediana edad con una esposa enferma de gravedad y dos hijos adolescentes. Allí, Diana demuestra ser una empleada ejemplar y de gran valor. Meses después, mientras trabaja con muestras de líquen recolectadas en Manchuria, hace un descubrimiento intrigante y se lo comunica a su jefe. El interés de éste, sin embargo, desaparece cuando su esposa fallece y él se sume en una depresión. Durante meses, Diana continúa por su cuenta las investigaciones en su tiempo libre, sin querer molestar a Saxover con algo que, después de todo, podría ser inútil.

 

Pero, cuando Saxover pasa el luto, se sumerge en un periodo de trabajo frenético durante el cual recupera el estudio del líquen. No tarda en llegar a la misma conclusión que su empleada: de ese organismo tan particular –una simbiosis entre un hongo y un organismo fotosintético, como un alga- puede extraerse un compuesto natural que retarda el envejecimiento y al que bautiza como “antigerona”. Dependiendo de la pureza y la concentración de las dosis administradas, las personas tratadas con esta sustancia podrían alcanzar fácilmente una edad de entre 200 y 300 años. Saxover llega a sus conclusiones antes que Diana y ésta así lo deduce; pero ella no puede comprender por qué aquél guarda el secreto en lugar de revelarlo al mundo. Al fin y al cabo, podría dar lugar a una utopía permitiendo que la gente tuviera tiempo suficiente para madurar, entender el mundo y a sí mismos, viviendo una existencia auténticamente plena.

 

Sin embargo, tras muchas atribuladas reflexiones, la muchacha acaba entendiendo y compartiendo las razones de su jefe para guardar silencio. Y es que las implicaciones son tan colosales que requieren de una seria consideración, en especial porque ese tipo de líquen solo crece en una reducida zona geográfica fronteriza entre China y Rusia. Esto significa que, forzosamente y durante bastante tiempo, la producción de antigerona será muy limitada, a menos que alguien consiga hacerlo crecer masivamente en otra o replique los ingredientes activos del líquen. Esto generaría todo tipo de desigualdades económicas en el menor de los casos y revueltas e incluso guerras en el peor. Por no hablar de las consecuencias a largo plazo. Si la gente envejece más lentamente, trabajará más años y eso no sólo podría significar mayor explotación laboral sino que los hijos no tengan suficientes puestos de trabajo disponibles –por jubilación de sus mayores-. Los capitalistas dispondrán de más tiempo para engordar sus fortunas, haciendo insalvable la brecha social. Con la esperanza de vida disparada y sin medidas de control de la natalidad, la población aumentará más allá de los recursos disponibles para mantenerla. ¿Qué ocurrirá con la institución familiar? ¿Se le puede pedir a alguien que permanezca unido a su pareja durante doscientos años?

 

Diana hereda una pequeña fortuna que le legó su abuelo y deja su trabajo en Darr House para abrir un exclusivo salón de belleza, “Nefertiti”, donde promete juventud y belleza a unas clientas que son las esposas y parientes de los hombres más ricos y poderosos de Gran Bretaña. Naturalmente, todo el mundo cree que esas afirmaciones no son más que las habituales bravatas publicitarias del sector de los cosméticos. Van pasando los años y sus clientas habituales cada vez aparentan mejor aspecto, como si no envejecieran… Sí. Diana se administra antigerona a sí misma y, sin que ellas lo sepan, a sus mejores clientas. Su objetivo es crear a su alrededor un escudo de mujeres influyentes que protejan su proyecto y su sueño utópico cuando el público se entere del descubrimiento de la sustancia y pretenda tomar el control sobre él. Esas mujeres, conscientes del efecto de juventud prolongada de la antigerona, no estarán dispuestas a correr el riesgo de verse privadas de una sustancia tan escasa y, llegado el momento de tomar decisiones importantes a nivel político y económico sobre este asunto, influirán en sus maridos y padres diputados, legisladores y grandes empresarios. Pero, además, y como efecto paralelo, ellas mismas, organizadas por Diana, empiezan a tomar conciencia de su auténtico valor en la sociedad, un reflejo de lo que hizo una tía abuela de la propia Diana, sufragista entregada que acabó muriendo por la causa.

 

Pero Diana, ya lo hemos visto, no era la única experta en el tema. Cuando abandonó el laboratorio de Darr House, no sabía aún que Francis Saxover había llegado a las mismas conclusiones sobre el líquen. El científico, más cauto, decidió probarlo en sí mismo y, una vez convencido de que no le causaría ningún daño, administró a sus dos hijos adolescentes implantes anuales de liquenina diciéndoles que era una simple vacuna. Como resultado, 14 años después, los tres parecían no haber envejecido prácticamente nada. Y ahí comienza el problema. Porque Francis siente que, ahora que sus hijos son adultos y que más pronto que tarde empezarán a darse cuenta de que hay algo extraño en ellos, debe contarles la verdad a pesar del riesgo que ello conlleva.

 

Durante años, sólo dos personas en el mundo sabían lo que podía hacer la líquenina. Una hora después de que Francis revela a sus hijos la existencia del compuesto y que ellos lo llevan en su sangre, ya son cuatro personas. Y al día siguiente, cinco, porque Paul Saxover no puede evitar contárselo a su esposa, la fría y codiciosa Jane, cuya primera reacción es enfurecerse al darse cuenta de que Francis vivirá mucho más tiempo de lo que ella esperaba, lo que retrasará su acceso a la herencia de su marido. Tres días después, Jane había convencido a Francis para que le pusiera el implante subcutáneo de liquenina, se lo extirpó y lo vendió a un tercero a cambio de dinero. Cuando Paul se da cuenta del engaño, ella lo abandona.

 

La hija, Zephanie, en cambio, había elegido su pareja más sabiamente. Su prometido, Richard, no la presiona y, de hecho, es ella la que le pide a su padre que le administre la liquenina a él. El problema es que, más adelante son secuestrados y brutalmente apalizados por unos desconocidos hasta que revelan de dónde proviene la sustancia.

 

El secreto de Diana también está a punto de salir a la luz. Una clienta experimentó una inusual pero fuerte reacción alérgica a la antigerona e interpuso una demanda a “Nefertiti”. Aunque el asunto se resolvió discretamente mediante el pago de una generosa indemnización, un periodista toma nota y empieza a investigar. A raíz de ello, se suceden las intrigas de los periodistas para descubrir cuál es la fórmula que está utilizando “Nefertiti” para tener tanto éxito y las maniobras de Diana para entorpecer sus esfuerzos creando una especie de red de espías femeninas que se dejan querer por los fisgones obteniendo información al tiempo que suministrándoles pistas falsas. Entran en juego después las empresas de cosmética, los políticos, los sindicatos, la Iglesia… hay disturbios, secuestros, torturas, amenazas de muerte, sabotajes y, finalmente, un asesinato. China toma nota de la situación y cierra la puerta a cualquier extracción adicional. ¿Fin de la historia? Bueno, no del todo…

 

Como ya he apuntado en los comentarios a otras de sus novelas, Wyndham siempre exhibió en sus obras una actitud bastante extraña hacia las mujeres, quizá producto de su experiencia personal en ese terreno con Grace Isobel Wilson, una profesora a la que conoció en el Penn Club alrededor de 1930/1931. Al cabo de unos años, se hicieron amantes y mantuvieron una relación sentimental secreta durante más de treinta años, viviendo en habitaciones adyacentes en el mencionado Penn Club. La razón principal para esta disposición tan peculiar fue la llamada "barrera matrimonial", una política laboral muy extendida (aunque no una ley formal del gobierno) en ciertas profesiones que prohibía a las mujeres casarse o las obligaba a renunciar al trabajo. Fue especialmente común en el Servicio Civil (administración pública), la enseñanza, la banca y, en menor medida, la enfermería y la radiodifusión (como la BBC). Las maestras, en particular, solían tener prohibido continuar su trabajo al contraer matrimonio. Y este último era el caso de Grace. Si se hubieran casado, habría perdido su puesto de maestra y con ello el ingreso principal de la pareja ya que Wyndham dependía de un pequeño ingreso privado y no tenía un trabajo fijo. Por eso, se casaron en una ceremonia civil en 1963, cuando ambos tenían ya alrededor de 60 años y Grace se había jubilado de la enseñanza. Su relación está documentada en numerosas cartas de amor que Wyndham escribió a Grace, especialmente durante la Segunda Guerra Mundial, en las que revelan su devoción, intimidad y confianza mutua. Según la opinión de muchos críticos, Grace sirvió de inspiración para las heroínas de sus novelas posteriores... como probablemente fue el caso de “Problemas con los Líquenes”.

 

Desde principios de la década de 1950, en novelas como "El Día de los Trífidos" o "El Kraken Acecha”, ya había mostrado una clara simpatía por el feminismo. En "Problemas con los Líquenes” va más allá planteando la pregunta: ¿No ha llegado acaso el momento de replantearnos la institución del matrimonio? De hecho, Wyndham, que podría haber optado por una trama de intriga internacional y grandes acontecimientos que cambian el mundo a todos los niveles, dedica la parte más mollar de su novela a algo mucho más concreto, esto es, reflexionar de qué forma la antigerona podría afectar a la vida y expectativas de las mujeres. En este sentido, el autor, en vez de llevar la acción al futuro, opta por retratar su propia sociedad, muy conservadora, ya que su trama, que gira en torno al posible alargamiento de la vida, requiere de una sociedad con valores tradicionales para que las implicaciones del descubrimiento tengan un impacto significativo.

 

En la década de 1950, en el Reino Unido, menos de una cuarta parte de los estudiantes universitarios eran mujeres, una situación que iría mejorando durante los años 60 y, especialmente, hacia el final de esa década. Los padres de la mayoría de las jóvenes, por tanto, esperaban que sus hijas se casaran y tuvieran hijos lo antes posible, lo que implicaba, obviamente, renunciar a estudiar o trabajar e invertir la mitad de sus vidas en atender a sus maridos e hijos. Si las mujeres no se vieran empujadas al matrimonio al cumplir los 18 años, sin tiempo ni espacio para reflexionar, podrían elegir un esposo (o pareja) más adecuado para una vida conyugal más prolongada sabiendo que, con la antigerone, ésta podría extenderse 150 años en lugar de 40. También, disponiendo de más tiempo de vida, podrían considerar estudiar, formarse e invertir su inteligencia en algo más valioso y satisfactorio que las modas pasajeras y los desesperados intentos por frenar el paso del tiempo.

 

Puede que en “Problemas con los Líquenes”, Wyndham estuviera tratando de describir mujeres fuertes y decididas (y, desde luego, Diana es un personaje muy poco habitual para la CF de la época), pero no puede evitar caer en el esnobismo social: las esposas, hijas y amantes de la élite merecen el antigerone; las demás, las de las clases trabajadoras, deberán conformarse con el statu quo. O eso parece. Porque también podría argumentarse que Diana comprende bien cómo funciona la pirámide social y que muchos movimientos, modas y tendencias empiezan en la cúspide y se filtran luego hacia las bases. Sí, ninguna de las clientas de Diana trabaja (aunque ella misma emplea sólo mujeres en diferentes tareas) porque sus acaudalados maridos las mantienen. En la novela, solo los hombres ostentan poder político, pero es que era así en los tiempos de Wyndham. En 1958 se alcanzó un máximo de 28 mujeres parlamentarias, lo que representaba apenas el 5% de los 630 diputados de la Cámara de los Comunes. La propia Margaret Thatcher, que llegaría a ser Primera Ministra en los 70 (y que, como la protagonista de la novela, estudió en una escuela para señoritas y luego química en la Universidad), dio sus primeros pasos en política en 1950.

 

Diana es un personaje más idealista y menos pragmático que Francis Saxover. Prefiere centrarse en el beneficio que supondría para la Humanidad poder vivir más tiempo, pero no fue capaz de prever la resistencia de las instituciones civiles (las compañías de seguros son las primeras en entrar en pánico) ni la reacción del mercado bursátil. Ignoraba cómo reaccionaría la gente común y no dimensionó el enorme beneficio económico que este descubrimiento podría generar para quienes fueran lo suficientemente insensibles como para explotarlo. Tampoco tuvo en cuenta a los fanáticos religiosos ni a los reaccionarios que se oponen a que las mujeres tengan la oportunidad de una vida más larga (a los hombres no les molesta en absoluto que las mujeres sean las receptoras de los beneficios de la antigerone; pasan bastantes capítulos hasta que alguien dice: “¡Oye! ¡Los hombres también podrían beneficiarse de esto!”).

 

Por eso esta novela bien puede calificarse de feminista. Es una mujer la que hace el descubrimiento al mismo tiempo que un hombre; y son mujeres las que dan a conocer el milagro científico, realizando todo el trabajo de desarrollo, producción y distribución. La mejor aliada de Diana entre sus clientas es lady Tewson, quien se casó con un aristócrata en su cuarto año en la facultad de Medicina y que es, por tanto, la única de su entorno más próximo que comprende la ciencia tras la antigerone. Francis Saxover desempeña, en cambio, el rol de revisor científico oficial: su trabajo independiente valida la iniciativa de Diana, pero el mérito del descubrimiento es enteramente de ella. Y por eso, Diana tiene que pagar un alto precio: su vida (el final de la novela incluye un giro “inesperado” que cierra decentemente la historia al tiempo que deja abierto el futuro). Es más, Saxover utiliza el medicamento en sí mismo y sus hijos, anteponiendo su propia longevidad y la de su descendencia a cualquier otra consideración, mientras que Diana aspira a diseminar sus beneficios por toda la Humanidad –empezando, eso sí, por las mujeres, con las que puede establecer una conexión más inmediata.

 

El lector atento notará que Wyndham no tituló su libro “El Problema del Líquen”. Ese título, claro está, sugeriría un único problema. Sin embargo, los desafíos que genera el descubrimiento del antigerone son múltiples. Uno podría pensar que la Humanidad consideraría un descubrimiento tal -la fuente de la eterna juventud, el elixir de la vida eterna de los alquimistas, por fin sintetizado- como un auténtico milagro. Pero, como apunta el autor, no necesariamente es así. Ya mencioné los inquietantes debates sobre qué ocurriría con el matrimonio si el tradicional voto “hasta que la muerte nos separe” pudiera imponer su obligación tres siglos. Diana llega incluso a preguntarse si el concepto de “esposa” podría quedar obsoleto y reemplazado por el más práctico de “compañera”. Más adelante, reflexiona sobre si el sistema educativo actual será suficiente para preparar a un niño para una vida de 300 años. ¿Y qué pasará con las compañías de seguros, que pronto podrían estar pagando anualidades durante siglos a la viuda de un fallecido por accidente, por ejemplo?

 

La Iglesia, claro, también se pronuncia, declarando una aberración que los científicos otorguen a la Humanidad más de los “setenta años” mencionados en los Salmos (concretamente, el Salmo noventa, versículo diez, que se refiere a la brevedad de la vida humana, indicando que la duración normal es de unos setenta años y, en los más robustos, ochenta, pero que incluso esa longevidad está llena de afanes y es fugaz). Los empresarios de las funerarias protestan por la posible desaparición de su negocio; los rusos afirman haber descubierto el mágico líquen primero; los chinos intentan controlar el milagroso medicamento manchú; los periódicos británicos conservadores ponen el grito en el cielo por el desempleo y la hambruna que se avecinan... En fin, que tras el anuncio del descubrimiento de la antigerona, en lugar de vislumbrar la llegada de una utopía, lo que afloran son problemas sin fin.

 

Las ideas interesantes, las preguntas incisivas y los conflictos inesperados son algunas de las mejores virtudes de las novelas de John Wyndham. Y otro mérito no menor es que éstas sean tan breves que, incluso si la trama es floja, al lector no se le exige que invierta en ella mucho tiempo. Irónicamente, el mayor defecto de “Problemas con los Líquenes” es, precisamente, su brevedad, puesto que no permite al autor un desarrollo de la premisa lo suficientemente amplio como para que la obra sea algo verdaderamente memorable. La historia comienza desvelando lo que parece su final: el funeral de Diana, y gran parte de la novela tiene cierto aire documental, casi esquemático, de los pasos que va dando la protagonista para introducir su descubrimiento en el mundo. Y poco más.

 

¿Qué hubieran hecho autores como Robert Charles Wilson o Michael Crichton con una premisa como la de la antigerona? Probablemente ambos habrían incluido conflictos interpersonales de mayor interés y alcance. En el caso de Wilson, seguramente, nos habría descrito con mayor extensión y profundidad el mundo resultante tras la aparición de la antigerona más allá de apuntar los problemas que “podrían” surgir. Quizás Crichton habría puesto mayor atención en las intrigas corporativas y políticas que habría desatado el descubrimiento. Wyndham tenía su propio estilo e ideas y escribía a comienzos de los años 60. La Ciencia Ficción era diferente entonces, como también los intereses y expectativas de sus lectores. Pero es difícil no leer “Problemas con los Líquenes” sin pensar en el potencial sin explotar de la idea nuclear.

 

El lector moderno puede encontrar también otros problemas en la novela. Por ejemplo, su aridez. Aparte de su tono casi documental, nadie reacciona como lo haría en la vida real. Todos los personajes son muy, pero que muy reservados, con una actitud de aparente frialdad típicamente británica, sin mostrar demasiada emoción más allá de alguna que otra multitud no muy revoltosa y fácilmente controlada por un puñado de policías. Muchos diálogos suenan artificiales, especialmente los de Diana y Saxover (aunque hay quien puede contraargumentar que se podría esperar que dos genios conversaran así).

 

Por otra parte, la ciencia tras la premisa principal no se explica con un mínimo detalle que ayude al lector a aceptar la existencia y efectos de la antigerone. Inevitablemente, algunos detalles están desactualizados (por ejemplo, la referencia al periódico británico “The Chronicle”, que dejó de publicarse en 1960, y al periódico ruso “Izvestia”, que dejó de existir en 1991). Ciertos hilos de la trama, como el robo del secreto del antigerone por parte de la nuera de Saxover, simplemente se olvidan y no vuelven a mencionarse. Además, es fácil que el lector moderno encuentre el libro demasiado cargado de diálogos y demasiado escaso en acción.

 

Se ha criticado también la falta de humor. Esto es relativo, porque Wyndham si introduce una pátina satírica con cierta gracia y muy mala uva cuando aborda las obsesiones por la belleza y las tácticas de las que se sirve la prensa. Como he indicado más arriba, periodistas poco honestos tratan de seducir a empleadas de Diana en la esperanza de que alguna de ellas, en un despiste tras unas cuantas copas, revele algún fragmento de información importante. Sin embargo, las mujeres se dan cuenta de sus intenciones, informan a Diana y ésta pone en marcha una red de diseminación de información falsa. Aunque no se profundiza mucho en la psicología de los personajes, las mujeres de esta historia son, desde luego, más complejas, inteligentes e interesantes que los hombres que creen que las baratijas y las torpes exhibiciones de encanto personal van a engatusarlas.

 

La cobertura periodística del descubrimiento del antigerone está plagada asímismo de sarcasmo y utiliza un recurso narrativo clásico: citas ficticias extraídas de periódicos reales. De este modo, Wyndham ofrece una visión humorística de los tabloides británicos y el tipo de noticias sensacionalistas de las que viven. Cuando descubren indicios de una posible conexión entre un salón de belleza dirigido por una mujer y un avance científico real, los editores la publican deliberadamente en la sección femenina de los diarios porque, como señala Diana, “es más fácil ignorar un artículo dirigido a las mujeres que uno que supuestamente ofrece información fiable para los hombres”. La idea de que una empresa cosmética esté a la vanguardia de una revolución biomédica les resulta inconcebible a esos diarios machistas y misóginos. 

 

Las historias de John Wyndham destacan por criticar las restrictivas normas sociales contemporáneas y cuestionar el valor de la tradición. “Problemas con los Líquenes” no es una excepción. A pesar de haber sido escrita hace más de seis décadas, sus temas no han perdido relevancia. Las mujeres siguen estando sometidas a la presión de tener hijos cuando aún son jóvenes y, además, a terminar sus estudios y consolidar su carrera profesional y su situación económica. El libro también plantea reflexiones sobre la estructura social y qué clases se benefician en mayor medida de ciertos avances tecnológicos.

 

Aunque la historia se queda corta respecto a lo que podría haber dado de sí, no es muy extensa, así que aquellos que ya conozcan y aprecien la obra del autor, bien podrían darle una oportunidad. Es una lectura interesante, pero conviene abordarla como un ejercicio intelectual y un thriller de bajo perfil, en vez de esperar una de las dramáticas novelas apocalípticas por las que Wyndham alcanzó la fama.

 


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